4ª Contrarréplica J. B. Podestá (10)
- EMEDELACU

- 24 nov 2023
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Actualizado: 4 dic 2023

Septiembre 26
Convencido estoy ya, a esta altura de la controversia que vengo sosteniendo con el señor Montemayor, de que éste es incapaz de disentir en forma correcta y respetuosa.
Desde su primera exposición comenzó a valerse de recursos subalternos, tales como la chanza de mal gusto y a las veces agresiva. Agregó después la tergiversación de mis conceptos, hecha audaz y torpemente; y, concluye apelando lisa y llanamente a la mistificación, para procurar salir de la situación desairada en que le han dejado mis respuestas, claras, serenas y concluyentes.
Donosa ocurrencia, en verdad, la de ese señor, al pretender hablar en nombre de la ciencia, con injurias, chistes de arrabal, desplantes ridículos y falsedades evidentes, que ni siquiera tienen el mérito de la habilidad. Cierto es, por otra parte, que esas son las armas de la impotencia, y que, supuesto que, “el estilo es el hombre”, no se puede esperar del señor Montemayor otro lenguaje que el que adopta. Tengo, sin embargo, por mi parte, el derecho y el deber de exigirle que lo modifique, ya que lo que hemos concertado es una controversia entre personas cultas y no un pugilato.
Reincide, también, el adversario, en la incorrección de hablar un poco de todo, en vez de concretarse a un punto determinado, requisito indispensable para la posibilidad de una discusión ordenada y provechosa. Habla, en efecto, hasta de la “historia negra” de la iglesia, cuando aún le queda por probar que, según “la Ciencia”, Dios “no es más que un fantasma”, hijo de la superstición.
Obligado por esta obstinación del señor Montemayor, comentaré, al final, y sólo a título de ejemplo, algunas de las muchas falsedades de que está llena su exposición.
Las opiniones de los sabios y su valor.
Dije la vez pasada que el testimonio de los sabios creyentes tiene valor, y mucho, para desmentir la “tesis” del señor Montemayor; porque, si entre las conclusiones de la ciencia y los principios religiosos, existiera oposición necesaria, no podría darse el caso de un solo sabio que profesase una religión.
¿Qué piensa al respecto, el señor Montemayor? Es difícil averiguarlo, porque su criterio varía a cada rato, según las circunstancias... y las conveniencias. Lo demostraré.
Al principio, parecía atribuir mucha importancia a la discusión de si había o no sabios creyentes; y aseguraba, por su parte, que no los había. Le ofrecí, entonces, una lista de nombres de sabios “creyentes” del siglo pasado. Y el señor Montemayor, abrumado por semejante desmentido, me replicó diciéndome que no se trataba de saber “cuáles fueron las creencias particulares de Fulano o de Zutano...” Pero en el mismo artículo en que hacía esa afirmación, aducía opiniones de sabios ateos, sin advertir que yo nunca he pretendido que no hubiera algunos sabios ateos, mientras él sí ha dicho que no hay sabios dignos de ese nombre que admitan la Creación y crean en la Biblia; y sin considerar la flagrante contradicción en que incurría al usar del argumento que acababa de descalificar.
Ahora, en su última exposición, mientras, por una parte, dice que me ha enterrado debajo de una avalancha de “opiniones de hombres de ciencia” (lo cual no pasa de ser ilusión), por la otra, al hablar del catolicismo de Lavoisier, afirma que “la calificación de cristiano o católico que se “pretende” (sic) dar al glorioso decano de la química... es una “cuestión de gusto que no tiene importancia ninguna”. ¡Valiente manera de discurrir! ¿Y con bufonadas así, espera destruir la eficacia de un argumento serio?
Una cosa queda, pues, evidenciada: que el señor Montemayor no sabe cómo componérselas, ante el testimonio de tantos sabios cristianos, que se levantan contra él y contra sus negaciones.
Sabios creyentes y sabios católicos.
Había afirmado el señor Montemayor, que ningún sabio digno de tal nombre, creía ya en la Biblia ni en la creación del Universo por Dios; y, en nota añadía: “Las raras excepciones, aunque existieran, no hacen más que confirmar “la regla”. Cuando le hube citado un crecido número de esas “raras excepciones”, mi adversario, no sabiendo qué contestar, me acusó, con deslealtad, de haber “robado” esos nombres de sabios, porque no eran católicos. Yo le repliqué que eran creyentes, y que como tales, los había citado; y le invité a que me probase que algunos de ellos no eran creyentes; prometiéndoles, además, darle oportunamente una lista de sólo los católicos.
Pero el señor Montemayor, decidido a sostener la farsa hasta el fin, me pregunta:
“Entonces, ¿son de sabios “creyentes” o de sabios “católicos”? Continúa: “Creyente fue Calvino, y no fué católico; creyente y no católico fue Lutero...” Exactamente. Ni Clavino ni Lutero fueron católicos, pero creyeron en la Biblia, en la creación del Universo por Dios. ¿Y no era acaso de esto que se trataba en la preguntita aquélla del señor Montemayor? ¿No tenía yo derecho a invocar, para contestarla, el testimonio de sabios cristianos aunque no católicos, junto con los católicos?
Convénzase el señor Montemayor de que no me va a marear con sus enredos ni me va a derrotar con mistificaciones. Levante el nivel de la discusión, y abandone recursos que ni le hacen honor, ni le sirven para nada.
