Giordano Bruno
- EMEDELACU
- 15 may
- 11 Min. de lectura

Del temple de Savonarola es este fraile, por el hábito; pero en espíritu es una piqueta de la falacia religiosa. Sus ideas reformadoras en un siglo como el en que vive, sólo un temple del convencido puede la perversidad religiosa deben enfrentarse con los errores y con las hogueras y los potros. Mas es uno de los grandes profetas y viene a abatir la religión y a los filosofastros.
Filósofo racionalista, combate a los escolásticos y Aristotélicos desde su Cátedra en París y corre toda Europa con su atrevido programa, siempre expulsado y perseguido de todas partes.
Una vez que ha extendido sus libros e ideas reformadoras, se retira al convento, al que pertenecía en Roma, para combatir dentro del claustro, que fué su gran temeridad.
Cien veces es amonestado, porque convence los otros frailes de que "las estrellas son mundos habitados" y, bajaba y arrojaba los cuadros y crucifijos de su celda diciendo: "Fuera de mi presencia las afrentas; si quieren adornar estas paredes, descuelguen esos mundos luminosos y pónganlos y los veneraré". Con esto, era declarado hereje: pero otros frailes lo imitaron y entre ellos el padre Bonifacio, que pronto fué quemado, porque no ofrecía el peligro de Giordano, que ya lo seguían muchos.
Al saber el fin de Bonifacio, hace una salida del convento, pues prevé que allí ya no tiene ninguna seguridad y que su sentencia está dada y se oculta en el Palacio de la condesa Fiorina, la que empieza a negociar en el Vaticano la revocación de la sentencia.
Los esbirros de la inquisición eran demasiado activos y por el pedido de la condesa, comprenden que en su casa se oculta y, allí penetran, mientras la condesa está en el Vaticano, donde alcanza la revocación de la sentencia, cuando el papa es avisado de haber prendido al hereje y que la revocación llegaría tarde.
Fué así, que la condesa Fiorina, llegó en momento que las llamas terminaban con el cuerpo de Bruno, mientras profetizaba: "Rodarán los siglos y se levantarán mármoles y bronces a vuestras víctimas y rodará la bestia del fanatismo a la fosa que ella se abre". Fiorina, que se ve burlada, clava el puñal en el pecho del inquisidor y luego en el de ella, que cae al pie de Giordano.
Mas Giordano reencarnó para hacer justicia y el año 1835 anula en España todas las congregaciones religiosas. Es Juan de Mendizábal, "Don Juan y Medio". Celebramos a Giordano Bruno el 2 de febrero. “Quién teme a la justicia, señal que ha delinquido”.
A los Giovannilio Della Rosa se les contaba cómo la familia más antigua de Venecia. A ella pertenecieron altos militares que se habían distinguido en la campaña contra los turcos; uno fué dogo, y se contaron entre sus miembros también varios cardenales. Gran parte de su historia no eran más que leyendas que se relataban de dos formas distintas. Los amigos políticos sostenían que su fundador, el primero en llevar el apellido de Giovannilio al cual fue agregado más tarde el de Della Rosa había sido canonizado en los primeros siglos del cristianismo por sus obras pías entre las cuales se le atribuía el haber inaugurado solemnemente la basílica de San Marcos en Bizancio, y muy especialmente, de que figuraba entre los verdaderos fundadores de la ciudad de Venecia. Los opositores a su vez sostenían que los primitivos Giovannilio habían sido unos temibles capitanes apodados Della Rosa, debido a que llevaban una rosa como escapulario, siendo miembros de una Orden mística. Estos capitanes se habrían dedicado con afán a robos y saqueos, pero bajo un tinte religioso, es decir, que trataban de justificar sus fechorías alegando que lo hacían con el piadoso fin de aumentar los tesoros de la Virgen. Pero los que contaban esta leyenda, agregaban que en realidad adoraban a otra clase de vírgenes.
Cualquiera que hubiese podido ser la verdad respecto al proceder de sus fundadores, de si habían sido santos o saqueadores, una cosa era cierta, que en la Edad Media. hubo un miembro de esta familia llamado Malone y que fué apellidado por sus contemporáneos con el apodo de "Il Maledetto" (el maldito).
