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Joaquín Trincado

Gaspar Melchor de Jovellanos y Ramírez

  • Foto del escritor: EMEDELACU
    EMEDELACU
  • 13 may
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Nació en la ciudad de Gijón (Asturias) a 5 de Enero de 1744. Su padre, don Francisco Jovellanos, era un caballero ilustre de aquella tierra, muy aficionado a los buenos estudios, doctor en Humanidades y amante de su patria. Su madre, doña Francisca Ramírez, en cambio, se obstinó en inculcar en sus nueve hijos las ideas religiosas, empeñándose muy especialmente en que el joven Gaspar siguiese la carrera eclesiástica para que pudiera servir de amparo a sus hermanos.


Intenso dolor nos causa que siempre hemos de encontrar indefectiblemente en la demostración práctica de los principios teológicos, como única "virtud" a quinos intereses que, dicho sea de paso, no son muy indicados como para creerlos emanados de pensamientos tan profundos como los que fuera de toda duda deben preocupar al autor de tamaña obra como es la Creación.


Nadie puede negar que "por el fruto se conoce al árbol'. Don Pedro de Madrazo nos cita un ejemplo histórico en su obra "España, sus Monumentos y Artes, su Naturaleza e Historia". (Tomo III). Dice así (pág. 60): Véase el lenguaje usado en un instrumento público de los reyes D. Felipe III y Da. Juana, que citó Moret como existente en el palacio de Luquin, pueblo que coadyuvó grandemente a los horrores cometidos por los de Estella y otros pueblos: Empues la muerte del rey don Carlos, a qui Dios perdone, el dito Conceyllo (de Luquin) fué apensadamente á la Juderías de Estella, de San Adrián et de Funes è las combatió con armas è puso fuego en ellas, etc. (Carta real dada en Olite a 24 de Mayo 1331.


Moret, Amal. D. Felipe III y Da. Juana Lib. XXIX, cap. I Parr. VII). El tono de esta carta real es de acusación y no de alabanza; y para que resalte más la protección al pueblo israelita, dicen esos mismos reyes, con motivo de la absolución de pena a los de Viena, cómo el Alcalde et los Jurados del Conceyllo de la nuestra villa de Viena fueron condenados à pagar à Nos cierta cantía de dineros por razón de la muerte et detriución de los "nuestros judíos" del dicto Regno à ciertos plazos, de la cual condenación fincan por pagar 200 libras de sanchetes. (Carta real dada en Pamplona a 20 de mayo de 1336. Moret. Ibid). En ambas cartas, por supuesto, se manda la devolución de los bienes que hubiesen sido de los judíos. Por otra parte, había flagrante injusticia de parte del pueblo en perseguir a los judíos por usureros, cuando entre los mismos cristianos viejos, y, cosa más reprensible aún, entre los del orden episcopal y sacerdotal, había logreros.


Esta carcoma extendió y duró de tal manera, que en el siglo XV fué necesario condenar pública y severamente tan depravada costumbre, poniendo en boca de la princesa Da, Leonor, gobernadora del reino por su padre D. Juan II, estas significativas palabras: "Ocularmente vemos que los prelados, religiosos y eclesiásticas personas, que solamente fueron dedicadas para el culto divino, él siendo suerte muy escogida para el servicio de Nuestro Señor, y para pasar continuamente en orar por el pueblo, debiéndose contentar, según la ley evangélica, con las décimas y oblaciones, pues les bastaban, allende del razonable mantenimiento, y aun lo que de aquello les sobra es propiamente de los pobres de nuestro Señor, a quien debía ser distribuído; ellos, echando esto en olvido, se han dado y dan á cosas profanas, procurando beneficios y oficios temporales adquiriendo lugares, jurisdicciones, rentas, herencias, posesiones è ganados, è lo que peor es, convertidos en mundanal efecto, se facen mercaderos, è algunos dellos, contra toda urbanidad y ley divina è civil, dan públicamente dineros è bienes à usura, por las cuales cosas, tanto nefandas è abominables de decir, permite nuestro Señor tantas plagas y males en este regno... Otro si, mirando que ellos tienen continuamente el corazón en herencias è posesiones, y el patrimonio temporal disminuyen, por forma que en las ciudades, villas y lugares de este dicho reino, las mas casas y herencias son censales a ellos, è si por Nos no se miraba en los debidos remedios, prestamente adquirirían tanto, que a los legos, súbditos nuestros, ninguna cosa quedaría libre ni franca, y el patrimonio temporal, que es propiamente nuestro è de los dichos nuestros súbditos, quedarían enteramente en poder de ellos..."