Y ahora, he aquí, según lo prometido, algunos nombres de sabios católicos.
Algunos nombres
Le Verrier, Hervé Faye, Angel Secchi, Denza, Ferrani, Algue, de Vico, Hagen, Perry, Searle, Piazzi, Oriodi, Picard, Gassendi, Schneider, Th. Moreu, entre los astrónomos; Barrande, Gaudry, Domunt, Paquier, d’Homalius, d’Halloy Collet, de Lapparent, Carlos Sainte Claire Deville, de la Vallée Poussin, Bourgeois, Renard, entre los geólogos; Descartes, Pascal, Paccioli de Borgo, Lucas de Lorgo, Cauchy, Chales, Bernouilli, Moigno, Adrianus Romanus, Hermite, Pusieux-Gilbert, Oresme, entre los matemáticos; J.B. Dumas, Chayreul, Enrique Sainte Claire Deville, Lavoisier, Barf, Renard, Enrique Victorio Dumas, Antonio César Becquerel, van Helmont, entre los químicos; Ampére, Volta, Mariotti, Roentgen, Galván, Grimaldi, René Just Hauy, Carlos Tellier, J.B. Fourier, Nolleet, Caselli, Fresnel, Joucal, entre los físicos; Luisier, Narciso Martins, Antonio Lorenzo de Jussien, Adiano de Jussieu, Tulasne, Greene, entre los botánicos; Bufón, Jorge Leopoldo Cristián Cuvier; P.J. van Beneden, Milne Edwards, entre los naturalistas; Ramón y Cajal, Juan Müller, entre los anatomistas; Francisco Javier Bichar, Pablo José Barthez, Carlos Ernesto von Baer, Mendel, Claudio Bernard, Teodoro Schuwann, Wasmann, Juan Bautista Carnoy, Carlos Bonnet, Luis Pasteur, José Federico Bérard, Juan Esteban Domingo Esquirol, Spallanzini, entre los biólogos y fisiólogos.
¡Estas son “algunas” de las “raras” excepciones” !Quizás el señor Montemayor me diga ahora, contradiciéndose otra vez, que el asunto no es como lo dice en su último artículo, “de capital importancia”.
¡O que son nombres “robados”!
Y sirva este elenco para dar respuesta cumplida al pueril “desafío” que el señor Montemayor me lanza, pidiéndome que le designe un solo sabio que “admita los dogmas de la Creación, de la Santísima Trinidad, de la Encarnación...” etcétera. Pero, ¿sabe el señor Montemayor lo que se dice?
Todo católico -y es enojoso tener que explicar estas cosas elementales- recita el “Credo” y le presta la adhesión de su inteligencia, y al hacerlo, confiesa que “cree”, no en “uno”, sino en “todos y cada uno” de los dogmas católicos. Es en vano que el señor Montemayor los enumere. Todos están comprendidos en ese “Credo”, que recitaba Lavoisier como Pasteur, Le Verrier como Faye, Ampére como Cauchy, Copérnico como Secchi, Dumas como Chevreul.
Aficionado a los dilemas descabellados, el señor Montemayor me quiere encerrar en uno que le parece tremendo:
“...Por consecuencia, siendo esta una cuestión de “capital importancia”, urge barrer del campo de la discusión toda clase de equívocos, y encerrar a mi contrincante en este otro dilema. “O reconoce que esos sabios, en su casi totalidad no son católicos, y en este caso, desiste de invocarlos en apoyo del catolicismo; o persiste afirmando que lo son, y entonces demuestre, con las debidas citaciones, cómo, cuándo, y en qué forma aceptaron los dogmas de la iglesia”.
¿Tendré que repetir una vez más, ante este “terrible dilema”, que yo no había invocado los nombres de tales sabios en apoyo del catolicismo? ¿Tendré que decir, otra vez, que no sigo el procedimiento desleal del señor Montemayor, quien se atreve a catalogar como “anticatólicos”, a Copérnico, Galileo y Lavoisier, al lado del materialista Du-Bois Reymond? ¿No es ya evidentísima la mala fe del contrincante? Dice éste: “ ... cómo, cuándo y en qué forma aceptaron los dogmas de la iglesia”.
¿Cómo? ¡Profesándose católicos! ¿O ignorarán los sabios católicos en qué consiste la fe que profesan? ¿Cuándo? Siempre, en todos los momentos de su vida. ¿En qué forma? Practicando la religión católica, defendiéndola de los ataques de la impiedad, y haciendo, algunas veces, solemnes profesiones de fe, como la de Pasteur en la Academia Francesa, o en la Academia de Medicina de París, como la de Chauchy en su obra “Órdenes Religiosas”, como la de Faye en la suya titulada “Sur l’origine du monde”.
El testimonio de las ciencias.
El señor Montemayor había atribuído a “la Ciencia” la siguiente afirmación: “El mundo es eterno; Dios no es más que un nebuloso fantasma proyectado en los cielos por la imaginación supersticiosa de los pueblos primitivos”.
A esta altura de la discusión, todavía le queda por probar al señor Montemayor, que, al poner esa frase en boca de “la Ciencia”, no ha usurpado su nombre.
Las pruebas que aventuró no probaron nada. Las leyes de la gravitación debidas al genio cristianísimo de Newton, por ejemplo. Sin embargo, las vuelve a invocar, diciendo que “prueban que el movimiento general y eterno de las esferas siderales en los abismos inconmensurables del espacio, no es determinado ni empujado por el dedo de Dios...”
