Posesión Portillo Octubre 22 de 1911
- EMEDELACU

- 30 sept 2023
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Paz entre vosotros, el amor os una.
Unificad vuestros pensamientos, porque todos somos una misma cosa; una sola familia, los hombres y los espíritus.
Como hombres, seguís la parte material que las leyes imponen a la materia para hacer de la naturaleza un jardín bello y delicioso; pero esto tiene períodos seculares, que marcan en la tierra épocas o eras.
Los espíritus en el espacio, siguen la ruta que las leyes les imponen para hacer la perfección correspondiente al mundo astral en que gravitan y desde allí descender a traeros la luz para que conozcáis las leyes que os han de aliviar.
El hombre, no es una metamorfosis como criatura; hombre fue creado y hombre será: y no sólo adelantáis la belleza abrupta, sino la belleza espiritual y astral de toda la cosmografía.
Los principios del principio, fueron adulterados por el mal uso del libre albedrío y he aquí el principio de la confusión.
La muerte, no existe; donde acaba su período de prueba el espíritu encarnado y se desnuda de la materia que ya no le sirve para su progreso, empieza de nuevo la vida ese ser, en el plano astral; y será vida feliz o desgraciada, según la carga de su conciencia. Hoy lo revelamos, porque es éste el día dichoso primero de la luz y es dado que se escriban las cosas que se sustraen de la cosmología, patria verdadera de los espíritus del Padre y el hombre, es sucedáneo de los Consejos del Creador Universal.
¿Quién es el que entra en los Consejos del Creador? Es la plegaria humilde del corazón, en sus múltiples dificultades, que en su aflicción y por el sentimiento innato en el hombre, se eleva a donde su espíritu sabe que hay consuelo y alivio a sus penurias y allí, en aquellos Consejos donde los Maestros residen, al espíritu afligido que llega, le fortifican en el amor.
Amor. Bien lo has escrito hermano mío, hijo amado: es el principio de los principios: Por eso, mi otro hijo lo predicó y por el amor vivimos y por el amor nos redimimos.
Yo vine al mundo como uno de tantos; como vosotros, trabajando para mis semejantes y en provecho propio; y del trabajo me elevé porque sufrí resignada; porque amé.
Soy la venturosa mujer que en mis entrañas albergué y con mis pechos alimenté al que había de ser modelo de amor. Alguna mujer había de ser; me cupo a mí y doy gracias al Padre.
¡Cuánto me hiere verme tratada fuera de la ley universal! No fui la mujer de gracia; fui la mujer virtuosa, por la virtud de mi fuerza y ésta es mi verdadera grandeza.
No concebí en nombre o por obra y gracia del espíritu Santo, o por obra extra; los que esto afirman, me colocan ridículamente fuera de la ley divina; ley suprema; ley inexorable, por la cual somos grandes.
Llegó el día aciago, en que un Papa, Pío IX, contra la mayoría del sentir de Europa, se atreve a proclamarme árbitro de las cosas de Dios, ¿Por qué llegó ese día? ¿No habían pasado delante de él otros muchos papas durante 1.700 años? ¿Con qué derecho se declara árbitro y la suya ha de ser la última palabra? Yo era el reo y debía ser mi palabra, escuchada.
¿Árbitros de las cosas de Dios, seres que pasan como una película y gravitan en un mundo mínimo? No puede ser.
Con esta declaración nefasta del misterio de la inmaculada, se me condena al no ser, lo que mi espíritu es. Yo, ni otro ser, no puede ser madre sino por ley universal. Yo, ni otro ser, no puede ser grande por esa fórmula: y si mi espíritu pudo ser grande, fue por ser madre, que sabiendo serlo, es bastante santidad. Yo, fui madre fecunda y lo supe ser; ésta es mi grandeza.
