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Joaquín Trincado

Demócrito

  • Foto del escritor: EMEDELACU
    EMEDELACU
  • 4 may
  • 5 Min. de lectura

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El tan amado discípulo de Sócrates, era natural de Abdera, Grecia (460 a 357 años antes de Jesús).


Al igual que todos los hombres conscientes portadores de principios de sabiduría austera, ha sido tergiversado el recuerdo de este filósofo por una verdadera nube de pedantes, esforzándose cada uno por atribuírle una extravagancia con que ridiculizarlo.


Sostiénese, por ejemplo, que derrochó los bienes que le tocaron en herencia; que había adquirido la facultad de entender el canto de las aves, comiendo una serpiente engendrada con sangres mezcladas de varios pajarillos; que era partidario del celibato, pero no pudiendo. mirar a las mujeres sin experimentar un violento deseo de acercarse a ellas, se había arrancado los ojos; que iba al cementerio a escribir una obra de magia, entre los sepulcros; que sabía resucitar a los muertos; que se había enloquecido buscando la piedra filosofal; que despreciaba la agricultura, dejando sus campos incultos; que vivía solitario para tener comercio con el diablo e infinidad de incorrecciones más que no han sido por cierto los motivos que hicieron célebre su nombre.


No, todos esos atributos no han sido más que pretextos para cubrir la gran sabiduría que esparcían sus obras, que son fe viva, por encerrar principios racionales que anulan los dogmas y pedanterías de la sinrazón. Mas la perversidad consiste en pintarles como sosteniendo principios que justamente como hombres vinieron a combatir. ¿No describen a Jesús como fundador de una religión para así desfigurar sus doctrinas de fraternidad razonada? ¿Y del austero Giordano Bruno, cuya biografía ilustra la primera página de esta Revista no' dicen que admiraba las imágenes hasta el extremo de negar abandonar su celda para no separarse de ellas, mientras sabemos que como hombre fué sacrificado justamente por haber arrojado a todos los ídolos de su presencia?


Demócrito no entendió de magias ni buscó la piedra filosofal en los cementerios ni en otros lares. Lo que sí buscó y anheló, fué procurar con su ejemplo despertar en sus hermanos la razón que no es piedra, pero sí filosofía, y el verdadero tesoro que la falsa cábala tergiversó en oro. Para adquirir la experiencia necesaria, empleó Demócrito la regular herencia que le tocó de su padre para realizar viajes de estudio a través de todos los continentes conocidos hasta ese entonces, pudiendo decir con toda sinceridad: "De todos los hombres de mi tiempo soy el que he corrido más tierras, he visitado las más apartadas: he conocido gran variedad de climas; he oído a los hombres más ilustrados; y no he sido superado por ninguno en la composición, demostrada, de líneas, ni siquiera por los que entre los egipcios son llamados arredonaptas, entre los que he vivido cinco años".


En estos viajes de estudio invirtió toda su fortuna, hasta el extremo de verse a su regreso en la indigencia, habiendo de ser sustentado durante algún tiempo por uno de sus hermanos.


¿Qué frutos recogió de esos viajes? Lo atestiguan sus 72 obras que dejó escritas. y tratan de Moral, Física, Lógica, Matemáticas, Astronomía, Medicina, Poesía, Música, Gramática, Estrategia, etc., y cuya profundidad lo demuestra con la fundación de su escuela Atomista, en la que pide el estudio razonado de los fenómenos para llevar a los hombres a conclusiones axiomáticas.


¿Puede ser obra de místico el desconocer los dioses religiosos demostrando que son creaciones del hombre bajo diferentes estados de ánimo? ¿Es posible tener por pedante a quien no admite la adoración exclusiva de determinadas parcelas de tierra por considerar que "el mundo entero es nuestra patria"? Lo que sí es necesario, que los hombres estudien y recojan los principios que sembraron estos hombres austeros.


Demócrito ha dado ejemplos de la más alta moral: sin ofender a nadie, se reía hasta la hilaridad de la sinrazón de todos sus semejantes que no sabían o no querían interpretar sus conceptos de vida real, virtudes que sin embargo no pudieron dejar de considerar, pues no sólo le reconocieron limpio de la nota de infamia reservada por ese entonces a los que no sabían conservar su herencia, sino como premio le confiaron el supremo mando de su ciudad natal, Abdera,


Habiendo prohibido se diese sepultura dentro del suelo bajo su mando a los que despifarrasen la hacienda, provocó la ira de muchos, que de tal se hacían culpables, pero Demócrito supo evitar que fuese citado para dar cuenta de su "proceder ilegal", mediante la divulgación de nuevas composiciones suyas, las que recopiladas, se ha dado el nombre de "Gran Diacosmos" y que le valió tal popularidad que el pueblo reunido en plebiscito universal resolvió ofrecerle un premio de 500 talentos (más de un millón de pesos), grabar en su honor medallas y estatuas de bronce y que sus funerales y sepelio fueran de cuenta del erario público.


Después de terminado el desempeño de su prefectura, dedicó el restante de su vida a nuevos estudios. No será fuera de interés considerar algunas exposiciones de su escuela Atomista:


El espacio, los átomos, el vacío son para Demócrito el universo y sus principios y las únicas consideraciones con que pudo exponer las demostraciones de la vida en esos tiempos en que no se conocía la "Electricidad, Madre de todo lo creado". El átomo es lo que da ser y existencia a todo, la ley de atracción es la ley generadora del Cosmos, no llegando a producir un Universo compacto, porque existen el vacío y lo lleno. Son también infinitas en número, infinitos los fenómenos que causan, infinitas las formas que resultan de su combinación; luego el átomo, la materia, el mundo son eternos.


Algunos de sus llamados admiradores afirman que Demócrito sostenía que el mundo Tierra está inmóvil en el centro del universo, lo que es falso desde que describiendo el nacimiento de nuestro planeta expone que "la tierra al igual que los demás astros se cargó de átomos recorriendo la cosmogonia".


Despojado pues este hombre de la red de fantasías que a su alrededor se tejieron, resulta un filósofo indudablemente mucho más temido por los refractarios que Jesús, aunque la doctrina de éste sea el complemento, porque el amor ha de ser la cúpula que encumbra las investigaciones humanas y que habría dado buenos frutos inmediatos después de la siembra hecha por el nazareno, si el pueblo no hubiese preferido la esclavitud a la soberanía con la sola esperanza de poder gozar indignamente del placer de las pasiones, traicionando y entregando despiadadamente sus maestros a la sagacidad de los invertidos, que se encargan de anublar la luz del progreso para facilitar así a todos los rebeldes y pedantes el lucrar e imponer condiciones infamantes a los derechos de la vida con fe sin obras.


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Libro: Biografías de la Revista Balanza

Autor: Joaquín Trincado

 
 
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