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Joaquín Trincado

5ª Réplica y exposición de C. Montemayor (13)

  • Foto del escritor: EMEDELACU
    EMEDELACU
  • 24 nov 2023
  • 55 Min. de lectura

Actualizado: 4 dic 2023


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El buen Podestá, hace como “Aquellas señoras”, descriptas por Notari: usa un turpiloquio de trivio; me cubre de impertinencias; me califica de poco honrado y de

tergiversador, de bufón, de falsario, de impostor; adorna sus cuatro pueriles exposiciones de insolencias y de ultrajes, y después de haberme arrojado encima tanta gracia de Dios, se lamenta como una casta Susana de que el ofendido es él. El método, realmente, no es nuevo. Lo emplearon, antes que él, los jesuitas, de todos los tiempos, lo hizo propio la Iglesia. El mismo mito Jesús (aquel de que nos hablan los evangelios) no tenía para sus enemigos y sus apóstoles más que palabras hirientes, que expresiones insultantes y agresivas: “Impostores... hipócritas de la sinagoga… mercantes del templo... sepulcros blanqueados”, etc. Yo no caeré en la misma bajeza.


Fiel a mi sistema de no usar palabras inconvenientes que puedan ofender personalmente a mi adversario, seré superior a todas las trivialidades que este señor cristianamente me dirige, y continuaré firme, sereno más que nunca, en el puro terreno de la argumentación, profundamente convencido de que las poses agresivas y los insultos gratuitos no tienen valor doctrinario, ni fuerza demostrativa.


En el curso del debate que estamos sosteniendo, hemos visto cómo, a pesar de todas las denegaciones de mi contrincante, el abismo que separa la religión de la ciencia, se hace de más en más extenso y profundo; cómo las sofistiquerías metafísicas de la primera están en abierto desacuerdo con las doctrinas evolucionistas de la segunda; como la enorme diferencia de métodos por ellas empleados en la apreciación y explicación de los fenómenos naturales, demuestra que cada una marcha por un camino y hacia un fin diametralmente opuestos; cómo la cosmogonía religiosa, que hace de la Tierra el centro de la creación efectuada hace apenas unos miles de años, del espacio un cielo sólido y cristalino y de las estrellas, tantas bujías suspendidas en este cielo, no puede absolutamente conciliarse con las grandes concepciones científicas del Universo, infinito en el tiempo y en el espacio, en que la Tierra representa un cuerpo de los más insignificantes en presencia de esos billones de mundos, de estrellas, de nebulosas, de soles, millones de veces más grandes, que brillan a distancias inconmensurables de nuestro sistema solar; cómo el origen divino del hombre, de los animales, de las plantas, descripto por la Biblia y sostenida por la Iglesia, choca de una manera que no puede ser más bárbara contra todos los conocimientos científicos acerca de la remota aparición del hombre sobre la Tierra, de su descendencia de formas inferiores de vida, y, en general, contra todas las grandes leyes de la evolución y de la incesante transformación de las especies. Hemos visto, en fin, cómo todas las ciencias naturales se hallan en abierto conflicto con los principios religiosos; cómo todos los sabios proclaman esta indiscutible verdad, y cómo la Iglesia misma con sus feroces persecuciones contra los unos y las otras, en todos los tiempos la ha confirmado.


Veamos ahora, cómo también las pretendidas ciencias ortodoxas y los famosos “sabios católicos”, invocados por mi egregio adversario, no hacen más que suministrar el último golpe al gran edificio de las paparruchadas bíblicas y corroborar, con exuberancia de argumentaciones, la tesis que yo sostengo. Más de uno, leyendo la última exposición de mi contrincante, habrá pensado: “Naturalmente, estos sabios, siendo católicos, habrán escrito obras colosales, formulado requisitorias terribles en contra del materialismo”. No, señores. Nada de esto. Todo lo contrario. Los católicos papan hostias cuando engullen los versículos de la Biblia; pero se vuelven materialistas, cuando se ocupan seriamente de ciencias, y los mismos ángeles del cielo despuntan los cuernos y se transforman en diablos, cuando de las regiones del misticismo, donde todo es sombra y fantasmagoría, caen en la plena realidad de la vida. Aquellos que cristalízanse en los dogmas de la Iglesia, que confunden las fábulas de Moisés, con la historia científica de la vida y del Universo, son los estudiosos de lo abstruso, los metafísicos puros, los impotentes sabihondos, que procuran hacer de los enigmas no resueltos aún por la ciencia, las columnas de Hércules de la fe. Los sabios verdaderos, auténticos, los que, como el padre Secchi, han ofrecido a la ciencia el poderoso tributo de su sabiduría y de su gran actividad, prefieren ponerse al lado de Liell, de Laplace y de Darwin antes que al lado de San Francisco de Paula o de San Luis Gonzaga.


Pero, entramos en el vivo de la cuestión y tomamos nota principalmente de este hecho: que muchos de la famosa lista de “sabios católicos”, presentada por mi adversario, entre los cuales Fourier, Bichat, Barthez, Theodoro Sewan, Lavoisier, Gassendi, Buffon y Liebig, se han escapado después de la demostración por mí producida, de que eran panteístas, vitalistas y materialistas. En su último artículo, el señor Podestá hace al respecto un prudente silencio. Y, el silencio, como se sabe, es oro.


Vamos a Lapparent.


Es este un geólogo de los más eminentes, un verdadero gigante de la ciencia. No mastica páters ni salmos. Sin embargo, mi buen Podestá, lo cita como católico. Su “Traité de geologie”, es una obra poderosa, inmortal. Sostiene en ella los mismos principios evolucionistas de Carlos Liell, es decir: que la Tierra, ha sido en su estado primitivo, una masa incandescente desprendida de la nebulosa solar; que su proceso de enfriamiento y solidificación, ha necesitado millones de años; que la historia de la geología se divide en cuatro grandes épocas geológicas: paleozoica, mesozoica, neozoica y antropozoica; que un largo período de tiempo ha transcurrido antes que la vida orgánica fuera posible sobre la Tierra; que esta vida se ha originado primitivamente en el fondo de los mares, extendiéndose y transformándose después sucesiva e incesantemente hasta producir las formas actualmente vivientes, entre las cuales la del hombre.


Dejamos a él la palabra:

“Si se admite, como nos la admitimos, la idea de fluidita“primitiva del globo, debemos representarnos nuestra Tierra en el origen de los tiempos geológicos, como una esfera líquida, en gran parte metálica, sobre la cual la materia fundida debía ser sobrepuesta por orden de densidad... Estos minerales, con el “progresivo enfriamiento, debían ser los primeros en tomar el estado sólido”. (“Abregé de geologie”, página 124). No parece que estas opiniones concuerden con los cuentos de Moisés sobre la creación” ni con las ideas de Podestá. Pero, vamos adelante: “En “la hipótesis” tan plausible de la nebulosa primitiva, la Tierra es un fragmento infinitamente pequeño, desprendido del astro central, “en una de las épocas de su condensación progresiva” y por la cual, a causa de sus modestas dimensiones, la fase estelar tuvo “que ser extremadamente corta”. (“Traité de geologie”, Pág. 1465).


¡Qué enorme distancia! Mientras la religión nos dice que la Tierra fue creada por Dios en un solo día, la ciencia de los “sabios católicos” nos enseña que ella es un fragmento de la nebulosa solar, y que tuvo que pasar por diferentes fases, antes de llegar al estado actual. Concilie, amigo Podestá, tan divergentes principios. Pero, ¿con qué criterio –me pregunto yo –ha citado el buen Podestá a Lapparent? ¿Para probar que el hombre no hizo su aparición sobre la Tierra en la época terciaria; que su origen no es remoto, y que data apenas de unos pocos de miles de años, según la historia mística de la creación? Lapparent no dice esto. En el párrafo transcripto, mal traducido y en parte alterado, se limita a observar que no es posible determinar de una manera exacta, cronométrica, la edad relativa de cada período del cuaternario, por la “ausencia o escasez de residuos orgánicos”, por la dificultad que presenta el estudio de sus capas, “cuya sucesión es a veces oscura”, es decir, irregular, interrumpida, y que por consecuencia: son exagerados los cálculos de ciertos geólogos que cifran en millones de siglos la duración de cada período del cuaternario. Pero, no niega la antigüedad del hombre, ni la inmensa lejanía de los tiempos en que la Vida ha hecho su aparición sobre la Tierra. “Lo que se sabe -dice en la página 1467- es que la sucesión “tan variada de las capas sedimentarias” y la incesante “transformación de las floras y de las faunas” han debido exigir un “tiempo considerable”. No es demasiado valuarlo en millones de años”. Sir William Thonson calcula que la vida apareció sobre nuestro globo 100 millones de años ha; y Dana 20. Lapparent observa (pág. 1468), que las cifras de Dana, son muy exiguas y que no pueden ser aceptadas por los geólogos. Vea el ameno Podestá, si puede poner de acuerdo a Moisés con Lapparent.


En cuanto a la aparición del hombre en la época terciaria, no es una hipótesis; es un hecho indiscutible. No la niega Lapparent, la admite Liell, la sostiene Rigollot, Quatrefages, el abate Bourgeois, Estanislao Meunier, Reboux, Archiac, Cappellini, Sergi, Delgado, Ribeiro, Cartailhac, Rames, Mortillet[1] Ameghino, en fin, casi todos los arqueólogos y geólogos más eminentes del mundo. Los numerosos descubrimientos de restos fósiles humanos, de huesos, de sílex, de madera, de instrumentos diversos, trabajados por la mano del hombre en el terreno terciario; en arenales de Saint Prest, en Autry Issard, en los aluviones de California, en Suffolk, en Piemonte, en Margas Azules de Saboya, en Toscana, en San Valentino, en la Embocadura del Tajo, en los Dardanelos, en el Maine y en el Loire, en Thenay, en Puy-Courny, en Moustier, en Vezere, en Bouchez de Perthes, en Patagonia y en muchos otros lugares, no permiten más dudas al respecto. Sólo el buen Podestá puede negar el hombre terciario y pensar con Moisés que el primer hombre que apareció sobre la Tierra fue el improvisado Adán.


Pero no consta de que Podestá sea un arqueólogo y Moisés el fundador de la geología... lo que es importante.


Y pasamos ahora al padre Secchi. Este célebre astrónomo no nos canta las letanías, ni los salmos; no nos ofrece ñoños sermones ni la explicación del misterio de María.


