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Joaquín Trincado

Juan Prim y Prats

  • Foto del escritor: EMEDELACU
    EMEDELACU
  • 13 may
  • 19 Min. de lectura

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Hijo de Don Pablo Prim y Teresa Prats, nació en la ciudad catalana de Reus, situada en la provincia de Tarragona, el día 6 de diciembre de 1814.


Sea porque su padre era teniente coronel de infantería, sea que era innata en él, la cuestión es que desde su más tierna edad mostró gran afición a la milicia, en atención a esta inclinación su maestro de música, Biosca, quien, al organizar una charanga para un batallón de voluntarios liberales, hizo que nuestro biografiado le acompañara tocando el pito.


No pudiendo resistir más tiempo su vocación obtuvo Juan Prim, a los diez y nueve años de edad, plaza de distinguido y luego de cadete en el batallón de tiradores de Isabel II, cuerpo franco organizado por el general Manuel Llauder, marqués del valle de Rivas, en el que Prim ingresó como voluntario (21 de febrero de 1834). A los seis meses de servicio era distinguido con singulares muestras de aprecio por sus jefes y compañeros.


Por aquellos años estalló en España un movimiento que se singularizó de las demás guerras dinásticas habidas hasta entonces, por la descarada crueldad demostrada por los rebeldes, y que obedeció principalmente a la intervención de elementos religiosos que, habiendo fanatizado a gran parte del pueblo, los incitaban fácilmente para masacrar a los herejes liberales". “Bajo el lema de Dios, Patria y Rey" se cometían los más repugnantes excesos.


Pero si por Dios "debemos entender al Creador del Universo" hemos de preguntar una vez más: ¿Pueden los atentados contra la vida, el honor, la libertad del pensamiento y el bienestar común ser una demostración grata a la voluntad del Padre Universal?


Entre los liberales se sumó don Juan Prim, quien tuvo en esta guerra civil una actuación brillante y diligente, pues intervino en treinta y cinco acciones durante las cuales fué ocho veces herido; describir todas las acciones en que intervino nos emplearía demasiadas páginas de LA BALANZA, aunque el gran ciudadano del que nos ocupamos lo tendría más que merecido. Nos concretaremos pues, a describir algunas de sus hazañas: Recibió su bautismo de sangre en una pequeña acción dada en Cataluña, en la que su compañía derrotó una partida carlista (7 agosto 1834).


Prim mereció por ella el parabién de todos sus compañeros de armas por el arrojo y serenidad de que dió muestra. Más tarde en una acción sobre el caserío Raurell de Segas (Provincia de Tarragona) contra el cabecilla Muchacho, hirió a éste con la bayoneta. El jefe carlista admirado del valor de Prim, quiso premiarlo por su arrojo, pero desistió de ello, al comprobar que su adversario era un cadete, para no dar motivo a que pudiera Prim lograr el ascenso de oficial. No obstante, por su comportamiento en dicha acción recibió el grado de subteniente. En un combate posterior (4 enero 1835) se vió alejado de sus compañeros, y en lucha personal con Pedro Sanmartín le dió muerte, no sin agotar todas sus fuerzas.


Concurrió a la victoria alcanzada por el brigadier Munt (14 marzo 1835) contra la facción del cabecilla Caballería en San Quirico de Besora (Peia, de Barcelona).


Entre los vencedores figuraron en primer término los urbanos de Vich, que habían sido unos héroes, y que, llamando a Prim le colocaron delante de ellos como el más digno, para recibir por todo el premio de su valor, pero a pesar de esto no fué recompensado.


En un encuentro posterior recibió una peligrosa contusión que le obligó a permanecer dos meses en Ripoll (Pcia. de Gerona). Ya restablecido ganó en la acción de Viladrau el ascenso a teniente. Intervino luego en una acción en la que derrotó el ejército que mandaba un servidor del Dios de las Misericordias" el cura Armentera. El 14 de diciembre 1835 cayó en una emboscada en el ataque y defensa de San Celoni (Pcia, de Barcelona), pero supo obrar con tal valor y denuedo, que fué especialmente recomendado por lo que contribuyó por la victoria.


