Febrero 18 de 1912. (Portillo). Hora 20
- EMEDELACU

- 7 nov 2024
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Buenas noches:
Heme aquí; estoy obligada; era un momento o día que lo preveía hace tiempo; todas las pruebas de amor de mi alma; todas las ternuras de nuestra madre María; todas las exhortaciones de Jesús; todas las lágrimas y demostraciones de todos los espacios de luz, no bastaron para conmover aquella alma de roca, por quien estaría dispuesta a dar mi vida de espíritu, si posible fuera en la ley.
Los ruegos; los ofrecimientos; las amenazas al fin, no fueron suficientes para arrancar una palabra que manifestara el sentimiento de esa alma degradada; a todo se tapaba los oídos y repetía: “El infierno primero, antes que el cielo con ella”. Y cumplió su palabra, en cuanto el mundo en que ya ha entrado, representa esa morada imaginaria.
¿Qué la hice yo? No la ofendí por mí, sino al contrario. A pesar de que en la tierra nos vimos frente a frente, ella refractaria al sentimiento de caridad siquiera, yo, en el cumplimiento de mi deber y mi misión; mis obras fueron para ella las armas del odio desplegado contra mí.
Era superiora de un establecimiento creado para la caridad, donde debía refugiarse al niño y al anciano; eran mal atendidos estos, cuando los medios de subsistencia estaban asegurados con largueza, con el producto de granjas y otros estipendios que permitían hacer agradable y saludable la vida en aquella casa, a los seres allí recogidos.
Empezó su odio, porque yo, al llegar con un anciano que llevaba el frío en el cuerpo y en el alma, pedí su admisión y me es negada en nombre de la caridad misma y en nombre del mismo Dios.
Yo me vi en la necesidad de hacer uso de mis prerrogativas de comisionada del Rey y delegada del Pontífice Romano. Tomé cuenta del estado del establecimiento que denuncié a los visitadores, porque las sumas que debían invertirse en el arreglo de los niños y ancianos se gastaban en fiestas y bacanales escandalosas. Ella juró odio a muerte; yo pedí para ella tiempo de enmienda y señalé un nuevo reglamento interno que prometió cumplir y no cumplió, por cuanto la justicia la destituyó y se vio obligada a dejar aquella casa. Su influencia ganada por el libertinaje y la orgía, llega a ponerse frente a mí, en mi misma morada, que regía en amor lo mejor posible, pues bien, no se puede, porque esos establecimientos son invadidos y perturbados sus moradores, por la depravación de sus padres espirituales.
Yo preveía sus propósitos; yo era calumniada y vendida al bajo precio de su infamia: y cuando me cercioré del seguro resultado de sus tramas, ya había llevado a mi cuerpo el veneno, como al de mi segunda, Angélica, que no pudo resistir su delicada materia y sucumbió, como yo más tarde, por el veneno suministrado. ¿Por quién sino por ella? Porque las hermanas obraban por temor y siempre que las consulté, encontré en ellas la justicia.
Averiguado aún a tiempo sus últimos intentos criminales, la busco y la llevo al lugar siniestro donde se refugiaba para sus macabros trabajos; y sin más testigo que las dos, la justicia del destino, hace que se inflame el líquido destructor y muere fulminada en su propio delito. Yo hubiera acabado de igual suerte, si mi amor Jesús no hubiérame dado la salvación de mi vida. Ella quedó tendida en el polvo, la que en el polvo buscaba su poder.
Yo llevaba en mi ser, dado por ella, el germen de la descomposición de la materia. Resistí, por mi constitución robusta, pero nada podía curar lo incurable y caí bajo la obra de mi enemiga.
Más si era cosa del momento, ¿por qué el odio secular? Yo era la víctima de su obra y la busqué con mis ojos chispeantes de fuego por el amor, la induje a volver al lugar del arrepentimiento; al lugar donde estábamos y allí en sucesivas encarnaciones, rehabilitarse. Pero siempre encontré la misma respuesta; siempre el mismo juramento y aún más acentuado el odio.
Le he hecho consideraciones; le he dicho que somos obra del ambiente en que gravitamos; le he pedido por el amor de Jesús; por la plegaria de María; por el cielo que ella creía trono de Dios; por el infierno que le pintaban con tantos horrores y hasta por el amor de los hombres que amó en la carne. Todo este cúmulo de motivos: todo el deseo de mi corazón, no encontraron nunca más que el odio irreconciliable. Hemos llegado a las gradas de la luz y su espíritu ha visto sus bellezas; se le ha mostrado que, ora como espíritu, ora en las sucesivas encarnaciones, trabajando y limpiándose del odio, se entra en posesión de la luz; todo inútil; el odio se aferra cada día más a su espíritu. ¿Por qué ha de subsistir siglos, lo que fue cosa de un momento?
Pero el Padre de la misericordia tiene su ley inmutable y llega de época en época el separar las ovejas de los corderos y los pone a cada cual, en la majada correspondiente en su día, todos se han regenerado.
Ella es una de las pocas que, al llamado de amor del día temido del juicio, se ha encerrado voluntariamente en aquel mundo de terribles sufrimientos y más terribles aún, porque ha visto el tópico de la luz y su recuerdo le ayudará a reconocerse. Hoy, ni yo, ni María, ni Jesús, ni todos los espíritus de Dios, hemos podido quebrar su dureza; se tapaba los oídos y huía a donde la justicia la encaminaba… y …cayó en medio de las más execrables maldiciones… ¡Pobre hermana mía! Allí vas por voluntad propia y sólo por tus esfuerzos podrás salir; allí te arrepentirás cuando veas que no existe más que una ley; cuando veas que lo agreste de la vida en ese agreste mundo donde solo el derecho es la fuerza bruta y primitiva y no puedes ser el fuerte estúpido e insensible; cuando te veas forzada por la ley a arrostrar las luchas fratricidas y serás barrida una y mil veces por los elementos invencibles; cuando te será obligado a buscar amor y no lo encontrarás y en cambio te será arrebatado el poco que hayas conquistado; cuando, por fin, reconozcas que eres impotente contra el Creador… ¡Entonces! Clamarás desengañada. Pero ¡ay! Que pasarán, tal vez; más de una década de siglos, que en tus sufrimientos y trabajos representarán miles de siglos.
Entonces pedirás misericordia y volverás tus ojos al Dios de la justicia y buscarás una sílfide ligera y fuerte que te salve del horror de aquella morada.
Entonces verás una estrella que te guiará y atraerá tus miradas y nadie más que yo será la que salga a tu encuentro; yo te sostendré; yo te salvaré del naufragio; yo te ayudaré a que triunfes sobre la ley agreste.
Tú me rechazas hoy; te tapas los oídos para no oírme; pero mis palabras quedan impresas en tu ser y no las podrás borrar; y cuando al fin, vencida por la ley implorarás, verás que desciende hasta ti una estrella que no rechazarás y, será Teresa. Entonces te reconocerás y me reconocerás y después llegarás a la categoría de salvador de aquel mundo. Es obra de largos siglos, pero es así la acción final.
Todos acatan la ley; todos se agarran al ancla salvadora, solo tú y unos pocos, mancháis la blanca sábana del Padre; pero habréis de lavarla con vuestras lágrimas.
La paz sea con vosotros.
Teresa de Jesús.
Libro: Filosofía Enciclopédica Universal Tomo II
Autor: Joaquín Trincado
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