Juan Martín Díaz
- EMEDELACU

- 13 may
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El célebre guerrillero español, que es más conocido por el sobrenombre de "El Empecinado", nació en Castrillo de Duero (Provincia de Valladolid) el 2 de septiembre del año 1775. Respecto al origen del sobrenombre de este ejemplar luchador cuéntase que, lindando por las casas de Castrillo pasan unos arroyos que forman un lodo negruzco que los naturales llaman "pecina y de ahí que los pueblos inmediatos llaman "empecinados a todos los que de esta villa pasan a establecerse en otros puntos de la comarca; también puede tener su origen en que la mayor parte de la población de Castrillo eran zapateros. Era hijo de Don Juan Martín y Doña Lucía Díaz, honrados labradores que, siendo hereditaria esta profesión en la familia, no quisieron desviar de ello a su heredero que, empleado en las faenas agrícolas, adquirió en el campo la robustez que luego le distinguió empuñando la espada.
La revolución francesa, iniciada en 1789 con la toma de la Bastilla, había llegado a conmover a la Europa entera; los gobiernos autócratas civiles y religiosos veían con terror el giro de los acontecimientos que amenazaban repercutir en sus propios países que también se hallaban cansos de la tiranía ejercida por los encumbrados. El rey de España, Carlos IV, no se hubiera opuesto tal vez a conceder a su pueblo mayores libertades; pero su débil carácter se dejó arrastrar por la nefasta influencia de su disoluta esposa María Luisa y el peor favorito de ésta, Manuel Godoy Alvarez de Faría.
Luis XVI, rey de Francia, había cedido ante la exigencia de su pueblo revolucionado, jurando mantener la constitución civil del clero que la Asamblea Nacional había votado (12 Julio 1790); pero la excomunión que el papa Pío VI lanzó sobre esta constitución (Abril 1791) tuvo terribles consecuencias, pues el clero que al principio parecía conformarse con la ley del pueblo, empezó a agitarse iniciando una terrible guerra de persecución. El soberano, tal vez aconsejado por el pontífice, resolvió huir al extranjero para desde allí reconquistar a sangre y fuego su autoridad absolutista. Ya se hallaba en viaje y cerca de la frontera, cuando fué reconocido y apresado, siendo conducido nuevamente a París.
A raíz de esta detención de Luis XVI en Varennes, dirigió el gobierno español una nota a la Asamblea francesa amenazando con la ira del rey católico en caso de ser maltratado el de Francia. Sin embargo, a pesar de todos los embrollos de los partidarios de la mantención del absolutismo, no parecía inminente la participación de España en esa famosa coalición integrada por Prusia. Austria, Inglaterra, Holanda, el Patrimonium Petri (Estado Pontificio), Cerdeña, las Dos Sicilias y Toscana porque el ministro de gobierno, conde de Acardi, era partidario de la paz. Una intriga del famoso Manuel Godoy derribó de la noche a la mañana al ministro, haciéndose Godoy mismo cargo del gobierno. De pronto resonó el grito de ¡Guerra! en todas las bocas; un inmenso entusiasmo parecía haber invadido de pronto la nación entera. ¿Quiénes habrían sido los instigadores? Como muestra basta un botón: Para iniciar la guerra dió el cabildo de Toledo 25.000.000 de reales; el arzobispo de Zaragoza. 50.000 duros y un ejército de 50.000 religiosos; el arzobispo de Valencia, 1.000.000 de reales; el general de los Franciscanos, un ejército de 10.000 frailes; etc. ¡Todo en nombre del "Dios de las Misericordias"!.
Francia, a pesar de verse acometida por todas partes. no esperó el momento del ataque de los españoles, sino que anticipándose, declaró ella la guerra a España (23 Marzo 1793). En el comienzo avanzaron los españoles, ocupando las plazas de Perpiñán y Bayona, pero pronto volvieron a ganar terreno los franceses, penetrando en Cataluña, Navarra y las Provincias Vascongadas, aunque fueron rechazadas del interior de ellas.
El pueblo "herético" de Francia, con sus solas fuerzas arrojaba de todas sus fronteras los inmensos ejércitos invasores, portadores de la bendición pontificia.