Otra recomendación se hizo de él por su conducta al desalojar al frente de una compañía de cazadores a los carlistas de las ventajosas posiciones que ocupaban en Arbucias. Por este hecho se le confirió la cruz de Isabel la Católica. En Villamayor. de Vallés, cuando toda la oficialidad oía con disgusto la propuesta de sorprender al cabecilla Torres, hecha por el comandante de su batallón, ofrecióse primero a bajar al pueblo con un batallón y dos compañías, a pesar que los enemigos, ascendían a más de 4.000 soldados.


Llegó a la puerta de Villamayor, arrolló la numerosa guardia; recorrió las calles en medio del mayor espanto de sus adversarios y se disponía entrar en la casa del cabecilla cuando cayó herido (26 marzo 1836). Por esta acción recibió el empleo de capitán de cuerpos francos. Curado de sus heridas fué atacado en Taradell por un lancero, pero Prim le derribó de una estocada, presentando el vencedor armas y caballo del vencido como trofeo de su victoria.


Emboscado con otros en el valle de Coyote, le hicieron observar que en el terrado de una casa contigua había cinco "aduaneros" carlistas. Comprendiendo Prim que su fuerza no podía avanzar sin ser visto, llegó solo a la casa casi arrastrándose; llamó por un labriego al jefe de los "aduaneros", que engañado, bajó por la escalera exterior del terrado, y al entrar en la casa armado de trabuco se vió acometido por nuestro capitán, de quien trató de evadirse, a la vez que gritaba para avisar sus compañeros, que se salvaron por la fuga.


No así su jefe, que, abrazado a Prim, sucumbió en la lucha, dejando al expirar un anteojo de campaña y su trabuco cargado de 35 balines. En Vich se hizo Prim cargo de 80.000 reales de su batallón y salió para Granollers con su compañía sabiendo que el enemigo se había apostado para sorprenderle, salió resueltamente en su busca, hallándolo en Ametla donde lo acometió y dispersó (6 febrero 1837).


Pocas semanas después derrotó otro ejército muy superior al suyo en el mismo lugar y en una nueva acción (julio 18) cargó en San Miguel de Terradellas a la bayoneta y en desesperada lucha, entre las filas del enemigo arrancó Prim con su propia mano la bandera al cuarto batallón carlista de Cataluña, hecho por el que, sobre el campo de batalla, le concedió el general en jefe la cruz de San Fernando de primera clase. No se distinguió menos en la acometida a las fuerzas del. presbítero Benito Tristany que sitiaban a Puigcerda, pues mereció que su jefe al conferirle en el campo de batalla la cruz de Isabel la Católica, le dirigiese la palabra, diciendo que admiraba su valor, y que le juzgaba digno de mayores recompensas.


Pasado a mandar la compañía de cazadores del segundo batallón de Zamora, con la cual se encontró en el sitio y toma de Solsona, fué en el ataque de la noche del 23 de julio 1837 el primero que escaló el tambor de uno de los fuertes, y aunque se sintió herido en el brazo izquierdo al dar el asalto, siguió combatiendo con su ardor acostumbrado hasta apoderarse con la rapidez del rayo de una puerta que antes había intentado quemar, y por la cual penetró en la población arrollando en todas partes a los carlistas, que, presas del espanto, corrieron a refugiarse en la catedral y el palacio del obispo.


Este hecho de armas valió a Prim el grado de comandante, concedido sobre el campo de batalla. Si Prim era siempre felicitado por sus triunfos, en la acción de Campo de Bergus, en la que a pesar de hallarse herido buscó el sitio de mayor peligro y persiguió el enemigo casi solo hasta que le mataron el caballo acudieron los soldados en tropel para contemplarle.


