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Joaquín Trincado

La Beneficencia es ley

  • Foto del escritor: EMEDELACU
    EMEDELACU
  • 30 oct 2023
  • 6 Min. de lectura

Actualizado: 21 nov 2023


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En las leyes de Manú, escritas por Shet, hace 57 siglos, está legislada la beneficencia, como no lo harían hoy los modernos legisladores; en cuyas leyes, no escapa la menor regla a todo lo que el hombre necesita. Establece con rigor la ayuda al hermano por deber fraternal, sin querer saber si es de éste, o del otro pueblo; de una u otra creencia o religión: “Es hombre y basta para admitirlo en tu casa como miembro de tu familia y le darás al salir, si él por cortedad no tomara, alimentos y medios para una etapa de su peregrinación”.


Los budistas y todo hindú, lo han practicado por deber hasta que la dominación inglesa ha perdido tan humanas costumbres con sus leyes opresoras; pero, aun así, encontraréis el hábito arraigado.


Israel, manda dejar parte de la cosecha en la tierra, para que sea recogida por el que no haya cosechado por cualquier causa y aún añade que, “no se le niegue al extranjero”.


El amor propio popular que no quiere denigrarse en la caridad, si los gobiernos no proveen (como lo hacen) a las necesidades de la colectividad, forman sus sociedades de asistencia mutua, con lo que no tienen sus miembros que rebajarse.


Todo esto dice que, la beneficencia es un derivado compensativo del amor, porque la justicia entiende que las aptitudes y los destinos de cada hombre son diferentes y uno puede necesitar más que otro y hace la beneficencia un depósito común que siendo de todos no es de nadie más que cuando la necesidad lo ordena.


Más he aquí que en estas sociedades se han metido a su mangoneo los señores de la caridad, y la beneficencia es también explotada caritativamente y esto hay que limpiarlo por dignidad.


Los ejemplos vergonzosos ocurridos en esos establecimientos son por millones. El médico se cree el señor y obra como dueño y no como servidor que es del enfermo. La monja, en su odio religioso exige el rezo y la confesión y… ¡ay del valiente que proteste! El desprecio, el abandono, la falta de alimento y remedios y hasta la ausencia del médico, será el pago de la monjita, mujer de caridad, de corazón duro y corrompido como su religión. La caridad no quiere hombres; la caridad necesita borregos, inconscientes; es duro este juicio, pero es filosófico y es justo.


Quedan los sentimientos entre los cuales debemos elegir por este orden: los más permanentes, los que, por su formación, más se asemejan al sentido moral, los que se explican únicamente en la vida social del individuo; para cuya elección nos valdremos de los conocimientos de la Psicología. Estos sentimientos son los que hemos enumerado con el nombre de sociales subdivididos en ego-altruistas, altruistas y morales.


Si se recuerda que estas tres clases de sentimientos sociales, son formados por la evolución de los instintos, entrando siempre en ellos los egoístas, queda explicado el tránsito indicado por Spencer, de la moral egoísta, a la ego-altruista y de ésta a la altruista social.


De todo lo expuesto se colige que podemos llamar sentimientos morales simples y fundamentales estos seis.


1° La vanidad, cuyos componentes son: el amor propio, en su forma positiva y exaltativa; la simpatía que contrapesa al interior haciéndole dejar un sobrante y el juego que gasta ese sobrante es ostentación y deseo del aplauso.


2° El pudor, cuyos elementos componentes son el amor propio también, pero en su forma negativa o depresión, y la simpatía que lo refuerza, reflejando una reprobación imaginaria.


3° La circunspección, llamada también prudencia y que puede ser o derivada del terror modificado por el amor propio, o por la reflexión o por alguno de los demás impulsos.


4° La benevolencia. Forma positiva del altruismo y cuyos impulsos elementales son la simpatía con sus emociones tiernas e imitativas, que nos hacen aproximar a nuestros semejantes, iniciándonos en esa atracción desde el hogar, mediante los afectos filiales y fraternales, y el juego o tendencia al gasto de la actividad sobrante en ejercicio que, proporcionando goces elevados, cuando es beneficioso al prójimo, no tarda en convertirse en habitual.


La explicación precedente, que es la Psicológica, demuestra la razón de los filósofos utilitarios, que hacen de los sentimientos altruistas formas disimuladas del egoísmo. “Hay placer en hacer bien a los demás” con prescindencia y sin cálculos de los provechos futuros en nuestro beneficio. Prueba de ello es la ignorancia en la ingratitud, compañera frecuente de la beneficencia.