Quiere, pues, decir, que el conocimiento del orden admirable que preside el universo, es para el señor Montemayor una demostración concluyente de que Dios no existe y de que la creación es una fábula.
Oigamos ahora, después de haber escuchado al señor Montemayor, al propio descubridor de esas leyes, al cristianísimo Newton: “El admirable arreglo del sol y de los planetas, no puede ser sino la obra de un Ser infinitamente inteligente y poderoso. Este Ser Supremo lo gobierna todo como Señor de todas las cosas. Por razón de su dominio sobre todo se llama: “Señor Universal”.
¡Lástima de sabio, Newton, que no alcanzó a comprender el sentido de su propia genial obra científica, y aun después de haber descubierto las leyes que le han hecho famoso, siguió cantando la gloria de Dios, Supremo Legislador y Ordenador del Universo!
Pero no es Newton el único astrónomo que, conociendo tanto -vamos a decir- como el señor Montemayor, las leyes de la gravitación, ha reconocido, no obstante ellas, o más bien por ellas mismas, a un creador del universo y autor de su orden.
Un ilustre astrónomo francés, contemporáneo, del observatorio de París, premiado con el premio Lalande por la Academia de Ciencias, Herve Faye, dice: “Negar a Dios es como si, de estas alturas, uno se dejase caer pesadamente al suelo. ¡Esos astros, esas maravillas de la naturaleza serían efecto de la casualidad! ¡Nuestra inteligencia, de la materia, que se habría puesto ella misma a pensar! Es falso que la ciencia haya llegado jamás a esta negación”.
M. Petit, director del observatorio de Toulouse, escribe: “En el universo todo se rige por una organización admirable en que resplandece la variedad al mismo tiempo que la sencillez... ¡Cuánta razón hay para exclamar con el rey-profeta, inclinando nuestras cabezas en presencia de tanta grandeza: Coeli enarrant gloriam Dei”.
¡Y cuántos otros astrónomos han visto resplandecer en ese orden maravilloso del universo la Divina Sabiduría! Le Verrier, descubrió, guiado precisamente por las leyes de Newton, a Neptuno. Y era católico practicante. ¿Tampoco él habría advertido que esas leyes excluían a Dios?
Los ateos, como se ve, nada ganan, sino al contrario, con aducir las leyes que rigen el orden del universo, porque la cuestión consiste, precisamente, en saber cómo ha sido establecido ese orden: si por casualidad (que no es más que una palabra), o si por fuerzas ciegas (lo cual es un absurdo) o si por una inteligencia soberana y una inteligencia todopoderosa. No es preciso, dentro de la concepción cristiana, imaginar al “dedo de Dios” “impulsando y determinando el movimiento de los astros”, con intervención contínua y milagrosa, ni tal cosa ha sido nunca “dogmatismo de la iglesia” A este propósito, me place citar algunas hermosas palabras de Enrique Poincaré, el ilustre matemático francés: “Los hombres piden que Dios pruebe continuamente su existencia con milagros, pero la eterna maravilla es que no hay milagros continuamente”.
Y Leibniz, precisamente ridiculizaba a Newton -su rival- por su manera de imaginar a Dios retocando constantemente su obra. El, en cambio, imaginó a Dios construyendo, con matemática suprema, con “armonía preestablecida”, el universo, que ya no quiere retoques ni correcciones. Pero ni Leibniz, ni Newton, removieron una sola piedra del altar de la Divinidad. Ambos fueron “fundamentalmente” religiosos.
El señor Montemayor había invocado también, la ley de Lavoisier, pretendiendo que por ella se niega la Creación. Yo dije que no era exacto que esa ley tuviera un sentido ateo, esto es, que implicara negar a Dios, y la Creación, y que sólo significaba que nada se crea ni se destruye dentro del orden natural, vale decir, sin causa eficiente. El señor Montemayor quiere hacer gracia diciendo que yo le he agregado a la ley “un apéndice caudal”. En vez de hacer bufonadas el señor Montemayor debió fijarse en que yo me hacía cargo enseguida de la otra interpretación, que los materialistas quieren dar a la ley de la “conservación de la materia (conservación no es eternidad)”, y decía que, según ella, se iba a dar a la “hipótesis” de la eternidad de la materia. Y considerando esta “hipótesis”, le puse reparos, no con opiniones de “teólogos”, sino con la de un sabio “materialista”: Du-Bois Reymond, que no es por lo demás el único materialista que ha confesado la insuficiencia de semejantes hipótesis. Con lo cual, dejé bien demostrado que la eternidad de la materia, invocada como verdad científica, por el señor Montemayor, contra Dios y la Creación, no era más que una “hipótesis”, y una “hipótesis” absurda. El señor Montemayor no contesta ni una sílaba a esta cuestión fundamental y se entretiene en hacer gracias, como siempre poco felices, haciendo gala de un francés mal empleado: “Muy bien, tres bien, bravo! Seis puntos y los “boms-boms” al digno discípulo de don Basilio por la originalísima idea de agregar a la ley de Lavoisier aquel apéndice caudal de la “causa eficiente”, extranatural, creadora y dominadora del universo”. ¡Qué parrafito! ¿eh? ¡Es el estilo, y “el estilo es el hombre”!