Como sacerdote, piensa que no hay oficio mejor que el del cura, para hacer vida beata; y como sabio, se burla de los cuentos funambulescos de Moisés y de todas las “verdades reveladas por la Sagrada Escritura”. Es, en sus obras, un materialista de la mejor estofa. Sostiene heroicamente la teoría de Laplace. Su gran obra, “Le soleil”, dividida en tres tomos, es una de las más geniales y más atrayentes que se imponen a la consideración universal. En esta su obra maestra, el eminente sabio nos presenta un cuadro maravilloso del Universo. Demuestra que el espacio es infinito; que la materia cósmica lo invade todo; que billones de mundos, obedientes a la gran ley de la gravitación, giran indefinidamente, los unos alrededor de los otros, en su órbitas interminables; que estos mundos se forman por medio de condensaciones de la masa etérea que llena el espacio; que todos ellos tienen su nacimiento, su desarrollo, su senectud, su muerte; que todos vuelven a su primitivo estado etéreo; que el Sol no es más que una masa incandescente de la cual la Tierra y todos los cuerpos de nuestro sistema planetario, se desprendieron en estado de nebulosidad en épocas incalculablemente lejanas. El estudio de las fáculas, o manchas solares, a que con preferencia se dedica, es de una importancia extraordinaria. Sólo en dos o tres parrafitos y únicamente por razones de disciplina eclesiástica, hace unas breves alusiones al creador del Universo, pero en forma totalmente determinada y vaga que no se distingue de la concepción panteísta de un Spinoza o de un Flammarion, lo que no excluye de ninguna manera el carácter profundo y marcadamente materialista de las doctrinas que enuncia. Con mucha razón, H. Faye, en la introducción de su misericordiosa “Origine des mondes”, memoria pasada al olvido, despedaza una lanza contra el padre Secchi y varios otros tonsurados que llevan en triunfo la cosmografía de Laplace, de Lalande y de los astrónomos de más grande valor.


Vale la pena de reproducir algunos pasajes de la obra de este gran hereje que, en otros tiempos, habría hecho el fin de Arnaldo, Savonarola y Bruno: “Los sabios de nuestro “tiempo admiten “unánimemente que nuestro sistema solar es debido a la “condensación de una nebulosa que se extendía anteriormente “más allá de los límites “ocupados ahora por los planetas más “lejanos”... “Esta teoría, propuesta por Kant, “Herschel y Laplace “fué estudiada en estos últimos años por M.M. Hinrihs y Roche y “confirmada por las ingeniosas experiencias de M. Plateau”. (“Le “soleil”, tomo II, pág. “376). Y más adelante: “Es imposible “actualmente, establecer las circunstancias que “han determinado “la formación de cada planeta; pero la ley que regula sus “distancias “parece imprimir al sistema todo entero una formación “gradual, en la cual estos astros “han debido, cada uno a su turno, “desprenderse de la masa solar”. (Idem, pág. 378).


Padre Secchi no podría ser más franco y más materialista. En otros términos, todos los cuentos de Moisés, toda la cosmogonía de la Iglesia, todas las verdades de la Sagrada Escritura, todos los fundamentos de la fe en el milagro de la creación, son un informe fárrago de fábulas ridículas, de ignorancia, de falsedades. Si la Tierra, como dice Secchi, se desprendió de la masa solar, es evidente que el Sol existía antes que la Tierra; y, en este caso, no se comprende, cómo el buen Dios haya creado la Tierra tres días antes que el sol y las estrellas. ¡Misterios de la metafísica, que sólo un depositario de ciencias... abstractas, como el buen Podestá, podrá explicarnos!...


Y todavía: “Para mejor conocer el mecanismo del mundo “planetario, deberíamos saber “cuál es el origen y la naturaleza “íntima de esta fuerza que impulsa a los cuerpos los “unos hacia “los otros, y que se llama atracción o gravitación, porque la caída “de los “cuerpos graves sobre la superficie de la Tierra, no es más “que un caso particular de “esta fuerza: pero, nada podemos decir “al respecto. Los matemáticos y los astrónomos “(oiga bien el señor “Podestá) “admiten esta gravitación como un hecho primordial, “capaz de explicar los movimientos de los cuerpos celestes y le “aplican las fórmulas de “la Mecánica, sin ocuparse de su origen. “Los físicos opinan lo mismo” “y no piensan “que el estado actual “de nuestros conocimientos nos permite ir más lejos. Pero la “opinión más probable, la que tiende cada día más a “generalizarse, atribuye a los “fenómenos de atracción al éter, a “este fluido universal que llena al mundo entero y que “concurre, “con la materia ponderable, a la constitución de todos los cuerpos”. “(Idem, “pág. 385). Y sigue: “Y como la existencia del éter, está “perfectamente probada por los “fenómenos luminosos", “no se ve la necesidad” de imaginar otro intermediario para la “transmisión” de “los otros movimientos”. (Idem, pág. 386).


¿Se puede ser más explícito? No se precisa imaginar la intervención de fuerzas sobrenaturales, conscientes y omniscientes, en el movimiento de los cuerpos celestes.


La gravitación universal, no es más que un exponente de la fuerza etérea que invade el espacio, en eterno estado de conmoción. Matemáticos, físicos, astrónomos, sin excluir al padre Secchi, concuerdan todos en sostener que el universo, el mundo, la vida, es una plenitud de fuerzas que se bastan a sí mismas y que excluyen en absoluto la existencia de fuerzas extrañas que a Natura no sean propias.


Sólo nuestro buen Podestá no se conforma ni con los físicos, ni con los astrónomos, ni con los metafísicos, ni con el jesuita Secchi. A todos ellos prefiere... Moisés.


¡Cuestión de gustos!...


Pero, si Secchi es una verdadera luminaria de la ciencia... materialista, lo mismo no se puede decir de H. Faye, cuyo más grande mérito consiste en haber tenido la presunción de demoler la teoría de Laplace, en una memoria presentada a la Academia de Ciencias que provocó en el mundo científico una inmensa carcajada, especialmente cuando Wolf puso en evidencia las condiciones en ella contenidas. Dicha memoria es la que se conoce ahora con el título pomposo de “Origine des mondes”. Bien lejos de ser un trabajo científico, presenta un carácter problemático, apologético de la Biblia y no disimula la tentativa de conciliar lo que ni el padre eterno conciliar podría: la Ciencia con la Fe.


Considerado el éxito infeliz que tuvo, y que no puede tener derecho al rótulo científico lo que la ciencia ha rechazado como un absurdo, la obra de Faye debe ser valuada por lo que es: un librillo a favor de la religión contra la ciencia y nada más. El mismo, reconoce en su “Introducción” que la ciencia no es de él; que la ciencia rechaza muy lejos toda hipótesis relativa a la divinidad. Escuchémoslo: “Cuando se constate que la cosmogonía de “Laplace, una de aquellas que yo combato y me esfuerzo por “reemplazar, es aceptada por los teólogos instruidos y que ha sido “presentada al Colegio Romano por los Jesuitas[2], no parecerá “extraño que la ciencia moderna haga retroceder la intervención “divina hasta los últimos límites, hasta el caos, y que no se haya “invocado sino cuando no se ha podido hacer diversamente. Tal “es, efectivamente, el espíritu de la ciencia”: diré también, tales son “su razón de ser y su derecho”.


En cuanto a sus convicciones particulares, poco me interesan. Lo importante es ver cómo Faye reconoce que la ciencia moderna, inclusive la del padre Secchi, “rechaza hasta el caos”, aquella X desconocida que se llama la fuerza suprema: el Todopoderoso, la divinidad.


Otra columna formidable de ciencia materialista es el grande naturalista Buffon, citado también por mi contrincante como... “católico”. Embebido de los doctrinas de los antiguos filósofos: Anaximandro, Thales, Empédocles, Demócrito, Heráclito, en parte de Aristóteles, y totalmente de las de Copérnico, Galileo, Giordano Bruno, abrió a la ciencia horizontes infinitos con su monumental “Histoire naturelle”, de la cual, “Teorie de la ferro”, no representa más que uno de los tantos capítulos. Superfluo es decir que, tanto en lo que se refiere a la botánica y a la zoología, cuanto al estudio de las ciencias inorgánicas, geología, astronomía, etcétera, desarrolla teorías esencialmente materialistas; rechaza toda idea de creación, de fuerzas sobrenaturales, de un principio y de un fin del universo, de la providencia, de orden preestablecido, de finalidad; no ve en el gran movimiento de la vida más que un conjunto de fuerzas naturales inherentes a los cuerpos de que emanan y sobre los cuales obran en incesante estado de transformación.


“Nadie mejor que Lanessan, a quien se debe la prefación de la “Histoire Naturelle”, podrá definir las doctrinas de Buffon. Oigámosle: “Hacer conocer a Buffon, pensador y sabio, poner en luz la grandeza de sus ideas, colocarlo en el lugar que le pertenece, a la cabeza de los naturalistas y filósofos que han fundado la ciencia moderna -Lamark, que fue su alumno, Adanson, Ch. Bonnet, Goethe, Geffroi Saint-Hilaire”, no cito más que a los más ilustres -cuyos escritos llevan la marca indeleble del “maestro””, en las obras del cual sacaron sus pensamientos, “mostrar en Buffon el “verdadero creador de la doctrina del “transformismo, de la evolución y de la selección, “tal es el fin de “esta edición, a la cual mi amigo, Le Vasseur, desea que mi “nombre sea “ligado y que él tiene tan ricamente ornado”.


¡Buffon, entonces evolucionista, seleccionista, transformista, fundador del materialismo científico, maestro de Lamark, Adanson, Goethe, Bonnet y Geffroi Saint Hilaire! ¡Qué “católico”, que místico, qué luminaria de la Iglesia, este herético que vuelca el sistema de Ptolomeo, que pone en ridículo la Biblia, que demuestra el absurdo de la creación, que restablece sobre bases eminentemente científicas la historia del Universo y que delante de la Sorbona es obligado a hacer acto de contricción y a renegar de sus obras totalmente impregnadas de materialismo!


Lo que hemos dicho respecto a Buffon, sirva para todos los demás sabios, cualquiera que sea el denominativo que se les dé. No hay sabios católicos, y los que han surgido del seno del catolicismo son sabios que, como el padre Secchi, no han podido especializarse en el estudio de ninguna ciencia, sin caer en pleno materialismo, sin aceptar y divulgar las doctrinas de Laplace, de Buffon, de Liell y de Darwin, en estridente contraste con todas las cosmogonías y hegemonías de la Iglesia.


Y aquí se presenta una objeción: “Por qué, entonces, estos sabios católicos, que hacen propias las teorías evolucionistas de Darwin y de Laplace permanecen en el seno de la Iglesia, continúan en su vida sacerdotal?” Varias son las razones de este fenómeno, que fácilmente se pueden explicar. Primera, entre todas, la de carácter económico, la riqueza y la renta del sacerdocio; en segundo lugar, las tradiciones religiosas de familia, las conveniencias sociales, el deseo de obrar en medio del ambiente religioso para saturarlo de ideas modernas y arrancarlo de su estado secular de cristalización; y, en último, ciertos residuos de misticismo que el influjo de las doctrinas científicas no ha podido completa y definitivamente ahogar. Pero, ¿qué importa que Secchi lleve tonsura, que el abate Bourgois se trague el “Sermón de la montaña”, si el uno y el otro consideran a Cristo como un mito solar y trabajan para destruir las viejas leyendas de la creación milagrosa y del fin del mundo? ¿Qué importa que otros continúen recogiendo el óbolo de los fieles y ostentando una fé que íntimamente ya no sienten más, si sus obras empujan hacia el materialismo y el ateísmo con no menos vigor que las de Darwin o de Goethe? Lo que nos interesa, pues, no es ya saber cómo se viste éste o aquél sabio, cómo se llama; si come a Dios en la hostia o a su concursante el diablo, sino cómo piensa y cómo escribe, ya que la ciencia no son las personas, sino las obras.


