Posesión Portillo; Noviembre 19 de 1911 (hora 21)
- EMEDELACU
- 30 sept 2023
- 11 Min. de lectura
Actualizado: 6 oct 2023

Suena el clarín de llamada y nos levantan de nuestro hogar; y caminamos por fuerza, nuestros hechos a confesar.
De lesa deidad nos acusan, por dar el nombre al cristianismo; no podemos excusarnos, es cierto, hemos delinquido.
Jesús lo presentamos mal a la posteridad; fueron los hombres malsanos, en intención de amalgamar sus doctrinas con los otros que a su poder llegaron y las religiones todas se han ido dulcificando, más la hipocresía cristiana tomó la prioridad y llevando las cruzadas, es preciso confesar, por nuestra concupiscencia, y querer avasallar, usamos la cruz y la espada: el caso era avasallar. Recogimos su inocencia, más quisimos la maldad, porque la limpia conciencia no podía dominar. Hicimos mal, lo confieso con ingenuidad.
Yo acudo al juicio, me llaman y debo contestar. ¿Acaso fue mía la culpa? ¿No lo encontré yo, ya mal? Pero esto a mí no me excluye de la culpabilidad.
¿Lo encontré mal? El trono ocupé y debí disponer todo en su lugar. ¿No lo hice? Pues hice mal; y es justicia que recaiga sobre mí la culpabilidad; que me perdone Jesús, siento que lo he agobiado y creo que huye de mí..., pero no... Es mi pecado el que lo aleja de allí donde se fraguó y dio amaño al apócrifo cristiano que tanto me ha hecho sufrir.
Me mandan hacer historia, yo obedezco y la diré; la verdad, y como la siento, y ojalá mi sentimiento haga en mí, feliz memoria.
Desde el apostolado, que el maestro instituyó, hasta mi triste elevación al sumo pontificado, llegó mal la tradición, pues ya había prevaricado la Iglesia en su fundación, que se fundó en la discordia y ésta fue siempre su historia; siempre la contradicción.
Cuando a nosotros llegó, en estado tan fatal, fue de todos la opinión el poder unificar.
El principio no negamos, más llegó la confusión al ver evangelios tantos, pues eran más de cincuenta los que allí nos presentaron, que formamos a complacencia e intención desleal, lo que la concupiscencia nos pedía y digo más; no temimos al infierno, por faltar a la ley de la verdad.
Mas nuestra alma no reposa, la obscuridad nos rodea, por todas partes flamea la bandera vergonzosa de negro crespón y roja, por nuestra concupiscencia.
Porque nos falta la luz hemos caminado a ciegas, pero yo llamo a Jesús y en medio de mi tiniebla le digo: “Maestro Jesús, disipa la densa niebla, pues, cierto, dijiste tú: “Si tu luz es la tiniebla, ¿cuál será tu obscuridad?”. En espíritu comprendo la verdad de esta verdad, no la comprendí, lo entiendo, y obstaculizó el progreso y maté los pregoneros del amor, de la verdad, porque en aquel maremágnum del monstruoso Vaticano, aún en la silla papal, se adormece la conciencia, vence la concupiscencia, el odio y la deslealtad; y se mata, se envenena, se amordaza, se condena al que se atreve a pensar, sea el Papa, sea el cura o el simple sacristán, el verdugo que amedrenta y que mata y que envenena, será absuelto, en cumplimiento de la dignidad papal.
Y el amor que Jesús dijo, para nosotros es letra muerta, pues nuestro prefijo es convertir esta letra en odio, risa o cinismo, porque nuestra autoridad, infalible y arbitraria. Sobre los libros santos, nadie podía pensar, sólo los desciframos.
Y en nuestra mente, de locas suposiciones, le concedimos los dones decretando la muerte al Krishna, polo insensato con el que hacían la luz, en el primitivo Oriente, y al agobiado Jesús, el pesado y afrentoso signo cruz.
Porque al hacer la amalgama, con desleal osadía, tuvimos supremacía y les pusimos las armas de nuestra teología, de los principios sacados de sus libros y sus cantos; y por si parecía mal, les presentamos divina, la casta sacerdotal.
¿Nos increpan? No me espantan; nuestra arma es su aparato; en el tendido del gran Cristo, valga decir, a Jesús crucificado. ¿Nos dicen falsos? No temo. ¿Son ellos verdad? Lo niego; cada cual es falso y luego hacemos la falsedad, y todo el mundo está ciego, con mentira universal.
Pero del Krishna, al Cristo, como lo sacó Jacob, no hay diferencia en los hechos; pero pudo orlar los pechos y usarlo como arma en cruz, aunque es prevaricación, porque esta arma era Jesús, que sólo lo llamó Cristo, por desprecio e irrisión.