Concurrió luego al sitio y toma de la villa de Ager (Pcia. de Lérida). Designado para dirigir el ataque a los fuertes, marchando a la cabeza de tres compañías y a la vista de todo el ejército sitiador, asaltó el reducto de más consideración (12 febrero 1839) y los tomó a viva fuerza, siendo el primero que subió a la barbeta de la fortificación, desde donde dirigió con igual denuedo hacia la brecha que vió en otro fuerte y que, por no estar practicable, le obligó a permanecer seis horas en el foso expuesto al fuego enemigo y a los riesgos ocasionados por los trozos de muro que continuamente se desplomaban.


En el momento oportuno fué de los primeros que penetraron en la población en la que amparó a muchas personas. Tanto arrojo fué premiado con el ascenso a mayor de batallón, concedido sobre el campo de batalla. Por las acciones de 8 y 12 de abril de 1839 se le dieron las gracias y en el campo de batalla obtuvo el empleo de primer comandante. Pocos días después volvió a actuar con tanta bizarría y pericia a pesar de haber sido herido nuevamente, que se le concedió el grado de teniente coronel, y en el campo de batalla la cruz de San Fernando de primera clase. En un nuevo hecho de armas hizo tales proezas de valor que recibió una recomendación muy lisonjera y el empleo de coronel.


Derrotados los carlistas y la religión católica y abandonados por sus engañados satélites, viéronse obligados a reconocer su fracaso en la derrota capitulando por el famoso Convenio de Vergara" (29 de abril de 1839); convenio que sin embargo no hubieran cumplido los confabulados, si el sanguinario Ramón Cabrera, que continuaba la lucha en Cataluña, no hubiera tenido que apelar a la fuga al ver derrotadas sus tropas en julio de 1840.


Nombrado subinspector de carabineros de Andalucía (julio 1841), fué objeto de cariñosas manifestaciones populares cuando llegó a Granada, y desempeñó el cargo con la mayor entereza. En el mismo año fué elegido diputado por la provincia de Tarragona. En el Congreso. se hizo notar, ya por los arrebatos de su oratoria, ya por lo enérgico de sus conclusiones y por el celo con que defendió los intereses de Cataluña.


Ante la política en extremo reaccionaria de la reina regente, María Cristina de Borbón, que tenía indignada y revolucionada a la opinión pública, figuró Prim en la mayoría que votó en favor de la regencia del general Baldomero Espartero, duque de la Victoria, por considerarlo meritorio a este cargo por su comportamiento en la guerra carlista; pero desilusionado por la testarudez del nuevo regente, terminó por sumarse a la oposición que constituía el partido progresista, Hallándose en Reus, y ante la eventualidad de que la política de Espartero se alejaba cada día más del camino que señalaba la voluntad popular, consideró en colaboración de otros prohombres liberales, entre los que figuraban Don Joaquín María López y Don Salustiano de Olozaga, que había llegado la hora de pronunciarse contra el régimen imperante (28 mayo 1843), formándose una Junta de gobierno de la cual fué Prim nombrado presidente, además de ser comandante de las tropas revolucionarias.


Combatido por el general Martín Zurbano en una ciudad desprovista de obras de defensa, comprendió que seguir resistiendo no sería más que verter sangre inútilmente, capítulo tras una encarnizada lucha de varias horas. El general Zurbano, impresionado por la heróica como noble conducta de nuestro biografiado, concedió a éste paso libre con sus dos batallones, con los que marchó a Barcelona. A su llegada a esta ciudad dirigió la palabra al pueblo desde un balcón de las Casas Consistoriales, explicando el verdadero fin del alzamiento, dando seguridades de que vertería hasta su última gota de sangre en defensa de la libertad de su patria dondequiera que estuviese amenazada.


La Junta Suprema Revolucionaria que le había dado el empleo de coronel y brigadier, autorizó a Prim para organizar un ejército de 4.000 hombres, con los cuales marchó sobre Madrid, la que tomó en unión con el general Francisco Serrano Bedoya. Depuesto Espartero y declarada mayor de edad la reina Isabel II, fué Prim nombrado gobernador de Madrid, cargo que desempeñó cumplidamente, inspirándose en sentimientos conciliadores bien necesarios en aquella agitada época.


