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Joaquín Trincado

Fray Tomás de Torquemada

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    EMEDELACU
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Uno de los teólogos astutos que se ha hecho célebre por su incansable afán de imponer a toda costa la moral religiosa por encima de la moral civil.


Nació en la ciudad de Valladolid, España, el año 1420.


Siendo aún muy joven tomó los hábitos de la Orden de Santo Domingo.


Hallábase en Piedrahita (Provincia de Ávila) cuando el famoso Alonso de San Cebrián impuso la congregación de rigurosa observancia, siendo nombrado Torquemada prior del convento de Santa Cruz de Segovia por ser "sobresaliente" en dotes teologales.


Una vez en este cargo trató de llegar a convertirse en confesor de la reina Isabel, por lo cual conquistó el afecto de varias personas de influencia como ser el secretario y tesorero de los monarcas, aunque sólo consiguió su fin valiéndose de Doña María Dávila, dama de la reina.


Lo antedicho nos lleva a la convicción que el inconfesable fin que empujaba a Torquemada para conquistar a la alta aristocracia española obedecía a un plan secreto para someter mediante la astucia a este pueblo indómito. Y al prestarse para la realización de obra tan inicua, hombres que habían nacido en ese mismo suelo como lo eran González de Mendoza, Torquemada, Jiménez de Cisneros, etc., ¿Pueden merecer otro título que no sea el de "infamantes", es decir, que, si fueron fieles instrumentos del dios de las iras y venganzas, han sido hombres sin moral ni dignidad? Antes de continuar con recopilar las fechorías de Torquemada, cedamos la palabra a algunas opiniones autorizadas de la Iglesia Católica para que nos expongan qué derechos la asistían para hacer lo que ha hecho y justificar la autoridad que invocó el tribunal de la inquisición: "En absoluto, Jesucristo hubiera podido salvar a los hombres individualmente: hubiera podido limitar su obra a sembrar ideas, que cada cual recogiese por sí y ante sí. Más ha querido obrar de otra manera: ha querido salvar a los hombres socialmente creando un organismo social, depositario de todas sus enseñanzas y de todos los medios de salvación de que quiso proveer a los hombres... Que la Iglesia sea una sociedad perfecta se demuestra principalmente por el testimonio de la Escritura... Esta (la Iglesia) ha sido instituida por voluntad expresa de Jesucristo y fuera y por encima del orden natural de las sociedades humanas. Ahora bien, estas sociedades humanas, y la suprema de ellas, que es el Estado, no tienen otros derechos que los que necesariamente se derivan del órden natural e intrínseca de las cosas.


Luego sus derechos no alcanzan a la obra sobrenatural de Jesucristo... La extensión universal o internacional que Jesucristo quiso tuviese su obra la desliga y hace totalmente independiente de toda autoridad nacional, porque no es posible que una sociedad que por derecho propio es internacional esté supeditada a ninguna nación particular y menos aún a todas ellas en común... La Iglesia no es simplemente objeto de un precepto divino, sino que es, además, una institución salvadora, un medio de salvación al cual todos deben acogerse y sin el cual, normalmente a lo menos, no se alcanza la vida eterna.


Normalmente decimos, porque en absoluto y en circunstancias excepcionales puede este medio suplirse con otros, cuando para alguno sea inculpablemente inasequible. Por lo dicho se entiende que quiere decirse que fuera de la Iglesia no hay salvación".


Fundamentos para la creación del tribunal de la inquisición: "Se encuentra en la potestad que por donación del mismo Jesucristo tiene la Iglesia y especialmente su cabeza visible para definir el dogma, velar por su conservación y transmisión íntegra y fiel, y expulsar de su seno al que se aparta de ella esencialmente.


La misma fundación de la Iglesia tuvo por uno de los objetos principales esa conservación y trasmisión íntegra y fiel de la revelación, sin la cual no hubiera existido el cristianismo... Era un tribunal de fuero privilegiado y con jurisdicción delegada de la Santa Sede y también del poder civil, para investigar y definir los delitos contra la Religión Católica entregando los culpables contumaces a la autoridad secular para que por ésta fuesen castigados con arreglo a las leyes del Estado".


¿Qué tal la filosofía transcripta? Júzguenla nuestros lectores que su propio juicio, si está un tanto libre de prejuicios, definirá de qué fuente han emanado: del sentimiento o de las pasiones.


