Domingo 30 de marzo de 1930
- EMEDELACU
- 25 nov 2024
- 9 Min. de lectura

Por la Medium del Consejo Central
Buenas tardes hermanos míos.
Que la paz y el amor sea con vosotros.
Me ha dicho el Maestro que en la precedente lectura tengo puntos importantes que tratar, pero no los tomo, porque tengo ya otros puntos que son básicos, y ellos son los que se refieren al espiritismo que es la grandeza de todos los hijos del Creador.
Hermanos míos; voy a decir que en Adán y Eva empezó la fuerza motriz que ha de impulsar a las generaciones a liquidar sus cuentas, ante los que nos quisieron reconocer como jueces investigadores y enviados por la justicia de la Ley.
No es posible que los sufrimientos que padecéis no repercutan en nosotros, porque la tierra está en solidaridad con los otros mundos del Universo. Sí, porque como los sufrimientos son inmensos y la mayoría se queja y clama a la justicia y al Creador, nosotros sufrimos porque no podemos impulsar a la ley, que tiene la marcha de la armonía, el rigor de la justicia y el máximum de la ley de amor. Y como todo está solidarizado, vuestros ayes repercuten en el universo, sufriendo nosotros también las vicisitudes del vuestro tiempo.
Es verdad que no estamos en los tiempos de Juan y Jesús; pero estamos en los tiempos de la perversidad refinada. Entonces se separaba la cabeza del cuerpo y esto era el artículo de fe, para los hombres de aquellos tiempos. Pero hoy… hoy hemos llegado al desiderátum de la maldad. Ahora no se siega la cabeza de los misioneros, no porque no fueran esas sus intenciones, sino porque no pueden, y como no pueden, manejan otra arma más mortífera, más terrible por las consecuencias y más afrentosa, porque clavan el puñal por la espalda y manejan la calumnia, para hacer caer manchas de deshonor sobre los que han tenido el valor de recoger los principios de la ley del Padre, para darlos a conocer a la humanidad, que ha estado engañada por las mistificaciones que hicieron los perversos y que fueron creídos por los más sencillos, unos por ignorancia y otros por cobardía.
Así, hermanos míos, es como la Iglesia atentó contra los santos principios, haciendo a sus oyentes genuflexiones ridículas, que no tenía más fin que la explotación de sus semejantes. Como no pudieron los hombres que se plegaban a las religiones saber los verdaderos principios, por las mistificaciones que hicieron, a vosotros os toca aclarar conceptos y poner las cosas en su punto para que desaparezca el error que se apoderó de los hombres y que ha sido el tópico para engañar incautos: por eso os digo, estudiad, estudiad y no queráis ahondar en lo que no comprendáis, queriendo llegar a la comprensión de un grado muy superior al que tenéis, cuando en realidad no estáis capacitados más que para estudiar e ir comprendiendo el grado sucesivo en el sentido ascendente.
Hay un punto hermanos míos, que es donde debéis buscar la causa del odio. ¿Acaso sabéis lo que traéis en misión? ¿Sabéis que tenéis un plan meditado y concebido conforme a la justicia y en reparaciones de hechos pasados que constituyen el libro de vuestra conciencia?
No está la virtud en no tener defectos, no; la verdadera virtud está en saber corregirlos, por la voluntad, firmeza y convicción del cumplimiento del deber.
¿Acaso no venimos nosotros a cumplir nuestro deber cuando venimos a enseñar y dar los principios y puntos que la justicia de la ley nos señaló? Pues lo mismo sois vosotros; cumplid con el vuestro, que la grandeza del hombre trino está en conocerse a sí mismo y conocer la vida continuada, cumpliendo como hombre, lo que concibió como espíritu.
Estudiad la verdad que se enseña en las obras de la Escuela. ¿La aceptáis? Si no la aceptáis, no creáis que os vamos a decir cómo el fanatismo religioso, que estáis perdidos, no.
En el tiempo presente comprenderéis algo de nuestras enseñanzas, y en el correr de los siglos, comprenderéis la verdad en toda su grandeza. ¿Qué hay de malo en que enseñamos lo que nos enseñaron los maestros o sea el cumplimiento de la ley de amor? ¿Qué hay de malo en enseñar que nuestro Padre no hizo preferencia por ninguno de sus hijos? ¿Qué sucedería? ¿Qué pasaréis muchas fatigas y trabajos? ¿Y acaso creéis que los supremáticos han de aceptar, que todos seáis iguales en derechos y obligaciones?
