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Joaquín Trincado

Posesión Portillo; Noviembre 19 de 1911

  • Foto del escritor: EMEDELACU
    EMEDELACU
  • 30 sept 2023
  • 7 Min. de lectura

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Paz entre vosotros, amor os una.


Ocupamos constantemente el lugar que nos está destinado; hoy vengo a confirmar las doctrinas confiadas a los hombres de voluntad aquí presentes, que aspiran al amor del Padre universificando a toda la humanidad. Benditos los hombres del amor, benditos del dios Amor y amados por mí que amo al Padre.


Los espacios enteros aquí están, por la justicia que presienten todos y les llena de alegría ver acercarse el día del amor.


Queréis implantar el amor del Padre, obedeciendo a la inspiración y al cumplimiento del deber jurado, ilustrando en la verdad a esas humanidades del planeta tierra, enseñándoles la unidad universal de la cosmogonía, en la cual hay hermanos mayores que se elevaron por su esfuerzo y trabajan para que sus hermanos pequeños que habitan mundos inferiores y de lucha material, se eleven un grado más y puedan subir al mundo superior inmediato que en la escala eterna del progreso os está señalado a los terrenales.


Heme aquí, pues, entre vosotros en espíritu, y en verdad que vengo en cumplimiento de mi cargo y por la justicia ante millares de hermanos que esperan que yo confirme las doctrinas de amor que en mi última existencia prediqué, no digo en toda la redondez de la tierra, porque no había el medio progresivo que hoy poseéis, que la palabra es llevada en pocos minutos a todas partes; pero mi anhelo así fue; y ya que mi materia no podía y no llegó a toda la tierra, hoy mi espíritu recuerda aquella doctrina de amor, aquí, para que sea esparcida en un solo día a todos los hombres de la tierra; y confirmo que ella es la verdad del dios Amor, ahora descubierto, y es la misma que el Mesías y espíritu en Verdad, Jesús, por mandato expreso anunciara, para el día del Juicio y doy fe en justicia.


Yo vine en la última existencia para dar impulso y cumplimiento a mi misión de Mesías Regenerador y aclarar las obscuridades que quedaban envueltas en las parábolas y tomé mi materia a propósito y los estados de la ciencia, civil y libre, que me parecieron oportunos. Mas, pronto eché de ver que debía entrar en las mismas doctrinas que venía a rebatir, porque me ofrecía, con sus equívocos, un campo favorable y lo aproveché.


Jesús había predicado la misma doctrina, partiendo de los mismos consejos que yo partí; y contra su voluntad, su doctrina fue llevada al dogma, por esa pequeña Iglesia de nombre apócrifo; y para mejor empaparme en sus desaciertos y maldades, yo debía formar en sus listas.


Vengo, pues, de la Edad Media, a restar en parte el odio y el fanatismo, cuando más en su apogeo estaban encendidas las hogueras, resultando fatal, de no haber medido los principios de igualdad que debían estudiar en la luz que se les había depositado; más la tradición desnaturalizada, que llegaba a los llamados primeros padres de esa pequeña Iglesia y la ambición desmedida de su concupiscencia, fue la causa de una amalgama que era indescifrable cuando mi última reencarnación y esto me movió a salir de los consejos del Padre, para aclarar el principio santo.


Partí del principio civil, en el que tomé los dones necesarios a mi respecto y fui arrebatado de las aulas del derecho, por buscar el principio salvador del alma, de las doctrinas de amor que predicó Jesús y que, en aquellos momentos estaba agobiado, porque la sangre corría a torrentes, y por todas partes lucían las hogueras encendidas por esa pequeña Iglesia Universal; yo quería ver si se podía reedificar dentro de ella y vi que no había materiales.


Por mi abolengo de familia y mi ilustración, me licenciaron en sus doctrinas y en sus dogmas y me fui hacia el Oriente; yo buscaba la Iglesia Universal, aunque fuese en los Vedas o en el Buda; busqué la tradición y a fuerza de luchas adquirí la enfermedad apótica que mataría mi materia; pero ya dejaba largos territorios sembrados de la semilla del amor y de la verdad, sobre la tradición de Shet.


Pero, detrás de mi esfuerzo, llegó la Iglesia pequeña, con la Inquisición y el nombre apócrifo cristiano, que yo no prediqué; pero no ha resistido a la mayor luz de las doctrinas de aquella, también pequeña Iglesia, pero que guarda algunos principios de Shet.


Mas ya mi espíritu liberto mira su obra y la del maestro Jesús; no la resistían las conciencias libres, pero no pueden practicar el amor de nuestras enseñanzas, por la mordaza de unas y otras iglesias pequeñas; pero rompen la cadena más gruesa del apócrifo cristianismo y quieren estudiar en la ley de la cosmogonía y hacer alta alianza; el germen de la semilla sembrada va a dar sus frutos sazonados.


Pero el representante de la Iglesia pequeña, con sus templos insultantes del orgullo y el despotismo, se pone en reñido parangón con la pobreza del Galileo y resiste un momento más el empuje de la fuerza, luchando por una supremacía que no tiene sólida base y hoy se bambolea al soplo de otras humanidades que estudian más alto, no degenerando de su principio.


Ya los hombres del pensamiento libre leen el libro de la cosmogonía, y creen al Creador, y se hacen luz, y oyen las voces del espíritu de Verdad; es la hora de las decisiones grandes, porque hay mayoría de liberados.