Volviendo a Buffon y a su abjuración delante de la Sorbona, tranquilícese el buen Podestá, tuvo lugar en 1789, como erróneamente insertamos. En 1789 fue publicada, es decir, un año después de su muerte, lo que prueba que tal abjuración le fue impuesta en época anterior, en pleno dominio inquisitorial, como confirman: Viardot en su “Apología de un incrédulo”; Draper, en “Conflictos entre la religión y la ciencia” Ferriére, en “Errores científicos de la Biblia”, y muchos otros. Desaparece así el equívoco de tiempo, pero queda la substancia del hecho, y sería absurdo negarlo. El Índice y la Inquisición funcionaron en todas partes y, especialmente, en Francia hasta los albores de la gran revolución, con sumo terror de todos los sabios y pensadores, como bien se desprende de la correspondencia siguiente: Voltaire a D’Alembert:


Delicias, 22 de julio de 1762.


“Parece que el Testamento de Juan Meslier hace un grande efecto; todos los que lo leen quedan convencidos: este hombre discute y prueba. Habla en el momento de la muerte, en el momento en que los embusteros dicen la verdad; he aquí el más fuerte de todos los argumentos. Juan Meslier debe convertir a la Tierra”. “¿Por qué su Evangelio se encuentra en tan pocas manos?” “¡Qué tibios sois en París! Mantenéis oculta la luz”. A la que D’Alembert responde: París, 31 de julio de 1762. –“Nos reprocháis de tibios, pero creo haberos ya dicho: el temor a la hoguera es muy “refrescante”. Quisierais que hiciésemos imprimir” “El Testamento de Juan Meslier”, y que “distribuye semos cuatro o cinco mil ejemplares”; el fanatismo infame, pues hay en él “infamias, nada o poca cosa perdería con ello, y nosotros seríamos “tratados de locos “por aquellos mismos a quienes hubiésemos convertido...”


Ahora bien, Buffon vivió precisamente en esta misma época de “fanatismo infame”, en que no se podía escribir en contra de la Iglesia o de sus doctrinas sin ser arrojado a la hoguera o, cuando menos, obligado a la más humillante retractación. Pasamos ahora a Claudio Bernard. Mi contrincante niega que el ilustre sabio francés, gloria de la medicina, y de la ciencia, sea materialista y que haya combatido eficazmente la doctrina del “vitalismo”. Y negar es fácil. Pero sus obras maestras particularmente la “Introducción a la medécine experiméntale” y el mundo científico en general, están ahí para probarlo. Uno de sus grandes admiradores, el sabio eminente A. Dastre, profesor de fisiología en la Sorbona, en su obra maestra “La Vida y la muerte”, pág. 48, escribe: “No es un progreso insignificante, ni una ventaja despreciable el hecho de haber eliminado las hipótesis vitalistas de casi todo el dominio de la fisiología actual. Esta ha sido la obra de los sabios de la primera mitad del siglo pasado, y especialmente la de Claudio Bernard, a quien se dan, con razón, los nombres de fundador y de legislador de la Fisiología, por más que hayan encontrado en el antiguo espíritu médico, un adversario obstinado... Si añadimos que C. Bernard se ha opuesto a la opinión estrecha que se negaba a admitir la generalidad de los fenómenos de la vida, del hombre, del animal y de éste a la planta, habremos dado una ligera idea de esta “especie de revolución, que se ha realizado en 1864, fecha de la aparición del célebre libro “La Introducción a la medicina experimental”, que no contenía, sino una parte de la doctrina”.


Y más adelante (pág. 51): “No se ha escrito nada más luminoso, más completo y más profundo sobre los verdaderos principios del arte tan difícil de la experimentación. Así hablaba Pasteur en 1866, casi en el mismo tiempo en que iba a imprimir con sus estudios, un movimiento de renovación, cuya importancia, acaso no tenga igual en la historia de la Ciencia. Por sus descubrimientos y enseñanzas, Claudio Bernard y Pasteur, han logrado substraer una parte del dominio de los hechos vitales a la intervención directa de los agentes hipotéticos, de las causas primeras”.


Del mismo párrafo, citado por Podestá, se desprende que Claudio Bernard, no sólo combatía el vitalismo como fuerza hipotética obrando en oposición con las fuerzas de la naturaleza, sino que además rechazaba la doctrina del vitalismo en general, considerando justamente que “las funciones vitales tienen por condición de sus manifestaciones las leyes fisio-químicas del organismo”, es decir, que los fenómenos que caracterizan la vida, no representan más que los movimientos, la acción del plasma viviente de todo organismo, o, en otros términos, la suma de la actividad de los elementos anatómicos (células, moléculas, átomos) que constituyen el cuerpo del hombre, del animal o de la planta. La “fuerza vital” que C. Bernard, y, con él, todos los fisiólogos, como Podestá deja entender, sino el agente misterioso, extranatural, divino, disfrazado bajo ese nombre de “fuerza vital”, que los espiritualistas querían introducir a toda costa en el organismo como causa primera, determinante y regulatriz de todas sus funciones químicas y físicas. ¿Cómo es posible que Bernard haya admitido la intervención de fuerzas sobrenaturales como causas del funcionamiento vital, y si todas sus obras han sido escritas para enseñarnos que “el antecedente del fenómeno vital, es siempre un fenómeno químico”, y que “no hay gasto de energías, transformación de fuerzas fisiológicas, que no implique una destrucción de materia celular?”.


¿No es, por otra parte, un hecho científicamente probado por todos los fisiólogos, físicos y químicos, de que no se constata y no se conoce fuerza ninguna que no sea inherente a la materia, una propiedad inseparable de los cuerpos de que emana y sobre los cuales obra? ¿No es, acaso, esta misma fuerza que alcanza la forma de la más alta función vital en los organismos más elevados y perfectos, la que, en proporción más reducida y en manifestaciones imperceptibles, o casi, vibra en las moléculas del hierro, de la madera y en los cristales? ¿Qué son, entonces, las ondas luminosas, las vibraciones sonoras, las corrientes eléctricas, el magnetismo, el calor, que obran de una manera tan poderosa sobre los cuerpos brutos, los minerales, las plantas, el agua, el aire, sino aspectos dinámicos de la materia, manifestaciones de fuerzas que han salido de la materia para obrar el dinamismo o la fuerza estática de otros cuerpos?


Escuchemos a M. Mouillé: “No existe reino inorgánico, sino un gran reino orgánico en que las formas minerales, vegetales y animales son desarrollos distintos. La continuidad existe por todas partes en el mundo y en la vida también. Nada está muerto; la vida es universal”. Valles, Brand, Gruber, Balbiani, Nussbaurne y Verwon demuestran que los fenómenos vitales no se observan más que y por la materia viva, el protoplasma, y que estos fenómenos continúan existiendo por algún tiempo aún en la célula desmembrada. Weismann ha descubierto en ciertos elementos secundarios del protoplasma, los “bióforos”, actividades especiales tales como las funciones vitales de la célula, la nutrición, el acrecimiento, la multiplicación, etc. Ostwald y Tamman, señalan la presencia de idénticas funciones vitales en los cristales. Jerónimo Cardany, matemático, físico y naturalista del siglo XVII, opinaba que la piedra no solamente vive, sino que también está sujeta a enfermedades, a vejez y muerte. Wiedemann, Warbourg, Tomlison y Duquet, renovando los antiguos estudios de Coulom y Werthein sobre los metales, aseguran que éstos están provistos de funciones vitales, cuales la contracción, la elasticidad, el desplazamiento atómico, bajo determinadas condiciones exteriores. Dastre describe el movimiento browniano y observa cómo los detritus minerales presentan “una especie de oscilación y trepidación que no van acompañadas de ningún cambio de lugar como en los seres vivos, algo parecido al baile de San Vito, y que este movimiento browniano es el primer grado del movimiento molecular”. Lechatllier, Hopkinson, Osmond, Charpy, Calvert, Roberts Auten, con sus observaciones microscópicas y experimentos de electrólisis del vidrio y sobre el tacto eléctrico de los metales, han descubierto la existencia de una verdadera evolución química y cinética en el interior de los cuerpos infinitamente pequeños. Hartmann demuestra que el golpe de martillo, dado sobre la barra de hielo, obliga a las moléculas más cercanas a concurrir al punto amenazado para consolidar la parte débil y reforzarla.


Podríamos continuar un año citando. En el átomo, como en la estrella, en el hilo de hierba como en el roble, en el ala de un mosquito como en el cerebro de un Newton o de un Cuvier, no existe, no se encuentra, no se constata más que una fuerza: la que constituye la vida del universo todo y de cada una de sus partes. La hipótesis de todo agente exterior, de toda fuerza sobrenatural y consciente, es, no sólo absurda, sino también innecesaria. La gran mente de un Claudio Bernard no podía admitir y no admitió tal disparate.


Vamos a otro. El señor Podestá vuelve a hablar de Lavoisier, diciendo haber demostrado que la ley formulada por este sabio y aceptada en todo el mundo científico –la ley de la conservación de la materia- no quiere decir que la materia sea eterna. ¿Y cómo lo ha demostrado? Con una sola negativa. Ahora bien; el principio de la conservación de la materia– no podría ser más claro y concluyente. Significa únicamente, que la suma de la materia existente en el Universo, siendo constante, no puede haber sido creada, ni podrá ser destruida. La indestructibilidad de una cosa implica, lógicamente, la increabilidad de esta misma cosa. Bien en razón los físicos, los químicos en general, extendiendo tal principio, sostienen que no hay en el Cosmos una sola partícula infinitesimal de materia que pueda ser destruida. Un átomo de hierro, de azufre, de cinc, etc., continúa siendo lo mismo a través de todas las eternidades, por la imposibilidad de ser anonadado o transformado en otra substancia, cualquiera que sean los agentes naturales que obran sobre él. Podestá no ha podido demostrar nada en contrario. Para probar que algo de lo que es, puede haber sido creado, debe probar ante todo, de qué modo puede ser destruido, o viceversa. Diversamente, lo que él llama demostración, no pasa de una simple hipótesis, de un puro deseo.


Convencido de haber satisfactoriamente contestado a la última exposición del señor Podestá, empezaré en el próximo artículo a demostrar la “inexistencia de Dios”.


INEXISTENCIA DE DIOS


“Dios es el carbón que hace hervir la olla del cura; una pura invención comercial”.-

Dr. N. SIMON.


Yo no voy a resolver el problema de la cuadratura del círculo, a alambicarme el cerebro en evaporaciones metafísicas, a enloquecer en las esferas inescrutables de lo abstracto. Mi tarea es fácil, llana, sencilla. Se trata, pues, de demostrar que Dios no es más que un fantasma proyectado en los cielos por la imaginación supersticiosa del hombre. En otros términos, que no tiene consistencia ni realidad: que en lugar de ser Dios quien ha creado al hombre, es el hombre quien ha creado a Dios. El método que emplearé es también de una extrema sencillez, a la altura de todas las inteligencias: el mismo que se emplea para todas las demás investigaciones. Del mismo modo que la existencia de una cierta cosa se comprueba por la constatación de su completa ausencia, siendo todo otro método inapropiado y absurdo. Así por ejemplo, cuando Fulano afirma que tiene en el Banco de la Nación un millón de pesos, y queremos cerciorarnos si lo que dice es verdad, se va al Banco y, una vez comprobada la ausencia de documentos relativos a dicho depósito, se concluye: “tal fondo no existe”.