Aun cuando las obras de nuestra Escuela encierran todos los principios irrebatibles para probar la verdadera causa que impulsó a la creación de la inquisición, dejaremos lugar a puntos recopilados por algunos historiadores que, si pudieran haber sido malos servidores del Dios de las iras y venganzas han demostrado poseer dignidad humana al investigar hechos que la malicia más refinada no ha podido desmentir. Dicen así: "Al acercarse el tiempo en que debía ser arrebatado del mundo, emprendió Jesús el viaje a Jerusalén con acciones tranquilas, enviando delante de él algunos sujetos para que le preparasen alojamiento en la aldea de Samaria, pero como no le quisieron recibir, le dijeron dos de sus discípulos: «Señor, haced caer fuego del cielo contra estos impíos y aniquiladles». Jesús les reprendió soberanamente y les dijo: «Todavía no sabéis a que sois llamados, si temáis por un movimiento de celo el soplo de la venganza. El hijo del hombre no ha venido para perder a los hombres, sino para salvarles. El no romperá la caña cascada y no acabará de apagar la antorcha todavía humeante». "Sin embargo, en nombre de este sublime legislador, que vino al mundo para abolir los sangrientos sacrificios, y guiar al hombre a más suaves costumbres: en nombre de aquel que dijo a los delatores de la mujer adúltera: «Aquel de vosotros que esté sin pecado, arroje contra ella la primera piedra», en nombre de éste fue, y entre naciones cristianas, donde se vio a la inquisición inmolar millares de víctimas en una fiesta religiosa; ofrecer con sus manos impías la sangre del hombre, al Dios de clemencia y apellidar Auto de Fé a este acto monstruoso de atrocidad.


"Durante los tres primeros siglos de la Iglesia, San Ignacio, San Irineo, San Justino, San Orígenes, San Clemente de Alejandría y Tertuliano se contentaron con escribir contra los herejes, y cuando un pueblo fanático quiso asesinar a Manes, Arquelao, obispo de Gaschara corrió a su defensa y le sacó de manos de los furiosos. Quizá esta conducta se debiera atribuir a la impotencia de obrar de otro modo, puesto que, desde el principio del siglo cuarto, cuando los emperadores fueron cristianos, los papas y los obispos empezaron a perseguir e imitar a los paganos. Hasta entonces sólo se habían impuesto penas canónicas, pero Teodosio y sus sucesores impusieron ya penas corporales.


"Los maniqueos eran los más temidos. Teodosio en el año 362 publicó una ley que los condenaba al último suplicio, confiscaba sus bienes en provecho del Estado, y encargaba al prefecto del pretorio que crease inquisidores y delatores para descubrirlos y perseguirlos.


"Poco tiempo después el emperador Máximo mandó decapitar al español Prisciliano y sus secuaces, cuyas opiniones habían sido juzgadas erróneas por algunos obispos de España. Semejantes actos se multiplicaron en los siglos siguientes, aprovechándose la debilidad de los soberanos para arrogarse un poder sin límites; y su poder temporal llegó a ser tan grande, que los tronos no adquirían solidez hasta que estaban dados o aprobados por el papa.


"A fines del siglo IX, Juan VIII imaginó las indulgencias para aquellos que morían combatiendo contra los herejes.


Cerca de ciento veinte años después, Silvestre II, llamó a los cristianos a libertar a Jerusalén.


"El poder de la inquisición pronto no conoció límites: sin embargo, en su origen no tenía derecho de imponer la pena de muerte, pero se consolaba de ello porque una ley del soberano obligaba al juez secular a condenar a muerte a todo acusado que la Inquisición le entregase como a culpable de herejía. Sin duda debe sorprender el ver que los inquisidores, insertaban al fin de sus sentencias una fórmula, en la que rogaban al juez no aplicase al hereje la pena capital; al paso que está probado por muchos ejemplos que, si conformándose con los ruegos de los inquisidores, el juez secular, no enviaba al culpable al suplicio, él mismo era juzgado como sospechoso de herejía, según una disposición del artículo 9 del reglamento, por lo que la sospecha resultaba naturalmente de la negligencia del juez en hacer ejecutar las leyes civiles impuestas a los herejes, como si se hubiese obligado por juramento.