Después de haber aprendido primeras letras y latinidad en Gijón y Filosofía en Oviedo, pasó Jovellanos hacia el año 1757 a la Universidad de Ávila, donde emprendió la carrera de Leyes y Cánones. Encantado el obispo con el talento, la viveza y la aplicación del nuevo alumno, le confirió la institución canónica de dos beneficios. Más adelante, contemplándole ya licenciado en ambos derechos, le proporcionó una beca en el Colegio Mayor de San Ildefonso, y dispuso su traslación a la ciudad de Alcalá de Henares Dos años residió el joven Gaspar en esta ciudad, brillando en las Academias, distinguiéndose en los ejercicios, haciéndose amar de todos, cuando, noticioso de que habían oposiciones a la canonjía doctoral de la Catedral de Tuy, determinó aspirar a ella.


Mientras esto sucedía, ascendía al trono de España el rey Don Carlos III (17 de Octubre de 1759) quien con sus ideas liberales -si no hubiese imperado la situación adversa que siempre fomenta la reacción valiéndose de la ignorancia e inconstancia popular habría elevado a su país a un estado de bienestar verdaderamente impresionante. Trataba este gran monarca rodearse de los hombres más ilustres y de sanas intenciones; ansioso de mayor progreso, combatía cuanto le era posible la supremacía religiosa y todas las malas costumbres que siempre suelen emanar de las comunidades humanas en cuyo seno son admitidos los privilegios sociales.


Dícese que Jovellanos era un católico ferviente, pero si tenemos presente que este gran ciudadano renunció a la carrera eclesiástica al entrar en la edad de la razón, no nos puede quedar duda que no era su vocación exclusiva el buscar una posición holgada, sino practicar las buenas costumbres y procurar con su ejemplo un mayor bienestar moral y material para sus contemporáneos. Amparado por su tío, el duque de Lozada que era sumiller de Corps, consiguió no sin obstáculos, ser nombrado alcalde de la Sala del Crimen de la Real Audiencia de Sevilla.


Amante de sana expansión concurría a la tertulia del ilustrado como liberal asistente don Pablo Olavide, y era su más bello adorno; se le confiaba la redacción de todos los informes y consultas del Tribunal. Más tarde pasó de la sala de alcaldía del crimen a una plaza de oidor.


Su actuación en esta ciudad fué muy meritoria: aconsejado por Olavide dedicóse al estudio de ciencias que entonces no se habían generalizado como así también varios idiomas; animado por don Juan Agustín Cean Bermúdez, se aficionó a las Bellas Artes. "Estableció en Sevilla dice Nocedal escuelas patrióticas de hilaza, buscó por sí mismo los edificios en que se debían plantear, maestras expertas que supiesen dirigir, tornos y lino para las discípulas, proporcionó recursos, hizo el reglamento porque todas se habían de gobernar, y propuso premios para los que hiciesen mayores progresos, Introdujo en la provincia un modo de perfeccionar la poda de olivos y la elaboración del aceite, trabajando mucho, y no sin algún resultado, en mejorar el beneficio de las tierras, los instrumentos agrarios y las pesquerías de las costas de aquella parte del Océano; procuró introducir el uso de los prados artificiales y con sus consejos y socorros auxiliaba a gran número de inteligentes artistas y de menestrales honrados. Así que, necesariamente su casa fué el centro de los sabios, de los literatos y de los artistas; en ella se discurría sobre los negocios más graves de la gobernación y sobre las obras maestras del ingenio humano, sobre los adelantamientos de las ciencias y sobre la belleza de las Artes. Allí acudían también los pobres sin dejar de recibir constantemente protección y recursos; y si los necesitados no encontraban grandes socorros, porque no era rico Jovellanos, conseguían de él eficaces recomendaciones, para que se los prestasen los poderosos". También se afanó por el establecimiento de un hospicio que llenase las grandes condiciones que él se proponía.


Que la reacción veía con muy malos ojos obra tan meritoria y hacía presión para estorbarla por todos los medios, nos lo demuestra que inesperado fué ordenado su traslado a Madrid. Al dolor que le causaba el tener que abandonar todos sus afectos por él creados en Sevilla, se unía el disgusto de tener que ocuparse nuevamente en el conocimiento de los negocios criminales que miró siempre con aversión. Así es que celebró mucho que al año y medio de su nombramiento para alcalde de corte le pasaron al Consejo de las Órdenes.