Nuestro joven héroe, el "Empecinado", entusiasmado por los actos de esta guerra, se alistó, a pesar de la oposición de sus padres, en un regimiento de caballería, granjeando con su valor, su ejemplar conducta para con todos el afecto de sus jefes y compañeros. Y luego de ver los malos resultados de la guerra obligado a su patria a firmar con Francia el pacto de Basilea (22 Julio 1795), se retiró don Juan Martín Díaz con licencia a su hogar. Poco tiempo después contrajo matrimonio con doña Catalina de la Fuente y fué a radicarse en Fuentecén (provincia de Burgos) donde continuó dedicándose a la labranza. Fué en esta villa donde adquirió el sobrenombre de el "Empecinado" que pidió al rey por única gracia le declarase apellido de su familia; pedido que le fué concedido en una Real Cédula.
Napoleón I. erigido en emperador de Francia, se había impuesto por las armas en la mayor parte de Europa; pero a Inglaterra no pudo vencer por ser isla, por lo que resolvió arruinarla cerrando a su comercio los mercados europeos. A esta medida se negó adherir Portugal, y aprovechando la circunstancia de ambicionar el rey Carlos IV y su ministro Godoy el territorio de Portugal, firmó Napoleón I con el gobierno español el tratado secreto de Fontainebleau (27 Septiembre 1807) por el cual no solo permitiría este país el paso por su territorio de un poderoso ejército francés, sino que a su vez contribuiría con tropas para la conquista del tan anhelado territorio.
En ésto ocurrió el motín de Aranjuez (Marzo 1808), que hizo prever a Napoleón I, que el nuevo monarca llamado a regir España, Fernando VII, no sería más que un dócil instrumento de la iglesia católica apostólica romana, por lo cual mandó detener a este príncipe, confiando la corona de España a su hermano José Bonaparte.
Aunque hemos de reconocer en esto un noble propósito, no dejaba de ser un gravísimo error, pues con la asunción del príncipe francés se creyeron los jefes militares franceses que le acompañaban, con derechos autoritarios que no podían ser tolerados por el pueblo español que, acudiendo a la voz dada por el valiente alcalde de Móstoles. Don Andrés Torrejón (2 Mayo 1808) inició una sin igual guerra de independencia.
Don Juan Martin Diaz que, como dijimos antes, había vuelto a ocuparse de la labranza sin preocuparse por las dificultades en que se había envuelto su patria con la imprudente campaña de 1793, resolvió ante este último acontecimiento empuñar nuevamente la espada, tomando voluntariamente la defensa de España y se lanzó al campo acompañado por dos aldeanos tan determinados como él. Después de tender varias emboscadas en las que perdieron la vida numerosos funcionarios franceses de cuyos despachos se apoderaba, empezó a adquirir fama proporcionándosele gente y dinero. No tardó pues, en ser un jefe temible que inspiraba temor a sus adversarios.
Luchaba con la mayor nobleza, no por odio a los franceses sino simplemente con el fin de salvaguardar la independencia de su patria. Una prueba de ello es que jamás fusiló un prisionero. En uno de sus ataques a los convoyes en que derrotó al mariscal Moncey, que mandaba una escolta de varios miles de hombres (Agosto 1808), cayó en su poder una dama, parienta del mariscal, El "Empecinado' la trasladó a su pueblo y la hospedó en su propia casa.
Sabiendo los franceses que Don Juan Martín Díaz era el alma de la revolución, hicieron todo cuanto pudieron para apoderarse de su persona. En una oportunidad fué hecho prisionero y encarcelado en Burgos, pero sus propios medios le bastaron para fugarse de la cárcel.
El general José Leopoldo conde de Hugo, que se había hecho famoso por su campaña en los Abruzzos (Italia) recibió el encargo de apresar al guerrillero; y tan convicto estaba este militar de su propia pericia que jactó ante el rey francés que muy pronto le traería prisionero a la capital. Pero no pudo ser mayor el desengaño del general: Después de una campaña de tres años (1809-1811) durante la cual tuvo 32 encuentros con el "Empecinado" sin jamás haberlo podido derrotar; porque Don Juan Martín Díaz con su pequeña tropa, anochecía en una provincia y amanecía en otra sorprendiendo, fatigando y diezmando sus contrarios. Refiriéndose a esta campaña escribió el general Hugo: "Tal era la famosa actividad de el "empecinado", tal la resolución y aumento de sus fuerzas, tales los socorros que recibía, que se veía forzado a ejecutar contínuos movimientos... Para la conquista de la Península se necesitaba acabar con las guerrillas. Pero su destrucción era la imagen de la hidra fabulosa''.