Pero cuando la presa se escapaba, a fin de retenerla un poco más, había que apelar al milagro, palabra no definida en este mundo, ni en ninguno de la cosmología y en él, la mente ofuscada, al no saber definir los hechos que han llamado milagros, los cree cosas sobrenaturales y nada hay sobrenatural, ni existe la supremacía; en el mundo astral donde la vida es verdad, la mirada es de igual a igual y allí se define lo que aquí no se comprende por haber confundido el principio.
SI LAS MADRES SIENTEN EN SUS ENTRAÑAS CONCEBIR; Y EN AQUEL MOMENTO SE VEN MAYORES QUE ANTES, ES POR LO QUE EN SUS ENTRAÑAS SIENTEN; ES UNA PARTÍCULA DEL PADRE DE AQUEL FETO Y SU DEBILIDAD DE MUJER, SE IGUALA A LA DEL SER MAYOR Y EL AMOR QUE LE DIO A AQUEL SER, SE AGRANDARÁ POR EL DOLOR: Y POR EL DOLOR Y EL AMOR, SERÁ GRANDE COMO MADRE, QUE LO SERÁ, CUANDO DÁNDOLE EL SER, LE DE POR SUS PECHOS EL COMPLEMENTO DE LA MATERIA ANIMAL Y CON SU MIRADA AMOROSA, EL VALOR Y LA VIDA ESPIRITUAL.
¿Qué hice yo para ser elevada sobre todas las mujeres habidas y por haber? ¿Por qué di el ser al libertario, al loco, al inútil Jesús? Yo le di el ser material, pero él tenía vida propia en su organismo espiritual, principio del ser orgánico material: y los que en su organismo espiritual no tienen esta vida propia para comunicar al organismo material que les da la madre, su destino, ya lo anunció y definió mi hijo, cuando dijo: “En la casa del Padre hay muchas moradas”.
Venturoso el día que comprendí la propia vida del incomprensible, del maniático, del inútil, del irreductible Jesús; entonces vi que él venía a cumplir una misión sagrada que le fuera encomendada en los Consejos del Padre y me vi grande delante del Padre, porque, entre tantas mujeres virtuosas me cupo a mí recibir, en mi seno el feto. Bendigo al Padre en sus designios de justicia, pero no admito la supremacía ni la obra extra.
Yo, pude estudiar a mi hijo desde mis entrañas, en mis pechos y en su infancia y solo vi su gran misión cuando él me la declaró. ¿Y quieren los hombres sin vida propia en su organismo espiritual, definirlo y definirme en los templos de su orgullo?: templos que no sólo de esa religión llamada cristiana venía Jesús a combatir y derribar su orgullo, con su humildad, sino los de todas las religiones, para implantar la religión del alma, religión innata. Si no lo hizo, fue porque lo llevaron al Gólgota donde no debía ir, si los sacerdotes no lo hubieran temido. Pero la semilla no ha muerto y hoy es el día de la luz y la luz es vida y calor: germinará la semilla, que es inmortal; mas de Jesús; “Ecus consumatus”, dicen; pero Jesús vive eternamente.
Dejadme con mis recuerdos; soy madre y lo amo. Vuelvo sobre Jerusalén; veo las turbas que gritaban; el fuego entró en los pequeñuelos, inconscientes por la ignorancia; pero él les había dicho la verdad; había sembrado la semilla de libertad, de fraternidad, de amor y aquellos pequeñuelos redimidos por su propio esfuerzo gritan en estos días entre vosotros, ya conscientes “Libertad. Fraternidad. Amor”: Y es porque, la semilla floreció y se ha hecho fruto; triunfa Jesús. La luz debía en su día hacerse sobre los hombres, para descorrerles el velo y verían que no hay supremacía ante los Consejos del Padre y la luz fue hecha hoy presentada por mi otro hijo, su hermano.
En Jesús fundan la religión cristiana mal concebida y peor practicada y hasta el nombre le quitaron; ya que lo tomaron como fundador de esa religión que le apropian, no debieron quitarle el nombre y debió llamarse religión Jesuítica. Pero otros planes se fraguaron y no los de seguir sus doctrinas, y, él Krishna ocupó el lugar del misionero, en el castillo de granito, morada del dragón.
