top of page
Joaquín Trincado

Febrero 17 de 1912. (Portillo)

  • Foto del escritor: EMEDELACU
    EMEDELACU
  • 7 nov 2024
  • 12 Min. de lectura

ree

JUICIO A CLASE MONJIL DE LA IGLESIA CRISTIANA


Posesionado el médium dijo:


Buenas tardes: pausa y extrañeza... Aún estoy entre vosotros y aun me domina el prejuicio y el interés que he querido llevar conmigo, no solo en miras propias y personales desde los muros del edificio donde habité, que ha resistido y disipado el empuje del Simoun de los hombres sin prejuicios que hacían justicia en sus críticas contra la ilegalidad que presentían, contra el crimen y bacanal que aquellos muros cubrían.


¿Por qué hoy se carcomen y amenazan ruina esos muros? Placer de la tierra que en tu rol arrastras al fondo de la maldad a los seres y las instituciones. Has causado las desgracias de muchos seducidos que hoy lloran y son llamados a juicio y sufren un nuevo desengaño y se les anuncia el desalojo del mundo, a que pertenecen, porque no han sacudido la pasión ni se han limpiado del odio a los causantes de nuestro mal, porque siendo libres para obrar gustamos del placer; pero como fuimos esclavizadas, prejuiciadas, y engañadas, nuestros gustos no los pudimos dejar ni aún como espíritus, porque hasta en este estado nos persigue el prejuicio, por la ignorancia sembrada en todas nosotras.


¿Por qué hoy, esta ley de transacciones y se nos habla de romper lanzas ante el prejuicio de los hombres, ordenados por la ley a que se nos somete?


¿Por qué hoy, esta ley de transacciones y se nos habla de romper lanzas ante el juicio de los hombres, ordenados por la ley a que se nos somete?


¿Por qué estos tambores lúgubres que espantan y hacen temblar y despertar el alma dormida y encenegada? ¿Por qué esta acusación, a una legión de impúdicas mujeres, que abusaron, usando como arma de defensa impuesta, el aborto y el infanticidio? ¿Por qué se nos obliga a responder delante de un hombre que la institución y la clausura no le hubieran dado derecho a penetrar a nuestros claustros?


¿Porqué por nosotros no responden los verdugos de nuestra libertad, los institutores de las macabras sociedades religiosas, los usurpadores de nuestras dotes, de nuestra virginidad y de nuestro honor, hecho por su impunidad y bien propio?


Hemos clamado y nuestro clamor fue ahogado en los mismos muros del convento y ocultado a los ojos del rebaño, pues nuestros verdugos, eran los pastores del rebaño cristiano que aterrorizan y se imponen a los seglares, para cubrir su lubricidad en los claustros con el rebaño de esclavas, sepultadas y maniatadas fuera de toda ley humana.


Convengo en la inculpabilidad en la que hemos sido participes. ¿Pero es nuestra la culpa? Nosotros no fuimos los institutores y los creadores de esa institución de crimen y deshonor. Hablo en nombre de la inmensa legión de esclavas que aquí presentes están y me dan su voz y votos para representarlas en el juicio a que fuimos sometidas; pero ellas, como yo, sienten en su corazón la herida de la esclavitud y de la inconsciencia y todas reconocen su crimen perpetrado en el pequeñuelo que nació de la unión lubrídica del falseador de nuestros sentimientos de madre.


Pero pido al juez de la justicia y del amor, haga la justicia equitativa; porque, sino podemos ser excluidas de la pena, puede ser atenuada por las causas en que nuestra culpa fue cometida, por la imposición impuesta por los que tenían en sus manos las puertas de escape a la justicia de la tierra, a la que no podíamos llamar.


Ya fuimos seducidas por el consejo del confesor en la niñez y del sumo pontífice hasta llegar al claustro, donde perdimos todos los derechos de las leyes que protegen hasta las casas de dudosa honestidad y, encerradas como manada de esclavas, caemos en las redes de hombres desnaturalizados, que sus conciencias son más negras que las sotanas que visten. ¿Cómo somos culpables?