Al infligir una de esas sensibles derrotas en que encontró la muerte el general Chi, ayudante del rey José; y ante la imposibilidad de atraparlo, se apoderaron los franceses de su anciana madre, amenazándola con fusilarla. El "Empecinado" que tenía en su poder muchos prisioneros, contestó que por su madre fusilaría de primera intención a 100 prisioneros y luego cuantos fueran cayendo en su poder. Esta amenaza causó tal pavor que se apresuraron a libertarla. Inútilmente trataron los franceses también de comprar su conciencia; las más halagüeñas proposiciones las rechazaba sin considerarlas siquiera; las adulaciones no le inmutaban lo más mínimo; no entendía más que de justicia que reclamaba para su patria. En 1811 recobró las ciudades de Sigüenza y Cuenca, marchando enseguida a Madrid que había sido evacuada por los franceses, y donde se constituyó un gobierno de regencia compuesta por hombres de ideas liberales que: elaboraron la memorable Constitución de 1812 que el "Empecinado juró con entusiasmo al frente de todas sus tropas.
Napoleón I, después de haber perdido más de 300.000 hombres en esta guerra infructuosa, resolvió poner fin a su intervención en España y devolver la libertad a Fernando VII. Estableció en el tratado de Valencay (11 Diciembre 1813) que España fuera evacuada y que el pueblo recobrara su plena libertad.
Fernando VII, que no había sido abandonado un momento por los eternos conspiradores, era tenido en constante contacto con bailarinas, cantantes y mujeres disolutas, que, aguijoneándole cada vez más sus pasiones materiales, inculcábanle a la vez un ciego fanatismo religioso. Con sus propias manos había hecho un manto para... "la santísima virgen" ¿Que podía esperarse de este hombre "que ya no era hombre"? Impresionado, tal vez, por los hechos acaecidos en su patria, pareció haber abrigado la intención de hacer un gobierno de acuerdo a la voluntad de su pueblo, al menos, en una carta que dirigió a la Regencia aseguró que confirmaría todo cuanto ese gobierno había realizado incluyendo a las Cortes liberales y la Constitución de 1812.
Ante la esperanza de este cumplimiento le fué tributado una bienvenida como jamás un soberano español había recibido de su pueblo. Al lado del valiente duque de Zaragoza, Don José de Palafox y Melzú hizo solemnemente su entrada en Zaragoza. Pronto palidecerían los buenos propósitos del monarca pues al hacer su entrada en Valencia (15 Abril 1814) se agruparon los enemigos de la libertad alrededor de Fernando VII exigiéndole que no autorizara la Constitución jurada por los "herejes liberales”.
También en Madrid juraron los reaccionarios proceder contra los liberales, llamándolos "enemigos de la patria". El rey, arrastrado por su fanatismo religioso creyó ver en las manifestaciones del populacho una prueba de que el pueblo español deseaba devolver el absolutismo al rey y a la religión. Pero llegó a su colmo la audacia, cuando hallándose el soberano aún en Valencia hicieron los reaccionarios firmar aquel terrible manifiesto que ordenaba a las Cortos poner fin a sus reuniones declarando nulas sus resoluciones "con el fin de libertar al pueblo del yugo de un pequeño partido".
En la víspera de la entrada del rey en Madrid (10 de Mayo 1814) fueron arrestados más de treinta prohombres de ideas liberales, entre los cuales se encontraban los regentes Don Gabriel Ciscar y Ciscar y Don Pedro Agar y Bustillo, los delegados don Diego Muñiz Torrero; Don Agustín Argüelles, Don Francisco Martínez de la Rosa, Don Dionisio Villanueva y Ochoa; Don José María Calatrava y el célebre poeta Don Manuel José Quintana, que fueron arrojados en inmundos calabozos "para que se pudrieran en su propia inmundicia".
Un ministerio reaccionario, bajo la presidencia del duque de San Carlos, se hizo cargo de los asuntos del estado mientras que una camarilla de fanáticos cortesanos, entre los cuales se contaba el nefasto canónigo Blas Ostolaga se había encargado de anestesiar los últimos sentimientos justicieros de Fernando. En una palabra, todos los "murciélagos" para quienes el poderío, la vagancia, el desenfreno de las pasiones y la venalidad era un deleite, se adhirieron con entusiasmo al propósito de imponer el absolutismo, convirtiendo así en una triste verdad la advertencia que la "Gaceta de Madrid" había hecho al pueblo cuando la invasión napoleónica: "Si no os unís, volveréis pronto a llevar las mismas cadenas de antaño''.