Con el corazón conmovido y mi alma saturada, refrenando los impulsos de las muchedumbres, llegan aquí las primicias de las voluntades mayoritarias, que suenan como potente esquilón, para que cesen las guerras de las conciencias; huyen los prejuicios de los espíritus y se establece el primer equilibrio de la razón, tras del cual viene el impulso de la luz con la verdad descubierta, y el amor renovará la faz de la tierra.


Mi alma se refleja en el espacio y dispone las miradas de los espíritus de luz, hacia el punto que ocupa el que le pertenece dar la batalla, y yo vengo a confirmaros esta verdad.


Autoricé el acuerdo de los consejos; lo vi en sus luchas y veo en su desenvoltura cómo aprovecha su tiempo, cómo oye nuestras voces y arde en deseos de la justicia. Es llegado el momento. El maestro Jesús, en su deber, se multiplica, va siempre a su alrededor una multitud de profetas, que, como Elías por los antiguos, Juana de Arco y Teresa por los modernos, y tantos otros, templan las cuerdas de las sociedades y les recuerdan los deberes y cantan el aroma del alma en sus letras, en sus versos, visiones y campañas, van preparando los caminos para la decisiva batalla. Jesús, por su mayor deber, trabaja de todas sus formas; y cuanto más grande es la saña de los prevaricadores, llega su voz y su figura al centro de la Europa y hace armar en general guerreo a la mujer, demostrando a los déspotas que el Creador tiene medios de emplear su poder, hasta por la parte más débil de la humanidad; y allí, en la Francia, las muchedumbres ponen un sello de derecho de la libertad y sale un genio que mira al mundo, pequeño, para ser posesión del alma.


Siguen las religiones en su embrutecimiento, poniendo piedras de escándalo; mas todo ya se convierte en armas contra ellas mismas y huyen de su lado los conscientes, individualmente y por naciones y se proclaman las libertades, los principios sanos y sacude el hombre la atonía a que le llevaron los dogmas y los prejuicios; son los hijos del libre pensamiento y el libre examen y los gobiernos, los que dan asiento a las libertades. Sólo el Pontífice amordaza a éstas y se venga impune con el veneno, el puñal del Jesuita degenerado y la espada del vengativo.


El África Central está convulsionada y no es ajena la Iglesia pequeña a la conflagración; pero los espíritus de luz sostienen a unos y otros y van inculcando la necesidad de la ley de amor que ha unido ya los estados, desde que el pensamiento libre ha podido sacudir el yugo del dogma y el prejuicio; y lo que en todas partes sucede, es la voz de la conciencia que habla al corazón de los hombres, para conquistar la libertad, con la que queda sellada la libertad de pensar. Jesús no ha perdido su tiempo.


Hoy, ha llegado el momento propicio; los pueblos casi todos son autónomos y esto los ha puesto a la altura del progreso en que la tierra se encuentra, ganado en pocos años, aunque ese progreso se predicó hace 19 siglos y se enseñó a escribir 17 siglos antes.


El espíritu del hombre está dispuesto a recibir el lazo de unión bajo una sola creencia, bajo una sola ley, bajo la ley del amor, que resume las leyes todas de la cosmogonía y rompe las cadenas que le atan al mínimo mundo tierra y le hace ser esclavo de la materia y vivir como en perdido rincón, cuando su morada es infinita.


A implantar el amor, a enseñar las leyes armónicas de la cosmogonía, han venido luchadores, afines de Jesús, que en la generación presente andan confundidos entre los hijos humildes del pueblo, con la luz en la mano; ellos están dispuestos a recibir los efluvios benéficos del amor universal, que por los espíritus llegan al centro de la luz que rige los mundos todos; ellos harán circular y crecer la idea que sublima al espíritu, del verdadero Dios, no ídolo.


Conocimientos que han obtenido por el esfuerzo de su trabajo y son mandatarios de los consejos del Padre en cumplimiento de un juramento y de una misión de paz y de amor; ellos traen el mandato de encender la hoguera, no para quemar las materias, sino para abrasar las almas en el amor fraternal primero, y luego universal; fuego que una vez encendido en el espíritu no se apaga jamás y que ha llegado, iniciándose desde el principio de la humanidad, hasta los tiempos presentes, en que ha de generalizarse en toda la redondez de la tierra el día de la proclamación, bajo la forma de la ley de amor, porque los espíritus, valiéndose de los mediadores que en todas partes hay, los utilizarán en aquel momento y repetirán la voz del misionero. Este y los mediadores de los espíritus, son los defensores de Jesús, que yo confirmo en su cargo.


Ha llegado este momento histórico mil y mil veces profetizado por Jesús, por los profetas y por todos los Mesías. Jesús, el más agobiado Mesías, cumple su misión, entra en su ganado descanso; y otro ocupa el lugar que los consejos le han asignado, para dar a las humanidades el brillo de la justicia, la eficacia de la ley de amor, el conocimiento de la ley de las afinidades, la posesión del secreto de la cosmogonía y la perfección de que el espíritu es capaz en la tierra.


Este es el Mesías regenerador que el espíritu de Verdad confirma y que delante de todos los habitantes del espacio os habla.


La paz sea con vosotros.

Francisco Xavier, E. V.

Firme, pues, la voz

y serena la mirada

la Ley está declarada

En Justicia, Paz y Amor.

Mas Amor, Paz y Justicia

es la balanza terrible.

Del juicio que hoy se inicia

contra los dioses, punibles

del delito de deidad,

que los juzgará inflexible

en un juicio de verdad

en la más alta justicia

con la más alta equidad,

que aún las mentes no conciben.

Libro: Filosofía Enciclopédica Universal Tomo I

Autor: Joaquín Trincado

 
 
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