Notando el gobierno síntomas de rebelión en Barcelona, envió a esta ciudad a Prim con el título de Gobernador militar de Barcelona y comandante general de la Provincia. A su llegada dirigió a los habitantes una proclama, en la que les excitaba a que dijeran sus deseos, prometiendo no emplear otras armas que las de la razón, pero, que caería como un rayo sobre los que sembraran discordias. En los días siguientes no perdonó medio para restablecer la calma por medios pacíficos.


Hallando en cierta ocasión apostados en actitud amenazante a varios revoltosos al transitar por una calle, les dijo con toda serenidad:


«¿Me esperáis a mí? Pues bien, aquí me tenéis. Si habéis creído que vertiendo mi sangre ha de salvarse la patria, hacedme fuego». Los confabulados huyeron avergonzados. Otro día, sublevadas algunas fuerzas, pasó el último a caballo con sus ayudantes entre la multitud gritadora. De los grupos salió una voz, que gritó así: "Lo que busca es la faja". Detúvose Prim, miró tranquilo a la muchedumbre embravecida, y arrojando el bastón exclamó: «¡Pues lo queréis, sea! ¡La caja o la faja!». Espoleó su caballo y se retiró a Gracia.


Pronto comenzó la lucha (3 septiembre) contra los rebeldes, encarnizada por una y otra parte y se hizo dueño del barrio marítimo de la ciudad. Aun celebró algunas conferencias con el propósito de llegar a una avenencia que ahorraría sangre; pero cuando supo que la Junta de Barcelona le había declarado traidor, declaración injusta porque ningún compromiso había contraído, se decidió a no transigir.


Con insistencia pidió refuerzos al gobierno y a medida que iban Ilegando los organizaba. Bloqueó a San Andrés Palomar que cayó en su poder después de reñido combate; dispersó las fuerzas que Riera intentó introducir en Barcelona, prendiendo a este último, lo que le valió la faja de mariscal. Durante esta sangrienta guerra que duró desde el 22 de septiembre 1843 hasta el 13 de enero 1844, repetía Prim con frecuencia que, vencidos los rebeldes, volvía a ver en ellos hermanos leales.


Vuelto a Madrid, se declaró enemigo de la política del presidente del Consejo de Ministros, general Ramón María Narváez, a quien Prim ya había acusado de haber cometido actos de la más refinada crueldad durante la campaña de los carlistas. Acusado falsamente de haber conspirado contra la vida de Narváez, pidióse para él la pena de muerte. El conde de Reus contestó, que no se hubiese presentado ante el Consejo que debía juzgarlo si sólo se le acusara de conspirador; pero que atribuyéndole la nota de asesino, iba a defender su honra, que heredó puro y sin mancha de su padre, y que había sido la antorcha que iluminaba los más insignificantes pasos de su vida".


Ante el Consejo se quejó de la manera cómo se le había prendido, de que ni un ruedo para acostarse hubiera en su calabozo, y de haberle tenido incomunicado hasta aquel instante. Condenado a seis años de prisión, fué conducido al castillo de San Sebastián en Cádiz. Su madre fué a pedir gracia a Narváez, que la recibió y solicitó de la reina el indulto.


Puesto en libertad, realizó un viaje al extranjero dedicado a adquirir conocimientos científicos aplicables a su carrera. A su regreso, no pudiendo sufrir el espionaje del que se vió rodeado, se volvió a Francia. Su amigo el general Fernando Fernández de Córdoba, ministro de la guerra, le nombró Capitán General de Puerto Rico (20 octubre 1847) para alejarlo de la lucha de los partidos.


