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Joaquín Trincado

Diciembre 3 de 1911. (Escrita Trincado)

  • Foto del escritor: EMEDELACU
    EMEDELACU
  • 14 oct 2024
  • 4 Min. de lectura

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Aun débil por mi larga enfermedad no me han dado comunicaciones escritas; pero hoy, día de la desencarnación de Xavier, Maestro y jefe de los espacios, me dio al amanecer la siguiente, sencilla pero importante, a los hechos de Xavier.


¿Quid prodest homini, si mundum universum lucretur, animae vero sue detrimentum patiatur?


Si, hermano amado: nada aprovecha al hombre a poseer el mundo entero, si pierde su alma el derrotero. Muchas veces repetía en mis predicaciones este aserto; pero la ignorancia en que ha permanecido la humanidad tantos siglos, prejuiciada por erróneas creencias, nos ha hecho a todos los misioneros decir a los hombres las cosas, en el sentido literal que tienen las grandes máximas, a pesar que estas máximas son parábolas y en su espíritu encierran, sí, esa misma cosa en sentido no condenatorio, sino de prevención; y todos dejamos su explicación para cuando la humanidad las pueda comprender.


No me fue a mi posible explicar a las gentes de la India esta amenaza, pues no es otra cosa lo que encierra en sí misma esa máxima; pero en ella buscaba yo, el despego y el desprendimiento de los que poseían riquezas, para que se repartieran entre los más necesitados y muchas veces lo conseguía y lograba el remedio de necesidades y la desmaterialización del rico.


Asegurar absolutamente  por esa máxima la perdición del alma, sería negar, menoscabar, el amor del Padre, pues el alma fue creada para nunca más morir, y como es inmortal, la materialidad, podrá retardarla en su camino de perfección y progreso, pero perderla no: extraviarla sí; lo mismo que ahora digo, podría haber dicho entonces y antes de entonces; lo que ha habido que buscar es, modo de decir amenazas, pero que bien nos hemos cuidado, de que éstas, al comprender su sentido, se viera en ellas una promesa y una esperanza en el más allá; y hoy, la humanidad, en general, se da cuenta, porque descubre los senderos del bien y del mal.


Los nombres de infierno, purgatorio y cielo, han sido de terror, promesa y premio. Y hoy a los hombres del pensamiento libre, de nada sirven esas palabras que entonces fueron necesarias para encaminar a la humanidad: y créelo hermano, esas palabras que hoy, sabéis que son parábolas, han hecho un buen papel en la humanidad, pero han sido también un daño, porque las religiones las han explotado y aun, un poco de tiempo servirán de filón a los explotadores del alma humana y del nombre de Dios; pero los misioneros, en sus predicaciones, dejaban entrever la verdad e iban poniendo pasaderas en el arroyo de la vida.


Yo en mi acto de contrición decía en público, que no servía a Dios por temor, por promesa, ni aún por esperanza, sino por amor; por esto aquella estrofa, “Aunque no hubiera infierno te temiera, y si nada de lo que espero no esperara, lo mismo que te quiero te quisiera”. Mi temor dicho en esta forma, era el halago mundano, pues amaba al Creador y el que ama, no teme más que a lo que puede enfriar su amor.


Esta es mi declaración de amor, que hacía e inculcaba en lo que podía hablarles con alguna mayor claridad. ¿Cómo pues habría asegurado la pérdida del alma, cuando en mi oración íntima, sólo el amor tiene cabida? No, hermano mío; mi razón era iluminada por mi espíritu y nada contrario al amor del Padre podía predicar ni practicar; la justicia equitativa era mi norma y no podía mi razón asegurar que por la posesión de bienes, el alma se pierde; ojalá que todos los hombres de la tierra poseyeran fortuna, la necesaria para una vida desahogada; pues entonces, sólo lucharíamos los espíritus y el misionero, con menos de la mitad de las cosas que hoy luchamos, porque, la materia imperfecta, no se conforma al sufrimiento, ni puede conformarse con el hambre, porque el cuerpo necesita de los alimentos materiales; y si el hombre poseyera lo necesario a una vida desahogada a que le da derecho el trabajo, no sufriría las contracciones bruscas que sufre y que le hace cometer muchas veces el delito y hace padecer a su espíritu y a los espíritus afines, de modo horrible.


Predica tú el amor puro y que esa sea la constitución de un solo estado común a los hombres, entre todos los estados de la tierra; en la idea de la comuna, no se condena la posesión de riquezas, se condena la riqueza que sirve para oprimir al desheredado de ella; las riquezas son necesarias; pero hacerles ver a los que las poseen, que son sólo administradores y tienen el ineludible deber de suplir todas las necesidades de sus semejantes de su alrededor, porque la afinidad y las deudas los reúne; y si el que posee las riquezas no obra así, no puede reclinar tranquilo su cabeza sobre la almohada y se hará responsable y volverá a la tierra a padecer lo que él hace padecer y aun a ser el pordiosero en virtud de la ley de compensación, que como todas las leyes del Padre, son inflexibles e inmutables.


El camino tienes trazado; procura que cueste lo menos posible y adelante; cuida del material que se te va mandando; mi bendición para todos y hasta luego.


Francisco Xavier.

Es la Comuna de Amor

y ley, que trazada queda

por Xavier el día de hoy

Y al hombre yo se la doy

como mandado me queda.

Posesión Portillo


Libro: Filosofía Enciclopédica Universal Tomo II

Autor: Joaquín Trincado

 
 
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