Igualmente, cuando Zutano dice que en tal o cual lugar existe una mina de azufre, de oro o de hierro, y queremos averiguar si tal aserción es exacta, se hacen excavaciones en el lugar indicado, y si tal mineral no se encuentra, se declara que “no existe”.


Idéntico método se impone para la constatación de la existencia o no existencia de Dios. Las palabras, las afirmaciones, las declaraciones de fe, las perífrasis, los circunloquios, no sirven. Una vez que se afirma que Dios no existe, y como tal afirmación no tiene carácter de hipótesis sino de certeza, exigimos su presentación, la demostración de su realidad, los títulos, los documentos, las pruebas visibles, palpables, incontrovertibles de su existencia. Si estas pruebas y demostraciones no vienen, la inexistencia de Dios está demostrada.


Ahora bien: ¿Qué prueba hay de la existencia de Dios? Ninguna. La Iglesia no nos presenta de él una sola línea escrita, un parrafito, una palabra, un documento cualquiera. No nos lo muestra ni vivo ni muerto, ni en carne ni en espíritu, ni tampoco nos exhibe siquiera una simple fotografía. Nada. No se sabe si es hombre o es mujer, gato o perro, ave o pez, animal o planta; en estado sólido, líquido o gaseoso. Su biografía es un “rebus”, su figura geométrica, un misterio, su esencia constitutiva, un enigma. Su nacimiento, su fe de bautismo, sus ocupaciones... ¡Id a pescarlas! ¿Es blanco, negro, tiene barba, terceras o cuartas circunvoluciones frontales? ¡Obscuridad profunda! ¿De dónde viene, cómo vive, dónde está su morada? Ni sus creyentes más fervorosos, ni sus representantes más auténticos saben algo al respecto. Todas las indicaciones son indeterminadas y vagas: a veces anda en “villeggiatura” en los cielos; a veces baja a la tierra; a veces está... en todas partes. Pero en ninguna se halla. Ni el más poderoso telescopio lo encuentra en las inmensidades de los cielos entre los cuerpos infinitamente grandes, ni el más fuerte microscopio entre los infinitamente pequeños. En cuanto más se busca, menos se encuentra. Encontramos espacios infinitos poblados de mundos, de nebulosas, de estrellas, de planetas, de soles; océanos interminables de éter y de luz; fuerzas por todas partes en movimiento eterno y en eterna transformación; fenómenos eléctricos, magnéticos, luminosos; manifestaciones de vida, modificaciones de estados y de aspectos en la gran masa cósmica que compone el Universo; en una palabra, el infinito de la materia y de su movimiento, pero de Dios ¡ni un pelo de barba!


Sin embargo, está... en todas partes; con certeza, en mi casa también, alrededor de mí, en mí mismo. Reviso los bolsillos. Nada. Corro a la cocina, no veo más que ollas y marmitas. En la alcoba: ¡desilusión completa! Se ha escapado. ¿Dónde se ha ido? Sobre la tierra hay de todo, menos él; en el agua, peces, moluscos, plantas marinas, piedras; nada de Dios. ¿Dónde buscarlo? Toda indagación es vana, todo análisis inútil, Toda investigación, infructuosa. Es inaccesible, incorpóreo, como el vacío, como la nada. De todas partes está ausente; en ninguna hace acto de presencia. Lo único que de él se conoce, es un monosílabo, un nombre, el breve chasquido que hace la lengua al pronunciarlo. A pesar de ser infinito en el tiempo y en el espacio, escrupulosamente medida su personalidad, no da un centi milímetro de longitud; puesta en la balanza, su substancia no da ni un miligramo de peso; con toda su inmensa grandeza, no llenáis el más insignificante agujerito hecho con la punta de un alfiler; cuando queréis formaros una perfecta idea de sus atributos, debéis imaginar una tabla de billones de sextillonesde ceros y sumarlos; el cero inconmensurable que obtendréis como total, os dará la equivalencia de Dios.


Dios, como se ve, es igual a la nada. Para ser algo, para existir, precisaría que fuera materia, pues que, fuera de la materia que llena el espacio nada existe, y siendo materia no podrá ser Dios. La idea de un ser sobrenatural, infinito en el tiempo y en el espacio, es cuanto la mente puede imaginar de más inconcebible y absurdo. No sólo no podría ser infinito por la simple razón que acabaría allí donde empezara la materia, sino que tampoco podría encontrar un lugar cualquiera para morar en la plenitud de la masa cósmica, puesto que no puede existir en toda la inmensidad del Universo un solo milímetro de cúbico espacio vacío, que no esté poblado de materia.


Pero los curas nos afirman que existe. ¿Dónde? ¿Las pruebas? Estas son las que faltan, las que no llegan y nunca llegarán. Nos dicen que Dios no es materia; que no

tiene ni cuerpo, ni manos, ni pies. ¿Qué es, entonces? -Un espíritu. Y está bien. Pero, ¿qué es el espíritu? -¡Misterio! Volvedla como queráis, siempre estamos en lo mismo: palabras, palabras; pruebas ninguna.


Esta misma concepción del espíritu es absurda; porque, de las dos uno: o el espíritu, al fin y al cabo, es una sustancia material, aunque inmensamente sutilizada, como el vapor, la electricidad, la luz, y en este caso, no sería “espíritu”; o no lo es, y entonces es la “nada”. Tampoco.


Admitido, como nos admitimos el infinito de la materia que, desde los cuerpos infinitamente pequeños, se extiende, a través del grande océano etéreo, a los infinitamente grandes, sin dejar un “mínimum” posible de espacio inocupado, la nada misma no existe, no es más que una palabra vacía de sentido.


Por consecuencia, toda expresión que asimila a Dios a la nada, al vacío, etc., es un contrasentido, porque no designa ninguna realidad, constatada o constatable, y la única conclusión que el razonamiento lógico puede formular al respecto es que “Dios no existe”.


Es una opinión generalmente admitida entre los espiritualistas y los católicos que el mundo no puede haberse creado solo; que ha de haber sido creado; que no puede existir efecto sin causa, y que esta causa es Dios.


Como prueba de la exactitud y de la lógica de este razonamiento puramente inductivo, citan el hecho de que una casa, una máquina, un relojero, un mecánico, un arquitecto que las haya construido. Pero el razonamiento no podía ser más absurdo e infantil.


El relojero, el mecánico, el arquitecto, no “crean”, sino fabrican, componen, construyen, con los materiales que ya existen a su disposición.


¿Qué construiría el albañil sin ladrillos, sin cemento ni piedras; el relojero o el mecánico sin los metales para sus máquinas? ¿Y cómo podría Dios -aún supuesto que existiera y tuviese una inteligencia ilimitada- construir el Universo sin material ninguno? Y no existiendo materiales, ¿cómo habría podido crearlos? Pero, ¿de dónde los habría sacado? De sí mismo no, porque es un espíritu; del espacio tampoco porque no los contenía. ¿De dónde entonces? Hombres de inteligencia, matemáticos, físicos, sabios eminentes, alambicaos el cerebro y, sobre todo, ojo a las meningitis, aquí está el problema: “¿De dónde, entonces?” La única conjetura posible es que podría haber convertido la nada en materia. Pero aquí surge otro problema más poderoso aún: ¿puede la “nada” convertirse en “algo”? ¿Puede lo que no es, transformarse en lo que es, lo insubstancial en materia? ¿De qué modo? ¡Misterio! Ningún metafísico nos lo dice, ningún teólogo nos lo explica, ninguna demostración aparece, y todo vuelve a una hipótesis irracional, absurda, mezquina.


Además: admitiendo el principio de la necesidad de una causa primera, generadora de todas las demás causas y efectos de la vida universal; es decir, admitiendo que todo lo que existe debe haber tenido un principio, debe de haber sido creado, el pensamiento sería inducido a implantar la hipótesis-Dios para explicar provisoriamente el origen del mundo, y a destruirla con otra más satisfactoria todavía para explicar el origen de Dios.


Un principio, cuando se establece, no puede ser lógico si no se acepta en todas sus consecuencias.


La pregunta “¿quién ha creado el mundo?”, implica esta otra: “¿Quién ha creado a Dios?” No se sabe por qué la materia ha de haber tenido un principio, un creador, y por qué Dios (puesto que exista, lo que está bien lejos de ser probado), no ha de haberlo tenido. E, inversamente, cuando se dice que Dios es eterno (lo que se comprende menos aún, no siendo probada todavía su existencia), no se explica por qué no se ha de admitir, con más fuerte razón, la eternidad de la materia, que por lo menos, se vé y se palpa.


Si la eternidad es una concepción difícil y oscura, debe de serlo mucho más en lo que se refiere a Dios, cuya existencia es, por lo menos, problemática, que por lo que se refiere a la materia, cuya existencia es indiscutible.


En fin, cualquiera que sea el punto de vista en que nos coloquemos para considerar el problema de la existencia de Dios, no se puede resolver más que con una seca negativa.


Está en todas partes, pero en ninguna se encuentra. Es infinito, es eterno, es creador de todas las cosas, pero nadie lo ha visto, nadie lo ha sentido o palpado. Es más fácil hallar el rastro fugitivo de una liebre, que al gran arquitecto del Universo. Ni en la iglesia, que es su casa preferida, saben darnos cuenta, indicarnos su paradero. Se hallan coronillas, estolas, cirios, hostiarios, vírgenes inmóviles y lloronas, cristos de madera, pinturas maravillosas, púlpitos, altares, todo lo que queráis, pero Dios no se encuentra, ni por todos los santos, ni por todos los diablos.


No sólo no se encuentra a Dios. No se encuentra tampoco una sola prueba, un solo documento; nada de nada. Su ausencia es completa, es contínua, es permanente. Y esta es la gran prueba, la demostración irrefutable, aplastadora, solemne, de que “Dios no existe”, sino como un espantapájaros en la mente enfermiza de los pobres de espíritu.


CESAR MONTEMAYOR.


Octubre 25 de 1917


Mis Observaciones


La defensa usada en esta exposición, tiene como característica una digna actitud; un gesto virtuoso, una circunspección que debía tener el señor Podestá.


Ha llevado la controversia al grado conveniente y no podrán menos los católicos razonables, los no místicos, los no fanáticos, de poner su razón sobre el platillo que es de justicia; es decir, del lado de la ciencia; pero yo quisiera que la pusieran sobre el señor Montemayor, cosa que no pueden hacer, porque aún quiere desunir lo físico de lo metafísico: es decir, el espíritu del ser hombre: al creador de la creación: cosa imposible, desde que no hay efecto sin causa.


