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Joaquín Trincado

¿Por qué estamos aquí?

  • Foto del escritor: EMEDELACU
    EMEDELACU
  • 4 ene
  • 4 Min. de lectura


Ni la tierra; ni los mundos que componen el sistema solar; ni todos los de las constelaciones que registra el telescopio; ni aun todos los de la Vía Láctea, son la patria definitiva, o mansión de los espíritus, ni en todos ellos está el límite de la felicidad que presiente el espíritu. “Los mundos son infinitos, pero la creación sigue y no se acaba”, dice el testamento de Abraham, que se me ha entregado; estamos en la tierra, porque es una de las ciudades del universo; hemos venido aquí, como eternos viajeros que somos; como turistas deseosos de aprender; estamos aquí, porque nos seguimos en familia y necesitamos estrechar lazos de amor, o hacer las paces con enemigos que nos hemos creado en mundos inferiores, donde la ignorancia es mayor; estamos aquí, para luchar con nuestras inclinaciones, porque luchar es vivir.

           

Pero venimos a luchar, las luchas del espíritu que quiere descubrir la verdad, y ésta, opone la ciencia a la ignorancia, la verdad a la mentira, la fuerza de la razón contra la razón de la fuerza, la hermandad y el amor, el despotismo y la tiranía. Habrá momentos de duda, pero al fin, triunfará el espíritu.

           

Las ciencias, las religiones, todas han querido tener razón; se han destrozado y llegó la separación porque no pueden hermanarse. Pero la justicia se impone y da el triunfo a la ciencia, que, aunque pobre hoy, está en camino de la grandeza del espíritu.

           

Pero en la ley suprema, no puede haber vencidos ni vencedores en la misma lucha de la razón, solo tiene que haber al fin, vencedores de su error. En la lucha del espíritu, todos son héroes y vencedores. En la lucha de la materia, todos tiranos y vencidos.

           

Más en la tierra hoy (mundo de quinto grado y que ya está al final de su sexto día)[1](1) hemos venido a enderezar nuestros pasos; a llorar nuestros errores; a sacudir la ignorancia y tomar el primer grado de ciencia, de civilización, de sabiduría; y no puede salir la humanidad que en la tierra vive, hasta que su progreso y civilización no quepan ya y, entonces pasará a un mundo inmediato superior, donde la lucha solo es la ciencia, pero con un solo principio; el que ahora se proclama para la tierra: el amor.

           

Para esto, la humanidad terrestre, ha pasado los grados necesarios y han descendido a ella, por períodos seculares, espíritus de luz y mesías del padre, que cada uno dijo a la humanidad una palabra de aliento para el porvenir, después de proclamar el principio que traían.


Después de los tiempos embrionarios, demasiado largos, vino Adán con toda una emigración de sabios y declaró el Dios único: más tarde Abraham y manifestó que el espíritu no es de la tierra y anunció la comunión con los espíritus y su patria verdadera; llegó Moisés y anunció la Ley conforme al principio eterno; vino Jesús y anunció el amor, proclamando la libertad; y cumplidos los tiempos anunciados, viene el prometido a los hombres; desciende el Espíritu de Verdad y es anunciada la comunión universal y proclama el amor.

           

La humanidad de la tierra, cumple con el fin por el que se encuentra aquí, porque están en mayoría los espíritus sabios que conocen la verdad eterna y se hace necesaria una selección; para lo cual, el Espíritu de Verdad llama a juicio, primero a los espíritus y luego a los hombres y son separados los que no quieren acatar la justicia de la ley y son desterrados a mundos embrionarios, quedando en la tierra los amantes del progreso; los que saben adónde van, enriqueciendo de sabiduría su archivo, disfrutando un momento de su trabajo y victoria, para llegar, en comunidad, a su hora, a mundo superior.

           

Aquella será otra etapa que luego estudiaremos; pero antes voy a decir que, la sabiduría no la alcanzará nadie hasta que triunfe el espiritismo, poniendo de manifiesto la locura de los que llamaron locos a los primeros espiritistas.

           

Para éstos, os dice la doctrina del espiritismo:

           

Las puertas de la ciudad de Sion, para todos están abiertas; todos los hombres son iguales en la ley eterna. En la casa del Padre no hay réprobos, ni privilegiados; si andáis desnudos o harapientos, sabed que antes habéis vestido púrpura y derrochado la fortuna; si odiáis tendréis que amar; si matáis al muerto, resucitaréis con vuestros besos; cuanto mal y bien hicierais, para vosotros lo hacéis, porque el bien y el mal refluyen al alma, como las olas al profundo mar; vuestro mal y vuestro bien, vuestra ignorancia y vuestra sabiduría, es el producto de vuestro trabajo; a la tierra venís, a enriqueceros con más conocimientos y virtudes; a ganar afinidades; a olvidar odios y agrandar la familia universal.

           

He aquí claro y conciso, porqué el hombre está en la tierra; porque tiene que rehabilitarse y ganar morada mejor; más si de la prueba (repetida tantas veces sea necesaria y no causar perjuicio a un segundo ni a un tercero) el espíritu obcecado y aberrado a sus vicios, no cumple sus compromisos hechos al Padre, la justicia lo separa, no coartando la libertad del espíritu, porque lo remite al lugar donde sus aficiones reinan y allí tendrá que luchar con los de armas iguales.

           

¿Quién puede rechazar éstos santos principios, que son santos porque provienen del santo amor del Padre? Pues yo os digo en verdad, que los Juicios han empezado por los espíritus de los espacios y que se avecina el de la tierra, cuyas señales pronto veréis[2](1), las que comprenderéis en vuestras locas negaciones, porque las más, insensibles a vuestra alma anestesiada, ya han sido hechas; pero no pasaron desapercibidos los juicios para los que forman el tribunal con el juez que el padre mandó, “hombre hijo del hombre” para que los hombres lo creyeran por la razón de ser hombre.


[1] Cuando eso escribía, aun estábamos en el sexto día que terminó el 5 de abril de 1912.

[2] Febrero de 1911, que esto se escribía, describimos la terrible guerra presente y el gran cataclismo geológico que en ley ha de suceder.


Libro: Buscando a dios y asiento del dios amor

Autor: Joaquín Trincado

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