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Joaquín Trincado

La propiedad material no existe en la ley divina y sólo es propiedad del espíritu la sabiduría ganada

  • Foto del escritor: EMEDELACU
    EMEDELACU
  • hace 3 días
  • 6 Min. de lectura

Tiene esta madeja tantos cabos, que es difícil dar con el que me lleve a desenredarla, porque éste, es el fin que persiguen las religiones y con el que se hizo todo el desequilibrio que hace dificilísimo establecer una ley equitativa, pero imposible la continuación del estado social actual, pues diez años más bastarían para llegar a la barbarie más tremenda, en la que no sería posible calcular su alcance, sino comparándonos todos con un tigre hambriento e hidrófobo, hasta llegar al último sobreviviente.

   

Este es el camino en que la presión ha puesto a la humanidad y que no se ha producido ya, porque los espíritus de luz han trabajado por contener los odios y las iras reconcentrados, hasta conseguir por el esfuerzo la expulsión de los turbadores del espacio, que furibundos incitaban a sus secuaces de la tierra, no reconociendo más Dios que la concupiscencia, ni más derecho que la fuerza bruta; pero que en todos los tiempos descendieron a la tierra hombres de ideas salvadoras que con sus principios, ora de división de fuerzas en las religiones y poderes, ora con carácter de conquistadores, ora de revolucionarios hasta llegar a poder entablar las guerras de principios obedeciendo al gran regulador de la ley de afinidad, que en unión de la Justicia preparaba el momento histórico del Renováveis fatem terrae, empezando con el juicio final a que hemos arribado.

   

La humanidad de hoy, está compuesta en sus familias, de lo más heterogéneo que imaginar se puede y no hay unidad ni afinidad de amor completa en ninguna familia pobre ni rica, ni en las potestades de las naciones no religiosas, porque ya dije que, preparándose el acto del juicio, la justicia hizo reencarnar a los morosos que en la tierra tenían afines y enemigos con quienes solventar cuantas del espíritu; y conforme el régimen o ley hereditaria, resultaría que las riquezas de uno, pasarían por la ley, a un individuo que nunca fue consanguíneo en la familia; no siendo extraño que el heredero de un trono, sea el verdugo de ayer o el asesino del monarca, del que en la actualidad es su padre o su madre.

   

Si la genealogía hereditaria fuese en la ley divina lo que el egoísmo e ignorancia religioso-social hace ley, el Padre universal no sería justo, y haría bien la humanidad en serle hostil y perseguirlo y no haría nada de malo con renegar de tal padre; pero el Dios de Amor se nos manifiesta clara y terminantemente imparcial, igual y con la más estricta justicia, como lo vemos en las cosas de la naturaleza en el nacer y morir, en la constitución de los seres y en el sol que nos da vida material, cosa que nadie puede ignorar ni negar.

   

En vano intentaría la humanidad desequilibrar estas leyes; un solo caso, nos han querido hacer creer fuera de la ley general de la procreación en la gran María con Jesús y ha bastado un principio de ciencia para declararlo absurdo; pero el Padre (que no puede ser burlado), mandó al último de los hijos de aquella gran mujer y así hermano de Jesús, a desmentir esa extravagante calumnia y nadie se atreverá a negar lo que dice ese enviado, aunque la farsa sacerdotal quiere asentarse sobre que “Dios, con todo su poder, hace todo cuanto quiere”. Yo os digo en nombre del Dios Creador y de Amor y en contra de ese absurdo artículo de fe del falso Dios de la iglesia católico-cristiana y de cuantas iglesias y religiones ostentan; “que el Dios de Amor, que es el verdadero y único Padre Creador por amor a quien todo el universo llama “Eloí”, no puede hacer absurdos ni modificar su ley eterna por la que es inmutable; sin ella, dejaría de serlo”.