Una inconfesable persecución se empezó a llevar contra todos los que se suponían con ideas liberales: nuevamente fué autorizado el tribunal de la inquisición (21 Junio 1814) que con sus mazmorras y máquinas de suplicios inició su acción bajo la dirección del nuevo inquisidor Francisco Javier de Mier y Murillo. La libertad de imprenta quedó derogada; los jesuitas fueron readmitidos, encargándoseles la enseñanza de la juventud, siendo cerradas las universidades; se estableció una censura teatral.
El nuncio apostólico en España, Pedro Gravina, arzobispo de Nicea, dirigía la persecución sin cuartel contra la libertad del pensamiento, enviándose comisiones a todas las provincias, que mediante un repugnante sistema de espionaje, acusaciones y violencias, registro de domicilios, arrestos nocturnos y procesos políticos sembraron el terror por todas partes.
Para dar una idea del concepto que tenían estos hombres reaccionarios que se decían empeñados en "salvar a España" bastará citar una sentencia dada por el general Pablo Morillo: cuando el sabio colombiano Don Francisco José de Caldas, a quien había condenado a muerte, pidió un plazo para poder ordenar los papeles de la misión botánica que dirigía, respondió Morillo escribiendo en el margen de la instancia: "España no tiene necesidad de sabios".
A pesar de todas las imposiciones crecía el número de los afectos a la causa liberal, y no era un secreto para los mismos reaccionarios que solo se esperaba una ocasión propicia para derrocar la singular tiranía. Así ful que cuando el gobierno dispuso el envío de nuevas fuerzas para así imponer por las armas el absolutismo las tierras de Hispano América que en su mayoría ya se habían independizado, ofreció el descontento surgido entre los soldados el tan anhelado motivo para la rebelión.
Aún desbarató la actitud del desmoralizado general José Enrique O'Donell, conde de Abispal por unos instantes el estallido de la insurrección, al hacer detener varios de sus cabecillas (Julio 1819), pero la llama había sido encendida y no era ya posible apagarla. El 1 de Enero de 1820 se sublevaron en Cádiz, Isla de León, Jerez de la Frontera y otros puertos del reino los regimientos destinados a América, reclamando el restablecimiento de la Constitución de 1812 a cuyo frente se colocó el general Don Rafael del Riego y Nuñez, aunque el alma de la rebelión lo eran Don Antonio Alcalá Galiano, Don Francisco Javier de Istuiz y Don Juan Alvárez Mendizabal quienes firmaron un manifiesto en el que incitaban al pueblo para prestar su concurso.
Don Juan Martín Díaz, cuyos grados, honores y consideración pública que había conquistado con su sangre en la más honrosa de las guerras, valieron poco para Fernando VII, pues, cuando el caudillo osó pedirle el restablecimiento del Código Constitucional en una sentida y enérgica oposición, fué desterrado de la corte y destinado al cuartel de distrito en Valladolid, ordenándose a la vez derribar la pirámide que había sido levantada en Alcalá de Henares en memoria de su gloriosa acción del 22 de Mayo de 1813.
La revolución de 1820 fué secundada con entusiasmo por el 'Empecinado" que marchó a su pueblo de origen. donde proclamó la constitución de 1812, honrando así a los también muy valerosos guerrilleros Don Juan Díaz Porlier y Don Luis de Lacy, quienes por ese mismo ideal habían sido fusilados por la tiranía. Derrotó con éxito a las huestes del sacerdote Jerónimo Merino que se había sublevado a su vez en defensa del absolutismo.
Siendo este fraile admirado como valiente por algunos escritores religiosos no hemos de omitir de extractar algo de su biografía: Jerónimo Merino, hijo de labradores había sido destinado por sus padres a seguir la carrera eclesiástica a la cual tuvo que renunciar al fallecer su hermano mayor y compartir los trabajos de su familia.
Llamado por la ley al servicio militar, desertó de las filas por no querer soportar la disciplina. Ya había sido ordenado cura, cuando, durante la invasión francesa fué obligado como otras personas de su pueblo a transportar unos instrumentos de banda hasta la plaza de Lerma.
Ya en este punto juró públicamente que tomaría venganza. Agregando el hecho a la palabra se armó nuestro "padre de almas” de una escopeta y acompañado por su criado inició su guerra de exterminio. Como no tenía escrúpulos en saquear a sus víctimas, lucía la tropa que poco a poco fué reuniendo los uniformes y capotes de los invasores.
Que su acción no obedecía a un amor sincero a la patria sino a una sed de sangre, lo demostró claramente al adherirse a la invasión francesa de 1823 que venía a hundir el liberalismo español por el que tanto habían luchado los célebres guerrilleros, honra de España.