Concluyo, sobre la materia, con estas palabras de Ballerini: “O negáis el principio de casualidad, y entonces destruís toda la ciencia, aun la más crudamente empírica, o le admitís, y en este caso no podéis rechazar la existencia de Dios”. ¡Este sí que es un dilema de verdad! ¿Niega el señor Montemayor el principio de causalidad? ¡Entiéndase con Du-Bois Reymond! Después de hablar de la “historia negra” de la iglesia -que no está ahora en discusión, ya que al señor Montemayor le falta todavía probar aquella sentencia que atribuyó a “la Ciencia”- vuelve a hablarnos del hombre terciario, que no es sino una “hipótesis”, muy simpática para él, pero sólo una hipótesis. Y recuerda otra vez el cráneo de Neanherthal, cuya historia esbocé en mi primera exposición y que según Vogt (tampoco teólogo), era semejante al del doctor Emmayer, su amigo. Trae también a colación el pidecantropo de Java, que hizo mucho ruido, pero que resultó no ser otra cosa que un gibón de grandes dimensiones. Mientras tanto -esta es la verdad- el hombre terciario sigue siendo hipótesis-. ¿Cómo puede el señor Montemayor argumentar con ella? ¿Y es otra cosa que una hipótesis, acaso, la genealogía de los precursores del hombre, de Ameghino?
Para concluir, oigamos a de Lapparent, en su tratado de genealogía (1906): “La era moderna en el cuaternario, está trazada por la aparición del hombre sobre la tierra”.
¿Opiniones de teólogo?
Cabos sueltos
Dice el señor Montemayor, que para mí “no hay ciencia, no hay razón fuera de las paparruchadas de los teólogos y del misticismo delirante de los metafísicos”.
Fuerte el párrafo, pero mentiroso. Yo no cité opinión ninguna de teólogo ni de metafísico. Hice, en cambio, hablar a Le Dantec, Linneo, Cuvier, Edison, Volta, Pascal, Du-Bois Reymond, Newton. Si lo que ellos dicen no le gusta al señor Montemayor, yo no tengo la culpa, ni la tienen los teólogos…
Y a propósito de Newton, dice el señor Montemayor que, según mí, “no prueba nada”.
¡Protesto! Creo que prueba mucho. ¿No recuerda el señor Montemayor la sentencia de Newton que le cité: “El hombre que no admite a Dios es un loco”? ¡Vaya si prueba!.
Hablando de lo que él llama “historia negra” de la iglesia, insiste, entre muchas fábulas y novelerías, en que Galileo fué torturado. Repito que esto es una falsificación histórica.
Dice también que Colón fué condenado por el “concilio” de Salamanca. Todo falso. Ni fué Colón condenado, ni hubo tal “concilio” de Salamanca. El señor Montemayor se calla, en cambio, que Colón, en su desamparo, fué acogido en un convento y ayudado por frailes, en la realización de su gran propósito. Colón es de la iglesia católica y no de sus enemigos.
Copérnico, dice también, fué “anatematizado”. Falso también. El ilustre canónigo de Frauenberg vivió siempre estrechamente vinculado a Roma. En 1499 fué llamado por el papa para desempeñar una cátedra de matemáticas. Su gran obra “De orbium coelestium revolutionibus”, fué dedicada a Pablo III, quien aceptó la dedicatoria.
En el prólogo de esa misma obra, Copérnico manifiesta que eran tantas sus vacilaciones sobre si convenía o no publicarla, que hubiera renunciado a hacerlo, si no hubieran mediado las instancias de varios amigos, entre ellos el cardenal Schomberg, y, sobre todo, el obispo de Kulm, Tideman Gisius.
Finalmente, el “anatematizado” recibió sepultura en la catedral de Frauenberg, y sobre su losa se escribió como epitafio, una frase que le era familiar: “Señor, no pido una gracia igual a la de Pablo, ni pido tampoco el perdón de Pedro: sólo imploro fervientemente el que otorguéis al buen ladrón desde la cruz”. Aprenda historia, el señor Montemayor.
No es posible ocuparse de tantos otros capítulos de “la historia negra” de la iglesia. El espacio falta. De otro modo, sería interesante ver si el señor Montemayor acertó con el color…
Sólo una observación para terminar: si el señor Montemayor adultera mis propios conceptos, que son del otro día, ¿cómo creerle cuando habla de historia antigua? ¿Cuando nos dice, por ejemplo, que la iglesia se dedicó a incendiar bibliotecas? ¿Y qué importa, por otra parte, que todos los historiadores serios, digan que en los monasterios se “salvaron las letras antiguas”?
Conclusión
Hasta ahora, y por culpa del señor Montemayor, la discusión no ha sido planteada en su verdadero terreno. Yo no he podido sino hacerme cargo de sus aseveraciones, ya que él era quien debía probar su “tesis”. Considero llegado el momento de orientar debidamente el debate, y me reservo el derecho de hacerlo. Mientras tanto, quedo aguardando que el señor Montemayor pruebe que, según “la Ciencia”, Dios es un “fantasma”, hijo de la superstición…
¿Lo probará?
J. B. PODESTA
Septiembre 23 de 1917.
