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Joaquín Trincado

Cornelia Scipio

  • Foto del escritor: EMEDELACU
    EMEDELACU
  • hace 11 minutos
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¿Podemos acusarnos de exageración de conceptos al considerar a esta mujer rivalizando en su amor con María la madre de Jesús ? Sus dotes inconfundibles de madre proficua, sus aciertos en juzgar la política y conciencia popular, la delicadeza y prudencia con que se enaltecía ante todos los que tenían trato con ella, pero sobre todo por la perseverancia con que educó a sus hijos a pensar alto y mirar hondo, enseñándoles a ser siempre rectos en su proceder, nos dice que no.


Estaba casada con Tiberio Graco y ya eran patriarcas, cuando enviudó, dedicándose entonces de lleno a la educación de sus doce hijos, de los cuales no tardaron en morir nueve concentrando desde entonces su atención en los tres restantes (véase Cayo Sempronio Graco en LA BALANZA Nº 53) y para no estorbar en lo mínimo la educación de ellos, rehusó dar su mano al rey de Egipto, Tolomeo VII, quien tal vez irritado por la templanza de la matrona, hizo alegación a la suntuosidad y privilegios de que se goza en la corte una reina, pero Cornelia respondió sin inmutarse: "Mayor honra es para mí el ser viuda de un simple ciudadano que esposa de un rey".


La verdadera virtud no admite doblez ni sutil hipocresía, por lo cual no deja de hacerse sentir como un látigo en la conciencia de todos los que se apasionan en la disolución de costumbres y supremacía y para los que sin saber ni preocuparse por vencer sus pasiones, quieren lucrar ufanosamente y sólo con gestos teatrales conquistarse el concepto de virtuosos, y así no dejó esta mujer de ser odiada por numerosos envidiosos que, desde la sombra, aguzaban sus mentes para inventar y fomentar cualquier rumor, fruto de la calumnia con tal de desacreditar su nombre.


La única hija de Cornelia, Sempronia, se había casado con Publio Cornelio Scipio (Escipión) Emiliano más conocido como "el segundo Escipión el Africano". Los envidiosos, con tal de herir a la gran madre, se esforzaban, aprovechándose de prejuicios sociales por los cuales había ciertos antagonismos entre las familias de los Graco y los Scipio, para decir el apodo de ”la suegra de Fscipión el Africano", en vez de "la madre de los Gracos" como la llamaban cariñosamente los que la adoraban por saber aprovechar sus consejos.


El pueblo ha sido siempre del último que les habla, especialmente cuando los astutos que vienen a servirse del amaño para apropiarse de lo que se proponen, sepan imponerse con gestos e ideas fantásticas, pues así cultivan el egoísmo de todos los que aspiran a un chispazo de autocracia, haciendo que las multitudes ahoguen por la ambición sus propios sentimientos de honestidad, moral y dignidad. Nada importa al hombre desordenado despreciar, vilipendiar y aun sacrificar a los mismos seres en cuyo regazo encontraron consuelo. en las horas de incertidumbre cuando escuchan o conciben proposiciones sugestivas de supremacía. Cornelia no escapó a esta infamación, pues no sólo vió caer a sus hijos víctimas de la inconstancia popular, sino que aun se vió acusada de haber concebido planes para hacer asesinar a su yerno; los historiadores conscientes, por fortuna, no pudieron acoger tal calumnia de partido a una madre de tan entero ánimo.


Publio Cornelio, el esposo de Sempronia, era un hombre de rectas intenciones tan convicto de la responsabilidad que involucraba la legislación social como adversario de todo lo que era vicio, desorden y derramamiento inútil de sangre y energías, y que se comprueba claramente por este fragmento de uno de sus discursos que dicen pronunció contra sus cuñados:


"Muchos hijos de patricios frecuentan las escuelas de los histriones, aprenden a cantar, bailan en medio de los danzantes. He pasado largo tiempo sin poder persuadirme de que los patricios daban semejante educación a sus hijos, pero un día hice que me condujeran a una escuela de baile, y allí he visto más de quinientos jóvenes de ambos sexos, y en este número el hijo del candidato al consulado, que bailaba al compás de los platillos, ejercicio que ni siquiera es digno de un liberto", como asimismo que después de haber vencido a Cártago, lloró al ver la ciudad en llamas, incendiada por sus soldados cuya sed de saqueo fué imposible de frenar.


