Francisco Gómez de Quevedo y Villegas
- EMEDELACU

- 13 may
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Nació en Madrid en el año 1580.
Fué bautizado en San Ginés el 26 de Septiembre de 1580.
De muy poca edad quedó huérfano de sus padres, don Pedro Gómez Quevedo y doña María de Santibáñez, entrambos al servicio de los Reyes y de la más esclarecida alcurnia, del Valle de Toranzo, en la montaña de Burgos, hoy provincia de Santander.
A los quince años, bajo la tutoría del protonotario de Aragón Agustín de Villanueva se graduó de licenciado en Teología en la Universidad de Alcalá distinguiéndose por sus grandes conocimientos en las lenguas clásicas y vivas.
Solo, libre y llenos de ducados los bolsillos, dueño de un ingenio agudo, vivo, y a pesar de sus cortos años, grande observador de las gentes y amigo de saber, encontróse en medio de aquella sociedad fría e interesada, de los últimos años del reinado de Felipe II.
Era de buena estatura; la cabeza, ancha y bien repartida; los ojos, muy vivos y rasgados, pero muy corto de vista; cojo y lisiado de entrambos pies, que los tenía zambos, torcidos hacia dentro.
Si diestro fué para el manejo de la pluma, no menos lo fué para el de la espada. A los cincuenta y tantos años, contrajo matrimonio con doña Esperanza de Aragón, el que sólo tuvo la duración de ocho meses. Genio de notable versatilidad, nunca sus enemigos se atrevieron a acusarlo de falta de inteligencia y fuera de España gozaba fama de sabio.
Habiendo herido a un hombre que insultó a una dama en la iglesia de San Martín, huyó a Sicilia en 1611. Llegó a ser ministro de Haciendo en Nápoles, bajo el virreinato del tercer duque de Osuna (1574-1624). Tomó parte en la conspiración española contra la república de Venecia, y, disfrazado de mendigo, se libró de los espadachines que tenían orden de matarle.
Envuelto en la caída de Osuma (1620) y desterrado a la Torre de Juan Abad, fué luego secretario del rey, puesto nominal y sin influencia. Desterrado nuevamente en 1630, a causa de oponerse a la proclamación de Santa Teresa como copatrona de España con Santiago, rehusó la embajada de Génova que le ofrecía el conde duque de Olivares.
Poco antes de su muerte, su confesor le instaba a que dispusiera la música de sus funerales: "La música, dijo, apáguela quien la oye".
Como prosista, Quevedo comenzó escribiendo una biografía de Santo Tomás de Villanueva y acabó con una de San Pablo. Estos libros, lo mismo que las demás obras morales de su autor, han perdido hoy gran parte de su interés. Más importantes son sus escritos políticos, como la "Política de Dios"... (1626), el "Memorial por el patronato de Santiago" (1628) y la "Primera Parte de la vida de Marco Bruto (1644)... Como literato es conceptista, y ostenta allí todas las habilidades de su escuela: la pomposa paradoja, la forzada antítesis, el pensamiento constantemente rebuscado. Protestó del gongorismo, pero sustituyó una afectación por otra.
El Quevedo natural y verdadero, hay que buscarlo en su "Historia de la vida del Buscón" (1626), a menudo citada con el título de "El Gran Tacaño"...
Su obra cumbre fué la intitulada "Los sueños". Son el fruto ya maduro de hondo pensador, de atento especulador de la ciencia de gobierno, de pintor maravilloso de las costumbres de satírico acerado de las leyes sociales, de espíritu revoltoso y travieso y de estaño consumado. La traza de fantasear un sueño para dar rienda suelta a su vena bullidora, mordaz y mortal por el variado e inverosímil campo de la sátira costumbre, tomó la de la "Divina Comedia" de Dante Alighieri, las "Danzas de la Muerte", medioevales, del "Fin del Mundo y segunda venida de Cristo", atribuída al bienaventurado Hipólito; de las pinturas del Bosco y, sobre todo, del gran satírico griego Luciano de Samosata.
El espíritu volandero y mariposeador de Quevedo no podía más libremente revolotear que en lo desatado y ligero de un sueño. No había nacido para el teatro, la novela u otras obras largas; hoy hubiera sido un terrible periodista satírico. Y de hecho, "Los Sueños" y demás sátiras de Quevedo son el periódico de los tiempos de los Felipes III y IV.
No pocos rasgos debían de apuntar a personas y personajes que hoy desconocemos; aun así y todo, como el satírico ahonda más en el mundo y en la vida común que el historiador y el dramaturgo, las obras de Quevedo son la mejor pintura de aquella sociedad. "Los Sueños" fueron la obra más propia de Quevedo, fué la primera que comenzó, y tardó quince años en acabar, sin contar "La hora de todos y la fortuna con seso", obra póstuma y que no es más que otro de los sueños, el mejor de ellos.
