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Joaquín Trincado

El lenguaje y la clasificación

  • Foto del escritor: EMEDELACU
    EMEDELACU
  • 23 oct 2023
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 26 oct 2023


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El lenguaje y la clasificación es la parte mecánica que no necesita más que gusto estético, aunque como dice el adagio, “Hay gustos que merecen palos” y como “de gustos no hay nada escrito”, hay necesidad de que el lenguaje y la clasificación se sujeten a reglas filológicas y estéticas. Pero sin que por ningún caso se usurpe su puesto y valor a la contundencia, que es la prueba más eficiente de la verdad sostenida y, jamás el estudio contundente es un mal lenguaje, más que para los nulos e inmorales, que se escandalizan porque ellos son los escandalosos.

Ahora bien; si la inducción conduce a proposiciones generales, (no siendo susceptibles de expresión oral sino por medio de nombres universales, derivados de los particulares), fácil sera concebir (por buena lógica), la necesidad del lenguaje en esta clase de inferencias.

Los nombres generales, indispensables para expresar las inducciones deben reunir los dos últimos requisitos de las definiciones; es decir que:

1°. Deben ser convertibles en la enumeración de las calidades comunes y peculiares del grupo denominado.


2°. Deben convenir a cada uno de los distintos individuos comprendidos en el grupo denominado.

En la realidad, las inducciones nos dan los nombres de las propiedades comunes inferidas; pero la denominación específica o individual, abarca lo que llamaríamos la terminología particular y cuyo conjunto de vocablos forman la Nomenclatura.


La mejor Nomenclatura es indudablemente la que se funda en una clasificación científica.

Sabemos que clasificar es ordenar en forma de series, los géneros y especies de una categoría de conocimientos, de modo que cada clase quede subordinada a la precedente, tocándola en una semejanza genérica y separándose de ella por una diferencia específica.

Formada una clasificación es evidente que cada término de la misma puede ser expresado: por un nombre propio, o por el nombre de la clase anterior, ligado al de aquella que pertenece al individuo clasificado.

En el primer caso, tendríamos que retener un nombre para cada individuo; en el segundo caso, bastaría conocer los nombres generales e inmediatos de una clasificación, para designar un grupo de individuos semejantes; y entre éstos, no emplear nombres propios, sino para los conocidos directamente.

De aquí se entiende que, los nombres caballo y perro sirven para designar a cada uno de los millares de caballos de esa clase, evitando tener que retener innumerables denominaciones particulares. Estos quedan limitados al número conocido de caballos puros, por ejemplo, decimos: “Los caballos que corren en el hipódromo, son puros”.

Por fin, la clasificación y la denominación deben reunir ciertas condiciones para que puedan ser utilizadas en beneficio de las inferencias inductivas.


En primer lugar, cada género debe ser determinado por sus caracteres más estables y fundamentales; por ejemplo: sería desatinado distinguir los peces de las aves, por las escamas y las plumas, en vez de hacerlo por los órganos de locomoción acuática de los unos, aérea de los otros y por los de la circulación simple en los unos y doble en los otros.

En punto a terminología, debe ser ésta descriptiva de la peculiaridad sobresaliente o distintiva del grupo denominado.


Tomemos un ejemplo de la historia natural: El hipopótamo tiene todas sus denominaciones técnicas, así: vertebrado, mamífero, placental: orden Artiodáctilo (o número par de dedos); suborden Paquidermo (o piel gruesa); familia Obesido (o corpulento); género Hipopótamo (o caballo de río); especie Anfibios (que viven en agua y en tierra).

Ese es un patrón para el lenguaje y clasificación en los irracionales. En el hombre hay muchas más consideraciones y nombres que clasificar del que puede excluirse al espíritu suyo; por lo que, al hombre pertenece hasta el nombre de divina criatura, si queréis, pero sin privilegio ni singularidad para ningún hombre como tal ni como espíritu.


Libro: Filosofía Austera Racional, Cuarta Parte.

Autor: Joaquín Trincado

 
 
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