¿Quién es el que barrerá ese castillo que creen sea de granito y no resistirá a la palabra de la verdad predicada por mi hijo, que era, sólo el puente de paso a la vida?
Es la luz la que lo ha de barrer. ¿Quién la llevará? Mi hijo lo anunciaba en “Los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos”.
Los hombres del fausto y del boato, dicen ser los primeros y abandonan el rebaño y el rebaño está descarriado y no lo pueden llevar al redil, porque en él no hay luz y, las ovejas han visto la luz y ya no entrarán en la oscuridad. Esta luz, que se ha engendrado del fuego que tomaron en las palabras de mi hijo, fundirán el granito del castillo y no dejarán piedra sobre piedra cumpliéndose la profecía. Mas, la electricidad era el fundamento: pero eso pertenecía al cumplimiento de las profecías y ésta llegó.
El espíritu, agradece decirle el deber: y cuando el hombre oye al espíritu, el espíritu llega y cumple la profecía. ¡Bendito día el de la luz! En él estamos y, la santificación de la mujer, es letra muerta. Pero vivirá la santidad de la madre.
El milagro es la tiniebla densa que oscurece la verdad del espíritu; más el velo es ya descorrido, porque estos tiempos del progreso, buscan rumbos y senderos para unir la humanidad en una sola alma; en un solo sentir; en un solo corazón, porque el progreso, ha adelantado tanto, que comprende que no pueden vivir los hombres indiferentes y aislados los unos de los otros y se sirven recíprocamente del progreso correspondiente entre unas y otras razas; entre unos y otros pueblos; primero material y especulativo; más tarde por necesidad, llega y llegó a la fraternidad y de la fraternidad nace el amor que engendra el nuevo régimen que traemos.
Más las supremacías quieren predominar; todos dicen la verdad relativa; pero no se entienden y se precisaba un mediador, porque, dos principios de elemental igualdad se repelen; la ciencia tiene razón, pero la inercia de los sabios, por sus prejuicios y poca fe en sí mismos la han dejado amordazar por las religiones, más astutas que la ciencia, porque tienen menos razón y más hipocresía.
¿A qué venimos los espíritus? Venimos a decir la verdad, para que sea sostenida; pero venimos por la ley de las afinidades y por el amor. Tenemos mucho que enseñaros y tenéis muchos que trabajar, para llevar la chispa a los pequeñuelos que prendan la luz y el fuego que tienen dentro de su vida propia del organismo espiritual; pero se mantiene aún ese fuego y esa luz, sin comunicar brillo y calor, obedeciendo a una consigna dada en los Consejos de Sión; pero de aquellos consejos, ya salió el apoderado administrador.
Estos son los tiempos de la generación profetizada de venir a recordar las doctrinas; los tiempos del nuevo derrotero; estos son los tiempos proclamados por Jesús y por eso estamos a vuestro lado y os descubrimos el velo, para que podáis conocer el “Numen Lux” que es el amor; ley única; principio de todos los principios, que ha de unir los pueblos en un solo pueblo, sin diferencias ni supremacías, porque es el código del Dios Amor.
Los espíritus venimos, porque vemos muchas llagas que hay que curar y los llagados perecerían por falta de remedios eficaces: hablo de los llagados espirituales: para los llagados corporales, el espíritu trajo las ciencias.
El tiempo ya llegó; es el día señalado y la hora ha sonado y la supremacía no puede percibir la luz: más por eso ha llegado el día y el principio de los principios ha de proclamarse y, su sola proclamación derribará los castillos de piedra de los altares del orgullo; no hay vírgenes ni santos; no hay más santo que el principio de los principios; es el amor que es el Padre, porque es su ley.
Somos todos una sola y misma cosa: este es el apotegma que todo lo suma.
Acaben las religiones y principie la era nueva; la era de la verdad; la era de la luz: Para esto se necesita vuestra acción y proclamar un solo Dios de Amor: un solo principio y un solo amor.