En el desempeño de esta función se hizo tan querido del pueblo portorriqueño, que aun años después había corporación que guardaba como reliquia los objetos que habían sido de su pertenencia. En una oportunidad, habiendo ocurrido una sublevación de los negros en la isla de Santa Cruz, colonia dinamarquesa, ante el temor de ser asesinada la población blanca, rogó el gobernador a Prim que acudiera en su auxilio, a lo que accedió inmediatamente; y con tal pericia supo obrar que consiguió calmar a los sublevados sin disparar un solo tiro. Agradecido el gobierno de Dinamarca, le confirió la gran cruz de Dannebrog.


Relevado en su cargo de Capitán General (12 septiembre 1848), regresó a España, y decretadas las elecciones de 1850, fué candidato por las provincias de Barcelona, Gerona y Tarragona. El gobierno español, atribuyéndole influencia solamente en las grandes poblaciones, le preguntó, antes de las elecciones, para combatir. con mejor éxito su candidatura, el distrito en que esperaba triunfar; pero el conde de Reus, comprendiendo que se trataba de engañarle, indicó un distrito cualquiera, en el que las autoridades hicieron grandes esfuerzos para derrotarle, en tanto que el general triunfaba por respetable mayoría en otra parte, en el distrito de Vich, donde menos lo esperaba el gobierno.


En el Congreso, al discutirse el mensaje de la corona pronunció un extenso discurso en el que combatió la política del gobierno con poderosos argumentos, belleza de estilos, riqueza de datos y gran acierto en la calificación de las infracciones legales cometidas en todos los ramos de la Administración, en la que demostró poseer vastos conocimientos.


Reemplazado el gobierno de Narváez por otro también moderado, y decretadas nuevas elecciones para mayo 1851, juzgando el gobierno imposible la derrota de Prim, hizo que elevadas personas le ofrecieran el mando de la isla de Puerto Rico, en términos que el general hubo de aceptar dicha Capitanía General y retirar su candidatura, puesto que no podía tomar asiento en el Congreso aunque lograra triunfar; más, pasadas las elecciones, el gobierno comunicó oficialmente al conde de Reus el resultado del juicio de Residencia por su mando en Puerto Rico, resultado que impedía a Prim volver a las Antillas hasta que hubiesen transcurrido cuatro años.


Quedó luego vacante el tercer distrito de Barcelona. Una reunión general de electores proclamó candidato a Prim, que contestó exponiendo sus principios políticos y económicos. El gobierno español, por su parto, apoyó para el mismo distrito un Brigadier de artillería que también era muy popular en Cataluña; a pesar de esto triunfó Prim por gran mayoría.


En el Congreso pronunció un extenso discurso denunciando graves atentados contra la vida y bienes de ciudadanos catalanes, criticando los estados de sitio y las tendencias reaccionarias, pronosticando que de no mantener ilesas las libertades, rodaría tarde o temprano el trono de Isabel II. También se declaró enemigo del concordato que se buscaba firmar con el Estado Pontificio, diciendo que lo que se buscaba era entregar la educación de la juventud española como la expansión filosófica, al fanatismo de la teocracia; de ese concordato, en fin, que. quiere imponernos los conventos de frailes". Sintetizó. en nombre propio las aspiraciones del partido progresista, que era el suyo, en esta frase: «Más liberal hoy que ayer, más liberal mañana que hoy»; pidió la libertad de imprenta, que deseaba fuese un freno para los que se atrevían a descorrer el velo de la vida privada, pero completo para discutir cuestiones políticas y religiosas.


Al terminar el primer período de la legislatura de 1853 intervino en calidad de jefe de la comisión española en la guerra de Oriente, en la cual actuó con tal acierto y arrojo al lado del general Omer Bajá, que el sultán de Turquía le colmó de atenciones y además de otorgarle la gran condecoración de Medjidie, le obsequió un precioso sable de honor. Cuando supo el triunfo de la revolución española de julio de 1854, trasladóse inmediatamente a Madrid para prestar su apoyo a los liberales que habían conseguido el triunfo. Después de defenderse victoriosamente de una falsa acusación en que se decía haber tenido relaciones con el gobierno derribado, exponiendo cuáles debían ser según su concepto las aspiraciones de la revolución, proclamó la necesidad de abolir las quintas y las matrículas de mar.


