Marzo 11 de 1912. (Portillo)
- EMEDELACU
- 22 nov 2024
- 8 Min. de lectura

JUICIO A LOS CORRUPTORES
Estamos, detente, no toquéis más, hemos oído todo el bando, no queda un espíritu que no lo oiga.
Aquí estamos y soy uno de los tantos, para justificarnos de nuestras debilidades.
No podemos negar la vergüenza que nos abruma, somos señalados por la desnudez en que andamos; ni un simple velo que cubra nuestras vergüenzas llevamos, los que vestimos de ricas telas de escarlata, adornadas de pedrerías con lo que comprábamos lo que llamábamos amor.
Todo quedó en la tierra y sólo la vergüenza al desnudo nos acompañó; sólo hemos traído la marca de violadores de derechos civiles y sociales, del honor de las esposas y del pudor de las cándidas e inocentes jóvenes.
Pobres, desnudos y en esta situación, que triste es presentarse en un Juicio y siendo vistos por nuestros jueces.
Por amor, dadme siquiera un velo que disimule mi vergüenza; yo el más desnudo, me falta valor y hay que sufrir este acto de justicia, no menos temido, cuanto más anunciado; pero lo sufro resignado porque espero el amor del Juez para que disimule mi desnudez, porque si fue nuestra vida temporaria no puede ser nuestro castigo eterno y por eso esperamos la rehabilitación.
Hombres, vosotros que estáis en la carne, no nos condenéis en vuestro juicio, porque la misericordia de Dios nos presenta a ser juzgados por los que sienten el peso de la carne y la influencia de las pasiones, aunque como pasión la tenéis dominada y tomáis de la carne la justa medida; lo que necesita en su ley y crea el verdadero amor.
Nosotros no supimos ser justos y hollamos el honor y no quisimos cumplir con la obligación que en la conciencia se impone y abandonamos la causa de nuestros hechos, sembrando tras de nosotros un reguero de crímenes e infanticidios, para dejar lugar desembarazado a la pasión desenfrenada.
Vosotros que estáis en la carne, aún conocéis la flaqueza de esta y la conocéis mejor, porque os vestís de luz y sabéis, porque os depurasteis de la pasión bestial, para convertir esa pasión en hogares de amor, del que salen flores hermosas y aromáticas que embalsaman el ambiente con su lozanía y virtud, sed compasivos y cubrir nuestra desnudez y dejadnos rehabilitarnos aquí en la tierra donde hemos dejado afecciones y en ella queremos rehabilitarnos.
Es cierto que contra nosotros se levantan todas las vergüenzas y crímenes cometidos, porque no queríamos, sino que todo fuese en provecho propio, pero en perjuicio de los hombres, de las mujeres y del honor.
Yo soy obligado a la justificación en nombre de todos los libertinos de toda la redondez de la tierra, porque el delito es común y porque mi nombre ha quedado en la historia bien que sea en un drama de carácter espiritual, recordando parte de mis hechos todos los años una vez, lo que me desgarra de dolor y cada vez me veo más desnudo.
¿Pero por qué la desnudez la vemos en el espacio? ¡Oh verdad terrible! Estamos en la obscuridad y sin embargo nos vemos en nuestra desnudez vergonzosa.
Oigo voces, “esta es la ley, me dicen y acatándola podéis vestiros”.
¡Desnudos y fría el alma, nosotros que vestíamos de flores el lecho y la estancia donde deshojábamos la flor de la inocencia; helada el alma, ¡nosotros que encendíamos el fuego de las pasiones que llamábamos amor, al desenfreno! .....
¿Por qué nuestro corazón que no se satisfacía, no se desengañó y tomó el santo ejemplo de la familia?
Nosotros llamábamos amor, para engañarnos a nosotros mismos; bebíamos el néctar hasta la embriaguez y no nos dimos cuenta que lo bebíamos sin medida y emponzoñábamos más y más nuestra alma con cada libación, lo que, de otro modo, constituye la felicidad de un hogar.
