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Joaquín Trincado

Posesión Pedro Portillo; Septiembre 4 de 1911

  • Foto del escritor: EMEDELACU
    EMEDELACU
  • 26 sept 2023
  • 7 Min. de lectura

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Empezó bendiciendo y dijo:


Paz entre vosotros, amor sea el lazo que os una.


Infinito, grandioso, es el camino que hemos de recorrer. Pobres... Aún estáis en la atmósfera cruda de la tierra, planeta de expiación; aún llamáis porque os sentís pequeños; felices de vosotros que lo sabéis. Cuántos espíritus están entre vosotros, que, llamándose sabios, no saben esto que es la verdadera sabiduría. Sí; el saber que sois pequeños, es el principio de la grandeza y por eso seréis grandes.


Cuánto trabajo me cuesta despertar la conciencia para enseñar la verdadera ciencia, no porque no haya hombres de progreso, sino porque esos espíritus están embebidos en ciertos espejismos y un tanto aturdidos con la diferencia de su estudio y lo que la razón les dice. No se atreven a ahondar en las verdaderas leyes; tiemblan al saber que no saben, porque, dentro de la ley de las afinidades, está esa gran mole que se llama mundo tierra y en ella aún tiene algún imperio el prejuicio y la rutina y esas afinidades de la tierra con el cosmos, se escapan al escalpelo y a la balanza de vuestras más finas ciencias de anatomía y físico-químicas; esperar un poco más. La tierra ha de generar, ha de dar átomos y moléculas de vida, que no se perderán, como se perdieron antes, para que el espíritu sea libre; antes se perdían los gérmenes, por la postración en que yacían los espíritus acobardados por la injusticia de los hombres. Pero en la ley de las afinidades, entra por la justicia que el Padre tiene establecida y ya es la hora de que esos gérmenes no se pierdan y que formen átomos y moléculas que luego han de formar cuerpos.


En todos los tiempos ha habido hombres para dar impulsos a la generación; ésta se desarrolló en su metafísica, con los efluvios del Creador, fuente inagotable de armonías y de amor; y así ha ido elevándose en el progreso, miles de veces ahogado y reducido a la confusión, al caos, la especie humana terrestre, y ya el hombre ocupa el pedestal superior; ya entramos en el terreno de la luz, del amor.


Amor... palabra que resuena en todos los confines del Universo, con sonido melodioso de lira eterna; porque la ley de amor encierra todas las leyes de la armonía y de las afinidades, porque él es el legislador mismo.


Los hombres que no sienten dentro de sí el Amor Divino, es porque están corridos de prejuicios y porque son ruines en su espíritu; a éstos, hay que llevarlos al castillo donde vean la luz; sed con ellos misericordiosos; usar del amor fraternal, porque están al principio de su camino.


No se les puede aún sacar de la mole que pisan; pero hacerles ver en la bóveda azulada, esos puntos luminosos que titilan y vibran unísonos y enseñadles que a ellos estamos enlazados, por la ley de Amor.


Cierto es que vosotros estáis sujetos a la expiación y en la afinidad de esos mundos que alcanzáis con vuestros ojos, hay perfección relativa, por la que el amor es la ley que rige los actos de sus habitantes; pero también hay mundos que se diferencian muy poco en superioridad al planeta vuestro; y vosotros que tomáis la inspiración de los espíritus de progreso, llegáis a compenetraros de estos axiomas: decidlos y afirmadlos porque la ignorancia no puede rebatirlo, porque la ciencia astronómica lo confirma.


Decidles; que en esas luces, en esos brillantes, hay habitantes que saben que existís vosotros; y aunque hay habitantes de algunos de esos brillantes que están sujetos a pocos menos sufrimientos que vosotros, tienen intuición de que vosotros padecéis más y os ven y al Padre ruegan por vuestro progreso; decidles; que en otros de esos brillantes hay humanidades de luz que os ven por su propia virtud y no padecen más que por vuestras desdichas, por vuestros yerros, y hoy cantan al Dios de Amor, porque ven ya la luz que ha de apagar las tinieblas de la tierra.


Dichosos vosotros, hermanos míos, que podéis desde aquí, penetrar en esos mundos, porque el alma no precisa de la mole de la tierra y se emancipa y corre y penetra en aquellos centros de luz y vuelve con nuevas energías para la lucha entre la pasiones y para enseñar la luz, por el amor, a todos los terrestres.


Llevemos al convencimiento a nuestros hermanos ignorantes; ya es tiempo que el mundo espiritual pase al progreso de otro mundo superior; y sólo puede ser esto por la perfección relativa de los habitantes del planeta tierra, de nuestros hermanos, y esto lo conseguiremos, por el amor.


El tiempo y las cosas están medidas por el arquitecto que no se equivoca en línea y nos ha sido asignado el tiempo y el mundo que habremos de ocupar; y cuando habrá reinado el amor en la tierra... entonces así... como en un ramo de flores de perfume divino, nos presentaremos al Dios de Amor, para ocupar nuevo mundo, destinado a los vencedores.

Sanead la atmósfera; sustraeros a los prejuicios de las religiones: He aquí el principio del secreto.

Francisco Xavier.

Los hombres no han salido

del cascarón del huevo,

y aún nada han conocido

de este terrón son soberbios.

¿Cómo hablar de mundos nuevos?

¿No nos dirán a los cuerdos,

locos, los que locos sin remedio

son... y grandes animalillos?

¿Pero porque ellos no piensen

evitarán que yo piense?...