Siendo miembro a las Cortes Constituyentes por Barcelona, fué nombrado Capitán General de Granada (octubre 1854). Allí encontraba los ánimos agitados; pero empleando la política justa y conciliadora que tantas veces había defendido en el Congreso como base de sus principios de gobierno, no tardó en restablecer la armonía en esa ciudad. Pasó entonces a Melilla que también dependía de su Capitanía General para poner fin a las continuas agresiones de los moros rifeños (septiembre 1855). Desafiados por éstos luchó con tal energía que, sea por respeto o por temor, redujéronse los africanos a silencio.


A causa de haber censurado con dureza los malos tratos que sufrían algunos de sus paisanos, fué reducido a prisión a la salida de una fiesta (11 enero 1857) y conducido a altas horas de la noche al Alcázar de Toledo, donde fué condenado a seis meses de arresto en Alicante (12 marzo 1857). Como por estos días se había convocado a nuevas Cortes, en las que Prim había triunfado por inmensa mayoría en Barcelona, Tarragona y Reus; al saber que no podría tomar asiento en el Congreso, obtuvo licencia, antes de expirar el término de su condena, para trasladarse a los baños de Vichy, Francia, no sin gran sentimiento de los alicantinos, que le habían tomado gran afecto.


Estando en el poder el general Carlos O'Donnell, Duque de Tetuán, fué Prim nombrado senador. A abrirse las Cortes (19 Diciembre 1858), discutiéndose el mensaje de la corona, presentó una enmienda en la que pedía que el Senado, declarase que veía con pena subsistente la cuestión de México, y con tal motivo pronunció un discurso para demostrar que en dicha cuestión se había sorprendido la buena fé d los ministros y de todos los españoles, los cuales al querer la guerra, servían los intereses de cuatro agiotistas.


El ministro de gobierno general O'Donnell, aprovechó un pequeño desorden provocado al parecer por los rifeños, para declarar la guerra (22 octubre 1859) al emperador de Marruecos, Sidi-Mohamed, sin tener en cuenta la prudente protesta de este soberano por las insolentes exigencias de O'Donnell.


Prim al ver amenazada su patria por los indignados moros ofreció sus servicios al gobierno, el que deseaba excluirle de la acción, pero no atreviéndose a desatenderle, le dió el mando de una división, con la cual hizo tales proezas que se constituyó en el ídolo del ejército expedicionario y de toda España.


Veamos unas palabras del poeta y escritor español don Pedro Antonio de Alarcón, que como simple soldado actuó en aquella contienda, con las que pinta al general Prim: «El héroe de los Castillejos, montaba aquel caballo árabe, cogido a un jefe moro, de que hablé el día pasado. Vestía como casi siempre, ancho pantalón rojo, levita azul, kepis de paño (con la visera levantada, al estilo francés, y con los dos entorchados de teniente general) y un sable muy corvo parecido a una cimitarra.


Luego que estuvieron reunidas las cuatro compañías de voluntarios, Prim se colocó en medio de ellas, y en idioma catalán, en aquel habla enérgica y expresiva que recuerda los romances heroicos de la poesía provenzal les arengó... Al principio le interrumpieron vivas y aclamaciones.


Al final todo el mundo lloraba (todos llorábamos), mientras el gran batallador, de pié sobre los estribos árabes, rígido, trémulo, espantoso, parecía trasportado a los antiguos tiempos, a los días de los Jaimes y Berengueres, y comunicaba a todos los corazones el entusiasmo patriótico de su alma, el calor de su belicosa sangre y la extrema energía de su temperamento.