Llegado apenas a Madrid, le llamó a su seno la Sociedad Económica, y poco después, a propuesta de don Pedro Rodríguez, conde de Campomanes, ingresó en la Academia de la Historia. Con su nombramiento de Consejo de las Órdenes coincidió su entrada en la de Nobles Artes de San Fernando, y en 25 de julio 1781 le concedió a la Española el título de académico supernumerario.


Si durante su estada en Sevilla era autor de numerosos escritos, entre los que se cuentan un informe al Consejo de Castilla sobre el establecimiento de un Montepío; una carta dirigida al conde de Campomanes, remitiéndole su proyecto de erarios públicos o Bancos de giro; un luminoso informe sobre el estado de la Sociedad Médica de Sevilla y del estudio de Medicina en la Universidad y otro al Consejo sobre la extracción de aceites a reinos extranjeros, además de su tragedia "Pelayo", la comedia El delincuente honrado" y varias composiciones poéticas, fueron innumerables los escritos científicos y administrativos que salieron de su pluma durante los diez años que continuó en Madrid prestando sus servicios, hasta el triste día en que el rey Carlos III cerró los ojs (14 Diciembre 1788). Su sucesor, Carlos IV ya era de otra pasta. Las persecuciones contra los hombres de ideas liberales no se hicieron esperar.


Jovellanos, que ya era mal mirado por haber criticado ciertos hechos de algunas cortesanas, al atreverse salir en defensa de su amigo Francisco conde de Cabarrús, que había falsamente sido acusado de malversión de fondos, ordenóse a nuestro biografiado que saliera inmediatamente de Madrid (1790). Era aquel mandato una orden de destierro aunque no lo parecía, Jovellanos volvió a Asturias, comisionado para hacer un reconocimiento general y prolijo de las minas de carbón de piedra y tras una breve estancia en Salamanca llegó a Gijón Allí pasó algunos años en los que fomentó el desarrollo de la riqueza pública y visitó las minas de carbón y propuso al gobierno para su beneficio y explotación los medios más convenientes; promovió y erigió el célebre Real Instituto Asturiano, dotándole de Cátedras de Matemáticas, Física, Mineralogía, Náutica, Humanidades, Geografía, Historia, Dibujo, Inglés y Francés. Escribió los textos para muchas de estas Cátedras y las regentó cuando faltaban profesores. También escribió sabios informes y extensas memorias que constituían un completo plan aprobado por el gobierno, relativo al comercio con ambas Américas, utilizando los puertos de Asturias. Para estos y otros trabajos recorrió buena parte de Castilla la Vieja, Rioja, Santander y las Provincias Vascongadas y en estos viajes extendió unos diarios en que describía cuánto rayaba en cada comarca perteneciente a los reinos mineral, vegetal y animal; la población, los fueros y privilegios; el estado de la industria, la agricultura y el comercio; los usos y costumbres; la orografía e hidrografía, los caminos antiguos y modernos, monumentos arruinados, los templos, castillos y construcciones notables de todo género, los archivos de los pueblos con expresión de sus códices y documentos antiguos.


Habíase iniciado por estos años una época verdaderamente crítica para los príncipes de la autocracia, especialmente en Francia. En los mismos instantes en que los autócratas creían haber dominado todos los restos de derechos que aun asistían al llamado "bajo pueblo", iniciaron la oposición algunos grandes maestros en la sabiduría, como el anciano Zanoni, que con su inmenso poder psíquico despertaban en la conciencia popular ese concepto de justicia que impone el derecho a la vida, y apoyados por ilustres colaboradores como Diderot y otros, comenzaron a infiltrar un racionalismo que habría materializado los más hermosos ideales si inicuos comediantes, verdaderos monstruos de la concupiscencia, surgidos en todas las clases sociales, no hubiesen confundido al pueblo con sembrar el odio y la sed de sangre: arma que han esgrimido siempre aquellos que no sabiendo ser virtuosos quieren brillar a semejanza de Eróstrato.


La antirreligiosidad que arreciaba en los hombres liberales franceses y cuyo reflejo acentuábase también en España con velocidad del rayo desde que se inició la persecución de los librepensadores, desconcertaba a los dueños de la voluntad de "Su Majestad Católica". el débil rey Carlos IV.


