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Joaquín Trincado

Posesión de M.P. Agosto 15 de 1911

  • Foto del escritor: EMEDELACU
    EMEDELACU
  • 25 sept 2023
  • 4 Min. de lectura

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Por amor a nuestra querida Madre María, y en celebración de su tránsito a los espacios, le dedicamos esta sesión.


Se manifestó llena de tristeza, y dijo:


La eterna paz sea entre vosotros, hijos míos.


Gracias, hijos míos, por haberos acordado de darme este momento de consuelo y de descanso. Dejadme descansar.


Vosotros no sabéis lo que sufre mi espíritu en días como éstos, y lo que sufren todos los espíritus al verme sufrir a mí... Cuánto derroche en mi nombre y yo no lo aprovecho de nada, mientras hay tantas miserias que remediar... ¡Cuándo acabarán estas farsas que tan largos siglos nos hacen sufrir!... Es cierto que ya vemos cercano el día: Pero se me hace a mí tan largo como a vosotros el tiempo del sufrimiento.


Es tanto lo que se me pide hoy, que aumentan mis sufrimientos esas grandes necesidades; y, sumando el sufrimiento que nos da oírnos llamar “Santos”, “Virgen” y oír tanta mentira sobre nosotros que se consagran en verdades comerciales, que mi espíritu llora la ceguera y la malicia de los hombres, aún más que las grandes necesidades. Pero, mi amor a la humanidad es grande, y, a pesar de mi dolor, acudo presurosa adonde me llaman. Y, llamadme como queráis y como sepáis, si en ello encontráis consuelo.


Con el derroche de este día, hermano mío... ¡Cuántas lágrimas se podrían enjugar!... Trabajad para que pronto cesen esos despilfarros, aunque sé que para nosotros son más cortos tres o cinco años que para vosotros tres o cinco días.


Hermanos míos, yo pronto os dirigiría el rumbo que habréis de seguir para cantar la verdad y conseguir lo que, como yo, ansiáis; más aún no es hora, pero trabajamos para adelantarla.

Este momento de descanso me da fuerzas; pero hay tantos espíritus que necesitan de consuelo, que, para ello, acortaré mi satisfacción; pues yo he venido a descansar y a aliviar también vuestras penas por mis sufrimientos, y ayudad a los que padecen.


Que la paz sea en vuestros espíritus, desea vuestra madre.

María de Nazareth.

Caro te cuesta el amor

a esta humanidad rebelde;

te dueles porque te venden,

pero no escarmientas, no.

Proponte ya, madre mía,

a no prodigar amor,

y te quitará el dolor

el rigor de la justicia.


Se volvió a posesionar la médium, y dijo:


¡Cuánto sufro por mi lengua! Por mi maldad, siempre estoy luchando y metido en las aguas del mar agitado; soy perseguido y odiado, y mi espanto es grande cuando oigo el nombre de la Virgen, porque yo no hablaba palabra que no fuera para ofenderla, y buscaba las palabras más impuras y desvergonzadas para blasfemar de ella... ¡Oh, hermanos míos!... Ayudadme por caridad y decidme si esa Virgen también me odia, pues me dicen que tú me lo dirás... ¡Pobre espíritu de vuestra madre! ¡Cuánto la tengo ofendida de palabras y de obras! Os horrorizaríais de mi astucia para ofenderla. Perdonadme...


–Nada temas, hermano afligido, porque ella ama a todos los hombres, y a todos mira, aunque a unos con cariño y otros con compasión; pero a todos con amor. En ti está la prueba. ¿Sabes qué día es hoy? –No, hermano; porque yo hace mucho que estoy siempre de noche y en el fondo de las aguas donde cometí mis hechos. –Pues hoy es el día en que el espíritu de María voló a recoger el fruto de su trabajo y de su amor; y a ti, que tanto la has ofendido, te paga trayéndote ella misma a recibir la luz; no desperdicies este momento, en que la Madre de Jesús te trae con amor. –¿Ella?... ¿Ella? ¿Me ama después que tanto la ofendí?... ¡Oh!... ¿Qué pasa por mí que nunca sentí?... Yo que jamás reconocí a mis propios hermanos, os reconozco, hermanos, a vosotros... Qué malo fui, hermanos míos, y oíd; pero no me desechéis, que yo amaré también a vuestra madre, que tan desvergonzadamente ofendí.


El mar era mi casa, y navegando en mísera barca, en ella fraguaba mis hechos contra vuestra madre y contra los hombres, y por la ambición de una miseria que me tocaría más, los arrojaba al mar.


Rufino se llamaba mi padre; hombre bueno, de hermoso corazón; sus prácticas me enseñaba, pero yo las desoí. Pescador era y pescador me hizo, y hombre que a mí se unía, el mar era su tumba. Maté a muchos; y los que más me persiguen son dos hermanos que, uno tras otro, se unieron a mí en el trabajo; éstos, como otros seis más, me persiguen en el fondo de las aguas, y a mí me llamaban “el milagroso”, porque siempre me salvaba. Pero, por fin, una tormenta me sorprendió y me hundió para no salir más de entre las olas. No puedo más, hermanos míos, y ayudadme; y sólo os diré el nombre de los dos hermanos que maté: Pedro y Lázaro, yo, Francisco Lucero, de Vigo.


Como la médium trabajaba con exceso, renuncié a saber los nombres de los otros. Visto su gran dolor. Pedimos al Padre la luz para el comunicante, y alegre y prometiendo volver, se retiró.


Se posesionó el hermano Juan para magnetizaciones, y nos dio un rato de expansión. Entre otras cosas dijo: Ya por todo nos metemos, y ahí enfrente (la capilla de los franciscanos) hablo a un padre muy bueno; y no temas, hermano, que sé lo que me hago, ni tengas prisa en saber su nombre, que ya te lo diré a su tiempo.


Ayudó a varias personas.

Pero este fraile era un fraude,

como Giordano y Lorenzo;

pero los frailes perversos,

me quitaron este fraile.


Libro: Filosofía Enciclopédica Universal Tomo I

Autor: Joaquín Trincado



 
 
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