Aquellos ojos de la inocente joven que habla chispeante al corazón a través de los cuales se ve el infinito; aquellos labios de rosa embalsamada que dan en su beso el consuelo al corazón dolorido del hombre de lucha; aquellas formas esculturales en las que adora el hombre de sentimientos la belleza de la creación y que al poseerlas con amor las convierte en arca depositaria de seres que traerán amor y alegría al hogar. ¡Ay! Nosotros la destrozábamos con nuestra lujuria y luego las olvidábamos, para que después de verse avergonzadas y obligadas a ser criminales, iban a parar al prostíbulo donde se endurecía un corazón que estaba preparado como la cera para imprimir bellas virtudes y algunas, acabando con su cuerpo podrido por enfermedades y el alma envenenada, por nuestra traición.
Por ventura en muchas, la mancha del cuerpo no llegó a su alma y las regeneró el amor de un hombre digno que las llevó al santo nombre de Madres y, ¡aquí están, unas redimidas y las otras en su desnudez y vergüenza nos acusan! ¡Oh! ¡Dichosas las redimidas que rodeadas de hijos y coronadas de flores de virtud no nos acusáis!... Gracias; pero esto, más nos avergüenza.
Es triste hacerse conciencia de este estado; es triste presentarse así en un Juicio, pero la voluntad es decidida y esperamos del Juez siquiera esa neblina gaseosa que nos cubra nuestra desnudez que nos avergüenza, porque el ojo que nos ve, podría fotografiarnos.
El amor carnal nos perdió; porque nuestra posición, nuestra astucia, nuestra experiencia en la conquista, las ponía en la condición de no poder negar nuestro mentido pedido de amor; pero volviendo a la tierra, el escarmiento nos hará usar del verdadero amor y nos rehabilitaremos.
Ellas están prontas, acusadoras y acusadas; como acusadoras os pedimos clemencia; como acusadas, la justicia os absuelve.
Vosotras, las que os regenerasteis; vuestro corazón que es virtud y amor verdadero, que no estáis desnudas, que os veo rodeadas de hijos, muchos de ellos hombres de las ciencias y del arte. ¡Yo os admiro! ¡Yo os pido por amor! ¿Por qué la ley nos obliga? Que nos perdonéis, que pidáis clemencia para vuestros seductores que bebían el néctar de vuestros cuerpos y no supieron beber el néctar de vuestros sentimientos, de vuestras almas y no hubiéramos ido a deshojar más rosas, pedid.
Vosotras, las que estáis desnudas porque la mancha os llegó al corazón y después del crimen fuisteis a parar al lupanar, deponed vuestros odios, cesad en la lujuria, no nos atormentéis más con vuestros movimientos y con vuestras imprecaciones; todos estamos ante el Juez, que, por desgracia, aun siendo hombre, nos ve cual si hombres y mujeres fuéramos en la carne. Deponed vuestra actitud y juntos volveremos a la tierra y santificaremos el amor que hemos ultrajado.
Esto que tanto nos acusa, es solamente de la mujer de familia la que es solo de la jurisdicción del hombre. Pero no quiero penetrar en los claustros, donde la bacanal no acaba y en los cuales dejé recuerdos que la historia inmortaliza tristemente. Los hechos de los claustros, sus actores, ya se han justificado en otro Juicio. Al fin, nosotros que fuimos libertinos por su ejemplo ¿seremos más culpables?...
Ahora, oíd, hermanos. La tierra no recibe ya seres de nuestra clase y debemos por la ley abandonar las afecciones que en la tierra nos quedan. Ved el mundo donde somos destinados, donde reina nuestra pasión; pero ved la lucha; ved cómo se destrozan y las bestias toman parte en el acto carnal: prometamos cumplir la ley del amor y librémonos de esos horrores.
Llorad, sí llorad. Hoy es el primer día de redención; pidamos, la ley es el Padre y, al hombre Juez que representa el amor del amor del Padre, digo: no y mil veces no; no quiero ir a mundos donde el verdadero amor no reina. Esta es mi voluntad. Juzgadnos.
No puedo más hermanos; si aún no estáis decididos, si aún no estáis conformes, sustituidme y os daré mi nombre. ¡Ay! ... ¿Por qué esta afrenta? En la tierra me recuerdan y destrozan mi alma. Mas… acato la ley… Valor.
Don Juan Tenorio. (El monstruo del amor).
Hombre real. En Sevilla.