Mis observaciones
Se aguó la fiesta. He sido mal profeta: aquí me llega un chorizo descomunal de “lo que dice el señor Podestá”. ¿Será verdad que lo dirá él? Ojalá que así sea, y si por lo largo habría de juzgar, tendría que saber a leche y miel... ¿De la que le dieron los pastores al niño-Dios? ¿Y en Belén? Entonces no sabrá a nada, porque no hubo tales pastores, aunque hubiera tal portal, y porque Jesús no nació en Belén, ni el 24 de diciembre, sino el 4 y en Nazareth!¡!¡ ¿?... Sí, señor, en Nazareth, el 4 de diciembre y no en una “Chabola” como la casa de Loreto; sino en casa grande con jardines y todo, en la cual se juntaron hasta 12 hermanos de Jesús, José y María 14 y el tío Jaime, hermano de María, 15: y si quiere saber más, acuda donde no mienten los libros: pero esto tampoco lo sabe su contrincante ni sus corifeos negadores como él: pero verá usted que ellos correrán a buscar esas verdades y no en las sacristías, donde todo es negro y mentira: negros los vestidos que anublan la razón y mentira sus habitantes, puesto que si son hombres, van vestidos de mujer: y si llevan levita, en sus hechos son como mujeres. Y no me diga que no, porque en edad que no se razona, fui fraile y sacristán, es decir, vestí hábito o sotana y serví en la sacristía; es cierto que muy poco tiempo, porque no me venía bien tanta hipocresía, maldad y mentira y ojalá se desengañe usted también; pero veo que no tiene las energías que yo tuve para imponerme y salí; vaya si salí, como un hombre, aunque no había cumplido 18 años, y llevaba allí 18 meses. Voy a leer su contrarréplica. Paso de largo el introito de díceres y quejas de “impotencias, irrespetuosidades, sin capacidades, obstinaciones, etc., etc.”, que usted no puede, ni su contrincante tampoco invocar, desde que como ya dije atrás, si una cosa pactaron y la primera exposición no era conforme, no debió contestarle: pero hecho, es aceptar lo expuesto a polémica y ahora no hay más que vencer o ser vencido.
Anota en su endecha, quejándose de que su contrincante habla y hecha mano “hasta de la historia negra” ¿Y si hablara de la roja ¿De qué color se pondría usted, al relatarle y pintarle los horribles cuadros de Benedicto IX, compartiendo el lecho con su madre y al salir de la cámara, un siervo le clava el puñal por la espalda? ¿Y de Sixto V, qué podría decir? ¿Y de Rodrigo Borgia, casado clandestinamente con la condesa doña Elvira, viviendo su primera mujer? ¿Ignora usted que Alejandro VI (Borgia) compartió el concubinato de su hija Lucrecia con sus dos hijos, hermanos de ésta y cardenales, y que uno, César, mató al otro en los pasillos del Vaticano, porque Lucrecia había concedido la noche al que fué muerto? Este acto lo presenció la condesa de Valladolid, doña Elvira, después de hacerla presenciar la bacanal más culminante y bestial, ante la cual, la leyenda de Sodoma es virtud, y no copio, porque se avergüenza la pluma; yo no, porque conozco a la bestia humana. No ha de decirme que esto sea una calumnia.
La historia está escrita y carguen los católicos la culpa al infalible Pío IX, que sacó los datos de los anales del Vaticano: pero añadiré que, mientras la condesa Elvira estaba en el Vaticano, en esa noche de las bodas de Lucrecia y que a pesar de la fiesta no era agraciado el marido, sino el hermano de la desposada a compartir la noche en sus amores de bestias: mientras estaba en el Vaticano la condesa, repito, a amenazar al papa con descubrir su matrimonio, su... ¡Santidad! Había mandado a robar a su otra hija, Valencia, tenida con doña Elvira; pero había un León guardándola; el capitán Juanucho que debía estar de guardia en el Vaticano; pero sabedor de la trama, puso en sustitución al capitán Florentino con órdenes de defender a doña Elvira y el papa no fue infalible en su cálculo de estuprar en esa noche a su hija... Pero ¡oh poder del Dios e el gran milagro de mostrarse el niño Jesús, en la hostia, al mismísimo cuadrúpedo Borgia, que me extraña mucho que no lo han canonizado, porque miles más malos aún que esa bestia, son santos: entre ellos, Hildebrando (San Gregorio VII), autor del celibato: San Pedro Arbués, que mataba “para librarles de penas”; San Simón Stoc, cazador de perros-hombres en las cruzadas, y, basta, basta, porque si agarro el calendario, de cada nombre, diré uno y muchos crímenes y sobre todo, quedaría sentado, que para ser santo, son necesarias dos cosas: “ignorante” y “fanático”: y ya verá el señor Podestá, que él no será santo, porque si es fanático, no es del todo ignorante, y, sobre todo ha dado lugar con su valor, al sostener esta controversia, a que el mundo reciba este “Primer rayo de luz”.
Entremos a ver qué es lo que hay que observar en su contrarréplica.
1
“Las opiniones de los sabios y su valor”. Digo, repitiendo, que tan pronto el hombre piensa y estudia ciencia, aunque vista hábito, no es religioso porque se sale del dogma y recobra sus plenos derechos de hombre, obedeciendo a su espíritu que no obedece a ninguna ley religiosa, sino a la Ley Suprema del Creador, y éste no es Dios de ninguna religión.
Sí: hay la generalidad de los pensadores que creen “in partibus” la Biblia: pero la Biblia no es de la religión católica[1] y esto es indiscutible, y ya queda dicho todo lo demás sobre esos libros, deshechos y tergiversados a gusto y conveniencia: ¿dónde han echado la profecía de Elías y a Elías?