Allí quedamos desheredadas del auxilio de los hombres de la ley, que, aunque errónea sea, representan la ley que ampara la debilidad del sexo de la mujer y reprime la pasión del hombre. Pero allí en el claustro no puede entrar este hombre ni aun el monarca a imponer la ley civil. Pero aun estos han penetrado en el claustro seducidos por los directores, aprovechando la puerta de escape y aun dejándolos en presencia de la joven exuberante y, la atracción de la carne los mezcló en el delito del que pudieran nuestros verdugos ser acusados. Así, nuestros lamentos, no encontraron salida fuera de aquellos muros. Estábamos fuera de la ley humana. ¿Cómo ahora se nos enjuicia y cómo podemos ser excluidas de la ley universal?


Encerradas y excluidas de la ley de los hombres, somos atraídas primero por la astucia y sino, por la violencia de los que tienen en sus manos todas las puertas de escape y quieren el cumplimiento de la ley misma y ludibrían con las esclavas en inacabables bancales.


Poco a poco, la vergüenza asoma a nuestra cara porque sentimos en nuestras entrañas la vida de un ser, fruto de la pasión, rara vez de amor. Pero estamos a cubierto de la vergüenza del rebaño y sus miradas, por la clausura. Mas esto no nos excluye de la vergüenza y de las risas de los desalmados y aun nos hacen objeto de mofa presentando al desnudo nuestras deformidades, por el adelanto del embarazo.


Nos miramos unas a otras y se lee la misma deshonra para todas. Pero muchas veces y casi en general, se nos administra el tóxico que mata el feto y, ¡ay de aquella que se niegue a administrarlo!.


Nos sentimos madres; renace en nosotras el amor natural al ser que se alimenta de nuestro ser mismo; y cuando nuestras lágrimas logran que la encargada no administre el brebaje preparado expresamente, para tener la puerta de escape que abre paulatinamente y cumpla su deseo, borrando la huella que un día podría delatar su lubricidad.


Pero llegan nuestros pastores y les suplicamos en nombre del Dios de vida, la vida de aquel que llevamos en nuestros senos y dan esa dicha, no sé si por intuición y no se nos mata el fruto de la lubricidad y nos creemos dichosas. Pero ¡Ay! Este ser, al venir a nuestras manos, nos es arrebatado y alejado a no sabemos dónde y ya no conocemos su paradero, su fin: ¡queda nuestro amor herido y nuestro honor vilipendiado y convertido en odio y excitadas y anestesiadas por fin en nuestros sentimientos, nos convertimos en bestias de placer y verdugos de nosotras mismas y somos cubiertas del ludibrio más que asqueroso por el desenfreno bestial del padre... Espiritual. ¿Por qué no responden hoy ellos por nosotras? ¿Por qué me veo obligada a rememorar hechos que nos avergüenzan y hieren nuestros sentimientos y dignidad de mujer? ¿Por qué soy obligada a justificarnos?


¡Oh ley cruel! ¡Ellos, como hombres, tienen el derecho de la ley creada por ellos! Pero son infames; abusaron de nuestras dotes, abusaron de la madre y abusaron del hijo.


¿Quién es el más culpable? Haz justicia juez de Dios... Pero no podemos conformarnos con el destierro. No queremos salir de la tierra, donde quedan impresos nuestros pasos de infortunio que debemos borrar. No desconocemos la justicia de la ley, pero protestamos de la iniquidad de nuestros pastores y nos conformamos con volver a la tierra y seguir paso a paso los caminos que recorrimos, borrando las huellas que dejamos impresas, aunque la culpa no es nuestra.


El hombre, en su egoísmo bien premeditado, quitó las sacerdotisas que regían las sociedades de su sexo, para aprovecharse de la carne y hacer un rebaño de esclavas y demuestran que sus conciencias, son más negras que sus sotanas, en la forma estoica como somos obligadas al sacrificio.