He confesado atrás que no conozco a los contrincantes y tengo que repetirlo aquí, porque esta exposición no hace en general más que consolidar, afirmar y confirmar con las pruebas científicas, mis juicios científico-metafísicos anteriores, emitidos, especialmente, sobre la última réplica de Podestá, respecto a los hombres que él cree católicos y yo senté irrebatiblemente, que “tan pronto el hombre toca la ciencia, deja de ser religioso aunque vista hábitos: porque la religión exige una fe ciega por necesidad para ser religioso, y el probar la ciencia, el tocar ciencia, discutir por la ciencia, es destruir el dogma religioso”.


He hecho la apología entre Pío IX y el Padre Secchi y queda sentado que Secchi ha destruído los cielos y los ángeles y que, destruídos esos lugares y seres “inseres” y sin razón posible de ser el habitante de esos lugares, el Dios católico y cristiano y de cualquiera religión no es habido: no existe.


Parece que aquí haya habido un caso, el más fenomenal de telepatía: mientras yo he juzgado a Podestá, tiempo en el que seguramente el señor Montemayor escribía esta quinta exposición, pues usa mis mismos pensamientos escritos y aun muchas de mis mismas palabras, y sin embargo, no sé dónde se encuentra, dónde escribe, dónde vive, ni si es blanco, negro, morocho o rubio, alto, delgado, petizo, rechoncho, o con barbas, o afeitado, derecho o jorobado. Sé bien, que la ciencia que defiende y los hombres que cita, están conformes con “mi haber” y esto sería otro fenómeno infinitamente mayor, desde que yo no he leído una sola página de nadie de los citados en todas las exposiciones y concuerdan mis juicios con todos ellos y los afirman.


No. No he leído una sola página de las ciencias, a excepción de las leyes de Electricidad, en cuya profesión gané mi pan y en ellas encontré el secreto de mi ciencia de conocerme a mí mismo y en mí, puedo conocer el Universo con el “creador Padre Común” y su sola ley; la de Amor: con cuya convicción formé mi “Proclama” que mi “Escuela” sostiene y deseo que otro hombre componga otro mejor principio para correr a su lado.


Yo me debo a mí mismo y nada le debo a la sociedad: y aun a la ciencia Eléctrica que me dio un bastón, le devolví por él un cetro y una corona, declarándola “corona de las ciencias y, fuerza omnipotente y madre de todo lo creado.


Amo sin embargo a los adalides de las ciencias: y si pudiera envidiar, envidiaría a los que leen mucho, a los que pueden citar tantos miles de citas de autores; pero, me dan la mayoría mucha lástima, porque sólo son loros o discos fonográficos; por lo demás, son amorfos.


Tengo una debilidad... que no es debilidad más que socialmente y es, que no puedo ser hipócrita: y en cuanto veo cantos y laureles a tal o cual sabio... (que no hay ninguno) yo digo; ya tiene el obrero otro señor; otro semiparásito: y de éstos, hoy hay bastantes más que obreros y, al fin, ¿qué nos dan? Elementos de destrucción de la humanidad: ¿La causa? el error, el prejuicio, la supremacía.


Sabios que no han labrado la tierra; sabios que no se han encallecido las manos con las herramientas productoras de pan y artes necesarias a la vida, son sabios mentidos: y el pueblo y la razón de progreso, los rechaza, sean religiosos o civiles. Todos ellos son sólo vividores del sudor ajeno: Son detractores de la vida: no tienen derecho a la vida y la tierra, en estos momentos epopeícos, les niega la vida con todo el rigor de la justicia.


Por razón de mi profesión, he servido a muchos déspotas adinerados “Burros cargados de oro”, que sus patadas pasan por razones: a muchos supremáticos por títulos académicos cuyos absurdos prejuicios, quieren que sean leyes civiles y sociales; a algunas sociedades religiosas cuyos vicios garrafales, deben ser virtudes: Pero yo, que no había podido entrar en las universidades porque mis padres eran pobres trabajadores de la tierra y sin embargo, ellos, con su trabajo producían y pagaban como todos los trabajadores el sostenimiento de la Universidad, sus hijos no pueden entrar en ellas, cometiendo en esto el primer acto de usurpación de derechos y, ¿para qué?... para ser base de usurpaciones subsiguientes hasta la esclavización, los que nada produjeron, de los que todo lo producen: y no hago excepción de religiosos y civiles, de espiritualistas y anarquistas; todos, todos los que no se han encallecido las manos en el trabajo productivo, han defraudado al productos; pero la causa primera es, la religión.


Entre esas clases que he servido, figuran 33 ingenieros de varias carreras y sólo tres, (que son una hermosa excepción), son hombres de valía; pero éstos, subieron del banco del mecánico como subí yo hasta aquí, desde cavar la tierra desde los 7 años: los otros 30, son petimetres; flores sin aroma; fórmulas, incapaces de ser forma.


Si así son los controversistas: ellos y sus causas, son deshonrados en la usurpación de derechos de los que nombran por listas kilométricas como hombres sabios: y en verdad, que sólo veo a algunos razonables pasaderos, mecánicos y obreros de la ciencia, ¿pero sabios?... al que no le falta la convicción, le falta la fuerza para decir “así es la verdad” y se escuda diciendo; “así veo yo la verdad”. Y es que, temen descubrir su poquedad; no se avienen a saber que nada saben y se apoyan en la alcayata, los unos de las ciencias de las que comen y los otros de la religión que también es su pesebre.


Los unos tienen un Dios antropófago, que la ciencia y el sentido común lo rechaza y lo anonada: y los otros convierten a la materia en el todo y por tanto en un Dios, que no será más racional ni menos usurpador que el religioso. De este litigio no podemos casar la ciencia y la religión, porque las dos luchan por separar lo físico de los metafísico y lo metafísico de lo físico, por lo que se ha hecho preciso la acción de la justicia para quitar lo vicioso, limpiar de pólipos a la ciencia y unir la ciencia a su madre la metafísica, que jamás se separó porque es inseparable y para lo cual mata la justicia todos los dioses de palo, piedra, metal y de carne, como lo cantó Isaías, basado en los escritos de Moisés y... aun a las órdenes de Moisés: pero le presenta al hombre, no un Dios, sino un Padre Común, un creador Universal. Esto es lo que se aprende en la Universidad que yo aprendo; en el Universo: y cierro este auto para entrar a ver algunos puntos nuevos, o de interés de esta exposición, de César Montemayor.


1


Los sofismas religiosos ya no prevalecen, porque la razón se ha impuesto: y esas argumentaciones no viven más que cuando se las resucita en las controversias, por lo que, en realidad, son muertas por su misma falsedad: pero hay que destriparlos, sin embargo, sin temor al hedor nauseabundo, para sacar en la anatomía, limpio, el principio que han enlodado y cubierto y bajo este principio, es bien aprovechado tomar los pensamientos de tantos hombres de ciencia como toma el señor Podestá, queriendo ver luz en las sombras y poniendo sombras o crespones a la luz: y el señor Montemayor rasgando esos crespones y con la bujía de su inteligencia, pretendiendo matar las sombras y lo consigue en parte: pero se hace sombra él mismo, puesto que no quiere reconocer de quien su persona recibe luz: más claro, quiere separar lo físico de lo metafísico y eso es lo mismo que querer que el hombre razone sin espíritu, o que el espíritu nada sea en el cuerpo del hombre, siendo, (aunque él no quiera) que la razón metafísica de la inteligencia humana, es sólo el espíritu, por el que únicamente se es inteligente y por lo tanto el ser hombre.


El yerro materialista está solo y justamente, en querer hacer de la materia el todo, y por lo tanto usurpan los derechos del espíritu, al que sin embargo no puede ni desconocer, ni dejar de confesar tácitamente, la ciencia materialista: y es porque no es posible separar lo físico de lo metafísico.


El yerro religioso y sobre todo católico, es inverso; acepta lo metafísico y denigra lo físico, lo material y lo declara enemigo del espíritu. Pero aquí hace un cúmulo de absurdos y un infinito de blasfemias, que no es posible transigir, más que siendo ignorante; siendo jurado en una fe ciega; una fe sin razón, desde que debe creer sin investigar: y si a un Santo Tomás de Aquino (no sé si será de alguna parte) se le antojó decir que los bueyes vuelan, deben creerlo so pena de caer en desgracia. Aquí cabe preguntarle a la Iglesia. ¿Por qué han hecho santo al otro Tomás que no quiso creer en la resurrección de su maestro hasta que metiera sus dedos en las llagas? Yo me quedo con Tomás apóstol y no quiero saber nada con Tomás de Aquino, como me quedé con el Padre Secchi que sirvió a Luzbel y no quiero nada con el angélico Pío IX, y aplaudo y le daría un abrazo a Santiago apóstol de España, por haber escrito: “Que la fe sin obras es muerta, como es muerto el cuerpo sin el espíritu”: y cuidado que esa sentencia anula a la fe religiosa y al materialismo. ¿Por qué, entre tantos que han citado, católicos y anarquistas, no han citado aquel que dejó escrita su “Carta Universal” que es todo un principio de justicia, comunista y no tiene ni una palabra de religión y encierra toda una cátedra de ciencia, de verdadera Vida Racional? ¿Es por qué en la más alta justicia da al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios, es decir, a la materia todos sus derechos y al espíritu lo que suyo es? Eso demuestra, que los dos contrincantes se van por las ramas y por las hojas y no se atreven a tomar el tronco.



En cambio, los anarquistas, sin previo juicio de que, entre traducciones, raspajes, mistificaciones y falsas interpretaciones han destruido los escritos de Moisés, cargan contra él y les debería bastar el silencio de los católicos sobre el nombre ultrajado de Moisés, para comprender, que ellos, los católicos, son los causantes de la desnaturalización última, porque primero, fueron aquellos levitas a los cuales el legislador les puso su veto no queriendo firmar las leyes que le presentaron, y su protesta la quiso hacer tan solemne, pues gritó: “Escuchad cielos y hablaré y la tierra oiga los dichos de mi boca”. Les recomienda el cumplimiento de sus mandamientos al despedirse de ellos y para nada les habla del Génesis, ni de la creación anotada en seis días.


Si, el silencio de los católicos en no defender a Moisés, los acusa de prevaricadores: y atacarlo sin previo juicio, los materialistas, los acusa de maldad y faltos de razón, salvo un caso ya señalado atrás, de consentir un error para matar mil errores. ¿Qué las ciencias naturales se hallan opuestas o en abierto conflicto con los principios religiosos? Claro es que así sea, desde que las ciencias no pueden admitir la fe ciega. Pero eso ¿no está claramente dicho en la carta citada de Santiago, muchos siglos antes de que hubiera la secta materialista con sus ciencias sin espíritu y por lo tanto muertas?


Yo no tomo la Biblia por un libro sagrado y tampoco en ella leo “paparruchadas”; sino un índice de cosas que se deben explicar con el progreso continuado, como tratamos de explicarnos, por la razón, los jeroglíficos y fósiles que nos denuncian hechos humanos prehistóricos. Esto es lo que debe ser y para lo que debe servir la Biblia. Y aun lo asegura que así sea, la Iglesia católica, que al apropiársela fraudulentamente, la prohíbe entre sus fieles, sin duda para que no tengan ocasión de encontrar causas que les abra los ojos y acusen a la impostora Religión.