Las opiniones de los sabios de una ciencia, tienen valor para la ciencia de la que es obrero el hombre y no el fraile o cura, que como tal, sólo puede ser religioso y estudiar y practicar y servir a la religión a la cual entregó sus derechos por sus votos: por lo tanto, las opiniones de sabios científicos, no tienen ningún valor para la religión: y está probado, en que los principios religiosos, dogmas y doctrinas, no sólo no son científicos, sino anticientíficos, cuando no son antinaturales: por lo que, siempre que la religión discute ciencia, se sale de su órbita. Si se apropia la ciencia, porque un hombre científico, fuera de la ciencia profese la religión, la religión roba a la ciencia: y sí combatió la religión a la ciencia como pecado siempre (me remito al Syllabus y demás letras pastorales y pontificiales), comete robo con extorsión y cohecho ante toda ley.
Por lo tanto, toda afirmación, todo juicio u opinión de un sabio científico, tiene un gran valor para la ciencia: pero es una condenación para la religión, que acaso no habrá estado en la conciencia del sabio, pero que del examen de la misma ciencia, resulta así inapelable condenación de la religión. Y si teniendo conciencia de que la ciencia no es religiosa y quiso apoyar con la ciencia a la religión, se declara perjuro y prevaricador y la ciencia lo echa de ella; pero no cede la ciencia ni un miligramo a la religión, porque es incompatible, inhermanable. Todo otro juicio, toda otra opinión es fuera de verdad, es absurdo, no puede resistir la balanza fina de la filosofía.
2
“Sabios creyentes y sabios católicos”.
Este epígrafe cae bajo el juicio anterior si se trata de sabios científicos. Que haya sabios religiosos, sabios del dogma y doctrinas católicas, no creo que lo niegue su contrincante; pero en el examen, sabemos cuánto vale esa sabiduría y más cuando esos sabios católicos llegan a la categoría irracional de santos.
Usted tiene derecho, como hombre, de invocar todo; pero como cristiano, como católico, como religioso, no puede invocar los nombres de hombres de ciencia, porque es indebido, desde que la ciencia no es religión ni religiosa, sino el verdugo de las religiones.
Aun va usted mucho más allá del posible atrevimiento de un fanático, pues invoca para afirmarse a Calvino y Lutero, podadores del catolicismo, pero que aun les quedó las suficientes entrañas católicas para quemar al gran Miguel Servet. Al fin, eran sacerdotes y basta.
3
“Algunos nombres”
En realidad, no son muchos: y si todos ellos pudieran ser, y aun uno solo, fruto de la religión católica, o cristiana, o de cualquiera, esa religión sería salva, pero dejaría de ser religión.
Pero paso la vista por la lista y veo Bufón... pase Bufón, como tal si cabe, pero no por sabio religioso; más protesto y anulo de la lista al anciano “Ramón y Cajal”, del que yo he recibido lecciones antirreligiosas; republicano excomulgado y cooperador del libro “El secreto del confesionario”, donde se extractan las sentencias judiciales de más de 20,000 clérigos seculares y regulares y otras verdades que Dios no puede desmentir.
Yo también, como Cajal, figuraré en el cálculo de católico, por el hecho de nacer en un país que por la fuerza es católico; pero... ¿cuánto dista del dicho al hecho? ¿No ve usted que a mí no me da la gana de ser católico, ni cristiano, ni de ninguna religión; ni anarquista, ni socialista, ni liberal, ni conservador, tratándose de partidos; ni argentino, ni español, ni francés, ni alemán, ni turco, ni chino, ni de nación ninguna, porque no quiero fronteras, porque son comunista de la “Comuna de Amor y Ley?... ¿Y no tengo yo más razón que todos juntos, desde que el sol es solo (valga la frase) e ilumina a toda la tierra? ¿No ve usted ante esto, qué tan pueril y pequeñito es Podestá, como Montemayor, salvando que éste, si es anarquista, está al entrar en el camino del comunismo sin fronteras y sin parcelas, donde el hombre es grande como todo el mundo?
En la confesión que usted hace: “todo católico recita el “Credo” y le presta la adhesión de su Inteligencia (¿? ¿?) y al hacerlo confiesa que “cree” no en uno sino en “todos y cada uno” de los dogmas católicos”. “Todos están comprendidos en ese “Credo”. ¿Y es capaz nadie que tenga uso de razón, dar su adhesión de Inteligencia a lo que hace por rutina? ¿Acaso no vemos en los tranvías el caso de ir rezando, con escándalo de los demás, a cualquier clérigo o fraile, mascullando salmos entre el barullo y las risas de desprecio de todos? ¿Quiere usted decirme si ahí puede haber ni adhesión ni inteligencia? Y, sobre todo, ¿cómo es posible inteligencia en lo que ha de hacerse por fe jurada, por fe dogmática ni puede ser dogmatizada, porque es justamente la que da como fruto la libertad del pensamiento y por lo tanto la irreligiosidad? Llamo aquí a los Psíquicos y a los Antropómetras a juzgar y descarto, en justicia, a los místicos y obligados por voto o por dogma, puesto que son esclavos.