Mucho se habla por los hombres, porque a pesar de las medidas y puertas de escape, han recaído cargos algunas veces sobre esos degenerados y falseadores de la ley y nos envuelven en sus sátiras con las mujeres más libertinas. Pero nos consuela, que hombres de razón hacen justicia a las esclavas, porque se han percatado de nuestra impotencia; porque hemos perdido los derechos de la ley y no nos falseamos presentándonos en nuestro estado. Nosotras, somos un instrumento insensible, porque hemos sido anestesiadas en el sentimiento; nuestros directores espirituales, obran conocimiento de causa. ¿Quién es más culpable?


Somos, desde niñas, perseguidas, muchas veces para aprovecharse de nuestras dotes; otras, persiguiendo la belleza de la juventud y siempre con fines malintencionados, se nos encierra en el claustro y somos un rebaño de siervas inconscientes.


Hay algunos casos en que, un espíritu fuerte se ha revelado y, ¡Horror! Todos los suplicios han sido pocos para someterla; y cuando no han logrado su objeto, ha sucumbido por el martirio y no se ha respetado su cadáver, profanado, aun a la vista de las otras siervas, para ejemplo a su resistencia. Y como los gritos son ahogados en los muros, quedan impunes esos crímenes y nuestros directores se glorían en su cinismo, como si fueran bestias del primitivo bosque.


Hoy ha caído el juicio sobre nosotras y acatamos la ley; pero defendemos nuestra causa y venimos a afirmar que hemos sido raptadas astutamente, unas por la hermosura; otras por sus dotes y fortunas; otras para encubrir una vergüenza ocasionada por un confesor y que del rebaño de esclavas han abusado hasta los monarcas.


No negaré que ha habido siervas de escándalo y que hemos abrigado el odio; pero es que se nos había matado el sentimiento y el amor de familia; se nos anestesió el alma con el prejuicio y el error y se nos mantuvo en la ignorancia más degradada. Se echaron a las sacerdotisas y fuimos entregadas a los lobos hambrientos y nunca hartos de la carne. ¿Fue nuestra la culpa? ¿Quién es más culpable, la sierva anestesiada y sin conciencia o el raptor y señor maquiavélico?


Nosotras en nuestras torturas, llamamos a María; nos sonríe, no nos condena; y aunque nos anuncia que el fruto de nuestro amor hacia ella no es perdido del todo, nos previene, que los causantes de nuestras torturas sin fin, al comparecer en juicio, se han asido al ancla salvadora y que sólo unos pocos, por su voluntad, han sido trasplantados al mundo de fraguas.


Pero nosotras, no comprendemos aun esta justicia, porque los hemos de seguir en el odio que justificamos, porque es producto de las gruesas cadenas que ellos remacharon y que sólo pueden romperse por la fusión en el fuego de la justicia; y si la ley, es ley para todos, nosotros llamamos y acusamos en defensa. No éramos contestadas en el claustro y el odio crecía y hasta nos complacía hacer el mal. ¿Somos nosotras culpables? No; no lo somos. Es el hombre, que anuló las sacerdotisas que eran mujeres y gobernaban a las mujeres; pero la concupiscencia del hombre, con intención macabra, ve los claustros llenos de mujeres que ocupan cuerpo y siente el deseo de sentir amor por que es ley de la carne y se propone y consigue su propósito de beber el amor carnal, en los besos de las siervas.


No queremos elevar a la mujer de dudosa honestidad y hacemos ascos de las que ofrecen su amor en público, aceptando el castigo que ella misma se impone al ser señalada por la sociedad; pero ella es libre; sufre el castigo que la ley le impone y es defendida en la misma ley.


Nosotras, vendimos el amor por odio y no tenemos defensa. Ellas se unen a un hombre que muchas veces las regenera y son dignas madres. Nosotras nos unimos al hombre y se nos privó de regenerarnos, porque se nos obliga a ser criminales de nuestros mismos hijos.


El hombre que se unió a la mujer de dudosa honestidad, la regeneró. El hombre al que nosotras nos unimos, nos anestesió el corazón y el alma. Aquellos la elevaron al mundo grande. Estos nos rebajaron y condenaron al mundo pequeño, encerrándonos en un círculo de hierro de donde no salimos, porque no salimos de los hombres de la maldad y porque, aun hasta en el espacio impera en nosotras la institución de la que nosotras no somos fundadoras.