En último caso y en el todo del llamado testamento viejo, sólo se ve la unión de la materia y el espíritu; de lo físico y lo metafísico; y aun hay algo tan pornográfico, que raya en escándalo (después de los libros de Moisés) como el cantar de los cantares y el eclesiastés y los proverbios que son esencialmente materialistas, pero pornográficos, como su autor, Salomón.


Si se ataca a la Biblia por ser un emolumento o arma de la Iglesia católica y cristiana y se ha probado que se ha apropiado lo que no era de ella y la ha desnaturalizado, como a Jesús haciéndolo Divino y Dios; como a José, deshonrándolo como hombre a pesar de llamarlo Patriarca y lo era, desde que es padre de 12 hijos: a María, que a fuerza de declararla pura, inmaculada y madre de Dios, la ponen, quiera que no quiera, en caso de adulterio: hace santos a Juan, el solitario; a Moisés, Jacob y Abraham, que en ninguna forma pudieron ser católicos ni cristianos... ¿No es bastante para comprender, qué es lo que habrán hecho con los antiguos escritos, que por su pobreza de letras se prestaban a tan erróneas interpretaciones?


Es, pues, injusto, cargar a Moisés el fardo de tantos mistificadores y, faltan a sabiendas que los lo zarandean y los que callan después de haberlo desnaturalizado.


2


¿A qué habré de seguir más este camino? lo expuesto basta (si hay razón recta) para descargar a Moisés de los cargos que se le han hecho, y yo lo descargo, convicto de que he hecho justicia.


Las ciencias ortodoxas: entran en el juicio hecho a los espiritualistas, lo mismo enteramente que todo lo religioso.


Las ciencias naturales: cumplen un fin impuesto a ellas, que en lo antiguo fue llevar a los hombres a la “Irreligiosidad”: en el principio histórico, a la “Descristianización”: y hoy, a la “Descatolización” para sentar el principio del Universo y de aquí (aunque las ciencias materialistas no quieran), al descubrimiento de la “indisolubilidad” de lo físico y lo metafísico: de la materia y del espíritu porque, la vida no es posible sin el flujo y el reflujo: y éste, jamás puede establecerse sin una fuerza que origine el movimiento y no puede ser “nada”, porque la nada no existe desde que todo lo llena el éter.


El mismo Newton demuestra en la ley de la gravitación, que “no hay vacío en el espacio”: si lo hubiera, el desequilibrio estaría latente y la gravedad no podría ser.


Todos los “Sabios” traídos a la controversia afirman eso mismo y por sobre todos está la razón de la existencia de ese movimiento, que no hacen falta para demostrarlo, ni tantas ciencias, ni tantos aparatos, cuando vemos que ningún día el sol nace en un punto mismo de nuestro atómico mundo. Quiso la religión católica sostener que todo giraba alrededor de este montón de moléculas: y en cuanto los hombres se han hecho razón, ha caído ese garrafal error en descrédito de sus sostenedores; por lo que, cuando la “razón” quiere mantenerse ofuscada por un sistema sin fundamento; cuando el hombre se hace esclavo de tal o cual idea y es intransigente con aquellos que le ponen por delante que “todo se renueva”; y que las verdades materiales son sólo verdades de un momento: cuando los hombres edifican de nuevo y no buscan el fundamento imperecedero, incapaz de fallar como cimiento: cuando en ese edificio no quiere utilizarse los “Ripios de la experiencia de los antiguos edificios”, no hará obra perdurable y cae en otro error: en un error, tantas veces mayor que el error de fundamento de todas las otras ciencias o experiencias y su edificio caerá mucho más antes que los otros: tanto más antes, cuanto sea el peso de los errores sumados en su error.


En cambio, hay el gran progreso: el incalculable progreso de haber hecho un máximo y común error en un solo sumando, de todos los pequeños sumandos, para de un solo golpe, demoler luego ese error y ya queda el principio limpio: el fundamento, imperecedero; y el edificio, será perdurable. Esto es lo que hace nuestra escuela.


Esto es lo encomendado a las ciencias naturales y materiales y están ya en el instante prefijo y, si no cumplen ese mandato, empéñese cuanto quieran sus sostenedores, no pueden apuntalar el edificio y cae: pero sus ripios son de valor y la verdadera sabiduría los emplea preferentemente para sus cimientos; lo que no puede hacer con los escombros religiosos, porque son antinaturales: son sólo humo que se desvanece, pasiones, concupiscencias desalojadas por la criba científica y tirados al estercolero.


Esto es lo que han hecho todos esos “Sabios” citados, que no pueden ser religiosos en cuanto tocan la ciencia para trabajar en ella; y quizás y sin quizás, el adalid mayor de esta hazaña es el Padre Secchi, defendido fanáticamente por Podestá y razonablemente por Montemayor y confirmado por mi juicio, que fué anticatólico y anticristiano y lo son igual todos los citados y su defensor Montemayor, pero que lo pone en el caso mismo de aquel que a sabiendas arrostra un peligro personal, para producir un bien común: o lo que es lo mismo, recoge en un error todos los errores, para matarlos de un solo golpe; por lo que, no me asusta la negativa del materialismo del espíritu y su acción y ni aun de que Dios no existe y de que sea un fantasma: porque si se prueba que la vida existe y la vida no se hizo sola: que la gravitación existe y no la hizo Newton, aunque encontrara el fundamento de la ley: que la armonía del Universo no se puede destruír y no la han hecho los hombres, ni ella ha podido hacerse sola, alguien o algo la originó y, ese alguien o algo será el creador del Universo aunque no quiera el señor Montemayor, ni todos los anarquistas y materialistas juntos, que si lo niegan con la palabra o con la pluma, lo confiesan con los hechos y son sus sostenedores, sus obreros. Al revés que los católicos que, lo cantan y lo confiesan con las palabras, y lo niegan, lo confunden y lo anulan con los hechos y son los destructores de su grandeza y amor infinitos.


3


Conforme y bien sentado está que la ciencia haga “retroceder” (¿?) (no está usted en lo cierto) ha debido escribir eliminar “La intervención Divina”.


El querer religioso, que Dios intervenga en todas las cosas prueba, que la religión es absolutamente impotente, de regir los destinos de un mundo: pero les da derecho ese dogma, a la aceptación irracional de lo sobrenatural y del milagro por ende, y en él manchan a todos los hombres que han podido y pueden demostrar facultativos del progreso de su espíritu, que también desconoce sin fundamento la ciencia materialista, por el siempre hecho de no entrar su análisis más que en el cúbito y la balanza puramente material, que se alimenta de un solo polo.


Por lo demás, Dios no es el creador: Dios, es una creación de la ignorancia: y refiriéndose el señor Montemayor, en su negativa, a ese Dios, dice verdad que “es un fantasma” porque de la fantasía y de la ignorancia nació.


Pero tratándose del creador Universal, ya es otra cosa: ya no podrá usted, sin caer en cada paso en un atolladero, afirmar su inexistencia; porque si usted existe y no se ha creado usted a usted mismo, el creador existe; y trate de demostrar cómo usted ha sido creado y vuelva individualmente atrás, de individuo en individuo de sus antecesores, padre, abuelo, bisabuelo, tatarabuelo, etc., etc., hasta que encuentre el primer progenitor y pregúntele a él, cómo fué creado hombre: Y mientras usted no presente esa genealogía, esa fe de nacimiento, no tiene derecho a exigir de nadie la partida de nacimiento del Creador; porque si hubiera nacido, no sería creador, sería criatura, sería efecto y no causa y, es demasiado estulto verse efecto y negar su causa.


4


¿De dónde saca nadie que Darwin fuese ateo ni haya conducido su obra al ateísmo? No existe un ser que no tenga un amor, aunque sea odiando; y aun a falta de amor a un ser humano, lo tendrá a sí mismo y en último caso, aunque sea a las “cacerolas entre la que usted dice que fué a buscar a Dios y no lo encontró”.


Sí, si alguno dice que es ateo, miente: es un ignorante, o un impostor: no sabe lo que es ateísmo y que no puede existir ningún ser sin ninguna afinidad a cualquier cosa; al vicio mismo; al alimento que toma; al vestido, al perro, a un pájaro, a una víbora y aun a la muerte en último término y por lo tanto, cree en algo y no hay tal ateo. ¿Cómo era ateo Darwin, si amó la ciencia... a los monos?


Lo que hay sí, muchos grados de progreso: tantos como hombres por lo menos: y por causa del desamor, todos a todos nos tenemos envidia y vemos diferencias, no existiendo más que para la ignorancia, para la sinrazón y no podemos en buena ley odiar nada y tenemos sí, obligación de corregir los errores; y eso es lo que hacemos atacando causas erróneas que producen por su ley, efectos erróneos.


Se gloria la ciencia de haber descubierto la ley de gravedad: muy bien hecho. Pero la gravedad existía, y sino, nadie la hubiera descubierto: y llegamos a la misma pregunta.


¿Por qué no ha descubierto la causa de la existencia de la gravedad? ¿Ha mejorado esa causa el que la descubrió? ¿La ha reformado? ¿La cambio de ser? ¿Les señaló nuevos rumbos a las cosas que se mantenían suspendidas en el espacio “a causa de la presión del éter?”... Ni aun siquiera supo Newton, pronunciar esa palabra: es que “no era para él”.


Ni Darwin ha mejorado absolutamente nada al hombre, ni a la sociedad que forma el hombre: pero aún lo ha soliviantado y lo ha puesto peor y, justamente a eso vino: a ponerles un sinapismo revulsivo a los dormidos hombres; a descentralizarlos de un centro falso y dejarlos en una pendiente, donde no tenían más medio que esforzarse para sostenerse y de no, caer en el abismo que los hombres se había cavado con su beatífica ignorancia, infinitamente peor y peligrosa que la ciencia revulsora o revolucionaria. ¿Pero cuántos quieren ser monos o hijos del mono?... quizás alguno que no puede volar más alto con su pensamiento tan pesado como el plomo. ¿Pero qué importa el medio? el caso es conseguir el fin que se propone: y en Darwin, (quieran que no quieran creerlo los monistas y materialistas y los anarquistas) en Darwin repito, exigió la ley que todo lo rige, revolucionar a la estática humanidad: se valió del mono como medio y la humanidad pegó un grito terrible; se revolucionó y revuelta está y no se apaciguará hasta que se consume el secreto de esa misma ley, que es, arrojar de la tierra todo lo que se opone a la paz del hombre. Y ya veréis que, esta conflagración no terminará hasta que no haya nada que estorbe la implantación de la “Comuna sin parcelas”.


La ley del Progreso necesitó un Seth y la máxima ley del Universo, lo dió. Necesitó un Abraham, un Jacob, un Moisés y un Jesús y vinieron e hicieron su obra y perdura.


Necesitó un Servio Tulio, un Junio Bruto, un Galileo, un Marchena, un Newton, un Napoleón, un Mendizábal, un Darwin, como un Secchi o su compañía y hasta un Montemayor y un Podestá y un juez oculto, que les ciña las correas a los dos, y esa ley, “inflexible como un ser sin entrañas ni sentimientos” lo ha traído.