Repentinamente hacía su aparición un nuevo personaje en el escenario político de España: Don Manuel de Godoy Alvarez de Farías Ríos Sánchez y Zarzosa. Este individuo que había sido destinado por sus padres a la carrera militar, ingresó, gracias a la influencia de un hermano suyo, en el real cuerpo de guardias de Corps. Afable y astuto, atrajo la atención de la disoluta María Luisa, esposa del príncipe de Asturias (luego Carlos IV), de la cual fue uno de sus amantes. Asesorado por ésta, constituyó, después de ser cargado de títulos y cargos honoríficos, mediante una intriga política, el nuevo gabinete ministerial (véase Don Juan Martín Díaz en LA BALANZA, N 88). Después del tratado de paz firmado en Basilea que le valió el título de "príncipe de la paz', no reconoció su influencia límites ni su orgullo barreras: inventó para sí mismo nuevos títulos y aun se hizo rodear de una guardia especial y habitaba en un palacio cuyo lujo sobrepasaba en mucho al de los reyes, y a tal grado llegó su desfachatez que públicamente llegó a decirse: “Vale más sonrisa de Godoy que promesa de Carlos IV". Este derroche de lujo y desvergüenza que constituía un desafío abierto a la soberanía popular, hacía su nombre cada vez más odiado. Resolvió entonces, con esperanza de poder contentar la opinión pública, llamar a su lado a algunos hombres ilustres, entre los cuales fué incluído nuestro biografiado. Así fué que Jovellanos supo con sorpresa que el mismo tirano que le había desterrado de Madrid, le nombraba ahora embajador en Rusia y casi enseguida encargóle de la cartera de Gracia y Justicia (Noviembre de 1797). Trasladóge Gaspar al Escorial, pero al comprobar Godoy que la popularidad del nuevo ministro le hacía aparecer más odioso aun a los ojos de los españoles, le privó de su cargo desterrándole nuevamente a Gijón.


Cediendo a la ira del pueblo destituyó Carlos IV a Godoy (28 Noviembre 1798) reemplazándole por el liberalismo don Francisco Saavedra, en cuyo gobierno tuvo también alguna influencia Jovellanos. Pero la destitución de Godoy no había sido más que una nueva comedia, pues a una primera oportunidad que ofreció la política internacional, fué restituido en todos sus poderes (27 Febrero 1801), iniciando inmediatamente una nueva persecución contra los hombres que por virtuosos habían herido su orgullo y egoísmo.


Don Gaspar Melchor de Jovellanos, acusado do herejía, fué arrancado de su lecho en la noche del 13 de Marzo de 1801 y arrojado en una cartuja en la isla de Mallorca, sin haber sido fijado plazo ni término a su reclusión y disponiéndose que sólo tuviese relación con monjes. El 5 de Mayo del año siguiente fué conducido. al castillo de Bellver (a media legua de la capital de la isla) con el fin de hacer más duro aun su cautiverio. Las penalidades sufridas por él en aquel triste período fueron infinitas, pero aún le quedó ánimo para redactar dos enérgicas exposiciones dirigidas al rey reclamando que le hicieran justicia para estudiar y escribir trabajos apreciables, como el tratado sobre educación pública con aplicación a las escuelas y colegios de niños.


Mientras todo esto, colmó Godoy la copa de su ambición: Aprovechando la situación internacional quiso emplear a Napoleón I como instrumento para ser coronado rey de una de las partes en que sería dividida Portugal según lo había dispuesto en el tratado de Fontainebleau, pero no pudiendo quedar bien con dios y con el diablo, y viéndose amenazado con el castigo del emperador francés y la consiguiente indignación del pueblo español, resolvió huir a México para salvar sus inmensos tesoros. Pero hallándose en Aranjuez para disponer el viaje luego de haber convencido a los reyes a seguirle con la corte se alarmó el pueblo al ver los preparativos (19 marzo 1808); lanzándose a la calle pedían a gritos la cabeza de Godoy. Asaltaron el palacio de éste y después de derribar las puertas, destrozaron todos los muebles y riquezas que atesoraba.


Godoy, oculto en un desván, entre un rollo. de estera, pasó treinta y seis horas en las mayores angustias oyendo las maldiciones de la multitud enfurecida. Vencido por el hambre y la sed presentóse finalmente a la guardia de su propio palacio que le arrestó de inmediato.


Apenas se extendióla noticia de su prisión se alborotó el pueblo nuevamente y al ser trasladado a su cuartel, no pudo evitar la escolta que algunos paisanos le causaren tales heridas que pusieron en peligro su vida. Carlos IV, instigado por la reina que estaba desesperada por salvar a su amante, mandó destituir y confiscar los bienes de Godoy; si, llegó hasta renunciar a la corona en favor de su hijo Fernando. Todo resultaba inútil, pues los amotinados exigían la libertad de los políticos presos y el retorno de los desterrados, a lo que tuvo que acceder Fernando VII inmediatamente (22 marzo 1808) para salvar la corona Godoy, gracias a la intervención de un general francés, pudo huir a París donde murió casi en la miseria después de un destierro de cuarenta años.


