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Joaquín Trincado

Marzo 8 de 1912. (Portillo)

  • Foto del escritor: EMEDELACU
    EMEDELACU
  • 22 nov 2024
  • 6 Min. de lectura

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Al llegar el vidente González, yo leía a algunos, unos párrafos de mi libro “Buscando a Dios” y me advirtió si me daba cuenta a quien tenía conmigo; yo presentía al que fue José Zorrilla; pero éste, me ocultaba a Napoleón.


Pasamos a la sesión y descendieron (los vimos bien claro) todos los que han sido emperadores y reyes que ya habían hecho la unión en espíritu y aparecían mezclados unos con otros y muy abrazados Nelson, Churruca y Gravina.


Di lectura a la comunicación de Juilis Juilis del Gof Duf del 5 de Marzo y al terminar descendió Xavier, con el ancla; Jesús, María y una inmensa legión de espíritus Maestros y de luz; se posesionó Napoleón y dijo:


Paz os una.


Por fin, salgo a la libertad; no soy más esclavo de la tierra, abandono definitivamente aquella isla de Santa Elena, donde reconcilié mi conciencia y no estuve en la esclavitud de las sombras, porque mi espíritu es fuerte y tiene conciencia del cumplimiento de su deber.


Pero en un Juicio y para levantar cargos que se me hacen debía justificarme; imprimí en la tierra mis hechos y en el polvo queda allí, la verdad de mi proceder.


Yo vine a la tierra con la espada de la justicia, porque aún no era el tiempo del amor. Yo, en mi espíritu, sentía el mal que aniquilaba a la humanidad y sabía que este mal era el cisma religioso; y si tuve ambiciones de dominio, no eran para mí, que sabía que nada llevaría de la tierra; pero era necesario que sintiera esta ambición para realizar la obra, que no la terminé por la imbecilidad del pueblo que yo engrandecía. Le era más fiel al dominador que lo esclaviza que al libertador de su conciencia.


En algunos puntos de mi historia, se me hace justicia; pero en general se me calumnia, se han equivocado; no sabían del espíritu, lo que yo sabía; y el espíritu me llevaba a las empresas, para hacer reconocer en el mundo entero, el imperio de la justicia.


¿Sabéis por qué atravesé la Rusia? Porque la corona y la tiara juntos, son la representación de todos los males juntos.


¿Por qué entré en España? Yo sabía que allí mi imperio se hundiría, porque conocía el genio de ese pueblo y sus destinos; pero en aquellos momentos; estaba el poder en manos de un imbécil y la tiara imponía leyes oprimentes y había que resurgir el espíritu y hacer sacudir la melena al león; era el secreto del espíritu. Y si no triunfé, fue por la traición y la ambición de que yo no daba ejemplo. Y cuando sufrí la derrota, me retiré, porque comprendía que mi misión estaba cumplida. El espíritu había despertado.


Había soliviantado los ánimos; había sacudido la inercia de los pueblos y ella daría frutos que había venido a traer.


Si hubiese sido tiempo de hablar de amor, del amor me hubiera valido; pero había que castigar prevaricaciones y esclavizadores y traje la espada que también ésta ha tenido misión civilizadora y ella cumplió su fin.


Hice temblar los imperios; hice oscurecer la tiara y reté a la autocracia, al solio pontificio, retrato fiel del crimen y la intriga; y vi, lo afirmo, porque tenía facultad, temblar y acurrucarse el genio de la religión.


Aun mi obra no estaba terminada; pero un imbécil pueblo que yo engrandecía, me dio por patrimonio la isla de Santa Elena, donde hasta hoy he estado, en que el amor llegó a libertarme.


Yo conocí que todo era justicia; hice presión y he sido oprimido; hasta entonces, sólo había llegado al corazón de los hombres, el fuego del Sacramento.


Yo, fiel apóstol de Jesús, lo evocaba y lo veía mártir; hablaba a mi alma y cobraba valor; quería rescatar la libertad que él había venido a traer y la encontré adormecida en el Papa. Este había comunicado el anestesio a toda la humanidad. No se podía hablar más que en la bula y en el estado mayor de las naciones le rendía homenaje, por concupiscencia.


Jesús vino como hombre humilde y la concupiscencia lo llevó al Calvario; yo vine con la espada a restablecer la libertad y fui aprisionado; pero aun la historia me hace honor en mi biografía y me pone sobre los Mesías de testas coronadas.


Tuve una derrota y bastó para mí el aviso. Pero hube de hacer presión y ver si podía rehabilitar la caída que era mayor que la de Trafalgar y todas las habitadas; di el ejemplo y me di preso.