Y queramos que no queramos, hacemos su obra y no importan los medios: lo que importa es el fin y arribamos y ... ¿No existe el creador? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .


5


Por cuanto la ciencia materialista se empeñe en querer encontrar una fórmula siquiera hipotética, que pueda demostrar que la fuerza universal procede de la materia, será lo mismo que querer moler el pedernal con un mazo de manteca, o destrozar una roca a cabezazos. Siempre el espíritu flotará como fuerza indestructible, como flota sobre la tinta de Montemayor donde, negándolo mienta al espíritu porque, éste es la sal (no del bautismo) de todas las salsas del hombre, porque sólo por el espíritu se es hombre.


Pero es curioso y también risible, querer que se muestre al creador Universal, sin conocer el hombre a su ser inteligente, a “su fuerza vital” oculto en cada uno para no

desarmonizar entre él que es luz, con la opacidad de su cuerpo. Y aunque esté el espíritu uniendo, por su potencia, lo físico y lo metafísico, más claro “materializándose” por su envoltura en el alma, se deja fotografiar y... nones ... no existe el espíritu: y buscan cualquier principio brutológico o burrológico (como queráis) para decir y pretender demostrar todo, menos la verdad. ¿Pero queréis que diga la verdad ruda de todos esos rodeos y regodeos? Pues es sencilla: queréis mantener el parasitismo: más claro, necesitáis buscar tretas para mantener la ignorancia y vivir a costa de ella: más rudo todavía: tenéis miedo a los callos a que necesariamente os obligaría el que el pueblo todo fuera sabio de la verdad sencilla y, eso es dogmatizar las ciencias, desfigurar las ciencias de las que queréis hacer un Dios y... ¿Para eso queréis destruir los Dioses religiosos?...


Si las ciencias no llevan el sentimiento de humanidad: si estas ciencias no unen a los hombres en un solo haz: ¿Qué hacen menos que las religiones? Tomad cualquier tratado de Geología, de Anatomía o de Medicina: ponedlo en manos de un hombre, que sencillamente, sepa leer y escribir y ved cuántos nombres entiende de los dados a las diferentes partes del cuerpo humano, o a la medicina, o a los términos geológicos: no entiende ninguno y debe entenderlos desde que es hombre y sabe leer. ¿Qué significa esto? Lo que he dicho atrás; cada ciencia es dogmatizada y apropiada indebidamente por un grupo de parásitos o semipárasitos, y esa ciencia producto común del común esfuerzo, encerrada en ese dédalo ininteligente de terminología, es el segundo robo, la segunda usurpación que se le hace al pueblo productor, porque la primera usurpación se le hace en la universidad monopolizada, siendo sólo, sólo, sólo el productor el que la mantiene y sostiene y no puede entrar en ella; lo mismo absolutamente, que hacen las religiones: exigen al creyente que las sostenga, pero no le dejan penetrar en el secreto del Dogma.


La ciencia es buena y necesaria: pero se malea haciendo de ella un negocio y se anula dogmatizándola.


La religión es mala aun sin vivir de ella: sin dogmas, sería una creencia, pero no sería religión; pero dogmatizada, es el baldón de la humanidad y, la ciencia pide, ordena su desaparición.


Mas la ciencia, ininteligible como está mantenida y monopolizada como se la sostiene, es un verdugo del hombre y, el hombre pide la muerte de ese verdugo, quedando la ciencia libre al alcance de todos y se dispone la ley máxima a reformar todas las ciencias y las artes, de modo que no tengan profesionales, porque son semiparásitos que niegan la causa de la vida denigrando la vida y por lo tanto, no tienen derecho a la vida de hombres, porque, sin el espíritu sólo se puede ser un ... mono.


6


“Inexistencia de Dios” JT


Me lo esperaba; no me ha sorprendido el sainete de esta comedia, y el sainete es la más alta nota cómica que han impreso las letras de molde; en ella, queriendo demostrar la inexistencia de Dios (“entiéndase Creador”), ha resultado la afirmación concluyente de su existencia y la del espíritu.


¿Con qué “no va a alambicarse el cerebro en evaporaciones metafísicas, a enloquecer en las esferas inescrutables de lo abstracto”? Mayor sarta de sandeces y disparates, no se pueden decir en tan pocas palabras. El señor Montemayor, de un solo tajo ha decapitado a todos los “sabios” de los que se ha servido para defender su tesis y triunfar, probando “El abismo insondable entre la ciencia y la religión”. Ha hecho usted como los más desentrañados tiranos, que después de aprovechar los conocimientos de los más sabios de sus dominios, los mandan al cadalso. ¿Dónde está lo inescrutable? ¿Acaso el padre Secchi y los astrónomos no desentrañan hoy lo que antes no se podía? Y si hoy descubren manchas en el sol, ¿por qué esas manchas, científicamente, (ya que metafísicamente el espíritu o la razón o el pensamiento libre de prejuicios y sistemas, afirman la verdad delo que son esas sombras), la ciencia, digo, demostrará irrevocablemente que son sombras y no manchas, y ya no será el sol inescrutable, ni los mundos a que nuestros aparatos alcancen, por deducción e inducción, habrá roto la ciencia el misterio y ya no hay nada inescrutable en esas vastas regiones.


La metafísica no es evaporación; se evaporan únicamente las creaciones materialistas sin espíritu, como se ha evaporado a lo absoluto el triunfo del señor Montemayor, como individualidad, aunque perdurará el triunfo de las ciencias que esgrimió: pero triunfan por sí mismas y no por la acción del señor Montemayor, que en el último plumazo se declara animal rastrero, debiendo haberse remontado como águila potente buscando la causa primera y única de las ciencias, que le ofrecieron armas para ganar la batalla.


Acaso se ha creído por encima de Newton y cree niños, al padre Secchi y los miles a quienes les tomó sus pensamientos, sus obras, sus espíritus, en los que confesaron, no al Dios pequeño, si no al Creador del Universo, y usted les dice “sencillamente”: “Sois unos estúpidos, unos visionarios, habéis mentido”. ¡Digno pago del que no quiere ser hombre, puesto que sólo se es hombre por el espíritu!... ¡Pobres materialistas matándose sin poder conseguirlo!...


No quiere enloquecer: la locura no existe, aunque exista el desequilibrio. ¿Y quiere que haya más desequilibrado que el ingrato? Si la ciencia no fuera común, producto común, esté seguro el señor Montemayor, que esos autores, esos obreros de la ciencia, le habrían negado sus conocimientos o le pedirían cuentas de su prevaricación y del ultraje que les ha inferido en su cómica demostración de “La inexistencia de Dios”; pero esté también seguro que, si existe la libertad, está penado el libertinaje, y esa fuerza vital que no es de la materia: y ese espíritu, “que no procede de la materia”: y ese Creador, “que no ha sido creado”, ya lo obligarán a registrar esos infinitos espacios y verá que no hay nada abstracto y desdirá lo que ahora dice y no por la fuerza, sino por voluntad, lo mismo que ahora ha defendido lo que otra vez negó y persiguió; porque sí señor Montemayor: “la reencarnación existe y sin ella el progreso no podría ser”.


¿Qué tenía que ver la caída de un “melocotón” (durazno) para que Newton, de un solo golpe, comprendiera la gravedad de los cuerpos y de cosa tan vulgar hiciera o compusiera la ley de gravedad? Sin embargo, a otro le podía caer una montaña, y nada habría comprendido. ¿Y quiere usted desconocer que algo había en Newton, que no fuera materia, como lo hay en todos los hombres, hasta en usted?... ¿Y qué puede ser si no es su espíritu? Aquí contestan los materialistas y los anarquistas, que es la inteligencia. Y la inteligencia ¿qué es? El discernimiento. ¿Y el discernimiento? El resultado de la experiencia. ¿Y la experiencia? El resultado del escarmiento. ¿Y el escarmiento a dónde conduce? A pensar. ¿Y el pensamiento, qué es? Una vibración. ¿Y esa vibración de dónde procede?... Vacilación, incongruencia, risas, y… imbecilidad.


Sí, imbecilidad, pues se ríen sin poder o por no querer confesar que la vibración, sólo puede proceder de un “centro vibratorio”, en el que el señor Montemayor ha de buscar al Creador y no en sus bolsillos, ni entre las cacerolas. Y mientras no llegue a descubrir ese “centro vibratorio”, deténgase sin afirmar que “el Creador no existe”, pues no puede negar que ese centro existe, o niega todas las ciencias, la luz, el movimiento y la vida que vive y bebe y se la demuestra su misma vibración y pensamientos.


II


La fantasía de la ignorancia, no es tan mala y vituperable como la pretendida sabiduría desequilibrante de tantos cerebros de monos creados por la universidad dogmatizada y usurpadora de los derechos de los productores que la mantienen: y se les roba segunda vez, haciendo de las ciencias una mercadería de negros.


Mas no está el principio de la usurpación universitaria en la universidad misma. Ese principio está en las religiones, que todo lo han torcido, mistificado y envenenado con el parasitismo y la supremacía; dos cosas de las que los libertinos gustan demasiado y de ellas se emborrachan y en esa beodez, ven razonable la sin razón y llegan a la obsesión deprimente y estulta de creerse algo superior a su robado pueblo productor, al que lo envenena con sus errores y lo encadena brutalmente con las tretas de sus payasadas legisladas por las supremacías, nacidas sólo a causa de la religión, que prejuició al niño con las clases y las jerarquías, para lo cual se legaliza lo irracional y se pena lo racional y se mata al rebelde que trae una idea nueva, que no puede ser, que no es de la materia; porque la materia, justamente, no puede tener más idea que la del egoísmo, porque la materia no puede aceptar y menos imponerse el sacrificio de considerar igual a su semejante en derechos y obligaciones.


La universidad, pone trabas al progreso con los títulos y los códigos apoyan y fortalecen esas trabas, lo que significa matar las ideas, el progreso del pensamiento, la intuición, la inspiración, la inteligencia y prohibir por fuerza el desarrollo de las facultades del espíritu; porque, ni aun para defenderse ante un tribunal, se le deja derecho al sin títulos, aunque este derecho existe por fórmula en la ley, pero que el juez no quiere saber nada de doctrinas: necesita que le citen los artículos del código, lo que no puede hacer el que mantiene por el trabajo a ese juez, ya que no pudo entrar en la universidad que también mantiene: y, por añadidura, aunque comprenda una doctrina de justicia, ésta no vale, sino la que ideó otro “coro de parásitos”. Y ahí están esa manga de langostas y aves negras, comiendo de sus títulos que la universidad les dió bajo juramentos irracionales, poco más o menos que los votos religiosos, en cuyas doctrinas la universidad se inspira.