Y en cuanto a los sufrimientos: ¿quién puede decir que no hay diferencia entre los trabajos que padecéis y los que sufre el labriego, que, escaso de todos los medios de vida y desconociendo todas las comodidades de la vida moderna, siente añoranzas por aquello que le dijeron, de que las grandes ciudades encierran maravillas que ellos desconocen y que todo su radio de acción es tan limitado, que se circunscribe a la familia y cuanto más a algunos amigos y parientes y que ni siquiera tienen el consuelo de conocer la obra instructiva de la Escuela y que no conocen ni comprenden las palabras que son una verdadera expresión del sentimiento?
Hermanos míos, grande es vuestro dolor: pero pensad que es insignificante, comparado con los de estos pobres hermanitos que luchan contra los elementos, contra la explotación y viven en la ignorancia.
Digo yo: ¿cómo los hombres hablan de sacrificios si no lo comprenden más que quitando una infinitesimal parte de lo que les sobra para acallar los alaridos de las multitudes hambrientas, que desesperadas, se contentan con una salpicadura de los líquidos del placer en que se bañan los supremáticos que nada produjeron?
¿No es un insulto hablar de sacrificios donde se vive sólo de la apariencia y donde la hipocresía es el hábito con que se quieren cubrir las lacras humanas?
¿No es un sarcasmo, ser adicto de una institución donde se grita que se va a hacer tal o cual cosa en beneficio de los pobres y tal y cual reparto en beneficio de las clases humildes? ¿Y de donde recibieron los medios que van a repartir y que solo representará quizás y sin quizás, el uno por mil de lo que recibieron en donaciones de algunos bien intencionados, y de otros que con el mismo fin que ellos dan, para que su nombre figure como benefactor de la humanidad?
¡Y hablamos de sacrificios! ¿Pero qué saben los hombres de sacrificios? Sacrificio en cada orden de cosas, representa mucho, tanto en el orden espiritual, como en el material; y si nos referimos al orden espiritual, es todo aquello que representa abnegación, desinterés, amor.
¿Y en el orden material?... Es el mismo caso en diferente grado; es también, poner a disposición del hermano, parte de lo que necesitamos como nuestros medios de vida, de aquello que nos es indispensable para el sostenimiento de nuestro yo visible, para el progreso y cumplimiento de nuestro yo inteligente; y que el que verdaderamente quiere sacrificarse en bien del hermano, cede parte de aquello que necesita para sí mismo, pero que en amor cede a su hermano, porque antepone la desgracia de su hermano a la suya propia.
Benditos sean los que tal hacen, pero no vociferando, no gritando, no escandalizando, sino entregando su haber al hermano, cediendo el contenido de parte de sus bienes, pocos o muchos, abundantes o escasos, en manos de aquel infeliz hermano, que la Justicia y el destino llevó aquel hermano al punto aquel, para que recibiera de su hermano lo que en parte necesitaba. Por eso he dicho; no vociferéis cuando tengáis que hacer una buena acción; sed como deben ser los hombres que conocen y acatan la ley.
No decir nunca (porque no es preciso salvo en donde haya que hacer constancia de pensamientos e ideales) no decir “soy espiritista”; no, no; porque vuestras obras lo dirán; y cuando vuestras obras estén en la ley, y los que os vean obrar os admiren, esperar entonces que ellos mismos os van a llamar espiritistas.
Esto, hermanos míos, es tan primordial hoy para vosotros que vais conociendo la doctrina de la Escuela, que es la ley del Creador, casi no sería preciso decirlo; más como siempre hay novatones y entráticos, hay que repetir los puntos más elementales, con el fin de que lleven impreso algo en su conciencia, de los principios de la ley.
En otro orden de cosas, voy a referirme también a los adherentes que creen haber hecho un sacrificio cuando aportan algunos medios para el mantenimiento de la causa. Yo les diría; hermanos míos, para obtener la enseñanza espiritual y material, y conducirse como todo un hombre entre sus semejantes elevándose a sí mismo y siendo el maestro del mañana, percibiendo los goces del espíritu, como es el sentir del amor y subir los peldaños de la infinita escala de la sabiduría, llegar hasta el Padre, por y con los medios que os da vuestro maestro, ¿no vale la pena todo esto, de hacer un pequeño esfuerzo en bien de la causa que os dio las ternuras del corazón, los sentimientos del amor y la paz de vuestra conciencia?
Benditos sean del Padre los que en su pecho llevan impresa la gratitud, porque, hermanos míos, ¡hay tanta perversidad en la conciencia humana!
Haced cada uno el bien que pueda en beneficio de la causa que representáis, que ese beneficio, ese amor, lo recibís vosotros en vuestro haber y la justicia divina sabrá reconocer como uno de vuestros mejores méritos.
Vamos a ver qué diferencia hay entre los que todo lo sacrifican al bienestar general y los que quisieran todo el bien general para sí mismos. ¿Creéis que disfrutan los bienes que poseen? ¿Creéis que su egoísmo les deja vivir en paz con su conciencia?