Continuó el Juicio. Sin desposesionarse el médium, dijo:
Aquí estamos. ¿Por qué se nos llama? ¿Por qué la ley nos obliga? ¿Quién, en mi vida osara moverse en contra de mi voluntad? ¿Por qué ahora se me juzga?... ¿Por qué ahora obedezco a un llamado? ¿Acaso en nuestras moradas, alguien levantaría la voz para perturbar el reposo a la materia que luego se entregaría al deleite y la sensualidad desenfrenada? Se me obliga a justificarme y en mí deben justificarse las mujeres de la bacanal, del banquete y del festín.
A nosotras, el lujo, la pompa, la ociosidad, nos llevaba a la lujuria, al desborde de la copa del vicio y obligamos con nuestra incitación al hombre, a convertirse en bestia. En nosotras no era de extrañar, porque la inacción, a la carne da impulsos que la ley de la carne obliga a cumplir; y cuando esta gusta el deleite, adquiere su reinado y el desenfreno corona la obra.
En nosotras, la holgazanería y los incentivos del tocador, nos llevó al paroxismo de la brutal pasión; y si esta no es satisfecha, el crimen llena el vacío.
Pero esas obreras, caen también seducidas, casi siempre, por el brillo del oro de los que, hartos de nuestros desenfrenos, buscan un placer más moderado y muchas veces es la regeneración de un depravado.
Es cierto, que muchas son porque el vicio en ellas ha resucitado; pero es también cierto, que ellas se regeneran y se sienten madres y dan vida al ser fruto de una pasión y lo convierten en amor.
Nosotras matábamos el fruto, para no prohibirnos el continuado goce de la pasión.
Ellas, las obreras, generalmente seducidas y otras obedeciendo a la ley, se entregan, pero cumplen la ley y se santifican. Bendita ley que yo no comprendí: Vosotras, obreras, estáis justificadas; obedecisteis la ley, observasteis sus preceptos santos y santificasteis vuestra falta con la maternidad.
Pero nosotras, las mujeres de los salones, las melindrosas cortesanas, las… Reinas desvergonzadas ¿Qué defensa tenemos?
Si fraguamos el crimen contra aquel mancebo que no llenó nuestro deseo o se atrevió a decir nuestro descoco: sí, matamos el fruto de la pasión y obligamos al legislador hacer leyes que sólo llegaron al umbral de nuestros palacios para volverse impotentes ante nuestra alcurnia, sí, mostrábamos al desnudo nuestras formas incitando al hombre y le prohibíamos la posesión en aquel momento solazándonos en su deseo, que muy luego venía en perjuicio de una obrera; si, en fin, nuestro estudio, solo fue rendir las ciencias, la ley, la justicia y todo a nuestros caprichos y desenfreno, que al fin no pudimos llevar, ¿qué defensa tenemos?
Yo, la dama más altiva, que cuando cansada no podía mi cuerpo soportar más el placer, ataba a las otras damas, hartas como yo, para entregarlas en ese estado a una bacanal de hombres fuertes y hambrientos de pasión. ¿Por qué ahora soy obligada a recordar lo que me atormenta y que nada tengo que alegar a mi favor?
¿Qué ley, en la tierra, me obligara a un acto contrario a mi voluntad? ¡Ay! Estoy al frente de tanta prostitución y sólo horror me causa y la vergüenza llega a mí por primera vez, al ser vista mi desnudez por el ojo del hombre Juez; pero representa una ley de amor y sólo nos resta pedir misericordia. ¡Cubridnos, por amor, siquiera sea con una gasa que disimule nuestras vergüenzas y así podamos presentarnos al coro de los espíritus, donde prestar nuestro juramento!... El vidente me advierte, que María, con una gran pléyade de espíritus, las han cubierto. Luego de una breve pausa dijo:
Contaos, no podemos perder más tiempo y hay que acatar la ley, porque en la tierra no cabemos más que bajo la ley de amor. Todas lloran; ni una sola quiere perder la tierra.
Juez nuestro: acatamos la ley; queremos volver a la tierra; queremos borrar nuestras huellas practicando la ley suprema del amor.
¡Espíritus de luz! Gracias por cubrirnos en nuestras desnudeces, no podemos presentarnos en la luz como estamos; todas pedimos perdón a nuestras víctimas, a nuestros seductores y a nuestros seducidos y por todas jura y firma.
Cleopatra…
Libro: Filosofía Enciclopédica Universal Tomo II
Autor: Joaquín Trincado