"Como el primer canon del concilio de Tolosa del año 1229 había mandado a cada obispo escoger en cada parroquia, un sacerdote y dos o tres legos de buena reputación que jurasen indagar y buscar exacta y frecuentemente herejes, en las casas, cuevas, y todos los lugares en que podrían esconderse, avisando prontamente al obispo, al señor del lugar o al baile después de haber tomado las precauciones necesarias para que no pudiesen fugarse los herejes descubiertos, los inquisidores obraban en aquel tiempo de acuerdo con los obispos, Las prisiones de los obispos y de la Inquisición eran frecuentemente las mismas y aunque en el curso de una causa el inquisidor podía obrar en su nombre, no podía sin intervención del obispo, hacer aplicar el tormento, pronunciar la sentencia definitiva, ni condenar a prisión perpetua. Los frecuentes altercados entre los obispos y los inquisidores, sobre los límites de su autoridad, sobre los despojos de los condenados, etc., obligaron en el año 1473 al papa Sixto IV a hacer las inquisiciones independientes y separadas de los tribunales de los obispos".


Si hasta el siglo XV tuvo la religión católica que echar mano al terror para ir imponiendo sus dogmas que eran objeto de una gran resistencia por parte de los distintos pueblos, si hasta el siglo XV, repetimos, tuvo la religión católica que echar mano al terror para imponer sus dogmas que eran objeto de una gran resistencia por parte de los distintos pueblos, aumentó esa resistencia cuando con la aparición de la imprenta empezaron a divulgarse los pensamientos de los hombres, lo que obligó a los "falsos profetas" adoptar medidas aún más infames en sustitución a las usadas por sus antecesores y que habían sido recopilados en el siglo XIV por el teólogo Nicolás Eymerico en un Manual o Diccionario para los Inquisidores. Una comisión de inquisidores se estableció con tal fin el año 1480 en el convento de San Pablo de padres dominicos en Sevilla.


Entre sus miembros figuraba nuestro biografiado, fray Tomás de Torquemada, quien era el alma del movimiento gracias a su golpe político de haber sabido conquistar la voluntad de la reina Isabel. La infeliz soberana, digna de toda lástima, era un instrumento ciego en manos del gran civilizador religioso; la hizo firmar una súplica a Sixto IV pidiéndole que "diese a este tribunal una forma que pudiese satisfacer a todos" y que las sentencias dadas en España fuesen ejecutivas y sin apelación en Roma. Mientras todo ésto, y para contribuir con su "granito de arena" llegó a España el inquisidor de Sicilia, Francisco Felipe de Barberris, quien susurró al rey Fernando V pingües. ganancias mediante la persecución y confiscación de los bienes de los judíos, de los cuales solo una tercera parte pertenecería a los tribunales eclesiásticos. Los reyes en un principio rechazaron esta inicua propuesta, pero cediendo tal vez ante intrigas o aprovechándose la contínua mala situación económica de la Corte, consiguióse que los monarcas permitieran este acto de piratería.


El papa, admirado de tamaña virtud teológica, nombró a Torquemada por dos breves de 2 de Agosto y 17 de Octubre de 1483 respectivamente inquisidor de Castilla y Aragón.


Una vez puesto en la cúspide de su poder, consideró Torquemada llegada la hora de iniciar su siniestra tarea. Comenzó por crear cuatro Tribunales y de éstos hacía partir una inmensa red de tribunales inferiores, siendo Torquemada el único autorizado para nombrar y deponer inquisidores. Esta última medida disgustó en sumo a los domínicos, pues santo" Domingo de Guzmán, cuyas "virtudes" teologales honra da iglesia llamándole en el oficio canónico "varón de pecho y espíritu apostólico, sostén de la fé, trompeta del evangelio, luz del mundo. resplandor de Cristo, segundo precursor y gran ecónomo de las almas". No omitiremos decir algunas palabras sobre la "milagrosa" fundación de esta milicia de Jesucristo: Cuéntase que el "santo" la fundó a pesar de la prohibición papal existente de crear nuevas Órdenes. Fué por esto que el pontífice titubeaba en reconocer este cuerpo de ejército; pero resultó que un día, "durmiendo el papa en el palacio de Letrán, vió en sueños que la basílica se inclinaba y Domingo la sostenía con sus hombros". Este aviso fué lo bastante para que quedase la Orden aprobada y su fundador admitido en la lista de los santos. ¡Quos vult perdere Jupiter, demen tat prius! (A quien Júpiter quiere perder, lo ciega primero).


Torquemada que había dado el título de Inquisición Antigua a las prácticas recopiladas por Eymerico, supo acallar las protestas de los domínicos, implantando su nuevo sistema de persecución con tal descaro y cinismo que solo lo podrán superar algunos horrores que solemos presenciar en el siglo XX.


