Los celos de José; sus causas
- EMEDELACU
- 26 jun 2024
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Actualizado: 28 jun 2024

CAPÍTULO IV
Los celos de José; sus causas
Soy el Juez del Padre, mi respeto y amor al que fue mi Padre, cuando Jaime, me obligarían a tapar un defecto del hombre, pero la autoridad del Juez y el cumplimiento de mi deber de decir la verdad, está por delante y defectos y virtudes componen la historia de los hijos del Creador, más aquí estos defectos harán un hermoso papel en favor del hombre, a quien se ha desnaturalizado y coronará a María en su verdadero carácter de Madre en Ley general por obra de varón, y los esposos tomarán en ello un buen consejo y aprenderán una lección aún necesaria por un poco tiempo, pues los celos desaparecerán pronto, porque el Amor empieza su Reinado y en la Libertad que alcanzan las mujeres se mata el libertinaje.
Ya dije que María no fue la Rosa escondida y anduvo entre las hijas del pueblo en todo lo que las leyes y costumbres sociales permitían a las juventudes; María era admirada en su hermosura de Espíritu y corporal belleza y más respetada que admirada; era como diríamos una “niña sesentona” en el pensar y el obrar, y alegre como joven en sus sonrisas y gorjeos y decidme si estas cualidades reunidas en una mujer en la primavera de su vida no atraen las miradas y hacen desear su amistad a todos cuantos la conocen o le hablan.
José era viudo y maduro en años y como ha se ha dicho llevaba cinco hijos y pocos meses más tarde vio a María que había concebido y no podía extrañarle cosa tan natural en una mujer en toda la lozanía y fuerza de su vida, que compartía el lecho con él. Lo extraño sería que así no hubiera sucedido teniendo aquella mujer todas las apariencias y características de la fecundidad y que venía además de raza proficua y no estéril, cualidades tenidas muy en cuenta en aquel pueblo y por añadidura José se encontraba en la plenitud de sus fuerzas, en los años de la conciencia del hombre y seguro de no ser eunuco, pues se lo aseguraba la prole que presentó a María y que le dejara la difunta Débora.
Todas estas razones eran bastantes para que José no extrañara el embarazo de María y si recordamos que ésta tenía demasiado quehacer en el arreglo de la casa y la atención de sus habitantes, resultándole corto el día para atender sus deberes, llegamos a la lógica conclusión de que José no tenía motivos para celarse de su esposa.
Añadamos un punto más de verdad y muy interesante: José era de carácter muy fuerte y hosco, unido a un trabajo rudo como le es el de carpintero en el que no vale omitir fuerzas porque la sierra y la garlopa sólo cortan con la fuerza impulsora necesaria y en razón del número de hijos que hay que vestir y alimentar con arreglo a la clase del artesano, se veía obligado a largar el día para que no faltara lo necesario y tenemos que convencernos que José no podía tener tiempo en celarse de María. Sucedió sin embargo que José tomó celos, ¿cómo fue?, ¿cuál es la causa?
María era hermosa, joven, en la primavera de la vida; su espíritu elevadísimo pleno de afinidades en todos los hijos de la Tierra y más en aquellos tiempos en que la raza Adámica había suplantado a lo absoluto a la raza Primitiva por el Patriarcado de Jacob, causa por la que atraía a su alrededor las miradas, las simpatías y deseaban todos verla, hablarle y disfrutar de su clarísima inteligencia aunada a la dulzura de sus miradas y aún más de sus actos de amor puro y desinteresado, cosa que aún desconocían en obra, aunque la Ley lo proclamaba.
Era por todos estos atributos, aunque niña en años, la consejera que no yerra y esta clarividencia contentaba en todo momento al hosco José, a quien no perdía de vista ni un momento, para evitar castigos a los hijos que con sus travesuras lo exaltaban.
Como María era alegre, como todo ser satisfecho en sí mismo en el cumplimiento de su deber y su Espíritu conducía a la materia inequívocamente, amaba a todos los seres y no negaba su palabra al pobre o al rico, al sabio o al ignorante y de aquí que algunas chanzonetas de algunos maliciosos motivaron los celos de José y sabía él mismo que no podía fundamentar sus celos, más el corazón humano tiene sus crisis y la tuvo el de José y se disponía a dejar a María.
María no se desconcertó, era puro su corazón y nada le acusaba que pudiera enrojecer su rostro, pero fue el primer acto doloroso de su vida y en su amor al padre del que latía en sus entrañas, rogó al Padre Universal que disipase la niebla que ofuscaba a José.
José con sus vestidos y herramientas preparadas para marcharse en la noche, se recostó y quedó dormido y tuvo la visión que más tarde la ignorancia y la malicia harían el misterio del Arcángel Gabriel. En efecto, fue éste Espíritu, que guiaba y protegía a María, el que en cuadros reales para el Espíritu le mostró, no la inocencia de María que no había por qué, sino la turbación del Espíritu de José, acosado por los Espíritus del mal que veían destruida su obra y sus Dioses, por el que tenía María en su vientre y José oyó hasta en su materia las palabras que Gabriel le dijera y que son: “Despierta José y ve al lado de tu esposa, no temas y vence tus celos que sabes son sin razón. ¿No sabes por las escrituras que ha de venir el Salvador de los hombres? Pues María lo lleva en su vientre y ella será bendita en las generaciones, ve y dale consuelo y vence así a los enemigos de Dios”.
José era fuerte varón y Elevado Espíritu y de gran afinidad con María desde largos siglos y en la advertencia del “Ángel” vio y recordó historias y promesas pasadas y hechas al Padre y volvió al lado de su esposa y la alegría reinó otra vez en el hogar que el secular enemigo de los hombres interrumpió por un momento.
¿Ve el amado lector aquí, la gran previsión de la Providencia, que es servida por los Espíritus de Luz?
Los hechos son sencillos y humanos y hasta la visión y sueño de José no dejan de ser vulgares. ¿Quién no ha visto cuadros y oído palabras en los sueños que ven realizarse?, más si el lector no ve toda la filosofía que esos hechos encierran, los sabe leer y es deber del Historiador estudiarlos, razonarlos y darlos digeridos para que sean provechosos desde el primer momento y más tratándose de destruir un error secular y de poner en la Ley Común a dos seres que la humanidad toda conoce y ama y que más amará conociéndolos en sus hechos sin prerrogativas odiosas que los hacen inimitables y al Padre de Amor Común, parcial en sus Leyes.
Libro: Vida de María; Capítulo IV
Autor: Joaquín Trincado