Posesión P.P. Agosto 13 de 1911
- EMEDELACU

- 25 sept 2023
- 4 Min. de lectura

Estando conversando después de la comida, fuimos ilustrados de que se encontraban en nuestra presencia los espíritus de los que fueron reyes Alfonso XII y Eduardo VII, que de antes sabemos caminan juntos en el espacio, por afinidad y misión. El hermano Portillo me consultó qué haríamos, y le dije: Dele entrada al que le corresponda.
Se posesionó y dijo, tendiéndome las manos y apretando con efusión.
Buenas noches compatriotas míos y hermanos queridos. Hace tiempo que os acompañamos, y dos que en la tierra fueron siempre escoltados, escoltamos a dos obreros, de la industria y de Dios. Somos afines y os seguimos y vemos vuestros preparativos y deseamos la hora de la redención de los pueblos en un solo pueblo por las ideas y por el amor.
Nosotros vemos en el espacio dos puntos luminosos de gran magnitud, que aún nosotros no sabemos hasta dónde irradian su luz.
Vengo tan alegre como nunca estuve tanto; y mi compañero, que presente está, no me ha disputado esta alegría, a pesar de sus deseos, porque me pertenece manifestarme a mí, por antigüedad en el espacio y porque sois mis compatriotas; hijos de la grande España; del pueblo de los artistas, de las letras, de los grandes genios; del pueblo que posee el idioma universal y que es el pueblo que ha dado luz a muchos pueblos y de él la tomaron todos para ser un solo pueblo.
Hoy, no he de emitir juicios sobre puntos religiosos; todo esto, en el mundo de los espíritus, no tiene valor ninguno, si no es el desengaño. Aquí, se trabaja para sembrar la semilla de la única religión posible, la religión del alma; la del amor puro y santo, que sería la religión del Dios Amor, pero que no será religión porque no es religión el espiritismo.
Nuestra venida es por deber; a recordarte lo que antes tú mismo nos enseñaras.
El concierto de los pueblos de la tierra, como el de los demás mundos, obedece a leyes metódicas que se ajustan a leyes superiores y éstas, a la ley universal de las armonías y de los afines; por eso estoy conversando con vosotros y en virtud de la justicia.
Pregunta al médium por la sonrisa que entre los dos cruzó, dónde él era maestro de obreros, y yo, como rey, visitaba aquellos talleres; surgió la sonrisa espontánea, porque éramos afines.
Los reyes son obreros; espíritus de misión, y no son reyes una sola vez; pero cuando ya llegan a la elevación de poder dar la felicidad relativa a sus pueblos, alternan algunas encarnaciones entre los obreros, para aprender las necesidades del alma de su pueblo y proveerlas; pero, los reyes tienen que ceder muchas veces a las exigencias de los retrógrados, para evitar el escándalo social; y siempre esto acontece por la calumnia y la envidia y por el despotismo de otros reyes menos elevados de espíritu fraternal.
Yo vine a ser rey, y no era la primera vez; los hombres me han juzgado a su modo, pero mi conciencia no me remordió al desencarnar por mis actos, como hombre, si exceptúo algunos abusos propios de la carne, y éstos eran atenuados por las circunstancias y por los equívocos de otros; pero estos actos, si no dan sufrimiento, quitan gloria y brillo al espíritu, porque, aunque el goce de la carne es natural, debe éste ajustarse a un método y a las verdaderas necesidades de la expansión de la naturaleza y al fin que la naturaleza madre destina los goces que infunde en los órganos de sus criaturas.
En cuanto a mis actos de rey, cumplí con mi deber; pero, no pude llevar a mi pueblo adónde quería; a la libertad de las ideas, que es el principio de la grandeza de los pueblos y la emancipación del espíritu, de lo material. Lo intenté, pero, el pueblo aún dominado por prejuicios, y el rey, por la calumnia y la intriga, cedió a sus deseos, sacrificándose antes que escandalizar.
–Hermano Alfonso: Voy a emitir un juicio respecto a ti que tengo formado ante algunos hechos de tu vida. ¿Tú quisiste ser presidente de la República? –Esa era mi misión, que no cumplí por los prejuicios de mi pueblo y la presión de los retrógrados; pero, si yo no lo alcancé, dejé, cual era mi deber, un legatario, que, si no lo presionan hasta el extremo, confío que lo hará y lo será. ¿Qué importa que el poder no sea hereditario? Tú observas los actos liberales de mi legatario, y él se va despojando de los retrógrados que a mí me rodearon. Yo obro sobre su cerebro, y le rodeo de los hombres que le son necesarios al fin que persigo, y, en la actualidad, no hay más que el que está al frente del gobierno. José Canalejas, tu amigo, y, ayudadles con vuestros deseos y fuerza psíquica, que ese es el camino.
–Te haré una observación, hermano Alfonso: Canalejas es el hombre, pero aún muchas veces no escucha y desprecia con orgullo a los hombres de ideas avanzadas, y esto retrasa el día de las libertades, y aún origina conflictos. –Sí, pero es que, hermanos míos, todo no puede ser de un momento, y hay que ir paulatinamente renovando lo viejo por lo nuevo.
Él sigue su camino sin retroceder, y llegará (si evitar podemos un crimen ya fraguado), y por eso tiene la confianza de mi legatario, que no quiere la prisión del palacio; quiere la libertad del campo y la sociedad con el pueblo.
Vosotros, hermanos queridos; compatriotas míos; lumbreras sois de la verdad de Dios, y el destino ha querido que abandonéis el pueblo donde tomasteis la materia de vuestro cuerpo, para mejor desarrollar vuestra inteligencia y vuestra acción. Pero, el mismo destino os ha dirigido a un país amable, hijo de nuestra patria chica, y desde aquí, vuestra acción repercutirá a la tierra toda, y no será raro que volváis a dar la voz de redención.
Trabajad, hermanos queridos, por la elevación de la humanidad, que las profecías se cumplirán; y tened siempre presente que dos reyes que siempre fueron escoltados os escoltan a vosotros por afinidad, por amor y por santa envidia de vuestra gran protección. Sí, aquí presentes están, ante quienes me arrodillo y doy mi entrañable beso; ahí están vuestros protectores: Jesús, Juan Bautista y Xavier (dio un beso a cada uno). Dame tus manos y guarda el recuerdo, hermano, de mi cariño. Y vosotras, mujeres, flores de mi patria. Gracias. Volveré entre vosotros. Adiós.
Alfonso.
Libro: Filosofía Enciclopédica Universal Tomo I
Autor: Joaquín Trincado
%2014_30_25.png)


%2014_30_25.png)