El arma es una roqueta, que frotando da la luz; más Jesús no es la frontera de esa arma de antiguos hechos, Jesús es el hombre de hechos modernos que conocemos, de civilización, luz y progreso.
Con Jesús llega la luz, no la tea, el fanatismo y la guerra, trae la ley de libertad y quiere en una ley sola, todas las leyes compendiar y matar al sacerdocio prevaricador, fatal Establecer la igualdad y así anular el divorcio que reina en la humanidad; porque las supremacías, que el Krishna al astuto daba, y el Cristo que Jacob llamara, de herencia llegó al sacerdote; Jesús fue el picaporte, que a la conciencia llamaba, en la puerta del amor, pero astuto el sacerdote aprovechó su candor y fingiendo un gran dolor, lo tomó por picaporte y con rabia devoró.
El Cristo por nosotros fraguado y que padeciendo está, de continuo lo llamamos, no le vemos, no palpamos, y aunque padeciendo está, os habla a vosotros, hombres de humildad y de amor y os instruye y os ilumina y nos preparáis la ruina y una catástrofe habrá, porque el castillo de piedra a la razón no oirá. ¿Cómo oír a la razón, los que su luz es ceguera? Porque en aquella topera está frío el corazón.
Nunca en aquel antro vimos a Jesús, ni muerto ni vivo, porque él no puede llegar donde ha lugar sólo la vergüenza y el vicio.
Mas él les habla a las turbas, en las calles y en las plazas, se convierte en las batallas en misionero de paz, porque ésta es la misión suya y al fin la conseguirá, porque vosotros lo oís y vuestro pecho lo siente y entre los dos combatientes hay una diferencia tal, que uno guarda la mentira y vosotros la verdad.
Yo, ya estoy desengañado y es plena convicción mía; es hora de hacer justicia, pues los tiempos han llegado que citan las profecías y el espíritu de Verdad a los pequeños desciende y se deja ver y oír; después de Jesús, Xavier toma las riendas del poder espiritual.
Como han predicado a las turbas y éstas han visto la luz, en consorcio con Jesús, estas turbas se levantan y miran al capitolio, y después de la batalla, Jesús descansa y Xavier va al solio.
Es justicia que así sea, porque nosotros hicimos letra; y “la letra mata al espíritu”. Esto es un caso directo y es palabra, no del Cristo, palabra de Jesús era.
En esta situación, ¿qué nos queda? ¿Resistir? Vana quimera. ¿Desmentir? Nos falta prueba. ¿Confesar? Lógico fuera. ¿Humillarse? Esto debieron, pero ¿cómo lo han de hacer si en su mayor decadencia encendieron las hogueras y aún opinan que podrán hincar sus dientes de fiera y aún retan a los poderes y gobiernos de la tierra?
Están ciegos, y ni ven al poder de los poderes representado en Xavier, que substituye a Jesús para derribar la cruz, arma infame de la Iglesia; pero no resistirán, pues es llegada la hora que, en los Consejos de Dios, la Verdad se proclamará y el misionero llegará con la gran ley del amor, la que yo acepto y proclamo y puesto en la lucha reclamo, para hundir la fatuidad.
Yo, como Papa, fui arrastrado, y no por casualidad, sino por el egoísmo de la carne y liviandad, y porque amé el peligro perecí en él, fui a penar porque la ley inflexible me cegó como a los demás.
Llegué al espacio y me vi desnudo, no supe tejerme el traje que se tejen en el mundo los hombres de ideales, de amor y de libertad, y caminé sin cesar, como salido de quicio, y hoy que se celebra el juicio, de alta responsabilidad, acudo, y al Juez confieso que intercepté el progreso, pero que desde el espacio oí tocar los clarines y busqué a mis afines; me enseñaron el Mesías, que es juez de la ley de amor, y descendí y aquí estoy declarando por justicia, y el Mesías que radica ya en el mundo terrenal, no es el que esperando están los errados israelitas.
Mucho, en verdad, me sorprende la humildad y buen criterio, pero Dios tiene sus leyes, las predica el misionero, que va diciendo: Yo soy el Juez del amor del Padre. Y la Iglesia de los padres dice: ¿La prueba dónde está? Como lo ven encarnado en un traje de humildad, lo creen iluminado en su modo de pensar, y el misionero, que es sabio, pero sabio de verdad, les dirá: Necios, reacios. ¿Pedís la prueba? Aquí está.
Oigo millones de voces que me dicen sin cesar: La ciencia del misionero es cual la de un Consejero del Consejo Sideral, donde la sabiduría tiene solidaridad, en la Gran Cosmogonía que “siempre ve más allá”. Esta es la ciencia que expone, y ser juez le corresponde y con su espada dorada al que bien no se conforme, lo mandará a otra morada.