Todo eso es lo mismo que sumar por católicos a todos los nacidos en un país, que por el régimen o carta orgánica se llaman, aunque no lo sean, católicos, por ejemplo, España, que en el siglo XI es confirmada por carta de Hildebrando “¡Pagana!”, que aunque obligada por el engaño y el terror a aceptar el catolicismo por Isabel y Fernando, lo rompe Carlos V, apresando al papa y haciendo ondear la bandera gualda y roja en el Vaticano: y por todo, desagravia a España de tales ofensas, Don Juan y medio (a) Mendizábal, el año 35 del siglo de las luces y no deja nada católico en su suelo, y esto, aun contra la fuerza de la “Santa Alianza” contra España, firmada a los pies del Papa, por Rusia, Austria, Prusia y Francia: y, por fin, con la ley candado de Canalejas, que retira el ministro del Vaticano, que es indudable que ello le costó la vida.
¿Qué dice Ud., hoy 1932 ante la nueva Constitución Española?...
¿Es España católica? ¿Son los españoles católicos? ¿Acaso no es español el cimiento de la Compañía de Jesús, anticristiana, anticatólica, Cisma demoledor y “Verme de la Iglesia católica"?... Es irracional y atentatorio el afirmar y confesar que “le presta la adhesión de su inteligencia”, al que recita lo que no puede comprender; lo que le es mandado no comprender.
Ningún dilema científico es descabellado, porque la ciencia siempre está sometida al juicio de la razón, y, hoy, o mañana, el dilema se rompe sin detrimento de la ciencia, por una nueva ley progresiva.
Bueno habría sido no invocar a nadie en la controversia y haber dado cada uno de los dos lo suyo propio; pero ya sabe, que todo hombre, en cuanto estudia ciencia, deja de ser el religioso, hasta el fraile, y adquiere en ese instante los derechos absolutos sólo del hombre, relegados por la fe jurada; por lo que, tratándose de principios científicos, es ilegítimo invocarlos como defensa del religioso y la religión. Cualquiera que sobre la ciencia que estudia se declara católico o religioso de cualquier matiz, es un desequilibrado perpétuo o momentáneo; manifiesta claramente estar dominado por prejuicios, aunque éstos fueran Keplero, Galileo, San Agustín, el mismísimo Jesús (sin Cristo) y el legislador Moisés.
Si usted no se asustara, diría aquí, probado con todo lo innegable, con bulas pontificias, con páginas históricas hechas por la misma Iglesia y por la filología, lo que en verdad de verdad, dice “cristiano” y “católico-cristiano”; pero es demasiado fuerte el trago y lo dejaremos para mejor ocasión: para otro rayo de luz más fuerte que este primero.
4
“El testimonio de los ciencias”.
Casi todo lo que debería decir aquí, lo he dicho en mi juicio a la anterior réplica del señor Montemayor y es aplicado a este número.
Pero eso de “fantasma”, aun usted mismo lo confirma, tratándose de un Dios Religioso y aun lo remacha con la nueva cita de Newton “El admirable arreglo del sol y de los planetas no puede ser sino la obra de un ser infinitamente inteligente y poderoso”.
“Este ser supremo lo gobierna todo, es señor de todas las cosas. Por razón de su dominio sobre todo se llama: "Señor del Universo”.
Ya lo tiene usted más claro que la luz: no dice Dios: dice “Señor del Universo”: y no creerá usted ahora conveniente dar más valor a la filosofía de usted llamando “Dios”, supremo legislador y ordenador del Universo” que además “no ordena”, ordenó de una sola vez para toda la eternidad en la ley de la gravitación y mejor entendido en la “Ley de las fuerzas”.
No querrá tampoco anteponer ahora a Newton, “Hervé Faye”, que en vez de “Señor del Universo”, dice “Dios”: pero si usted lo quisiera anteponer, sépase que Hervé Faye, es hijo de la “Francia, hija predilecta de la Iglesia Católica”, declarada así hasta hace pocos días por la misma Francia, a raíz del nombramiento de unos cardenales: y sobre todo, véase que es la nación de la cual la Iglesia ha hecho más santos y, ya dije atrás las dos cualidades esencialísimas que se necesitan para que a uno lo hagan santo.
Corro la vista, por encima, de otras citas que afirman a Newton y me fijo en un latinajo y me pregunto: ‘Existía Latcio antes que David? Luego si David no sabía latín ¿cómo pudo decir “Dei”? ¿De dónde sacan que “Jehová” y “Helli”, digan Dios?... Padre y Creador es lo que dicen: salvo que quieran saber más hebreo que los hebreos natos. Y además ¿a qué se trae a David a esta cuestión, sin traer también su coro de mujeres, más sus trescientas concubinas, sin olvidar las vírgenes doncellas metidas en su cama para calentar y reanimar su gastado y cadavérico cuerpo? Paso otra vez, por encima, por no tener que repetir las mismas cosas, y... ¿qué veo? ¡que parrafito! ¿Eh? ¡es el estilo y “el estilo es el hombre!” Bueno, si quiere que sea así, digo que: el estilo de Montemayor es de un “escéptico”; y el del señor Podestá el de un “fanático”: pero los dos concuerdan en ser “sistemáticos”.
De Ballerini, no tengo que decir, mas que si en vez de usar la palabra “Dios”, habría usado como Newton “Señor del Universo”, no habría un “dilema” sino un “axioma” indestructible: pero entonces manifestaría no ser religioso y menos católico y... el anatema sobre él, como tantos otros sufrieron, y no habría obtenido licencia inquisitorial para publicar nada. Pero repito que tan pronto el hombre estudia ciencia, deja de ser religioso. Y el hecho que el hombre, como tal, tenga que declararse religioso, no demuestra más que una imposición de su educación de hacerse hipócrita. Por eso pueden invocar las religiones nombres de hombres científicos militantes aparentemente en sus filas: pero entienda y sépalo de una vez por todas, que el espíritu no se amolda ni se deja imponer; y si un hombre está en la ciencia, o en cualquier ramo del progreso universal de la vida, ese espíritu es antirreligioso, desde que tiende a la libertad de pensar fuera del dogma religioso.
