Moral Personal; Conservación Psicológica
- EMEDELACU

- 23 oct 2023
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Actualizado: 26 oct 2023

La persona es algo más que el individuo, porque está constituida por todas las aptitudes biológicas, psicológicas y sociales de cada hombre. La personalidad expresa, por consiguiente, el conjunto de actividades latentes en el cuerpo, alma y espíritu, de cada individuo.
Y si la existencia del cuerpo (individuo) es indispensable para la vida de la especie y de su forma superior que es la sociedad, debe inferirse que, la conducta personal, debe llenar los fines de conservación y de protección de la vida orgánica y superorgánica del hombre.
Por consiguiente, las reglas de dicha conducta, o leyes de la moral personal, forman dos grupos: deberes tendientes a la conservación y protección de la vida orgánica: y deberes concurrentes al desarrollo de las facultades Psicológicas. Los primeros conducen a la salud, los segundos a la cultura.
También los deberes tendientes a la salud del cuerpo, podemos considerarlos de dos clases:
1°. Deberes correspondientes a las integraciones del organismo que pueden ser positivos y negativos.
Positivos: alimentarse de acuerdo con las necesidades indicadas y graduadas por las sensaciones funcionales de la nutrición. Generalmente el placer persiste mientras dura la necesidad: y el dolor suele denunciar el exceso de alimento; pero los adelantos de la gastronomía hacen intervenir la emoción estética del gusto en los comestibles y bebidas, prolongando artificialmente el placer, aún después de haber cesado la necesidad.
De ahí que, parodiando a Gautier, puede afirmarse del hombre que, es el único animal capaz de comer sin hambre y de beber sin sed.
El hábito y la herencia (contagio) convierten el abuso de esa práctica en los vicios de la gula y la incontinencia.
Y ese gasto innecesario y excesivo de fuerzas orgánicas tan indispensables como las del aparato nutritivo, imponen un deber restrictivo, cuyo ejercicio habitual constituye la virtud denominada Templanza.
La regla filosófica a este respecto es: Come para vivir y no vivas para comer.
Negativos: si debemos reponer la materia de nuestro cuerpo, claro está que igual necesidad tenemos de evitar las desintegraciones parciales que pueden comprometer la vida misma.
Eliminar toda causa de alteración patológica, conservando la integridad del organismo, evitando su contacto con sustancias perniciosas y absteniéndose de todo acto contrario a nuestra vida: he ahí los deberes morales condensados en las reglas restrictivas de la higiene.
Demás parece decir que, las mutilaciones voluntarias y el suicidio, como el celibato católico que equivale a lo mismo, quedan moralmente condenados de acuerdo con la razón expuesta.
2°. Deberes correspondientes a las desintegraciones del organismo y que también se subdividen en positivos y negativos.
Estos consisten en: desplegar la actividad latente en las energías de nuestro organismo que es biológicamente necesario: dicho ejercicio puede ser dedicado al cumplimiento de los deberes personales y sociales quedando un sobrante activo cuyo empleo cae también bajo el imperio de la ley moral.
En efecto: la aplicación de nuestras fuerzas a los fines de la vida individual y colectiva, llega a constituir mediante el hábito, la virtud denominada Trabajo; pero si empleamos la actividad sobrante en violar las reglas de la conducta moral, no habremos hecho sino destruir los frutos de la actividad desplegada últimamente: por esto el parasitismo que emplea esa moral, destruye todos los frutos de toda la sociedad.
Para evitar esa tela de Penélope, o hacer y deshacer, es necesario el sentimiento compensador del juego y debe ser aplicado a divisiones más o menos conexas con las reglas morales de la conducta personal o social, o que acaparen el desarrollo de nuestras fuerzas físicas, como los paseos, la gimnasia y el baile: o que afirmen nuestros sentimientos y gusto estético, como la pintura, la música y el teatro; o a enriquecer nuestra inteligencia, como los viajes, el trato social y los centros de cultura.
Libro: Filosofía Austera Racional, Quinta Parte.
Autor: Joaquín Trincado
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