Cuando la peste causaba sus estragos en Florencia, se había mofado Malone Giovannilio del terror de los venecianos, contándoles que había hecho un pacto con los espíritus malignos por lo cual quedaría inmune del terrible flagelo y aún se atrevió a aceptar una apuesta de ir y residir un tiempo en Florencia para volver de allí sano y salvo. En efecto, había partido, pero volvió tan serio y cambiado que se llegó a murmurar que la peste debía haber asustado muy mucho al valentón. Cuando uno que le vió volver le interceptó el paso para decirle burlonamente de que no había estado en Florencia, se abalanzó Giovannilio sobre el burlón y le agarró con una mano, tan fuerte del cuello que casi lo había ahogado y desabrochando con la otra su túnica, mostró al aterrado hombre. un siniestro bubón salido en el medio de su pecho. Desde entonces todos rehuían con mayor temor aún su compañía, maldecían su memoria y se santiguaban cada vez que alguien osaba pronunciar su nombre. Malone por su parte no molestaba a nadie se encerró en su palacio para nunca jamás salir, acabando sus días en compañía de un monje anciano que le servía de sacerdote, secretario, mucamo, cocinero, en una palabra, que le socorría en todo. Nadie se preocupaba por saber en qué consistía que ese joven tan gallardo y amante de la vida alegre se había vuelto tan taciturno y sobrio. Solamente el monje supo por la confesión el origen de su transmutación. He aquí la historia.
Había estado realmente en Florencia, no por convicción de estar bajo la protección de espíritus malignos como había hecho creer burlonamente a sus conciudadanos, sino resuelto como, un hombre lleno de vida y anhelante de aventuras amorosas. Llegado a la ciudad infecciosa se había entregado a la vida más licenciosa que le permitía: el ambiente, pues eran muchísimas las mujeres y aun niñas que después de haber coqueteado con su virginidad, al verse contagiados del terrible mal que había de arrancarles del mundo de los vivos, y con el pretexto de tener que morir sin remedio se arrojaban en brazos de los vicios, tomando parte sin ruborizarse de las más relajadas bacanales. Malone, un hombre fuerte y sano se hacía preferir por estas mujeres. Con ellas bebía el deleite sin control ni medida.
Fuerte como una roca, no le doblaban los abusos, pero sí solía desanimarle la insaciabilidad de su pasión, especialmente cuando reconocía en las víctimas del flagelo a la mismas que había con él dado suelto a su desvergüenza. Entonces le sobrevenían esos abatimientos durante las cuales vagaba sin orientación por las calles de la ciudad, diciendo para sí que en su loca carrera por satisfacer su sed de amor no había abrazado más que sombras de la muerte, que el amor mismo había dejado de ser amor hasta convertirse la propia vida en un antifaz de la muerte.
Así merodeaba hasta que el aguijón de la brutalidad se imponía nuevamente. sobre su meditación y le arrastraba en busca de nuevos placeres. Con este fin penetró cierto día resueltamente en un palacio que se hallaba ubicado en las afueras de la ciudad. En sus jardines magníficamente cuidados florecían infinidad de hermosas flores que en este ambiente de aciaga soledad evocaban melancólicamente la sombra de la muerte. Atravesó salones y pasillos sin encontrar ser humano alguno. Finalmente se halló ante una puerta cerrada con llave por el lado de adentro. Afanoso de hallar lo que buscaba no gastó tiempo en llamar sino que de un tremendo empujón la desquició. Vió entonces con asombro a una joven que lanzando un grito desesperado. -huía a un rincón de la pieza.
- ¿Por qué huyes de mí? -preguntóle el galanteador extrañado por el comportamiento de la mujer. - ¿Quién rechaza los deleites del amor cuando ya es imposible huir de la muerte? Ven, ven a mis brazos, pues es la alegría y no la meditación la que puede hacer olvidar las penas en la postrera hora de la vida.
-Vete-respondió la joven. -Huid de mí antes de que sea tarde. Yo estoy enferma; todos mis familiares ya han muerto; dejadme, no quiero contagiaros de mi mal.
-Os engañáis-repuso Malone-todos estamos atacados del mismo mal que nos llevará a la tumba. ¿De qué vale, pues sufrir en silencio en vez de gozar en la felicidad que os ofrezco?
¡La muerte! -exclamó la joven con resignación. -Yo quería vivir, ser feliz; soñaba con una gran dicha ignota, una felicidad sin remordimientos, un bienestar exento de murmuraciones dolorosas e infaustas y ese sueño era mi felicidad. Lo que tú me ofreces, señor, no es felicidad, porque mancha el alma. Escuchadme en mi súplica: huid de mí y procurad ser feliz en la vida y en la muerte.