   

Sentados los principios que anteceden, únicos y terminantes de la verdad eterna, inmutables como su causa, ¿quién no ve en la propiedad que sancionan las leyes religiosas, civiles y sociales, no sólo un robo, sino un desacato con todas las agravantes a la divina ley de igualdad? ¿Quién no ve en ese desacato al Creador, el origen de todos los males que afligen a la sociedad en general, que se subyugan por clases y dentro de la misma clase? ¿No veis que los únicos no subyugados son los sacerdotes que nunca han hecho más que infiltrar su ponzoña y que sólo en los últimos tiempos, cuando el espíritu, después de cruentas luchas ha podido penetrar los umbrales de la ciencia y la libertad sacudiendo el yugo de la infamia religiosa se ven acosados y despreciados y es sólo entonces cuando han concedido hasta derechos divinos a los monarcas, emperadores y jueces y que esto ha sucedido después de Jesús?

   

¿No es bastante esa prueba que está al descubierto y declarada por todos los principios de progreso para comprender que sólo las religiones son las acaparadoras del producto que ellas no producen y que aún combaten, dando propiedad de lo que tampoco producen a las castas y clases por ellos creadas para tener su apoyo?

   

La infiltración de la idea de acaparamiento es contraria a la ley divina y natural; y aunque no estuviera rebatida en absoluto por el régimen del reino animal, primer consumidor de la tierra y que fuera de las leyes del espíritu le rigen absolutamente las mismas leyes que al cuerpo humano, están rebatidas por todos los profetas y mesías, señalándose entre todos Juan y Jesús, que vinieron a marcar el principio del Sexto día de la humanidad y lo rebatieron con palabras y ejemplos, no teniendo ninguno de los dos ni donde reclinar su cabeza, en propiedad. 

   

La propiedad individual de todo aquello que el hombre necesita, es un robo con abuso de fuerza y engaño a la comunidad y un desacato de lesa deidad a la divina ley de igualdad y justicia y se quebranta imperdonablemente la ley del trabajo impuesta para el progreso a las humanidades de los mundos de expiación.

   

Por lo que, al empezar el Séptimo día en el día del juicio, se decretó la Comuna en toda su grandeza y con un plazo perentorio de 90 años para su completo establecimiento, que es el tiempo de transición a las tres generaciones que en la tierra se encuentran sentenciadas inapelablemente; y de que esto se cumplirá, da fe el triunfo de la proclamación de la libertad de pensamiento y la abolición de los sacerdotes y las religiones, que también declaran Juan y Jesús y cayeron en aquella forma por la supremacía civil y sacerdotal y sacrificaron a los dos apóstoles de la igualdad.

   

La propiedad material está prohibida en la ley divina; y todo el que retiene lo que al otro le hace falta, o se constituye en propiedad de lo que no puede llevar consigo a su desencarnación, constituye delito de usurpación a la Comuna, y el Padre, por su justicia, le hará pagar con la pena del Talión su falta de amor, su ofensa a la ley y el hurto al progreso, con más las agravantes de miseria que ocasionó a sus hermanos: sólo la Comuna es justicia.

   

La única propiedad que el hombre tiene son sus virtudes y su sabiduría, porque éstas son las riquezas únicas del espíritu, que siempre es el mismo individuo y es el archivo, que aunque no quisiera, tendría que llevarlo, porque es lo que constituye su valor; pero aun esto, que es propiedad inherente e impuesta, no puede disfrutarlo el solo; sino que la Ley de Amor lo lleva inexorablemente a hacer partícipe a sus hermanos, de los conocimientos que él ha adquirido; el premio de ello es la mayor elevación moral ante sus hermanos que ante el Padre lo eligen y el Padre que lo señala como su misionero y sus hermanos como su maestro; pero sin más prerrogativas ni más supremacías materiales, y sólo disfruta más en su espíritu, porque su sabiduría le lleva a más profundos conocimientos de la causa primera y esto hasta se demuestra en la tierra; pues aunque hoy son muy pocos los verdaderos sabios, éstos se muestran siempre en humildad y justicia y son venerados por los aprendices a sabios; pero se les amarga aún a los maestros por los pretendidos sabios, cuya arma es la calumnia, la intriga y la crítica mordaz, por un egoísmo bien definido, que se llama envidia y necio orgullo.

   

Queda, pues, codificada la propiedad diciendo que: no se puede retener nada de lo que a los demás hace falta y que sólo la Comuna puede repartir en justa equidad los productos de la tierra.


Libro: Código de Amor Universal

Autor: Joaquín Trincado

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