Después de grandes sacrificios, consiguiose con el levantamiento hacer correr la llama de la rebelión por toda España. Triunfante la revolución, fue el general Riego llamado a la presidencia de las Cortes, obligando en su carácter de tal al rey Fernando VII a autorizar la Constitución de 1812 (7 Marzo 1823). Un cambio radical sucedió a este triunfo: los liberales reemplazaron a los frailes de sotana y levita en el poder, el palacio de la inquisición fué suprimida; la libertad de prensa restablecida, pero lo que más honraba a los liberales es que ni una gota de sangre vertieron en venganza de los oprobios recibidos.
Esta situación que el pueblo había conquistado con su sangre había de durar poco ¿Quién incitó a Fernando VII a pedir el cumplimiento del artículo 4 del tratado secreto firmado por los integrantes de la Santa Alianza''? Lo cierto es que el general francés Luis Antonio de Borbón, duque de Angulema invadió súbitamente al frente de un poderoso ejército el país, (6 de abril 1823), uniéndose a este ejército todos los españoles reaccionarios entre los cuales se encontraba el famoso Jerónimo Merino, reestableciéndose a sangre y fuego el absolutismo en España.
El dignísimo presidente de las Cortes, Don Rafael del Riego y Nuñez, vencido por esta invasión francesa, tuvo como otros prohombres que buscar su salvación en la huída. Reconocido por unos aldeanos fué delatado y preso y conducido a Madrid en este nuevo viaje, tuvo que soportar este mártir, además del color de sus heridas, los vejámenes del fanático populacho. Acusado de alta traición fué condenado a muerte, pena que cumplió en Madrid el 7 de Noviembre de 1823, al mediodía.
Desde la cárcel hasta el pie del cadalso, fué conducido montado en un burro, siendo escoltado por un batallón de la banda del fanático Jorge Besieres. De acuerdo a la sentencia fué primero ahorcado, luego decapitado y finalmente descuartizado, pena que se cumplió a la vez que lanzaba gritos feraces la hez del populacho. La cabeza del mártir fué llevada al pueblo donde había hecho su pronunciamiento en favor de la Constitución de 1812; los otros cuartos fueron respectivamente transportamos a Madrid, Sevilla, Isla de León y Málaga.
Don Juan Martín Díaz, el "Empecinado" que cuando la invasión francesa había ganado la frontera de Portugal, creyendo, después del regreso de los invasores poder intentar una reacción en favor del sistema liberal, penetró de nuevo en territorio español. Esperando sin duda que el recuerdo de sus eminentes servicios prestados durante la guerra de Independencia; se presentó a las autoridades para que eligiese punto de residencia.
Pero al llegar a Roa (22 de noviembre de 1823) fué preso con los que le acompañaban por el corregidor de esta villa. Despojado de cuanto llevaba fué conducido medio descalzo a través de las malezas atado al caballo de uno de los capitanes hasta la cárcel donde fué arrojado en un inmundo calabozo.
Tal era la furia de la reacción contra este servidor de su patria,que encerrado en una jaula fué expuesto al populacho que lo infamó sin consideración ninguna. Condenado a muerte como traidor, fué en vano que su anciana madre dirigiera una dignísima carta al rey recordando los sacrificios que su hijo se había impuesto en otro tiempo por la patria, pidiéndole únicamente permitiera que se expatriara: más, el "Dios de las misericordias'' no entiende de clemencias haciendo insensibles a los que le sirven de instrumento.
Para el 19 de Agosto de 1825 fué dispuesto su ajusticiamiento. Hallándose ya cerca del cadalso, y con el indudable fin de hacer más amargo su suplicio, se presentó ante su vista un oficial realista, llevando del brazo a su infiel esposa, doña Catalina de la Fuente. Al conocerla, hizo un supremo esfuerzo, rompió las esposas que le sujetaban y arrebatando la espada al jefe de la escolta, hirió a muchos que lo rodeaban, cayendo al fin muerto.
Tampoco para este gran español había un sentimiento de respeto: aun cosido a bayonetazos fue su cuerpo arrastrado hacia el tablado y colgado de la horca en medio de un delirio general. ¿Pudo haber sido ésta la última víctima de la sórdida inconsciencia? Vano pensamiento; los crímenes que hasta el día de hoy hacen estremecer al mundo hablan claro que la sed de sangre de la "bestia del fanatismo" es insaciable.

Libro: Biografías de la Revista Balanza
Autor: Joaquín Trincado
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