Se había notado que el espíritu de Xavier estaba molestado o preocupado y el médium apenas se despidió Xavier, quedó posesionado y dijo:


Yo vengo porque me siento atraído, no porque haya sido llamado, pero sé que no se rechaza a nadie, donde el Padre señaló su Cátedra.


El hermano que acaba de cederme el puesto es espíritu de mucha luz; yo soy de mucha sombra; pero soy un espíritu fuerte y arrollé los obstáculos que se me oponían; me creí con derecho, porque hoy me creo uno de los hijos de Dios. Sé que por amor me han sido complacientes; pero mi impaciencia estorbó algo en su expresión al médium y, por fin, heme aquí entre vosotros, dispuesto a arrostrar todo lo que sea necesario para conseguir la luz que me falta, en tantos siglos. Oigo, obedezco y digo.


Yo erré muchas existencias, pero en la última, llené la copa de mis yerros. ¡Oh grandes de la tierra!... Si vierais este cuadro espiritual.


Yo era un millonario y nada sabía de las necesidades de mis súbditos. ¿Qué me importaba a mí? Que para mí trabajarán; y aunque ellos perecieran en la miseria, cumplirían mis caprichos por el terror.


Cuando compraba una joven con un puñado de oro, siempre exiguo, la lanzaba al mundo a luchar con su deshonra y no me volvía a acordar de ella.


Venía un sirviente y bastaba que estuviera de mal humor y con insultos le señalaba la puerta y, gracias podía dar éste, porque muchos mandaba al castillo de donde no salían más. Tantos crímenes he cometido, tantas desgracias he causado, que no ando un palmo en el espacio, que no me encuentre algún acusador: aquí la madre que me reclama sus hijos; allí la esposa que me hace cargos de su infidelidad; allá el esposo que me reclama su honra; más acá la joven olvidada que me reclama la reparación de las faltas cometidas por mi abandono.


Cuando me vi en el espacio, tan solo y tan desnudo, comprendí que yo sólo me había engañado y no supe tejerme el traje, ni ganarme la amistad y compañía. Reflexioné en mis obras y vi que ni un asilo había fundado, ni subvencioné, ni una lágrima enjugué, y comprendí que, si nada había podido traer conmigo, es porque el hombre en la tierra sólo es depositario de los dones que Dios le da; yo malgasté esos dones contra mí.


Más vuelvo a los relatos de mi vida, para deciros que, al fin, mi despotismo fue causa de que mis vasallos me traicionaran, porque hice sucumbir al filósofo y al feudal y caí herido por mis mismas armas, no había en ello crimen; es la Justicia, por la Justicia misma.


Decís vosotros: “Paz en la tumba”. Vano sofisma...


Eso no redime a la mujer que se prostituyó, porque en ella se mató un árbol que daría frutos al Creador; eso no restituye lo mal adquirido, ni enjuga las lágrimas que causó el muerto y todo hay que restituirlo. Y cuando me vi impotente ante el mundo, quise comprarlo y no pude y puse el sello de mi soberbia, altanería y maldad.


Por fin, después de tantos siglos, he venido aquí porque un foco grandioso de luz vi salir de entre las tinieblas y en mi desesperación rompí por todo; el médium recibía la luz y yo le hacía sombra; pero yo reclamaba amor, justicia y ese poderoso foco, sonriente, lleno de amor y ternura me ilumina, y ¿qué veo?... pero, dejadme alentar, que recuerde aquel sitio depravado, ahora que se han corrido algunos de mis crespones.


Qué bellos sois... Qué bellas mujeres... Dios mío. ¿No es el mismo mundo ya? Qué luz tan grande os rodea. ¿Cómo es esto? ¿Ya no es como en el tiempo que sólo la moneda lo podía todo? ¿Puede ya más el amor? Y me dicen que vosotros sois obreros; que no tenéis más fortuna que lo que ganáis con vuestras manos y que sois los que habéis de alumbrar al mundo. ¿Cómo puede ser esto? Si así es, es cierto que la moneda no tiene el valor que yo creía y el amor ha triunfado... Me vuelven a decir que venís a reunir el rebaño y no salgo de mi asombro. ¿Cómo lo conseguiréis? –Con el amor, hermano; cuando el amor será la base de la mutualidad que perseguimos, nuestra obra estará terminada.


Ahora sí que veo el camino. ¿Cómo no habéis de poder, si tenéis tanta luz que casi rasga ya mis tinieblas y cada vez que me habláis me llenáis de esperanza? Cuando yo me ilumino de vosotros, todos pueden ser iluminados. Pero ya la impaciencia por ver la luz me apremia; no quiero oír más quejas, pedidos, ni amenazas. Tú, el hombre humilde en quien reside el poder depositado por el Padre, ayudadme; quiero pagar mis deudas; quiero amar; dame luz.


Hermano. Yo escribo historia y esta página no puede quedar incompleta; complétala y te daré la luz.


Ah, quieres mi nombre... Dios mío... Justicia es... soy...

Bruto.

Se puso las manos en la cara; rogamos al Padre y dos hileras de lágrimas salieron de los ojos del médium y dijo: Gran Maestro Xavier... tras de ti voy. Hermanos, adiós; leed mi historia.

Se posesionó acto seguido un espíritu que empezó a sacarle fluidos al médium y entretanto decía: –Hermano, hay que sanear la atmósfera aún más que los cuerpos; que os sirva este ejemplo de consuelo, a eso estáis llamados.

Os saluda vuestro hermano.

Manuel.

¿Qué decís, hombres, de Bruto?...

Contestad y sed prudentes.

Cuántos que se creen gente

¡Son más brutos que ese Bruto!...


Libro: Filosofía Enciclopédica Universal Tomo I

Autor: Joaquín Trincado


 
 
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