Este es el espíritu perfecto y os lo dice, quien llevó en su seno el espíritu más abnegado que hasta sus días vino a la tierra, el que os lo dijo y ahora os lo recuerda para que lleguéis al Padre.
La paz sea con vosotros.
María de Nazareth.
Me extenderé otro día, hijo amado, en lo que desees. Adelante, hijos míos.
A que levante esas cargas
Que ha expuesto la gran María
invito y no toméis largas,
reyes de supremacía,
porque llegado es el día
de las verdades amargas.
Habíamos quedado conmovidos por las enseñanzas y recuerdos que nos dio María, y esperaba la visita de su hijo, según promesa; pero debía ser largo y el amoroso Jesús cedió a las súplicas del espíritu, que se manifestó con gran reverencia, y dijo:
–Buenas tardes. He oído con amor y ternura la alocución del alto espíritu que acaba de hablaros y admiro su grandeza y sabiduría, no porque desconozca la fuente donde bebe esa venturosa mujer, sino porque en dos palabras dio una ley que al mundo salvará.
La sentía en mi corazón, pero es necesario amar como ella para penetrar en los arcanos de Dios y comprender esa ley de amor.
Yo vine al mundo con una misión redentora y la cumplí sólo en parte, por la oposición; pero mi intención fue la de redentor de país que venía a libertar, para abrir este crisol destinado a la fusión de toda la humanidad, y quedó cumplida mi misión en parte.
Por más que ciñese la espada, no fui tirano ni fratricida, y, fuera de estos casos, también la espada es misionera; pero, aparte de la espada está el corazón, que es el que debe mandar a aquella. El corazón del guerrero debe ser noble y fuerte, de acero y cera; en esas condiciones, la espada no se manchará en sangre fratricida; la mía está limpia.
Yo tenía el corazón fuerte para la causa de la libertad y noble para el vencido: mi espada no se tiñó en sangre fratricida, porque tampoco fue una guerra entre hermanos, sino de causas, de amor al progreso, y quería llevar a las pampas argentinas el arado primero y luego todos los progresos que hoy tienen aquellos campos entonces desiertos, y la ley mayor ordenaba poblarlos.
El guerrero, en sus dotes de tal y no olvidando su deber, sólo debe enseñar la espada al lobo carnicero, al retrógrado, que con esto quiere la muerte de sus semejantes; y en este caso también la espada lleva la luz y la fraternidad y detrás viene lo que la fraternidad y la luz traen en pos: la libertad, el progreso. Por eso, tras de mi espada libertadora, se llevó a los desiertos el arado y el progreso.
Yo mandaba hombres fuertes, misioneros que amaban la causa de la libertad, y pasé las cordilleras y fui hasta el Perú; pero mi misión no fue cumplida, porque quería que el continente americano no tuviese divisiones; que fuese una sola República, una sola nación, porque en toda ley era una sola raza, producto de la raza misionera y con esto no se hubiera derramado sangre en las guerras civiles que se han sucedido y amenazan, en cada momento por las diferencias de los gobernantes. Sólo una nación debió ser, no lo es; esto me apena en espíritu, aunque no me pueda acusar de culpable.
Procuré derramar la menos sangre posible, como hubiera hecho cualquier general a quien le hubiese cabido mi misión; me cupo a mí y fui el general: “Alguno había de ser”, digo cual la gran madre, que acaba de hablaros.
Yo me desprendí de todo lo que como hombre pudiera atañerme en mi delicada misión de redentor y no entró en mi corazón la saña ni la venganza; mi satisfacción era el cumplimiento de mi deber, no muy fácil de cumplir, porque yo sabía que los dos pueblos eran indómitos, pero uno, España, la progenitora, había cumplido su misión y no debían, malos hijos, retener la herencia de los otros.