Jovellanos, luego de ser puesto en libertad, visitó varios puntos de la isla en que se hallaba y bosquejó una Memoria sobre las fábricas de Santo Domingo y San Francisco de Palma y una descripción histórico-artística del edificio de la Lonja de la misma ciudad; estos opúsculos, con la descripción del castillo de Bellver y las Memorias de la misma fortaleza, compuestas mientras estuvo preso, forman un precioso estudio de gran interés para la historia de la Arquitectura y utilísimo para el conocimiento de la Edad Media.


A su regreso a la península se había el pueblo ya sublevado contra la invasión francesa. Y luego de haber rechazado la cartera de Ministro del Interior que le había ofrecido el rey José Bonaparte optó por representar a Asturias en la Junta Central que se constituyó en Aranjuez (25 septiembre de 1808) bajo la presidencia de Don Francisco Antonio Moñino, conde de Floridablanca.


Esta Junta Central que estaba constituída por el presidente ya nombrado y 35 vocales todos con 120 mil reales de sueldo y tratamiento de Excelencia, el presidente de Alteza y la Junta de Majestad lanzó un manifiesto disponiendo la creación de un ejército defensor de 500.000 hombres; debido al desorden reinante y la cizaña sembrada por los eternos perturbadores, se pudo reunir escasamente unos 80.000 soldados en su mayoría mal armados y peor adiestrados; nominalmente era este ejército mayor en número, pues varios. cuerpos de ejército existían sólo en la imaginación de algunos que querían enriquecerse con los presupuestos destinados para su manutención. No es pues de extrañar que los 319.690 soldados veteranos bien equipados con que contaba Napoleón conquistaran la ciudad de Madrid (4 diciembre 1808).


La Junta Central estaba dividida por opiniones contrarias: el conde de Floridablanca que era de parecer de conservar a la Monarquía en su ser y estado hasta que fueran expulsados los franceses; y la de Jovellanos que se mostraba partidario de abolir desde ya el poder absoluto de los reyes, que hacían posible las vergonzosas y funestas privanzas como la de Godoy, y reformar la constitución con leyes sabias y previsoras.


Las contrariedades de la guerra y los desórdenes que no podían ser evitados por el estado de confusión en que vivía el pueblo y el desacuerdo reinante entre los miembros de esta Junta Central hiciéronla impopular; si, hubo un momento en que durante un motín constituyóse en Sevilla una segunda Junta que tomó el ostentoso nombre de Supremo Nacional, pero que existió, sólo pocas semanas, pues fué perseguida y disuelta por el mariscal francés Claudio Perrin.


Llegada la Junta Central a la Isla de León y luego de haber sido reformada dos veces, abdicó, a consecuencia de un nuevo tumulto popular, en un Consejo de Regencia (31 de enero de 1811).


Jovellanos que jamás había aceptado el sueldo que le había sido asignado como miembro del gobierno, embarcóse con destino a Asturias, pero el bergantín que le conducía fué sorprendido por una furiosa tempestad y no sin gran trabajo pudo refugiarse en la ría de Muros de Noya, donde por orden de la Junta de la Coruña le registraron todos sus papeles y equipajes. Allí residió más de un año y escribió su "Memoria" en defensa de la Junta Central. En julio de 1811, noticioso de que los franceses se habían retirado de Asturias, regresó a Gijón, donde fué recibido con grandes honores. Cuando los franceses invadieron nuevamente el territorio, animó Jovellanos a sus compatriotas al combate y escribió un himno de guerra que se hizo popular.


Vencidos los españoles embarcóse Jovellanos con intención de refugiarse en Galicia, pero alborotado el mar, vióse obligado a desembarcar en Puerto de Vega donde falleció el 27 de noviembre de 1811 a consecuencia de una pulmonía.


A expensas de su sobrino Don Baltasar Cienfuegos y Jovellanos fueron sus restos trasladados a su ciudad natal donde el 6 de agosto de 1891 fué inaugurada una estatua a su memoria. Jovellanos es elogiado por los hombres de todas las tendencias sociales.


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Libro: Biografías de la Revista Balanza

Autor: Joaquín Trincado 

 
 
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