Pero estoy satisfecho, porque desde entonces, la Tiara no se sienta de lleno en la cabeza de los Papas, preparando el camino al que había de emprender la batalla 100 años más tarde, bajo el nombre que tanto han temido y pensaron que era yo el ángel exterminador. Esto vendría luego y me llamaría a Juicio y en su presencia estoy justificándome ante todos los príncipes de la tierra y delante de Jesús, el Espíritu de Verdad y los espacios enteros, y confirmo que he cumplido mi deber y rechazo al que me acusa de ambición que no tuve. Yo trabajé más que los demás y mis riquezas fueron que, más de una vez hube de vestirme con camisas de mis generales.


No me quedaba tiempo para cuidarme de mi persona; día y noche eran cortos para dictar órdenes.


Quise aprovechar el ejemplo de Jesús en todo, sólo que él predicaba la libertad con la palabra llena de amor y yo predicaba con la espada que significa justicia; Jesús padeció hasta hoy y yo padezco hasta hoy por el fracaso de la unión. Pero el amor, ha reunido todas las fuerzas y lo predican hoy los hombres que a ello han venido y llevarán a cabo la redención definitiva de la humanidad, tantas veces intentada.


En traje de humildad están; pero son investidos de la sabiduría del Padre y tienen la solidaridad de todos los mundos y la ayuda de los espíritus de progreso que acudimos al toque de corneta del estridente clarín y no al toque de campanas, al que sólo pueden acudir, porque lo conocen, los borregos sin voluntad propia.


A mi derrota, debía seguir la caída de la movida tiara y no ha pasado mucho tiempo desde que la moví a su caída, en la que ya gozan los espíritus de amor.


Es de necesidad su estrepitosa caída para que arrastre con ella todos los insensatos que la sostienen, que son la polilla que corroe las ricas telas con que se deben vestir los subyugados por la ignorancia, que debemos salvar de la imposición de esos que visten la sotana negra, representación de lo negro de sus espíritus; y aunque muchos visten de escarlata, son rojas de la sangre que han chupado al desvalido, al subyugado y al ignorante.


El pueblo imbuido, habla de Napoleón y no habla de los Papas. Todo eso, pesaba sobre mi conciencia y no quería salir de mi destierro de Santa Elena, esperando que la justicia me vindicaría, porque, hasta los que se arrodillaban ante mí, me fueron hipócritas.


Pero en un centenar de años se han desarrollado las libertades y el sol de la justicia se cierne hermoso sobre los habitantes de la tierra, pero aún se empaña por los espíritus aberrados y a estos se les somete a Juicio y huyen despavoridos de su desnudez.


Esto me llena de alegría, porque a eso vine a la tierra; a eso vino Jesús; a eso vinieron Loyola y Xavier y, estos hacen un credo salvador, con principios salvadores; pero al dejar sus cuerpos, los Papas se aprovechan de sus principios; los dogmatizan y convierte la Iglesia ese puntal en horca oprobiosa y la inmoralidad se acrecienta.


Yo era discípulo de Jesús y he seguido sus infortunios; a Jesús había que salvarlo y levantarlo con el amor; yo lo sabía, pero hube de tomar la espada porque en mi tiempo, el último sacristán era como un alcalde.


El último párroco, era como un gobernador, el último canónigo como un rey y el cardenal mayor que el más grande emperador. No era mi tiempo para hablar, ni siquiera nombrar la palabra amor.


Este llegó hoy. Apareció un sol con aurora de arreboles hermosos y los espíritus se reúnen en un punto, ven nacer al juramentado y los espíritus se dan al trabajo y preparan sus lenguas de fuego por los médiums, para hablar de amor y de comuna a los hombres y, testigo es Napoleón que se justifica en Juicio público por un cuerpo que no es mío y que por él hablo, con la energía y facilidad que por el que manejé la espada lo haría.


Grande ha sido el trabajo realizado para llevar al desarrollo de esta facultad por la cual habla el hombre, desde el espíritu de tinieblas, hasta el luminoso Jesús; desde el espíritu ignorante, hasta el Espíritu de Verdad.


Termino dando las gracias a los que me oís ante el Juez que reconozco: a los espíritus que me acompañan; a Jesús mi Maestro; a Xavier Espíritu de Verdad. A todos, gracias. Dadlas también al médium que tan bien me sirve y sabed que me he justificado y esperaba el Juicio y que como fui para la espada, hubiera sido por el amor.


Napoleón.


Libro: Filosofía Enciclopédica Universal Tomo II

Autor: Joaquín Trincado


 
 
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