Los dos pueblos tenían la misma fe y yo mismo admiraba la misión del sacerdote, porque sentía dentro de mí los influjos de las creencias que el sacerdote representaba a nuestros ojos; y lo admiraba también por su vida descansada, que con escaso trabajo todo lo tenía en abundancia, y yo que me multiplicaba no recibía más que, en múltiples ocasiones, agravios; pero estaba aún lejos de creer que el sacerdote a quien admiraba fuese la causa de nuestros yerros. ¡Oh, qué gran hipocresía de política!... Pasaron los años y llegó el primer centenario. Veo que mi nombre figura en la historia y me ama mi pueblo; no figuran los que me combatieron y calumniaron, y lo siento, porque quitan valor a la verdad.
Yo era hombre de corazón, pero los prejuicios influyen y aunque presentía la causa primera de las cosas, temía, más que amaba; la culpa era del sacerdote a quien admiraba.
Los hechos son precisos; veo con satisfacción el progreso de mis libertades; pero me queda el sentimiento de que hayan hecho muchos pueblos de lo que yo quería que fuese uno solo, para que, como os he dicho, no hubiera guerras civiles que siempre detesté; pero la teología de la burocracia departía con ellas, porque, para su vida, era una necesidad la guerra entre hermanos.
Mi misión quedó por esto incompleta de la unión en la que todos los pueblos del continente sudamericano fuesen un solo pueblo, por una sola constitución, y aunque esto no me ha dado tinieblas, da padecimientos a mi espíritu y he decidido hacer una sola nación en la creencia y en el amor.
Se me alaba en la nación constituida, por los teólogos, por las religiones, que me agradaban como tales; pero en espíritu veo que están dominando las familias y siembran el odio a la verdad, que con valor proclamáis vosotros, porque habéis recibido el poder de los Consejos de Sión: sois mil veces más generales que yo, y si en mi tiempo se hubieran ya predicado vuestros principios, yo los hubiera aceptado y propagado, porque la transmigración de las almas es un axioma indiscutible.
El espiritista no es ni loco ni alucinado, es el misionero de la verdad, del amor, ley divina, porque es la ley del Creador y esa es la unidad que predicó Jesús, mi Maestro entonces.
Mi espíritu padece porque estos países conquistados para la Libertad no enarbolan aún la bandera del espiritismo, emblema de unión fraternal; pero descanso al ver a los pequeñuelos que la enarbolan, y os digo: Benditos seáis, mil veces benditos, porque lo que yo no pude hacer con la espada lo haréis vosotros con vuestra doctrina de amor, y yo a vuestro lado estaré, por deber.
La luz no se escribe en letras, está innata en el espíritu; el fanatismo de patria es muy ruin, es un prejuicio y hay que abolirlo en la ley del amor, en la cual caben las fronteras naturales, pero no caben las fronteras de la fraternidad.
Yo no quería ver clasificadas las provincias conquistadas bajo nombres diferentes, sino bajo un solo nombre; pero vosotros preparáis el camino y vuestro plan es más vasto, pues abolís las fronteras del universo; pero habéis sentado que “por ley biológica cada uno tiene sus amores aparte del amor universal”, y yo aprovecharé los caminos que trazáis y conseguiré la unión del continente, y no será con los que se creen más, sino con la luz y el amor de los Consejos del Padre.
No he recibido trabajos ni padecimientos por mis hechos en la tierra, porque mi misión de progreso la cumplí; pero no hice la unión, que era la corona de mi misión; y cuando los caminos estarán preparados por vuestros trabajos volveré, no como guerrero, sino como misionero del Espiritismo y por él sellaré la unión deseada.
Gracias, hermanos; con vosotros está vuestro hermano.
Un General.
Aquí un juramento hice, muy solemne,
que llegado el tiempo cumplí en la “Unión
Hispano Américo-Oceánica”, y perenne
está firmado como única y sola nación.
Y este continente, y España y afines,
le dicen al mundo: No seáis más ruines,
y no seáis mudos y oíd los clarines
que tocan alegres el himno de Unión.
Libro: Filosofía Enciclopédica Universal Tomo I
Autor: Joaquín Trincado
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