Aun veo: “Mientras tanto -esta es la verdad- el hombre terciario sigue siendo una “Hipótesis”. ¿Cómo puede argumentar el señor Montemayor con ella? ¿Y es otra cosa que una hipótesis, acaso, la genealogía de los precursores del hombre de Ameghino? ¿Y le parece poco al señor Podestá una hipótesis científica, en lo que no puede hoy nadie sentar un axioma? ¿No es peor haber sostenido un axioma dogmático sobre el “plasmado de Adán”, para luego no ser ni siguiera hipótesis, ni aun para los mismos católicos? ¿Por qué no suplen el absurdo (no de Moisés, sino de la fantasía o maldad religiosa) de ser Adán el primer hombre nacido en la tierra, con la verdad de la aparición de los hombres en la tierra? ¡Ah, eso no pueden darlo los Dioses religiosos! Tampoco la ciencia materialista. Pero la ciencia elevada, la que no quita nada a la materia y le da al espíritu lo que es suyo; la ciencia no sistemática ni religiosa, esa sí podrá luego, muy luego, descubrir y probar la verdad de la aparición del hombre: pero antes, se habrán transformado el arte y las ciencias todas. ¿Creéis que hablo para siglos? No; apenas si tardará todo esto en ser probado tres decenas de años; esperad, pero entretanto, materialistas, anarquistas, científicos, no neguéis: investigad y destruid lo que ya está fuera del progreso, porque es un estorbo.
5
“Cabos sueltos” (¿?) No es cabo suelto el haber citado tantos nombres, para querer ahora afirmar que no ha citado a teólogos ni metafísicos.
No es cabo suelto “Fuerte el párrafo pero mentiroso”, aunque es propio de sacristía.
No es cabo suelto cambiar la palabra “Señor del Universo” por Dios para hacer decir a Newton: “El hombre que no admite a Dios es un loco”, y el loco no puede ser otro más que el que por sistema tergiversa y fantasea para mantener la mentira.
No es cabo suelto afirmar que las pruebas históricas de los sufrimientos de Galileo, y nadie con razón acepta la historia escrita por clérigos, porque esa sí es toda una falsificación; una prostitución de los hechos y de las ideas; pues toda ella se basa en lo irracional, en el milagro, en los estupendos milagros como la aparición del niño Jesús en la hostia al gran Borgia celebrando misa, a la hora de la gran orgía atrás referida, o como aquel Xavier, cayéndole el crucifijo al mar y se lo sacó un cangrejo. ¿Y por qué no lo tiraría él, al ver el raciocinio de los Bonzos, “de que era cruel e inhumano llevar por bandera un hombre ajusticiado?” ¡Qué cosas debe hacer la Iglesia para escribir y afirmar de cualquier mentecato o de cualquier bruto, con otras raras excepciones de alguno, que por no haber en su tiempo otro remedio que entrase en las filas religiosas, para poder dar alguna luz, ¡se entraron! Pero ¿por qué esperan siempre a canonizar, cuando no existe ninguno que haya vivido íntimamente con el santificado?... Ahora se acuerdan de la pobre diabla Antonia de la Paz, después de siglo y medio... ¿Pero no habrá hecho más Rivadavia? ¿Por qué no lo canonizan?... Pero, en fin, lo que hay de secreto es que, con motivo de la crisis, van pocos pesos a San Pedro, de la opulenta América y se elige a cualquier idiota y se hace un santo de moda y... alguno picará. No me extrañaría que andando el tiempo, apareciera “San Juan Manuel de Rozas”... ¿Y qué? ¿No es santo San Gregorio VII? Pues, es igual; éste quiso acabar la humanidad con el celibato, y aquél con la espada y el puñal. Cuestión de formas de asesinato, pero el crimen es lo mismo.
Pero... ¿que Colón no fue sentenciado? “Válate Dios buen Sancho”. ¿Así se deshace lo que hay escrito? ¿Que no hubo tal concilio?... Entonces fue conciliábulo. ¿Que fué a ampararse a un fraile? ¿Y tenían los frailes entonces, y tienen hoy, para dar sin producir nada? Califique el hecho como quiera, pero es faltar al séptimo mandamiento de Moisés.
¿Que Colón es de la Iglesia? Por eso fue traidor y renegado, ¿o sostendrá todavía que es genovés y no gallego?... de Pontevedra, señor, de Pontevedra. Pero, ahora que recuerdo, el ex canónigo Yanni se separó de la Iglesia, se casó y muere al mes de sus desposorios; sin embargo, muere canónigo según el querer de quien sea y se le roba los derechos a la viuda, que debía tener peores entrañas que la santa madre Iglesia y, basta de “cabos sueltos”, porque no se acabaría la hebra.
6
Conclusión
Concluyo esperando el cumplimiento de “Considero llegado el momento de orientar debidamente el debate y me reservo el derecho de hacerlo”. No tarde, se lo suplico
por... “Santa Justicia”
[1] Moisés vive 20 siglos antes de nacer la religión católica. ¿Cómo podría ser caatólico y escribir libros para la religión…?
Libro: El primer rayo de luz
Autor: Joaquín Trincado
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