Sus poesías serias suelen adolecer de conceptismo, que perjudican a su ambiciosa prosa; es maestro en el género ligero, ingenioso, enérgico, un poco atrevido, pero siempre ameno. También se ocupó en lo dramático, escribiendo entremeses ligeros y entretenidos; "Como ha de ser el primero y Pedro Vázquez de Escamilla", nos revelarán, quizá, un nuevo aspecto de este variado genio.
Su más habilísimo discípulo fué el clérigo murciano Salvador Jacinto Polo de Medina. A pesar del empeño de sus enemigos, no molestó nunca a Quevedo la Inquisición, fuera de algunas indirectas y corteses amonestaciones. Es que ella y el pueblo español reconocían en él al varón sin tacha, al gran teólogo y escriturario, al sabio y al defensor de la moral. pública, al desenmascarador valiente de todos los fraudes y ambiciones de los de arriba y de los de abajo.
La noche del 7 de diciembre de 1639 entraron secretamente dos Alcaldes de Corte en casa del Duque de Medinaceli, donde Quevedo vivía, y registrándole hasta las faltriqueras, tomaron las llaves de su hacienda y se le despojó de todo. Sin dejarle tomar ni la capa, metido en un coche, y desde el puente de Toledo en una litera, desabrigado, con sus sesenta años a cuestas, dieron con él en el convento real de San Marcos, de León. Sus papeles y muebles fueron a casa del ministro del Consejo de Castilla, José González; de la hacienda quedó depositario su mayor amigo don Francisco de Oviedo.
Logró el de Olivares que la Inquisición pusiese sus obras en el Índice expurgatorio de 1640, prohibiéndose así únicamente algunas ediciones hechas fuera de Castilla y respetándose todas las de Madrid, que son las mejores y más correctas. Preso estuvo cerca de cuatro años en húmedo y negro calabozo, canceradas por la humedad tres heridas, enconadas dos postemas en el pecho, sin cirujano con quien curarse. A 7 de junio de 1643 se decretó la soltura del reo. Falleció en Villanueva de los Infantes el 8 de septiembre de 1645 al cumplir los sesenta y cinco años de su edad. Yace en la capilla de los Bustos de aquella iglesia parroquial.
Quevedo valía más que sus obras, que valen mucho. Varón de los más admirables que tuvo España en lo vivo del ingenio, en lo agudo de los dichos, en lo hondo de las sentencias. Su apacibilidad y gracia en el decir no tuvieron, ni después han tenido, rival en España, El genio español y el genio de la lengua casteIlana parecen encarnadas en Quevedo. Alma noble y generosa, corazón ardiente, fantasía rica y volandera, pasiones desaforadas. A puñados brotan de sus escritos las maneras de decir más populares y castizas, con todo el brío y color del realismo de la raza.
Su pluma satírica pintó las rasgadas costumbres de su tiempo como nadie lo hizo en España. Su conceptismo no pudo ser igualado ni aun por el mismo Gracián. El tesoro inmenso de su castizo léxico, la maestría en doblegar a su talante la frase castellana, la facilidad no sobrepuja en versificar, la valentía de colorido en la expresión, sirvieron a su sin par ingenio para escribir trozos, ya en prosa, verso, de los más hermosos que pueden leerse en lengua castellana; pero no menos le sirvieron para retorcer y enrevesar en otros la expresión, enchufar metáforas en metáforas, adelgazar por tan sutiles y alambicadas maneras el pensamiento, y que si nos espanta la inagotable riqueza de su fantasear y de su decir, nos agobia, en cambio, con duelo de que un tan enorme artista de la palabra derroche sus tesoros con tan desaforado gusto y tan poca naturalidad.
Nunca es oscuro como Góngora, para el que conoce bien el caudal riquísimo del romance; pero a menudo es extravagante por despilfarrador de ese mismo caudal y por la novedad que quiere dar a la expresión. Por lo mismo, revolotea demasiado ligeramente sobre los pensamientos sin ahondar ni hacer asiento en ellos.
Fáltale, además, ternura de sentimientos y sóbrale amargura de tintas a su vena satírica. La fuente principal de la inspiración de Quevedo es lo grotesco; pero ¿No era más que grotesca la bastardeada sociedad en que vivía, y pudo contemplarla y reírse de ella de otra manera que no fuera grotescamente? La sociedad aquella, falsa, embustera, grotesca, en suma, tuvo su fiel y adecuado retratista en el grotesco Quevedo. Fué Quevedo el retrato de su tiempo, y su estilo refleja maravillosamente la manera de ser de aquellas gentes.
Todo lo dicho vaya como un somero resúmen de lo mucho que podría decirse de Quevedo.

Libro: Biografías de la Revista Balanza
Autor: Joaquín Trincado
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