¡Cuán fulminante es la amenaza! ¡Qué arrebatador en el elogio! ¡Qué persuasivo en la promesa! ¡Qué sublime al evocar la pasada historia! ¡Llorábamos todos, sí, viejos y jóvenes, generales, jefes y soldados! ¡Todos comprendíamos en tal instante aquel idioma extraño! ¡Todos palpitábamos a compás con aquel corazón embravecido! ¡Todos ansiábamos ardientemente la llegada del nuevo día, la hora de la refriega, el momento de la embestida y el asalto!...> No hemos de omitir en describir una escena de la inmortal batalla de los Castillejos, en la que más se distinguió nuestro héroe: Uno de los regimientos que intervenían para abatir una furiosa ofensiva de los moros, por orden del conde de Reus, había dejado en el suelo sus mochilas que fueron alcanzadas por los moros.


Viendo desconcertadas a las fuerzas españolas, arrancó el general Prim de manos del abanderado el estandarte del regimiento y gritó a sus soldados: «¡En aquellas mochillas está vuestro honor, venid a rescatarlas o voy a morir entre los moros con vuestra bandera!» Los soldados se lanzaron en pos de su jefe al grito de "¡Viva la reina!". El mismo O'Donnell, que se había tomado el honor de ser el comandante en jefe de la expedición, vióse moralmente obligado a elogiar a Prim con estas palabras: "Si su bizarría y serenidad no fuesen tan conocidas en el ejército, este hecho bastaría para darle el título de valiente y entendido".


Al firmarse la paz (26 abril 1860), mientras el general Prim era elogiado por el pueblo, completaba el causante de la tragedia su nefasta obra, pues exigiendo del imperio de Marruecos una enorme suma como indemnización que era incapaz de sufragar con sus propios medios, tuvo que prestárselo Inglaterra que cobró crecidos réditos al capital prestado en influencias y preponderancia. España, aparte de la gloria y el valor que allí derrochó sacó escasas ventajas de aquella campaña, pues el tratado de comercio que podía haber sido una fuente de riqueza para su industria, se hizo de tal modo, que sólo benefició a las demás naciones.


El general Prim que había sido nombrado Grande de España de primera clase, con el título de marqués de los Castillejos (19 marzo 1800), era director del cuerpo de ingenieros militares, cuando fué enviado con el doble cargo de ministro plenipotenciario y jefe de la expedición española a México, (véase la biografía en LA BALANZA No 84), captándose por su recta política la enemistad de O'Donnell y de Napoleón III, pero el tiempo se encargó de realizar la profecía que hacía ya años había hecho en las Cortes: «El imperio en México acabará en cuanto dejarán de apuntalarlo las bayonetas extranjeras».


Veamos cómo la reina de España, Isabel II, a pesar de haber sido vencida en su política autócrata, vióse obligada a ensalzar el triunfo de Prim: O'Donnell, jefe del gobierno, disgustado por la negativa del marqués de los Castillejos en acceder a la política imperialista, llevó a la reina el decreto en que se desaprobaba. No queriendo Isabel II poner al duque de Tetuán en el caso de dimitir, hizo que su esposo saliese en palacio al encuentro del presidente del Consejo, a quien le dijo: "Suponemos que vendrás a felicitarnos por el gran acontecimiento de México. Prim se ha portado como un hombre, Ven, ven; la reina está loca de contenta". Y ésta, con su característica vivacidad, preguntó a O'Donnell: "¿Has visto qué cosa tan buena ha hecho Prim?" El duque de Tetuán, desconcertado, optó por adherirse al dictamen de los reyes y no presentó el decreto.


De vuelta a España, ocupó su puesto en la alta Cámara como senador vitalicio, y con su ayuda sacó de la postración a la minoría progresista, tomando la prensa un carácter más agresivo, si bien por entonces sólo se aspiraba al poder por el llamamiento de la corona.


El partido liberal organizó comités en todas las provincias, y en 3 de mayo 1864 dió en Madrid muestra de su poderío en la reunión que celebró en los Campos Elíseos, donde Prim anunció la proximidad del triunfo de las ideas progresistas. El gobierno tomó severas medidas, una de las cuales fué el destierro del marqués de los Castillejos,


Cuando Narváez lo libraba del destierro (septiembre de 1864), hallábase Prim gravemente enfermo de un ataque al hígado. A su regreso a Madrid llegó a tiempo para presenciar los sucesos del 10 de abril 1865 y al día siguiente se presentó en el Senado pidiendo enérgico castigo para los que habían convertido en sangrienta jornada una manifestación escolar. Desatendida su reclamación, volvió al retraimiento, y como jefe del partido progresista trabajó resueltamente por derribar el gobierno.


