Examen de las pruebas.
- EMEDELACU

- 23 oct 2023
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 8 abr 2024

El examen de las pruebas lo hacemos a causa de nuestra duda del sentir de la opinión y nos vemos inducidos a buscar la certeza.
Pero en el estado de las pruebas puede suceder la misma cosa, pero en sentido inverso, y puede conducirnos:
1°. A la certeza; grado perfecto del asentimiento.
2°. A la opinión; apoyada en la mayoría de probabilidades favorables.
3°. A la duda; efecto del equilibrio de las probabilidades.
4°. A la incredulidad; basada en la mayoría de probabilidades contrarias.
La duda difiere de la incredulidad en que la primera significa una suspensión del juicio: mientras que la segunda ya importa un juicio negativo y contrario a la verosimilitud del hecho que se trata de probar.
En efecto: el incrédulo afirma que el hecho es improbable o imposible; improbable, si la existencia del hecho implica contradicción, o si no aparece la menor posibilidad, o si las pruebas son contrarias y suficientes para demostrar la no existencia.
La incredulidad puede recaer sobre el pasado o sobre el futuro: en el primer caso, la inferencia negativa es más inductiva que deductiva; en el segundo caso, predominan las inferencias deductivas para la incredulidad del pasado, concurriendo indicios escasos, vagos o contradictorios; para la incredulidad del futuro, concurren un número mínimo de probabilidades, o éstas abundan en pro de la no existencia del hecho.
No nos contentan las explicaciones de este párrafo “universitario”. Es preciso distinguir la incredulidad de la negativa; y cuándo la negativa es una falta o una virtud.
La incredulidad es una falta de fe o de convicción o de entendimiento de la cosa en la que otros creen, suponiéndola racional: que, si no lo es, en este caso no hay tal incredulidad, sino negativa abierta o encubierta, según conveniencia del llamado incrédulo.
La incredulidad no cabe en las cosas de la matemática, porque son sujetas al análisis de los números y éstos son contundentemente afirmativos o negativos.
Las probabilidades matemáticas y filosóficas no admiten incredulidad, sino afirmación o negación. En cambio, los argumentos Teológicos y dogmáticos admiten la credulidad ciega o convicta o la incredulidad, también ciega o convicta.
Una negativa matemática o filosófica sólo se rebate con otra afirmativa, matemática o filosófica también: sin término medio.
Ejemplo: nosotros hemos probado matemática y filosóficamente la vida Eterna y continuada y la necesidad de la reencarnación en todos estos cursos, sintetizándolo en el párrafo 2°., del capítulo IV (deducción), y para negarlo es necesario otra prueba también matemática y filosófica: no siendo así, será una negativa falsa; una falacia, engaño, fraude y mentira opuesta a la vida, cuyos efectos palpamos sin poderlos destruir.
Entonces la incredulidad, ante las pruebas matemáticas y filosóficas, es maldad o ignorancia; y si no hay una de estas dos desgracias propias solamente de las religiones, habrá una prudente duda que obligará al dudoso a estudiar, reunir pruebas y probabilidades que, si no tiene prejuicios, la deducción le dará la prueba suficiente y no será un crédulo, sino un convicto.
Esto, digo repitiendo, es el método deductivo y el examen del espiritismo, luz y verdad, que sostenemos en esta escuela. ¿Hay otro más racional, austero y eficiente, puesto que unimos la materia y el espíritu? Hablen ahora los sabios.
Libro: Filosofía Austera Racional, Cuarta Parte.
Autor: Joaquín Trincado
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