Aquí es donde me confundo y no entiendo el aforismo: Yo firmé Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres; y el Juez prueba y firma a uno de amor y libertad y, pues si de amor y libertad es Dios, no nos condenéis, porque fue una equivocación, impía, yo no lo niego; más equivocarme no quiero, y hago historia al misionero de lo que se puede hablar para todos, y haré a él, de lo que aún debo callar, escrito sobre el papel de la hermana que ya tiene algo y luego tendrá más.
Yo vestí de perla y oro y desnudo me encontré; quiero vestirme las galas del saber y del amor, para luchar con vosotros y ayudaros con mis votos a la prueba que los tontos de capirote y buen porte con malicia pedirán.
Perdóname, buen Jesús; te agobié y me arrepiento, porque me encuentro harapiento, corro porque estoy hambriento, de tu maná a beber, y al gran Francisco Xavier, superior de los espacios, pido que me deje ver de cerca a éste mi hermano, pues que ya toca el Rabel y el clarín de las batallas, yo no quiero ser pantalla, quiero ser luz, gran Xavier.
Gerónimo.
¿Qué si es sabio? Ya lo creo,
Y precavido, de yapa,
porque si cometió yerros
como Gerónimo Papa,
como sabio se declara
del lado de la justicia
y denuncia la injusticia
que a Jesús como hombre hicieron.
Si valiente fue en faltar,
valiente es en confesar.
Y yo que valientes quiero
lo recibo y le encomiendo
la destrucción del Altar,
y cumplirá, así lo espero.
El médium quedó en posesión y dijo:
¿Adónde vas tan alto, que alcanzarte no puedo? –Soy obrera y voy al laboratorio. –Pero, y en ese envoltorio, ¿qué llevas que ver no puedo? –Sígueme al laboratorio y estudiarás mucho nuevo. –Y en ese laboratorio, ¿hay algo que yo presiento, pero que jamás alcanzo a descubrir en el suelo? –Pues en la tierra, hombre necio, aprendí yo a dar el vuelo, ¿por qué no me sigues tú hasta el centro de la luz y ver allí qué diferencia hay entre tu ciencia y la mía?
Seguir quiero ese ideal, y cuantas veces lo intento, arrebatado es mi vuelo por las cosas de este suelo de quimera y de ruindad. Dime, obrera del progreso, ¿cómo se llega hasta allá?
Deja tu cuerpo en la tierra y eleva tu pensamiento y entonces tu sentimiento en la plegaria verá el verdadero sendero de aquel mundo sideral; sígueme, si tienes fe en esos presentimientos, y porque encuentres haré, servidores mensajeros, que te dirán la verdad.
No es en la luna pequeña, donde me he de detener, la luna es muerta y sin poder, pero si es un mensajero que el mundo de los conciertos le dispone al misionero, que en la tierra madre está para que sirva de asiento, un segundo nada más, cuando eleva el pensamiento hacia la santa ciudad donde todo es alegría, ciencia, amor y libertad.
Corre, obrero del progreso, y señálame el camino de esa sin igual ciudad, pues quiero ser un obrero, y siento unos grandes deseos por llegar... Sí, para llegar a descubrir ese envoltorio que llevas al laboratorio de esa ciudad sin igual.
Camino... y, ¿qué veo? Es el mundo tierra, bello... ¿Cómo esto no se comprende? Es verdad, la ciencia puede ahondar, si con empeño escarba en todas las cosas, y desde las mariposas, en su constitución sutil, hasta la planta preciosa que se llama hombre fósil, puede el hombre de la tierra tener poderosa ciencia; a mí me faltó paciencia, aunque tuve la elocuencia de la palabra y del dicho, pero me encerré en mi nicho y cometí un disparate; pero aquí os dejo dicho: la ciencia tiene su parte, porque se compone de arte que se puede transformar y se transforma de más en más; trabajando día a día comprenderá la armonía y de todos hará un todo, como el infinito Cosmos... Este es el lío de aquella obrera.
Mas… ¿Dónde estoy? ¿Esto qué es?... ¡Detente, viajera hidalga!... Me anonadó... ¡Dios me valga!... ¡Si casi no puedo ver! ¡Qué diferencia, Dios mío, del mundo tierra glacial!... Ahora sí puedo creer en el mundo sideral, que envolvía el envoltorio que hoy conseguí desliar... Más, no te rías, viajera. Aquí me paro a pensar... luego... luego... luego iremos más allá.
Examinemos, digamos lo que se pueda expresar. Si yo no me volví loco, otro no se volverá.
Veo hombres y mujeres, perfectos no; son carnales. Pero son sus trajes níveos, como túnicas flotantes; y, aunque miles y miles veo, todos, todos son iguales.