Una vez que el Tribunal de la inquisición había obtenido de Fernando V el edicto que desterraba a los judíos residentes en España, dióse a éstos un plazo de tres meses para que abandonasen el país y con el fin de despojarles de sus bienes se les permitía salir del territorio con los efectos y mercancías que hubiesen comprado, pero prohibiéndoles de llevar nada en oro ni plata, lo que equivalía a obligarles a abandonarlo todo, dado el corto plazo de tiempo, en esos siglos en que no habían ferrocarriles ni ningún medio de transporte rápido. Y pasado este plazo se inició la persecución y a pesar que los judíos habían huído en su gran mayoría, se condenó a infinidad de personas que fueron condenados como tal, aunque sobre sus bienes no pesaba la maldición desde que la tercera parte, como ya dijimos antes, pasaba a las arcas del "Santo Oficio".


Con el fin de que ninguna de las víctimas elegidas pudiese escapar a la condena, convocó Torquemada a una Asamblea General de inquisidores y consejeros en Sevilla, la que a 29 de Octubre de 1484 aprobó una constitución de la llamada "Inquisición Moderna", titulada Instrucciones u Órdenes de los Inquisidores compuesta de 28 Artículos.


Para dar una idea de lo que encerraba esta constitución trascribiremos estos puntos, citados por un historiador, que lo abarcan todo: "Compréndese bajo el nombre de herejía, todo error no recibido por los concilios, todo sentimiento contrario a las decisiones del papa, y toda especie de duda acerca de los decretos de la santa Inquisición. Creer que el papa no es infalible, que no tiene un poder sin límites sobre el temporal de los reyes, que sus bulas no son inspiradas; leer un libro prohibido por la Inquisición, no denunciar a su padre, madre o mujer en caso de herejía; dar consejos a una persona arrestada por los familiares del santo oficio; escribir una carta de consuelo a un amigo preso; no comer tocino porque no se digiere; hacer algo que pertenece a judío, etc., todas estas abominaciones son herejías, por las que se quemaba dentro de una camisa de azure.


"Prendíase en calidad de herejes judíos, a los que comían con los judíos o de las mismas viandas que éstos: los que recitaban los salmos de David sin decir al final el GLORIA PATRIS, los que comían lechuga el día de Pascua; los que sacaban el horóscopo de sus hijos; los que cenaban con sus parientes y amigos, en la víspera de un viaje como lo hacen los judíos; los que muriendo movían la cabeza del lado de la pared, como lo hizo el rey Ezequías; los que hacían el elogio fúnebre de los muertos; los que echaban agua en la casa de los muertos, etc.


"Cuando los innumerables espías del santo oficio han denunciado a algún culpado de estos crímenes, es casi imposible escapar del suplicio. El acusado se encuentra en un abandono general, porque ni sus amigos, ni sus próximos parientes, se atrevían a defenderle, ni socorrerle, ni escribirle, ni verle: pronto se ve encerrado en calabozos harto profundos para que no se oigan los gritos de aquellos infelices; el día no entra en ellos, a fin de que los que están allí encerrados no puedan pensar en otra cosa que en los males que se les preparan. Los horrores del hambre, a que alguna vez se abandona a los prisioneros han producido lances tan hediondos y atroces que se resiste la pluma a dar una idea de ello, "Cuando los tormentos no han hecho confesar nada a los que han pasado ya por todas las pruebas del santo oficio, se les vuelve a conducir a la prisión y entonces la astucia sucede a la fuerza. Envíanseles espías del tribunal, que fingiendo ser presos inocentes como él, vociferan contra la inquisición y sus tiranías execrables. Con estos discursos tan verídicos como artificiosos, los agentes apostados para hacer sorprender hacen caer en el lazo a los acusados con tanta más facilidad, cuanto no puede uno menos de mezclar sus quejas con las de otro desgraciado, de cuya suerte cree participar. Todo el mal que se dice entonces de los inquisidores es retenido, amplificado, y estos jueces no necesitan más, para condenar al fuego.


"El que lograba sustraerse por la fuga de las pesquisas de la Inquisición, debía renunciar a su patria, a su familia, a sus bienes y a su honor, y por más manifiesta que estuviese su inocencia, no volvería a poner el pie en su suelo natal, no volvería a ver ni abrazar a su mujer e hijos, a menos que la mendicidad, les llevase al lugar del destierro. Encausábasele estando ausente, confiscábasele todo cuanto le pertenecía, quemábase en estatua, y a fin de que quedase de esto memoria a la posteridad, colgábase en la iglesia de la santa inquisición su retrato con su nombre, títulos, cualidades y supuestos crímenes, y si le podían echar mano los familiares del tribunal, era quemado sin poder obtener nueva instancia, pues así como el papa, eran infalibles los inquisidores y nada restituían".


