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Joaquín Trincado

Don Fernando Álvarez de Toledo

  • Foto del escritor: EMEDELACU
    EMEDELACU
  • hace 11 minutos
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Conocido como el DUQUE DE ALBA, es uno de esos hombres a quien la historia ha de juzgar con imparcialidad. Mientras muchos admiran su valor y severa rectitud, acúsanlo otros de cometer horribles crueldades.


Pero el historiador que observa sin prejuicios ni parcialidades, descubrirá pronto la maraña de politiquería inconfesable que las religiones siempre han tejido alrededor de todos los hombres de noble estirpe, para atentar contra los principios de que son portadores e inyectarles el virus de la superstición a la vez que el orgullo para así estorbar su obra reformadora.


Don Fernando Álvarez de Toledo, que había nacido en Piedralita, Provincia de Ávila, España, el día 29 de Octubre de 1507, a los diecisiete años de edad dió tales muestras de valor e ingenio durante una acción contra los franceses en Guipúzcoa, que se le confirió el mando de la famosa plaza de Fuenterrabía.


Era nieto de Don Fadrique de Toledo, quien, a la muerte de su padre que murió en una batalla cuando Don Fernando contaba diez años de edad, le dió los mejores años y maestros, para que fuese digno continuador y representante de su ilustre casa. Fue su abuelo de quien heredó el título de duque de Alba.


Tenía, pues, conocimiento, Don Fernando, de su obligación de dar ejemplos de moral en todas partes del mundo donde estuviere, desde que esto se consideraba en la nobleza española como la mayor honra. Pero la religión no ceja un instante en aprovechar todo instante propicio para apropiarse de la conciencia de los hombres que jura hundir. Y al ver que este hombre severo, pero de rectas intenciones, que venció a los franceses y los protestantes en Alemania, al marchar contra el papa


Paulo IV, no se atrevió penetrar en Roma, a pesar de hallarse ante sus puertas, por prejuicios religiosos, creyó el pontífice haber encontrado el punto débil de Don Fernando. Luego sigue el cultivo de las envidias en la corte de Felipe II, en la que juega un principal papel la princesa de Eboli.


El duque de Alba, ya violentado por estos contratiempos, que le alteraban la paz de su conciencia, fué mandado hacia los Países Bajos con la misión de poner fin a la guerra civil que había sido encendida por intransigencias de la reforma religiosa. Don Fernando, a pesar de su voto de recta imparcialidad, quiso castigar al pueblo holandés por el orgullo y la insolencia con que sus delegados se habían impuesto en la corte de Madrid durante el reinado de Carlos V (Véase la biografía de Don Juan de Padilla en LA BALANZA No 56); esto unido a las crueldades de que era testigo en los países flamencos, resolvió establecer el Tribunal de los Tumultos, conocido más comúnmente como el Tribunal de la Sangre.


A su sombra cometieron las tropas mercenarias los más deplorables desmanes, principalmente porque la confusión de una tenaz rebeldía unida a la falta de dinero para la paga de los soldados encendía cada día más el antagonismo entre ambos bandos.


El rey Felipe, insinuado hábilmente por envidiosos servidores del Vaticano, entró en recelos contra el Duque de Alba, y cuando éste le hizo presente que la falta de dinero hacía imposible imponer el orden, contestó con gran desabrimiento: "Nunca tendré bastante dinero para llenar vuestra codicia; pero sin trabajo hallaré un sucesor hábil y fiel que terminará con su moderación y denuencia una guerra que no se puede fenecer por las armas ni a fuerza de severidad.


Dinero no me faltará para equipar mis flotas y pagar mis ejércitos, cuando hagáis de manera que los pueblos de los Países Bajos amen mi persona y teman vuestras armas". ¿Estaba en lo cierto el juicio del rey Felipe? La historia lo juzgará.


Cansado de la fatigosa e ingrata tarea que imponía el gobierno de aquellas provincias, pidió su relevo el año 1569, pero el sustituto apareció recién al final del año 1573, y fué durante este lapso de tiempo que castigó al pueblo con el impuesto del décimo penique.


El pontífice trató por todos los medios de conquistarse la simpatía del duque de Alba, y así fué que, cuando éste derrotó al príncipe de Orange, le envió el papa Pío V la espada y el sombrero, que según tradición, regalaba el pontífice al rey o príncipe de estirpe regia que mayores servicios prestara durante el año a la causa de la religión católica.


Pero aunque pareciera por la maraña religiosa que la obra del duque de Alba era luchar en favor de la religión católica, llegó a tiempo para salvar a España de un caos funesto con que le amenazaban los antagonismos de las distintas sectas religiosas, que sin duda habrían dado lugar a un libertinaje imposible de frenar; y antes de juzgar al amargado Don Fernando Álvarez de Toledo por el desabrimiento de que todas partes recibía, hemos de tener presente un hecho histórico, que aunque no ha sido publicado aun el documento que debió ocultarlo algún interesado, por tradición es popular y sabido por todas las casas de noble abolengo..


El hecho es que, viéndose el duque de Alba imposibilitado de conseguir el dinero necesario para la administración de las provincias flamencas, dió con el paradero del acaudalado pirata español López, que había sido condenado a muerte por las Cortes de Madrid. Citándolo a su presencia le recordó la pena que le esperaba, pero le prometió bajo su palabra de caballero que si cediera sus bienes para hacer frente a la situación pediría clemencia para él ante el rey. El pirata accedió, y cuando Don Luis de Requesens vino a relevar al duque en el gobierno, se llevó éste al pirata consigo, presentándolo a Felipe II como uno de los bienhechores de España, y que merecía el indulto prometido. El rey accedió de mala gana al pedido de indulgencia; pero no atreviéndose a oponerse al duque de Alba, dijo, dirigiéndose al pirata: "¿De qué medios te valiste para reunir tantas riquezas?" "Camelando, señor", respondió el pirata, lo que equivale a decir "engañando, adulando", a lo que continuó el rey, diciendo: "Si es así, mereces un premio y te destinaré para los territorios del Río de la Plata, y en memoria de este hecho será tu apellido de hoy en adelante "López Camelo".


Esta historia tradicional basta para comprender que el Duque de Alba era un hombre de palabra y no obedecen los hechos acaecidos durante su gobierno a las causas que se le quieren imputar, sino como antes hemos citado, a la maraña religiosa. Sin embargo; la envidia levantada dentro y fuera de España contra Don Fernando Álvarez de Toledo, no pudo ser ahogada del todo y tuvo el duque, ya achacoso, que emprender la histórica conquista de Portugal; pero ni aun con esta honrosa campaña encontró clemencia en ojos de sus celosos contrincantes, por lo que no quiso volver a España, falleciendo en Lisboa el día 11 de diciembre de 1582, aunque no falte quien afirma que falleció el 12 de enero de ese mismo año, tal vez porque en esa fecha, fuesen llevados sus restos a España.



Libro: Biografías de la Revista Balanza

Autor: Joaquín Trincado 

 

 

 

 

 

 

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