¿Creéis que tienen el placer de saborear los exquisitos manjares, la satisfacción del lujo y el acaparamiento de sus caudales? No lo creáis, no; no lo dejan porque son insaciables; si tienen diez quieren mil, si mil, cien mil y así siempre en sentido ascendente la ambición de su egoísmo.
Si ven una dama bella, la desean para sí, porque ya no les satisface la que poseen; si sus joyas son verdaderas, no están satisfechos, porque vieron en fulano otras de más valor. Y… ¿a qué seguir haciendo el retrato de estos hermanos desgraciados, que cada vez se hunden más en el egoísmo de sus pasiones?
Y lo más grave es, que los humildes, los que producen, reciben la expresión de aquel boato como un bienestar que sólo pueden disfrutarlo los elegidos de la fortuna, como si esta señora fuera la concepción del amor y la representación genuina del bien. Por esto, muchos hombres que están cumpliendo su misión, cuando reciben el insulto de ese boato, se apodera de ellos una especie de desmoralización que trunca su destino, buscando mejores medios de vida, porque creen y con razón que no hay derecho a ser explotado por sus semejantes, ya que su trabajo no le reporta ni siquiera lo más indispensable para la vida, mientras que ellos, los que no trabajan, los que todo les sobra, viven en la opulencia explotando el sudor de sus hermanos.
Pasemos la vista, aunque sea a la ligera sobre los humildes, sobre los que todo su haber se concreta en el mísero jornal que perciben, a cambio del esfuerzo mayor que puede hacer una persona en una jornada, que, al final de ella, ya ha consumido el importe de su trabajo. Sin embargo, a pesar de ello, los veréis que se rodean de su mujer y sus hijos y aunque su alimento se compone de lo más sencillo, allí reina la armonía, reina el amor. Allí el padre ama a sus hijos y toda su esperanza se cifra en que su hijo, aquel pedazo de sus entrañas, aquel pedazo de su alma, sea un hombre de provecho, un hombre útil a sus semejantes; y para ello, para que esto se verifique, aun de aquellos mismos centavos que percibe a cambio del alquiler de su cuerpo, de aquella ruin recompensa que le dieron por su esfuerzo personal, separa una parte para que su hijo reciba un poco de ilustración, que en el día de mañana le haga ser grande entre los hombres. Y allí, en aquel bendito hogar, reina el amor, reina la ternura y todos se aman y todos ayudan al engrandecimiento del hogar, al cumplimiento de la Ley. Y allí se ve y se refleja ese hálito del Padre, que solo en la humildad y en el amor encuentra su elemento.
Ahora, yo les preguntaría a los hombres. ¿Quién disfruta de los placeres? Si el rico no disfruta o goza de los bienes materiales, porque no hace el uso que debe de tal posesión, no puede tampoco como espíritu recibir la recompensa de su obra porque no cumplió el cometido de su misión.
Y si no lo disfrutó como hombre, ni como espíritu, ¿cabe una situación más triste y más anómala que la de un ser que en ningún estado de la vida, puede satisfacer el mandato de la ley y estancarse ante la infinita escala de la sabiduría?
Sirva este ejemplo, hermanos míos, para los que desean bienes materiales porque suponen que en estos está el máximum del placer.
Ahora, hermanos míos, solo me queda deciros cual es el medio que tenéis ante vuestros ojos para llegar a la meta de vuestros deseos, que, aunque con lo dicho sería suficiente para que lo entendieses, voy a repetirlo para que ninguno lo ignore. Sed fuertes y firmes en vuestros propósitos, haced cada día una renovación de fe de obras en vuestro camino y en el cumplimiento del deber. Pensad siempre, si habéis cumplido en el día vuestros deberes como hombre y como espíritu, recordad siempre con amor a todos los que no quisieron escuchar el mandato de la ley.
Procurad siempre ser de los primeros en el obrar y los últimos en decir. Tened presente que las palabras no tienen valor, si no van acompañadas de las obras; antes bien, son una deuda que contrae el que promete y no cumplió su deber, porque un deber es todo lo que constituye una promesa voluntaria. Recordad siempre que de vuestros actos habéis de dar cuenta exacta y que constituye una agravante, todo lo que se obra contra la ley con conocimiento de causa. Estos y todo lo que constituye la doctrina explicada y analizada en las obras de la Escuela, serán las bases sólidas que os llevarán a ser grandes maestros de la cosmogonía.
Mi amor y mi bendición os dejo.
Vuestro hermano.
DAVID.
Libro: Filosofía Enciclopédica Universal Tomo II
Autor: Joaquín Trincado