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Joaquín Trincado

¿Para qué estamos aquí?

  • Foto del escritor: EMEDELACU
    EMEDELACU
  • 1 sept
  • 4 Min. de lectura
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Ni la tierra ni los mundos que componen el sistema solar; ni todos los de las constelaciones que registra el telescopio; ni todos los de la vía láctea, son la patria definitiva o mansión de los espíritus, ni en todos ellos está el límite de la felicidad que presiente el espíritu. “Los mundos son infinitos, pero la creación sigue y no se acaba”. Dice el testamento de Abraham que se nos ha entregado. Estamos en la tierra, por que es una de las ciudades del universo: hemos venido aquí, como eternos viajeros que somos y como turistas deseosos de aprender: estamos aquí, porque nos seguimos en familia y necesitamos estrechar lazos de amor, o hacer las paces con enemigos que nos hemos creado en mundos inferiores, donde la ignorancia es mayor: estamos aquí, en fin, para luchar con nuestras inclinaciones y porque “luchar es vivir”.


Pero venimos a luchar las luchas del alma que quiere descubrir la verdad. El alma, en ese estado, opone la ciencia, a la ignorancia; la verdad, a la mentira; la fuerza de la razón, contra la razón de la fuerza; la hermandad y el amor, al despotismo y la tiranía. Habrá momentos de duda, pero al fin triunfará el espíritu.


Las ciencias sin espíritu y las religiones, todas han querido tener razón y por siglos se han destrozado. Más la ciencia, por la misma ciencia se hizo luz y llegó la separación, porque no puede hermanarse, y la justicia se impone y da el triunfo a la ciencia, que (aunque pobre), va por el camino de la grandeza del espíritu.


Pero por ley suprema, en las luchas de la sabiduría no puede haber vencidos ni vencedores y se prueba en la lucha de la razón, que sólo puede haber al fin, vencedores de su error. En la lucha de la materia, todos tiranos y vencidos.


Más en la tierra, (hoy mundo de 5º grado que ya está al fin de su sexto día) [1](1) hemos venido a enderezar nuestros pasos; a llorar nuestros errores; a sacudir la ignorancia; a tomar el primer grado de ciencia, de civilización y de sabiduría, y de la tierra no puede salir la humanidad, hasta que su progreso y civilización sea igual al valor del mundo. Entonces, esta humanidad pasará a un mundo inmediato superior, donde la lucha sólo es la ciencia, pero con un solo principio que ahora se proclama para la tierra: el amor.


Para esto la humanidad terrestre, ha pasado por los grados necesarios y han descendido a ella (por períodos seculares) espíritus de luz y mesías del Padre, que cada uno dijo a la humanidad una palabra de aliento para el porvenir, después de proclamar el principio que traían.


Después de los tiempos embrionarios (demasiado largos por cierto) vino Adán con toda una inmigración de sabios y declaró al dios único. Más tarde Abraham y manifestó, que el espíritu no es de la tierra y anunció la comunión de los espíritus con los espíritus del universo, el que es su patria verdadera. Llegó Moisés y escribió la ley conforme al principio eterno. Vino Jesús y anunció el amor, proclamando la libertad. Y cumplidos los tiempos anunciados, viene el prometido a los hombres, el Espíritu de Verdad, el que anunciaba la iglesia universal en el credo espiritismo y proclama la comuna, en la ley de amor.


La humanidad de la tierra, cumple el fin por el que se encuentra aquí, por que están ya en mayoría los espíritus sabios que conocen la verdad eterna y se hace necesaria una selección, para lo cual, el Espíritu de Verdad llama a juicio, primero a los espíritus y luego a los hombres y son separados los que no quieren acatar la justicia de la ley y son desterrados a mundos embrionarios, quedando en la tierra los amantes del progreso; los que saben a dónde van enriqueciendo de sabiduría su archivo y disfrutando un momento de su trabajo y victoria, para llegar en comunidad, a su hora, a mundo superior.


Aquella será otra etapa que luego estudiaremos: Pero antes voy a decir que, la sabiduría no la alcanza nadie hasta que triunfa su espíritu y se reconoce dentro del espiritismo; pero entonces se pone de manifiesto, la locura de los que llaman locos a los primeros espiritistas.


Por esto os dice la doctrina del espiritismo. Las puertas de la sabiduría para todos están abiertas; todos los hombres son iguales en la ley eterna; en la casa del Padre, no hay réprobos ni privilegiados; si andáis desnudos o harapientos, saber que antes habéis vestido púrpura y derrochado la fortuna; si odias tendrás que amar; si matas con tus besos resucitarás al muerto; cuánto mal y bien hicierais para vosotros los hacéis, porque el bien y el mal refluyen al alma, como las olas al profundo mar; vuestro mal y vuestro bien; vuestra ignorancia y vuestra sabiduría, es el producto de vuestro trabajo; a la tierra venís a enriqueceros con más conocimientos y virtudes; a ganar afinidades; a olvidar odios y a agrandar la familia universal.


He aquí claro y conciso, por qué y para qué el hombre está en la tierra, por que tiene que rehabilitarse y ganar morada mejor. Más si de la prueba repetida tantas veces sea necesaria y no cause perjuicio a un segundo ni a un tercero, el espíritu obcecado y aberrado a sus vicios no cumple sus compromisos hechos al Padre, la justicia lo separa sin coartar la libertad del espíritu; pero lo remite al lugar donde sus afecciones reinan y allí tendrá que luchar con los de armas iguales.


¿Quién puede rechazar estos santos principios, que son santos porque provienen del santo amor del Padre? Pues yo os digo en verdad, que los juicios han empezado por los espíritus del espacio y que se avecina el de la tierra, cuyas señales pronto veréis[2] los que comprenderéis aun en vuestras locas negaciones, porque los más, ya han sucedido (insensibles a vuestra alma, anestesiada), pero no pasaron desapercibidos para vuestros espíritus, ni para los hombres que formaron el tribunal.


[1] Cuando esto se escribía, aún estábamos en el sexto día; pero este terminó el 5 de abril de 1912, con el acto del Juicio de Mayoría y final.

[2] Febrero de 1911 que esto se escribía. Describimos ya, la terrible guerra presente y el gran cataclismo geológico, que en ley ha de suceder, del que nacerá un nuevo satélite, como página imborrable del Reinado del Espiritismo.


Libro: El espiritismo en su asiento

Autor: Joaquín Trincado

 
 
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