Toque a los doctores en derecho (¿?). ¿Y qué diría del doctorado en medicina? ¿Cómo ha sido posible crear tales títulos de esta... ciencia?... No puede ser ciencia la medicina, desde que no puede sujetarse a una regla matemática; será siempre, como máximum, una hipótesis de ciencia. Y lo que será siempre es, lo que fué: un arte de curar, en el que se necesita conocer lo que es el cuerpo humano en sus tres entidades de cuerpo, alma y espíritu y los remedios que les son afines y propicios a cada uno. Pero como se ha hecho un dogma por el que se sostiene como ciencia lo que no es, sólo los médicos pueden probar de curar sin ser responsables de sus asesinatos legalizados. ¡Y qué humillos gastan esos... sabios... que no saben qué es y por qué es el cuerpo humano la verdadera arca de Noé, en la que no falta ni el mono Darwiniano! Son estos grandes sabios los que más niegan la vida los que pretenden que el cerebro es un almacén, y aunque vean un cerebro muy grande en un labriego, y una nuez seca o podrida en un chupatinta o mancha papel... ¿Es diplomado?... basta: dijo Muf y fué una armonía; pegó una coz, y fue una caricia; se pesará su cerebro, se inventará un medidor gradual para la frente y de ahí han de sacar su talento y ... Díganme, señores; y la ciencia ¿qué es y para qué sirve? ¿Y el alma, qué funciones desempeña? Y el espíritu, ¿qué es y qué hace en cada hombre?... Todo esto no les importa; eso es metafísico y aun abstracto; claro, no quieren enloquecerse entrando ahí, justamente porque van a saber que nada saben: y como todo eso son las manifestaciones del Creador, lo más cómodo es, ya que no lo ven, ya que no tienen conciencia (y sin ésta no pueden tener sentimiento), lo más cómodo, repito, es decir, yo no lo palpo, yo no lo veo, yo no lo encuentro, luego no existe el Creador.


III


¡No existe el Creador!... Pero, ¿qué veo? Leo la última palabra o la última blasfemia del polemista Montemayor: “Dios no existe sino como un espantapájaros en la mente enfermiza de los pobres de espíritu”... Espantapájaros... Mente enfermiza... pobres de espíritu... ¿De modo que, aunque estrafalario, existe? ¿Así que, aunque enferma, existe el alma? ¿Y, aunque en pobres, el espíritu vive? Ya lo ven lo que es el materialismo: ultraja, blasfema, niega con la palabra y hasta su letra y, en el acto de negar, confiesa y se confiesan. Así que, ellos son las almas o mentes enfermizas y pobres de espíritu, o espíritus pobres, por causa de la riqueza abrupta de su materia.


Yo sé que en su idea material ha querido negar a Dios; pero he aquí que su representante el espíritu, le ha jugado la más astuta burla: y aunque pobre (puesto que no le quiere usted dar ni conceder nada), él se ha dicho: para tu vergüenza, me presentaré como me tienes: estrafalario, espantapájaros y no cobarde, aunque sí débil, porque mi alma está enferma de malos tratos y de inadecuados alimentos, porque no sólo de pan vive el hombre; esto es lo que ha hecho su propio espíritu, que ha triunfado de su fuerte materia en el momento mismo que lo quiso matar, negando a su Padre… ¿Y no lo ha encontrado usted? Ciego debe ser y sordo, para no oírlo: e insensible, para no sentir sus vibraciones.


Si en vez de buscarlo en sus bolsillos, lo hubiera buscado en su corazón; si en vez de registrar las cacerolas, hubiera registrado su conciencia, es indudable que lo hubiera visto manejando todos esos textos que usted ha rememorado y que ese que buscaba le dictaba y le ponía en la punta de la pluma los argumentos necesarios para desmentir al Dios raquítico religioso, que es ídolo, nada más que de la cuantía fantástica de los que con él comercian, porque había sido usted elegido para darle un golpe mortal y se lo ha dado; pero, al mismo tiempo, tenía que dar a la materia lo que de ley nadie le quita, pero sin negarle al espíritu lo que es suyo. Y como de grado no se lo dió, el espíritu lo tomó por fuerza: y cuanto más quiera negar desde ahora, más afirmará cada vez.


IV


Todo ese juego de palabras huecas, de que le presenten a Dios en figura, color, o su partida de bautismo, etc., y mil etc., son un contrasentido y una vanidad que no siente usted ni nadie en su adentro. Son un desplante digno, una bofetada merecida a los mercaderes de Dios (vulgo religiosos, católicos o cristianos), porque, como hemos visto en el curso de la controversia y como sentaré en mi sentencia, si no quieren verse abofeteados en público, no debieron habernos escandalizado públicamente, pero ni aun bajo las lúgubres bóvedas de los claustros y los templos, porque también trasciende el escándalo afuera, como en los casos de Rosa Tusso y de la bella del Buen Pastor.


No son las palabras las que convencen ni moralizan, sino los ejemplos: de la Religión, no tenemos un solo ejemplo moral, ni un hecho desinteresado, ni un acto de progreso, ni un átomo de verdad.


Pero todo esto no autoriza al hombre a ser perverso, ni lo exime de responsabilidad en la negación de lo que no se comprende, sino que lo obliga a salir del error y no a caer en otro error mayor.


¿A qué les pide usted que le muestren a su Dios, si ellos saben que sólo es su concupiscencia? Pídalo a las ciencias, que ya le demuestran al Creador de la vida y a la

Naturaleza que habla a voces grandes y sin cesar. ¿No ve cómo a Newton le habló tanto un melocotón? Yo estoy tan admirado de que no hayan hecho los católicos un San Melocotón milagroso... ¿Y qué tendría de particular? ¿No han hecho un “San Tito"?... No importa el mal olor, vale oro y... oro es lo que oro vale. Y como la ciencia no vale oro, porque es más que oro, no la pudieron santificar y la quisieron sacrificar.


A todo esto: aguante esta suave cepillada que desde el prólogo preví y arríen con honor la bandera los anarquistas, porque ese mástil fuerte que es el pueblo trabajador, lo reclama para izar la bandera de las siete bandas de la Comuna de Amor y Ley, bajo cuyo régimen legal y de Amor, ganará usted y todos, los dos puntos que le faltan. El espíritu y su padre: el Creador Universal, que no es Dios, sino Padre, autor de la vida.


¿Su casa? El Universo. ¿Su centro? El centro vibratorio de donde todo procede. ¿Su figura? El hombre, usted mismo, cuyo espíritu es demostrador de la vida en formas y cosas y no se puede dar más al “Primer rayo de Luz”.


V


COMUNA DE AMOR UNIVERSAL


No me han engañado los anarquistas: son pueblo y pueblo consciente de los derechos de Justicia: hay errores de forma, pero son modulables porque son progresistas; luego, los errores de forma, son fácilmente eliminados. Y les bastará una doctrina completa de verdadero comunismo y cederá noblemente la palabra ultrajada “Anarquismo” por la soberana y sin mácula “Comuna” sin parcelas y por lo tanto sin propiedad privada; sin fronteras y por lo tanto no siendo el hombre extranjero en ninguna parte: con un depósito común de todos los productos, en el que cada uno toma lo que ha de menester, anulando así al más grande de los tiranos, al único tirano, al autor de todas las miserias humanas, al que creó todos los dolores y angustias, al “Dinero”: no existiendo así más moneda que “el hombre” con lo que las religiones mueren por falta de ambiente. Entonces la injusticia no cabe, porque la única ley es la ley de Amor y el único título el de hermano.


Bajo el Régimen Comunal que anunció, cuyo cuerpo y doctrinas y código de Amor Universal, ya está escrito, todo no cuesta nada y todo se hace cuando conviene; y el trabajo y el usufructo son, según la facultad, potencia y necesidad de cada uno, y el trabajo racional es el atractivo del hombre, casi su sport, por su bienestar.


En ese régimen traído por el espíritu para hoy por mandato de la Suprema Ley de Amor del Padre común, porque se ha marcado ya en el rol de la vida de este mundo, su séptimo día; día de descanso por su bienestar moral y material. En ese régimen nadie baja, todos ascienden al mismo nivel; todos han de ser sabios maestros (cada uno en su oficio) pero todos han de trabajar: pero repito, el trabajo será atrayente, casi un sport y, ¿dónde podréis imaginar ya la guerra? ¿Quién se acordará de religión? Pero todos adorarán a su Padre en Espíritu y Verdad, cuyo templo sólo es la infinita y sin fondo bóveda azulada.


¿Cómo puede pensar el Anarquismo, que en su materialismo “casi” completo, sea el escalón 99, de los 100 que la escala puede tener para la perfección relativa? Sin embargo, en ese “casi” está el secreto que yo puedo comprender y en todo materialista flota el espíritu al que sirve aun negándolo, pero que en los hechos lo confirman.


El progreso, impone el cambio; la transfiguración, la transmutación hacia el más y no es retractarse ni abjurar; es afirmar y confirmar la idea sostenida, elevándola al más posible, y a esto nos obliga el progreso infinito e indefinido y, éste, no pide ese paso máximo a los parásitos y autócratas, lo pide al pueblo hoy, como inteligencia y producción, porque el pueblo, en general, busca la Luz, la Justicia, la Paz y el Amor, por la ciencia y el trabajo; ese pueblo está encarnado en el materialismo y los pocos que ya encontraron esos tópicos, militan en el “Espiritismo Luz y Verdad” que sostiene esta escuela: y entender que, el espiritualismo es el detractor del espiritismo y el que denigra y anularía si pudiera al materialismo, contra el que escupe su baba religiosa.


¿Suponéis el grado trascendental que se os pide en ley? Aún la mayoría no lo comprende, aunque sí lo concibe: y no penséis que han de pasar siglos; acaso no pasen lustros: pero sabed, que el último estampido del cañón destructor en esta mundial conflagración de hombres y espíritus preparada en ley para quitar todos los estorbos al supremo decreto, el último cañonazo, repito, dirá potente: “Viva la Comuna Universal”, pero no lo dirá mientras haya un estorbo. Quite esos estorbos el trabajador y la Comuna será.


Este es el secreto por el que, aunque todos desean la paz, la paz se aleja hasta no encontrarla: y no desee nadie que la guerra acabe, sino que la guerra muera; es decir, que la guerra mate a la guerra. No siendo así, la paz es imposible y “la Comuna” no se establecerá; pero hay un término máximo señalado, por si los hombres no quieren matar la guerra y la naturaleza la matará.


El materialismo científico, ha ganado 98 puntos en la controversia y está en el escalón 99, y se le incita y se le invita a ganar los dos puntos, aceptando al Creador por su ley de Amor y al Espíritu en su acción como el todo inteligente del hombre y habréis subido el 100 escalón, estando entonces en el estrado de la sabiduría y cantaremos el himno del vencedor en la “Santa Comuna”.


Cierro vuestro juicio y espero la respuesta de los católicos, para cerrar el suyo, y sentar en firme la sentencia inapelable que nadie podrá tachar de parcial ni apasionada.


Juzgué por los hechos: ataqué con justicia: hundí mi escalpelo donde no llegaban los contendientes y no temí el juicio de los hombres, porque la verdad es omnipotente y la Justicia augusta; lo que quiero que todos los hombres sean y... lo serán.

[1] Ver su importante obra “La Prehistoria”, en que son catalogados todos los descubrimientos relativos al hombre, que se han hecho hasta el año 1883, en los terrenos terciarios y cuaternarios. [2] Ver el libro de Secchi: “Le Soleil”.


Libro: El primer rayo de luz

Autor: Joaquín Trincado

 
 
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