Posesión P. Portillo; Octubre 1 de 1911 (Hora 21)
- EMEDELACU

- 28 sept 2023
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Dado mi estado delicado, al despedirse el hermano Antulio, lo invité para que viniese a curarme, y me dijo: Hasta luego... Ya acostado, se posesionó el médium, y me sometió a los mismos tratamientos de las curas anteriores, y hablamos familiarmente, confesando que era afín conmigo. Le pregunté si recordaba haberme curado alguna otra vez de una enfermedad poco más o menos a la que ahora padecía, en la cual fui desahuciado por la ciencia, y me dijo: ¿Cómo no voy a recordar? Todo aquel pueblo me invocó con fervor; y aunque se me ofreció como ofrenda lo que más me hace padecer, yo oía tus lamentos y tus peticiones, y alcancé con los demás, tu curación, que la ciencia se veía impotente; porque, espíritus aberrados sabían quién eras y hacían cuantos esfuerzos podían para aniquilarte.
No era, sin embargo, entonces, tu hora, y no nos costó tanto como ahora, porque esta vez, la materia cumplió su deber y el espíritu su misión de expiación y la materia reclamaba su ley y la muerte sus derechos. Pero tu espíritu se había comprometido a la nueva misión que en los Consejos del Padre se te confió, y tú juraste, y la muerte sólo cedió, dándole lo que era suyo, como en los mundos superiores; por eso, el médium obraba como obró y con genuflexión que no es de la tierra y sí de mundos superiores, adonde debimos acudir; obramos en solidaridad y renovamos la esencia de la materia, haciéndola renacer, en cumplimiento de una profecía: “El general aún no había nacido y era hombre mayor”. Mucho tenemos aún que hacer contigo y seguiremos el proceso trazado. Nada hay sobrenatural y en su día, las generaciones lo comprenderán porque entenderán la ley de las armonías.
–Y dime, hermano querido: ¿sabes la orden de persecución que se ha dado en Roma contra mí?
–Sí, lo sé, pero no saben que aquella carta es obra mía; tú nada puedes temer; renaces para llevar a término la obra y es juicio del Padre y nada ni nadie lo estorbará.
–Dime más: ¿cómo en la historia no figura el nombre de Antulio? ¿Es que los sabios comprendieron la injusticia que cometieron con tu aniquilamiento y no quisieron escribir tan gran borrón?
–Ni de esa existencia ni de otras anteriores figura mi nombre en la historia, ni el de Jesús figura más que en la historia de la Iglesia y de ahí quiero borrarlo; ni figura el tuyo, ni el de otros, porque la historia, hasta hoy, no es más que un borrón. La historia se escribirá con verdad, y entonces figurarán los hombres de misión que la Providencia ha querido salvar de ese borrón nefando que los hombres llaman historia
–Pues oye, Antulio; yo he bautizado este siglo y lo he llamado el siglo de la verdad. ¿Se podrá al fin de él dar testimonio?
–Sí; pues desde ahora a la tercera generación, el amor reinará en todas partes, y entonces, los hombres de esa tercera generación habrán bebido todos en la fuente de la verdadera ciencia, y la mentira les parecerá el crimen imperdonable; ya no existirá la mentira. Ese bautismo de “el Siglo de la verdad” es una profecía que traías; también éste, el médium por quien obro, mi protegido, escribió algo, que también es una profecía.
Yo ansío que se me llame como me pertenece; pero, mientras llega el momento, tengo que llamarme el “Hijo de Dios” entre muchos, hasta que ya, el amor no reconozca supremacías y entonces con alegría extenderé mi mano de igual a igual; pero aún me quedan unos años, en que hay que ocultar estos misterios; guardadlos también vosotros, para que no os alcance mayor sufrimiento, que yo soy espíritu, aunque no tan elevado como muchos piensan, aunque me llaman “Hijo de Dios”; yo descanso en esta familiaridad, y vosotros padecéis en espíritu y en materia: Ya llegará el día en que dirás las cosas con autoridad y cuantos te oigan te creerán. Dales, entonces, estas confidencias, que serán de gran efecto.
Ya, como médico, no me precisas, pues el peligro ya desapareció; los sufrimientos de la materia, son una ley y siguen su curso; ten un poco de calma, que nosotros supliremos muchas de tus necesidades: Por hoy, me retiro, y en otro momento continuaré mi relato del diálogo de esta tarde.
–Hermano mío, dijo la hermana M. O., mírame. Padecía de una fuerte jaqueca, y Antulio dijo: Yo también tengo mis debilidades. Hablando con mi afín, me olvido de mis otros afines. Pero... Tengo tanta necesidad de estas expansiones... Que no debéis extrañar de que olvide hasta los que tan cerca de mí están.
La ayudó, y se retiró apretándome las manos y diciendo: Valor; esperanza. Yo os doy mi amor.
Libro: Filosofía Enciclopédica Universal Tomo I
Autor: Joaquín Trincado
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