Pero en la tierra y en el espacio llamamos a María y sólo ella nos consuela; sólo ella nos sonríe y nos muestra a Jesús al que, aun equivocadas, amamos de verdad.


Pero al ser sometidas al juicio de un hombre, protestamos y llamamos a María; ella es mujer y nos sabrá juzgar.


Contestadme hermanas. . . ¿Hemos de acatar el juicio de un hombre? No somos las institutoras, pero se nos deja a nuestra propia defensa. ¿Qué hacemos?... Yo en nombre de todas, digo. Júzguenos María; júzguenos Jesús y acatamos la sentencia; pero protestamos del juicio de un hombre. Espero la resolución.


_ Hermana mía, reconozco justa tu defensa, pero no puedo aceptar vuestra protesta porque juzgas igual que a vuestros verdugos a todos los hombres. María, con todo su amor, no pedirá al Padre tal gracia, mientras el juez no dé su fallo


¿Pues, quién eres tú?


_ Soy el brazo de la justicia del Dios Amor y estoy más dispuesto al amor que al Padre le agrada, que, al rigor de la justicia de la ley inflexible, que, en su mayor rigor, es también, el extremo del Amor.


Más aún; he juzgado ya a los jefes de la Iglesia y a la comunidad de clérigos y monjes y todos con poca excepción, han acatado la ley y han sido admitidos de nuevo al trabajo y reconocieron al juez que el Padre les impuso. Y si en el bien o en el mal eran más sabios que vosotras; ¿porqué, como seguisteis su ejemplo en el mal, no habéis de seguirles en el bien y aquel amor carnal se convertirá en amor puro?


Insisto que nos juzgue Jesús, que nos juzgue María, que nos juzguen nuestros pastores que ya acataron la ley y entraron en la gracia.


_ Yo, insisto, hermana mía, en que, a pesar del amor de Jesús y María, no pedirán la gracia para vosotras, porque es en la tierra donde tenéis que ser juzgadas y por el hombre, ya que con los hombres y en la tierra delinquisteis. ¿Podríais soportar la presencia del Juez Supremo?


¿Pero es que la imposición es por ser hombre y entonces la mujer, no tiene más que someterse?


_ No, hermana mía: yo veo que aun el prejuicio os domina y la ignorancia os cubre de tupido velo vuestra conciencia; las mujeres de hoy, son los hombres de ayer y pronto veréis, que lo que esos hombres, vuestros pastores han hecho en vosotras, antes lo habéis hecho siendo las hoy mujeres, hombres y los hombres mujeres.


Pero... ¿Oís, hermanas? ¿Qué arcano es éste que se nos tuvo oculto? ¿Por qué se nos mantuvo en la ignorancia? Ante este secreto ¿qué hacer?... Dadnos juez, un instructor por unos momentos y te contestaremos. Veo que estuve equivocada en mi protesta.


_ Conoces a Teresa de Jesús. Sí. Pues sea ella tu instructor. Ahí viene. Consultadla. Pausa…


Ella me dice, que acatemos, que oigamos al juez. Pero nosotras como mujeres que somos queremos a María, y como hombres que fuimos, reconocemos al hombre juez.


_ Ahora, hermana mía, recibiste la inspiración y te has puesto en el camino de la gracia; pero, aún hay más, que es necesario que comprendáis, pues sin ello, no podéis ser admitidas a la gracia de la ley de amor. Oídme. Invocáis a Jesús y María; pero de María, creéis sea una mujer extra de la ley; la confesáis madre de Dios y cometéis delito de lesa deidad, que tiene un atenuante que ya habéis defendido, pero que no os excluye de responsabilidad, pues María, es mujer como todas las mujeres y madre natural de muchos hijos habidos por obra del hombre; Jesús, su hijo, hijo es del hombre como sus hermanos y no es Dios; Jesús, es un hombre, un Mesías de amor y Libertad, sujeto a la ley universal como todos los demás hombres y le ofendéis, o cometéis falta al confesarlo Dios, porque empequeñecéis a Dios. ¿Podéis reconocer esta verdad?