5° La compasión. Sentimiento gemelo de la benevolencia, sin otra modificación que la producida por el reflejo de asimilación de los sufrimientos ajenos, Schopenhauer reputa fundamental este sentido, sin atender a su verdadero origen Psicológico y tomando en cuenta únicamente el dolor que es un fenómeno positivo y tiene razón.


6° La justicia, forma negativa del altruismo y cuya evolución ha recorrido varias etapas, como sigue:


  1. Se ha manifestado primeramente (como hoy mismo entre algunos pueblos salvajes), el instinto ofensivo de la cólera, como una reacción contra el ataque brutal. La venganza es la consecuencia de la agresión.

  2. Después, el instinto vengativo, es diferido, sometiéndose a la reflexión y dando paso a la fórmula del Talión: venganza análoga a la agresión; es decir, de efectos semejantes: “ojo por ojo y diente por diente”, es una fórmula cruel, pero que limita a la equivalencia la venganza del damnificado. Hoy ya no es necesaria esa fórmula que se imponía en tiempos bárbaros, pero se suele reproducir en Norte América frecuentemente, ya que la autorizó la ley de Lynch.

  3. La formación de núcleos sociales hizo atenuar tales prácticas, en obsequio a la comunidad, formándose los primeros tribunales, que sustituyeron la venganza por la composición que compensaba el agravio con una suma de dinero equivalente. Lo que no podría en ningún caso ser justo, porque la vida, la dignidad y la fama no tienen precio.

  4. La cohesión creciente de las agrupaciones sociales, convirtió el arbitraje accidental y destituido de sensación, en un arbitraje permanente, garantido por la comunidad y ejercido por un jefe, por la aristocracia o por las asambleas del pueblo. Se conserva el principio de la proporcionalidad; pero la compensación es obligatoria y puede ser impuesta por la fuerza.

  5. Finalmente, el sentimiento de justicia, desarrollado históricamente, como lo dejamos expuesto comprobaba su carácter de tendencia inherente a la moralidad humana, salvando los límites de las fronteras y haciéndose universal. Esta es la única cosa que hasta hoy es ley universal verdaderamente plebiscitaria; de aquí su fuerza.

En los anales del foro Romano, hay una estupefacción demostrada por los tribunos, cuando ha llegado a aquellos tribunales un proceso por parricidio, cosa no legislada porque “no cabía en la cabeza de los legisladores tamaño delito” pero después se observa que, en las persecuciones Romanas, hubo muchos hijos que denunciaron a sus padres y no hubo un solo padre que denunciara un hijo.


En el vergonzoso siglo de las hogueras de la inquisición en España, hay algunas acusaciones de padres e hijos y de esposos a esposas, pero hay muchísimas de hijos a padres y de hermanos a hermanos; más no podemos juzgar a los acusadores como culpables, aunque sí como responsables que admite la atenuante de una influencia extraña, que ponía a todos los individuos bajo un estado Psicológico lamentable por el terror y el fanatismo religioso impuesto a costa de millones de crímenes.


En muchos otros países y en tierras aun salvajes, se aplica la pena del Talión matando al matador y robando al ladrón; lo que es injusto, por cuanto no es posible hacer las cosas repetidas o reconstruidas, como fueron ejecutadas por el delincuente.


Por fin, en la demasiado cantada Grecia, se despreciaba a los que ellos querían llamar bárbaros, no reconociéndoles el derecho de justicia. Y Roma consideraba a los extranjeros como sus enemigos.


Hemos asentado estos casos universales, para que ejercitéis la inteligencia y hagáis juicios sobre la historia de la justicia que aún no ha sido juzgada porque hasta ahora el pueblo no ha ejercido y menos posesionándose de su usurpada soberanía; es verdad que tampoco ha tenido la cantidad de moral necesaria, pero no es menos verdad que sólo vio en sus educadores y legisladores ejemplos de inmoralidad, tanta que la baja moral del pueblo, es muy superior a la de sus mandatarios y educadores y se prueba con sólo dos hechos grandes:


1°. Que el pueblo tiene seis hijos por uno los plutócratas;

2°. Que en las revoluciones, el pueblo respeta más que lo que él fue respetado, aun con su baja moral.


Libro: Filosofía Austera Racional.

Autor: Joaquín Trincado


 
 
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