No se mostraba partidario de los planes legislativos concebidos por sus cuñados Tiberio y Cayo, tal vez por prever el triste fin que les esperaba, pero estaba muy lejos de sentir una enemistad hacia los Gracos, como pretenden pintar algunos de sus biógrafos, pues en sus discrepancias compartía Cornelia, que no cejó un instante en advertir a sus hijos mayor prudencia.


Tal vez por esta templanza era Publio Cornelio más temido que sus cuñados y algunos juraron sumuerte por medio del asesinato, ya que de otra forma no era posible rebelar al pueblo contra él. El hecho es que entró una noche en su casa meditando un discurso que pronunciaría al día siguiente contra los tribunos, y cuando llegó la mañana siguiente lo encontraron muerto en su lecho (año 129 antes de Jesús). Se hizo correr la voz que Sempronia y su madre Cornelia lo habían hecho asesinar y se dijo que los esclavos sometidos a la tortura declararon haber visto entrar hombres armados en la casa ¿Qué se había propuesto hacer Publio? De seguro que los que dispusieron su muerte lo sabían.


¿Cabe mayor confirmación de que el Senado no hiciera nada para averiguar las causas de la muerte repentina de tan ilustre ciudadano?


Cornelia sufrió en silencio la infamación que desmentía con su vida ejemplar y sólo cuando vió perecer a su segundo hijo como había visto perecer al primero, se retiró a Misena, viviendo allí entregada a sus tristes recuerdos pero. llena de resignación y energía.


Su inmenso amor se imponía al dolor que para ella debió ser incurable, dedicando su tiempo en incitar al razonamiento a los que se dedicaban a la literatura y otras artes y sus consejos, los dictaba con tal cariño maternal que aun en vida le fué erigido como símbolo de su abnegación un monumento con esta inscripción: "Cornelia mater Gracchorum" (Cornelia, madre de los Gracos).


Su historia no ha podido ser borrada por la perversidad y su vida austera, ejemplo para todas las madres, debe ser expuesta despojada de la calumnia con que tantos han buscado de desvirtuar ante la historia los sacrificios de los misioneros.


Creso “Rey de los lidios” (siglo VI antes de Jesús), era un soberano muy, soberbio y deseoso de agrandar cuanto podía sus dominios y sus riquezas; valiéndose de fútiles pretextos llevaba la guerra a los pueblos vecinos para así apoderarse de sus bienes.


Un día, hallándose de visita en Sardes (capital de la Lidia), el filósofo y legislador Solón, a quien se honraba como uno de los siete sabios de Grecia, apuróse Creso a mostrarle sus inmensos tesoros que guardaban sus palacios, al cabo del cual le preguntó si no le consideraba el hombre más rico; el filósofo le respondió: "La riqueza del hombre la constituyen sus virtudes". Asombrado por esta sentencia preguntóle Creso si no le consideraba el hombre más feliz; pero el sabio volvió a contestar negativamente agregando "que la felicidad de un hombre no se puede juzgar mientras vive". Creso, empero, no podía entender de otra riqueza ni felicidad que la acumulación de bienes y la extensión de sus tierras. Sintió la codicia de apoderarse del poderoso reino de Persia, para lo cual firmó una alianza ofensiva y defensiva con los reyes de Egipto y Babilonia; pero el rey de Persia, Ciro, advertido de la treta no dió tiempo a Creso para esperar la ayuda de sus aliados e invadió la Lidia con un poderoso ejército. Los soldados de Creso que apresuradamente salieron a su encuentro combatieron con tal heroísmo que la batalla quedó indefinida y creyendo Creso que Ciro desistiría de su empresa ante ese contratiempo, licenció ufanosamente parte sus tropas. Inesparadamente fué el resto atacado y vencido por Ciro; Creso huyó buscando su salvación en la capital de su reino.


Tomada también esta ciudad fué el rey reconocido y apresado mientras buscaba inútilmente dónde ocultarse. Ciro agregó a su imperio todas las tierras y bienes de Creso y condenó a éste a ser quemado vivo. Viéndose Creso colocado sobre la pira, desamparado y librado a sus solas fuerzas, recordó las palabras del sabio, y llorando de emoción exclamaba: "Oh Solón, Solón... que razón tenías!" Ciro, que presenciaba la ejecución, impresionado por estas palabras quiso saber el por qué de ellas y ordenó que Creso fuese bajado de la pira.


Enterado de la historia, y en honor al sabio griego, le perdonó la vida. Desde entonces vivió Creso al lado de Ciro, quien siempre le guardó las consideraciones de que es merecedor quien tiene el valor de reconocer de palabra y de hecho sus errores.




Libro:Biografías de la Revista Balanza

Autor: Joaquín Trincado 

 

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