El aventurero miraba inmóvil y meditabundo a su interlocutora. Era la primera vez que a sus oídos llegaban palabras de virtud sincera. Un estremecimiento corría por todo su cuerpo, pues sentía como un amor puro comenzaba a emanar de su corazón. Ya el aguijón de la lujuria no encontraba eco en él. Largos días y noches permanecía al lado de la cama cuidando al ser que lo había redimido y en cuyos rasgados ojos leía lo que los infantes suelen encontrar en el regazo de su madre en sus horas de aflicción.
La terrible enfermedad seguía su curso y cuando la enferma cerró los ojos para siempre, sintióse Malone preso de una honda desesperación. El, que en pos de los placeres materiales había despreciado la vida y la muerte, sentía ahora en su alma un gran vacío y con sus besos y lágrimas cubría aquel rostro ya sin expresiones. Temeroso de que manos impías pudiesen profanar ese cuerpo sagrado, cavó en el jardín con sus propias manos una sepultura, y al levantar a la muerta para colocarla en su última morada, desabrochóse la camisa y apretó esos labios sin vida contra su pecho como si con ello buscara el consuelo de un último adiós. Y fue al día siguiente que descubrió en su pecho la siniestra hinchazón.
Abatido y a la vez resignado retiróse de Florencia. Abatido, pues, hubiera preferido morir al lado de su amada antes de vivir sin ella; resignado, porque comprendía ahora que las virtudes del alma son la base de la verdadera felicidad. Volvió pues, a su castillo decidido a soñar con la dicha...
Siglos habían pasado, cuando hacía la segunda mitad del siglo diecinueve nació en el castillo de los Giovannilio un niño. Su padre, tal vez por capricho, puso a su vástago el nombre de Malone, en memoria de su antepasado. Para el pobre príncipe fué esto una desgracia, pues no sólo la servidumbre lo rehuía con un temor supersticioso, tomándolo por un ser maquiavélico, sino que su propia madre parecía incapaz de amarle.
Muy joven perdió a sus padres, y a esta desgracia se unieron otras, debiendo el huérfano imberbe permitir que mediante embustes le fuera arrancado impúnemente gran parte de su cuantiosa fortuna.
Abandonado de todos, creció el niño en su palacio, queriendo el destino que también él. como único compañero, tenía un monje anciano que le servía como maestro y tutor. La población de Venecia se santiguaba si alguien osaba mentar a Malone, a quien como a su antepasado, comenzaron a llamar "Il Maledetto".
El niño, ajeno a todo esto, crecía en la mayor soledad; el último vástago de esta familia una vez tan poderosa, no había salido jamás de su palacio; el monje se cuidaba mucho de que esto no sucediera, porque sabía que corrían los más alarmantes rumores, según las cuales atribuían los venecianos todas sus desgracias a "Il Maledetto", por lo que, temerosos de sus supuestos maleficios, se había tramado un complot para asesinarlo tan pronto se mostrase en la calle. Delante de todas las puertas del palacio se habían colocado cruces hechos de ramas, y en cada ladrillo de sus paredes se habían grabado signos cabalísticos como un símbolo de anatema.
Una noche, era víspera de año nuevo, se hallaba Malone en el amplio comedor, sentado ante una fogata cuando con el fin de distraerse comenzó a pasearse por la habitación. De pronto se detuvo delante del gran espejo ya desazogado por el paso de los siglos; parecíale que en el cristal ya casi sin brillo se reflejaba una cara que no era la suya. La falta de roce con el mundo exterior, pues apenas podía recordar otro rostro que el del monje, había herido sensiblemente el poder de su imaginación.
Con el puño cerrado dió un paso en dirección a la imagen, cuando un estremecimiento corría por todo su cuerpo. Desde la ciudad sonaron sirenas, pitos y explosiones que indicaban que se despedía el año viejo y la llegada de otro nuevo. Volvió a sentarse. Si la vida se renueva siempre, pensaba, si la esperanza no cierra los senderos de nuestra existencia, ¿Por qué he de seguir esta vida de anacoreta? ¿Podrá haber un destino fatal que me prohíba vivir en sociedad?
Si mi abolengo es un obstáculo para ello, quiero vivir sin él, libre, sin ataduras que oprimen el alma. Con un movimiento agitado se levantó, atravesó varios pasillos, abrió con toda cautela una de las puertas del palacio y se internó en la calle, sin reparar en su preocupación de las cruces y signos cabalísticos.