_ Hermanas mías. ¿Cómo ha de extrañarme vuestra admiración, si yo que oigo de la boca del juez a cuya presencia estoy, no salgo de mi asombro? Pero… Oigamos el rumor y las voces que salen de aquella cortina y Teresa lo repite: “Una es la ley, María mujer como las demás mujeres; Jesús, hombre como todos los hombres, hijo de Dios, como todos somos hijos del Padre” ... Pues ante esto, creemos en Jesús, hijo del hombre o hijo de Dios y amamos a María nuestro consuelo, mujer como todas las mujeres o madre de Dios por ley extra y en su nombre, firmamos y prometemos en nombre de la universalidad someternos a la inflexibilidad  de la ley del amor, para vindicar a nuestras hermanas, que ofuscadas por la ignorancia y la corrupción de que fuimos objeto se encuentran extendidas en casas de dudosa honestidad o recluidas en los claustros donde sigue la lubricidad y, acatamos la justicia de la ley y al juez hombre.


Ahora, júzganos, juez, o brazo de la justicia del Padre y juzgadnos Jesús y María, júzganos tú también, compañera... ¡Oh Teresa! Y dinos: ¿Cómo te elevaste? ¿Cómo te salvaste en la materia? ¡Oh! El fuego de tus ojos los dominaba; los adormecía y les hacías confesar sus intenciones ... Hacia ti se dirigían los hombres de la concupiscencia; pero tu poder magnético los contenía; pero, aun no te libraste, pues fuiste perseguida y conducida a las mazmorras y te desmayabas en los calabozos; tú podías atraer a tu favor esas fuerzas, pero... ¿Qué veo? ¿Qué cuadro es este? ¡Ah! ¡Ya comprendo!... Has pasado por toda la escala. También tú has sido como todas las mujeres hasta que tuviste fuerza en tu espíritu; ya, ya comprendemos ahora la vida del espíritu. Con ti, pues, nos proponemos redimir a la mujer.


_ ¿Y tú compañera dónde está? ¿Por qué no comparece al juicio? Ella solo falta; ya llega forzada por la ley; pero lleva escrito un juramento: quiero ir sola al infierno y no quiero ir al cielo con ti.  ¡Pobre envenenadora!... ¡Pobre hermana! Ahora ya, sumaros. ¿Cuántas hay en disidencia? Sólo una; la envenenadora; quiere cumplir su juramento de odio.


_ Hermana mía; necesario es que ese espíritu deje el odio y se acoja a la gracia y para conseguirlo, séale presentado el mundo de fragua a donde se le destinará si no acata la ley.


Hermano y Juez. Todos imploran; pero, vedla; se tapa los oídos y se va voluntaria al mundo de la materia. ¡Pobre espíritu! ¡Pobre Teresa!... Ahora hermanos de la tierra y del espacio... Acogednos en vuestro seno, porque nos sometemos a la ley.


_ Y yo, en nombre de la ley, pido al Padre se descorra la cortina que os cubre la luz; que la justicia os guíe, el amor os una y os ensalce y Jesús y María sean vuestros instructores.


¡Gracias, hermanos, por vuestras plegarias! ¡Gracias Juez y secretarios! Dadlas a este también que nos habéis prestado como instrumento para nuestra defensa y él se entregó con tanta voluntad; gracias en nombre de todas ¿que no hay número? Todas las que fueron esclavas del claustro hasta la fecha, menos una que yace en el mundo de fragua; gracias hermanos del espacio y rememoramos nuestros propósitos que queremos cumplir y lo firma una por todas, ante el Juez, ante Jesús y Teresa y ante la universalidad de los mundos.


María Box de Foch.


(Desencarnada el 26 de noviembre de 1804. Berlín. (Alemania)


Libro: Filosofía Enciclopédica Universal Tomo II

Autor: Joaquín Trincado

 
 
bottom of page