Después de haber fracasado varias veces en su intento debido a la falta de unión del pueblo, pasando durante su destierro de país en país, volvió, luego de haber conseguido la unión de los partidos progresistas y demócratas, secretamente a Valencia.


Nuevamente vió defraudadas sus esperanzas debido a la indecisión de los complotados. Expulsado de Bélgica por orden del gobierno, resolvió no confiar en nadie más que en sí mismo. Inesperadamente llegó a Cádiz (17 septiembre 1868) donde con su presencia de ánimo sublevó la escuadra que fué secundada por el pueblo de la ciudad; en todas partes donde se presentaba, llenaba al pueblo de fervor revolucionario. Toda resistencia del gobierno resultó inútil, y cuando las últimas fuerzas de éste quedaron dispersas en la batalla de Alcolea (28 septiembre 1868), no quedó a la reina Isabel II otro recurso que buscar su salvación en la huída.


Triunfada la revolución dirigióse Prim a Barcelona donde su entrada fué un paseo triunfal, arengó al pueblo desde el balcón del ayuntamiento y gritó: «¡Abajo los Borbones!» Pero salió de la ciudad disgustado porque vió en ella manifestaciones republicanas.


El duque de los Castillejos rechazaba las ideas republicanas como lo comprueban sus palabras al conde de Kératry: «No habrá república en España mientras yo viva. Esta es mi última palabra».


Esta actitud ha sido juzgada de diferentes modos, pero a la vista está que con la república no podía ser evitada la guerra civil y Prim buscaba la unión de los hombres, propósito que entonces sólo era posible bajo un rey sensato. Realizadas las elecciones y proclamada la Constitución de 1869 que aceptaba la monarquía, fué nombrado Francisco Serrano Bedoya regente, quien encomendó a Prim organizar el gabinete ministerial; éste lo organizó bajo su presidencia (19 junio 1869), reservándose la cartera de Guerra. Triunfó Prim de las primeras partidas carlistas, castigó con mano dura a los republicanos que se sublevaron en Cataluña, Andalucía y Zaragoza e impuso el orden en todas partes.


Una de las más importantes cuestiones de que tuvo que ocuparse el marqués de los Castillejos fué la referente a la injerencia de los Estados Unidos en la sublevación de Cuba. Dos cosas prometían al pueblo cubano:


1° Que, deponiendo las armas, concedería España simultáneamente una amnistía absoluta y completa.


2° Que el pueblo demostrando su voluntad en las urnas, y siendo la independencia voluntad de la mayoría, sería concedida por España previo el consentimiento de las Cortes y Cuba pagaría un equivalente satisfactorio. La alarma que este proyecto levantó entre los politiqueros cubanos y norteamericanos hizo fracasar las negociaciones, e hicieron exclamar al marqués de las Castillejos: «La isla de Cuba no se vende, porque su venta sería la deshonra de España; a España se le vence, pero no se le deshonra».


Iniciada la cuestión del trono, rechazó Prim varias candidaturas, inclusive la de los que ofrecían la corona a él mismo, consiguiendo finalmente que fuese elegido Amadeo de Saboya (Véase: Don Manuel Ruiz Zorrilla en LA BALANZA No 83). Pero no alcanzó a ver realizados sus ideales, pues el 27 de diciembre 1870 fué víctima de un atentado, que se supone una venganza de los republicanos, falleciendo, después de dos días de sufrimientos, dominado por una congestión irresistible, el 30 de diciembre de 1870, el mismo día en que el príncipe Amadeo desembarcaba en Cartagena.


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Libro: Biografías de la Revista Balanza

Autor: Joaquín Trincado

 

 
 
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