Y había que considerarlo un acto de inmensa misericordia si el tribunal concediera a los hijos de los condenados a confiscación una parte de sus bienes a título de limosna, pues el Art. XX autorizaba la confiscación total con perjuicio de los herederos naturales.


Sin embargo, en medio de esta barahúnda que amenazaba con destruir el progreso ordenado por el Padre Creador a sus hijos de la Tierra, supo la Ley valerse de medios de burlar a los monstruos de la concupiscencia, y mientras Juanuche entretenía al pontífice de Roma, Alejandro VI, poniéndole obstáculos a sus inconfesables deseos de lascivia, llamó Cristóbal Colón con los documentos robados a su suegro, a las puertas del convento de La Rábida donde fué atendido por el padre Antonio de Marchena, según unos, o el padre Juan Pérez, según otros, quien lo llevó a su celda donde "el gran descubridor le confió en todas sus aspiraciones". Pero hemos de preguntar: era que la religión comprendió al genio" o es que hablaron los documentos, el lector juzgará.


Sea que el tribunal inquisitorial estaba demasiado ocupado con desvalijar a los últimos territorios que los moros poseían en España y que eran conquistados en esos días, sea que ansiaban encontrar otros grandes tesoros en las nuevas tierras señaladas en los planos que exhibía Colón, lo indudable es que juzgarían suficiente con dar el nombre de Indias" al nuevo mundo para creer fuera de peligro el dogma de la cuadratura de la Tierra. Así pudo España poblar las tierras apartadas burlando a los "falsos profetas" que creyéndose omnipotentes se han ido cegando ellos mismos.


La desconfianza subía de grados. El mismo rey Fernando V, inconsciente del papel que desempeñaba en la historia, después de haber apoyado el establecimiento de la inquisición en su país, desde donde había de amenazar a gran parte de Europa; al ver que el carácter imperioso de Torquemada no conocía límites y temeroso de que podía llegar a hacerse dueño del gobierno, había procurado la organización del Consejo Supremo de la Inquisición, buscando en las rivalidades de los consejeros el medio de dominarlos; éstos, presididos por e inquisidor general, no podían luchar contra éste ni contra los 45 inquisidores que le asistían. Tenían los consejeros voto deliberativo para los asuntos dependientes del derecho civil, y no más que voto consultivo para los asuntos eclesiásticos, en los que las bulas apostólicas declaraban a Torquemada único árbitro. Debía el rey pues conformarse con conservar sólo el "derecho de implorar".


El inquisidor comprendía que con la realización de delitos inconfesables al amparo de un régimen de terror no podía conquistarse más que la enemistad de todos los hombres, por lo cual resolvió adoptar en su vivienda minuciosas precauciones, temiendo siempre ser envenenado; se dice que tenía en la mesa continuamente un cuerno de unicornio al cual se suponía la virtud de descubrir y quitar la fuerza a cualquier veneno. En la calle iba siempre rodeado de una guardia de más de 200 familiares de la inquisición.


A las continuas protestas que llegaban a Roma, acusando a Torquemada, respondió el pontífice enviando cuatro inquisidores más con lo cual subió su número a 50.


A pesar de haber fray Tomás de Torquemada con el funesto sistema de legislación bajo su dirección encausado a más de doscientas mil personas entre condenados a las llamas, prisión perpetua e infamación, sin contar los horrores que hizo pasar a los más de un millón de judíos con el famoso edicto de destierro, ni la persecución inicua llevada contra la libertad del pensamiento, expiró tranquilamente (al parecer) el día 16 de Septiembre de 1498, colocándole la Iglesia por sus méritos teológicos en la lista de los santos.


Con su muerte nada se había ganado, pues su horrible legislación quedó en pie, y aun cuando las constituciones actuales aborrecen al tribunal de la inquisición, aunque las piras se han apagado, continúan existiendo en muchas partes, como un siniestro eco, las mazmorras, el hacha, la horca, el fusilamiento y aún... la silla eléctrica.

 


Libro: Biografías de la Revista Balanza

Autor: Joaquín Trincado 

 

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