¿Y la talla? Qué portento... Permitidme que lo diga, un metro y treinta y dos centímetros, es su justa medida, todos igual... Qué armonía... Oran, piensan, hablan, cantan con una tal melodía, y de continuo trabajan, porque allí siempre es de día. Más los veis y no los veis, y esto me lo han de explicar. Dicen: “La causa, es porque, aún no sois espiritual”. Es cierto, ahora comprendo, y así lo entienden y entiendo, que aquellos hombres tan bellos, tienen cuerpo... angelical... Así sólo sé yo hablar; pero ésa no es la palabra, porque si cantan y labran, hombres se deben llamar.
Pero observo al punto que es un mundo de progreso y de amor y de igualdad, y que trabajan y estudian para aún más progresar, porque en sus cantos que oigo, dicen: “Eloí está más allá”... y se van, y siempre van más allá...
¿Y las mujeres? ¡Qué bellas! Porque allí el hombre procrea por la ley universal; pero como el amor reina, al dolor no hacen lugar.
¡Qué mujeres, oh, Dios mío! ¿Qué diré a los de la Tierra? Perdonad, hermanos míos; no hay palabras, son bellas, bellas, muy bellas; y si posible me fuera, yo me quedaría entre ellas.
Este mundo de armonía, donde encuentro tantas dotes, es toda una sinfonía que no puedo describir; Son tales sus dones y tal su sutilidad que oyen y ahora oigo las notas de la música terrenal, y aunque sólo dice penas, no está mal, pero es monótona. Si aquí no desentona es por una idea llena del concierto universal, y este mundo desde el cual os hablo está cerca de mi mundo: tierra igual.
Desde aquí se presienten mundos de fraternidad, de ciencias, de melodías, de dichas y de alegrías; y aquellos a éste prometen lo que éste promete a la Tierra; y es la ciencia verdadera del amor universal.
Este es un observatorio del sin fin laboratorio en que trabaja aquella obrera, y que si me permitiera desenvolver su envoltorio... ahora me tira, me lleva... Déjame... feliz viajera... Deja... Deja... Deja. Déjame que estudie un poco y que repose un momento; que contemple el firmamento que mi cabeza cubrió, cual cubre a la rueca el copo; quiero hilar, tejerme el traje, pues ya me ha entrado el coraje y ahora quiero trabajar en las verdades de Dios, pues oigo, aunque no las veo, muchos millones de voces, que cantan y reconocen al Dios de amor, Creador del Universo.
¡Qué delicia! ¡Qué armonía en ese inmenso concierto! Y aquí viven y trabajan y hay temas que resolver y se procrean los hombres por nuestra ley natural. Hay industrias, ciencias y artes, pero es todo comunal y aquí tenéis el secreto de su paz y bienestar.
Porque el amor es la ley; se hace el bien por el bien mismo... Vaya, que a estudiar no me resisto y al mundo tierra diré: estudia, trabaja y ama, y adelantarás la obra que tienes que edificar con tu esfuerzo, es tu destino, que eludir no lograrás.
Las costumbres de este mundo son de confraternidad; sólo difieren del vuestro en que aquí todo es moral, porque la igualdad en todo, al daño no hace lugar. Pero entre todo lo bello, hay una que es sin igual... La mujer... ¡Oh, dios de amor! ¿Hay más bellezas que ver? Bendita seas, mujer, eres imagen de Dios, pero acuérdate, ¡oh, feliz ser!, que viviste en mundos tierra, inferiores que éste es. ¿Qué su fealdad vestiste? Dirige, pues tu cuerpo y tu mirada a la tierra desolada, que aún pertenece a mi ser por la ley universal, para que sea dichosa la tierra que aún es carnal... Aconséjala, mujer, tú que eres venturosa.
Fijad vuestros ojos, que penetren en ese mundo terrenal y los terrenales ojos aprendan aquí a mirar y que estudien en el Cosmos, la armonía universal y no pisará el abrojo de la envidia, mal fatal, porque sabrán hacer todo, por sólo el bien comunal.
…Terrestres... Esta es mi súplica, al mundo de vida espiritual, que no sea desoída, os lo pide por amor quien en la tierra vivió y de ello se felicita, pues desde este observatorio, que es el gran laboratorio inmenso y universal donde me guió la obrera, os doy cita, y guiaros yo quisiera. ¿Me seguiréis? Mi luz os doy.
El crítico de Teresa de Jesús.
Si a un crítico, criticara,
sería un mal precedente,
y aún me diría la gente
criticón de mala maña;
pero yo tiendo mi caña,
si pica y él no se pica
la recogeré, prudente,
por lo que él criticara.
Libro: Filosofía Enciclopédica Universal Tomo I
Autor: Joaquín Trincado