Las luces de la noche que se reflejaban en los canales le atraían y con paso ligero atravesaba sin rumbo una calle tras otra. Ni en éstas ni en los puentes se veía ser viviente alguno ni ruido ninguno rompía el profundo silencio que no fueran sus propios pasos. Cuando vió a un sereno que con el característico farol en la mano cantaba las horas, escondióse el príncipe en el umbral de una casa hasta que hubo pasado.
Había reanudado nuevamente su carrera cuando divisó súbitamente la silueta de una mujer rubia que doblaba la. esquina. Esta se detuvo y miraba al muchacho a la luz. del alumbrado público.
-Príncipe-exclamaba la rubia con gran ternura. -En el nombre de Dios, volved a vuestro palacio. Se ha hecho juramento de hundir el puñal en vuestro pecho donde quiera que fuéscis encontrado.
- ¿Asesinarme? - respondió el joven con doloroso asombro ¿Qué delito he cometido yo?
-Infeliz, el fanatismo os ha señalado como una maldición, las gentes os temen y odian porque ellos mismos no saben amar.
- ¡Yo, maldito! -exclamaba el joven con aplomo Y por qué se ha puesto ese estigma sobre mis hombros?
- ¡No pierdas un precioso tiempo con preguntas, os lo ruego en nombre del cielo; volved sobre vuestros pasos, huid, corred hacia vuestro castillo antes de que sea tarde! -
-No, jamás volveré a mi palacio -respondió con resignación antes de volver a mi prisión para seguir, siendo un objeto de aversión para nadie, quiero ir a otro pueblo, a otra región, a otro ambiente donde pueda respirar libertad y vida. Ah, señora, uníos a mí, huyamos juntos.
-Príncipe, yo no soy mujer digna de huir contigo... yo soy...
-Seréis otra infeliz como yo, tal vez una bailarina y te avergüenza tu humildad.
-Príncipe, yo soy menos que una vulgar bailarina....
- ¡Tu bondad será una fuente inagotable de vida para mí... vente conmigo... yo quiero vivir, ser feliz!
- ¡Huya, desdichado!... Paréceme oír pasos que se acercan... y yo...
- ¡Oh, señora, has llenado mi corazón de amor y dando ánimo a mi alma, no te resistas a mi pedido, huid conmigo, e luminad mis senderos!
-Yo no soy mujer para ser respetada ni amada... huid nuevamente a vuestro castillo y dejad también a mi librada a mi destino.
-No os abandonaré -exclamó Giovannilio resuelto, al mismo tiempo que trataba de estampar un beso en los labios pintados de la joven.
- ¡II Maledetto!... ¡II Maledetto!... resonaron repentinamente voces a sus espadas. Eran voces roncas de terror supersticioso, de odio, de sed, de sangre...
Un puñal brillaba a las luces de la noche y se hundió en el corazón de Giovannilio que cayó de espaldas...
- ¿Quién es esa mujer? -inquirió uno señalando a la joven que como petrificada miraba al cuerpo caído a sus pies.
- ¡Es Lía, la prostituta! -gritaron varios- ¿Qué hará aquí a estas horas de la noche en vez de estar donde se peca?
- ¡Está embrujada! -exclamaba otra voz. Está embrujada y por ésto se encontró aquí con "Il Maledetto".
-Su sangre también está contagiada del maleficio y no puede escapar a su castigo. ¡Anatema! ¡Muera!
Numerosos puñales se desenvainaron y se hundieron en el cuerpo de la indefensa mujer.
- ¡Ved cómo cae con sus labios sobre el pecho del infame! -aullaba uno a la vez que se santiguaba con terror.
-La maldición se repite; también el otro Malone fué besado por su cómplice cuando muerta
-decía otro. Un soldado separó con un brutal puntapié su cabeza del cuerpo del príncipe, e inclinándose abrió rápidamente la túnica del joven y puso al descubierto su blanco pecho. Los circunstantes oraban entre dientes a la vez que se santiguaban ininterrumpidamente.
- ¡II Maledetto! ¡Il Maledetto! -murmuraban todos con temor supersticioso, como si presintieran que el verdadero delito lo habían cometido ellos mismos. Y a las luces de la noche de San Silvestre" contemplaban los cuerpos inertes de Lía, a la que suponían embrujada y huída de su oficio de pecadora y el de Malone, en cuyo pecho buscaban en vano el signo de la pestilencia.

Libro: Biografías de la Revista Balanza
Autor: Joaquín Trincado