El derecho natural; Reciprocidad
- EMEDELACU

- 30 oct 2023
- 7 Min. de lectura
Actualizado: 24 nov 2023

El derecho natural exige:
1°. Rectitud.
2°. Sinceridad.
3°. La obediencia al deseo de la mayoría.
4°. El trabajo para todos.
5°. La ayuda mutua sin caridad.
6°. La beneficencia hecha ley.
Todo lo cual vamos a estudiar aquí.
El derecho natural, pues, es una exigencia recíproca fundada en el cumplimiento de las leyes morales: lo que equivale a una facultad de obrar conscientemente, revistiendo por consiguiente los caracteres enumerados con carácter indeclinable e imprescindible.
Esto quiere decir: que las virtudes sociales, como las individuales y domésticas, consisten en el hábito consciente del cumplimiento de los deberes de la moral social.
Las virtudes sociales las podemos clasificar en dos grandes grupos así:
1°. Virtudes formadas de deberes perfectos denominados así, porque su no cumplimiento desequilibra y aún trastorna el orden social y son:
La rectitud: fundada en el sentimiento de justicia, cuya naturaleza hemos tratado en su lugar; y se ha visto en su escala ascendente que dicha tendencia ha venido a reemplazar a las agresiones y destrucciones de las antiguas y feroces venganzas privadas.
Eliminada así la compensación sangrienta o pecuniaria a que podía apelar el agredido y puesto el castigo del agresor por el poder social, se ha verificado una evolución paralela en los sentimientos individuales: el nuevo y elevado concepto de lo justo convirtió en habitual el deber de dar a cada uno lo suyo.
La rectitud, derivada de la ecuanimidad personal, nos infunde el respeto a las personas y los bienes de nuestros semejantes eliminando no sólo la agresión, sino también el robo.
La sinceridad: es la forma social de la veracidad privada y toma también el nombre de franqueza: y combinada con la veracidad dan origen a otra virtud que denominamos probidad.
La sinceridad la demuestra el hombre, no solamente cuando su conducta se ajusta a los senderos de la verdad, sino siempre que obra por buena fe: es decir, con la creencia de ser verídico.
La obediencia: virtud indispensable dado el carácter jerárquico de las instituciones sociales; y que tienen por principal fundamento el respeto de los hijos a los padres y de los jóvenes a los ancianos.
Estudiando sobre la obediencia Spencer observa que la desobediencia filial, impide la organización social y mantiene a los pueblos en un estado rudimentario.
Sin embargo, podemos oponer a la observación de Spencer, la organización de la familia entre los Semitas y los hebreos con los Asirios cuya obediencia filial ha sido perfecta, no protestando los hijos del derecho que sus padres tenían hasta disponer de su vida; y esos pueblos, no han podido afirmar su sociedad. Pero advertiremos que eso es, a causa y cargo de la religión católico-cristiana, como dejamos probado al explicar su fundación.
Los hindúes tenían una piedad filial que llegaba hasta el sacrificio. Los chinos veneran a sus muertos y declaran que entre las cien virtudes la filial es la primera y la raíz del deber; los romanos, que tan poderosos fueron, llegaron hasta ejercer el derecho de matar a sus hijos adultos y hoy las sociedades modernas descansan sobre la obediencia filial; de modo que hasta ahora esta obediencia filial se consideró la base de la consolidación social. ¿Por qué entonces se rompe hoy la armonía social? Este interrogante, encierra materia para muchos tomos. Pero nosotros, aquí, sólo hacemos una técnica de estudio bajo observaciones de filosofía austera y decimos que: El exigir una obediencia ciega y por lo tanto irracional, como derivada de las necesidades y pasiones religiosas, es la causa del trastorno social.
Vamos a dar una prueba de que, ese derecho de obediencia ciega es impuesto por la iglesia católica, copiando dos incisos del arancel o tarifa que usa para la absolución de delitos.
“Para el que matara a su padre, madre, hermana, o hermano, a su mujer o cualquier otro pariente laico, pagará 30 libras y 5 carlines; pero si el muerto fuera un eclesiástico, el homicida, además de la tarifa, está obligado a visitar los santos lugares”.
“La culpa de aborto, pagará 4 libras, 1 ducado y 8 carlines y el padre o madre que haya sofocado a un niño, la misma tarifa”.
Ahí lo tenéis: el padre o madre que quiere quitarse un hijo que le estorba, con ir a confesarse y pagar 4 libras, 1 ducado y 8 carlines, queda limpito, como ampo de Nieve. Pero un sacerdote… Vaya no faltaba más… ése vale 8 veces más y qué sé yo cuánto más costaría ir a los santos lugares en… Borrico.
Ignacio de Loyola, fue más razonable que el mismo Spencer; pues en las reglas de obediencia, hace un paréntesis que vale por todo un tratado de moral racional; pues el paréntesis dice: “(En todo lo que no hubiera pecado)”, cuyo paréntesis nosotros lo traducimos así: “(En todo lo que no se oponga al progreso)”.
Ya hemos sentado, que sólo existe en el universo de mundos regenerados arriba, el título de hermano, el cual (aún entre nosotros) la ley civil los iguala en los derechos de sucesión.
Entender que yo tuve y amé a mis padres y que soy padre. ¿Y qué derecho tenía mi padre en exigirme obediencia a un acto criminal, como sería obrar contra el progreso? ¿Por qué me han de obedecer mis hijos si los conduzco por caminos contra el progreso? ¿Por el título de padre? Entonces, aceptamos la paternidad de Prometeo que se comía a sus hijos.
Mi espíritu y el de mi padre y el de mis hijos, como el de cada hombre en el universo y todos los de los hombres o encarnados hijos son del mismo padre universal: por lo que, sólo el título de hermano es el verdadero y bajo el cual, no es que el espíritu del hijo es superior en luz y progreso al del padre, como lo probáis en cualquier familia por los hechos y progreso moral de un hijo sobre sus padres.
Lo que hay es que, mi padre me dio la existencia, o porque me quitó otra y me la debía y lo obligó la justicia inflexible a pagármela: “Porque si matas, con tus besos resucitarás al muerto”. O porque me odiaba y yo quería por mi progreso que me amara y quitarle esa falta, porque: “Si odias tendrás que amar”. Y en tercer caso, porque, ya éramos afines y nos habíamos dado él y yo otras existencias. Y aún hay un cuarto paso: el de venir un hijo en misión de moral y progreso: en cuyo caso, el padre, recibe honra y gloria por las obras de su hijo, como en Jesús, Newton, Galileo, Domingo Faustino Sarmiento etc., etc.
Entonces, es preciso sentar que: “la obediencia se requiere en lo que no se opone al progreso”. Ya veis si encierra el paréntesis de Loyola.
El padre, como las leyes civiles y los jefes de la sociedad o estado, merecen el respeto que su progreso indique para la obediencia: querer más, es una tiranía que el espíritu rechaza y de aquí proviene esta revolución social, sólo provocada por esa tiranía y por el rebajamiento de los hombres en la caridad-limosna, nacida de esa misma tiranía. Todo esto envuelve el primer grupo de las llamadas virtudes sociales, en el derecho nacional.
2°. Virtudes formadas de deberes imperfectos, cuyo cumplimiento es conveniente a la evolución social:
La humanidad o derivado de la conmiseración que se ha iniciado en los pueblos pacíficos, cuya piedad se ha extendido hasta los animales (más a los animales que a los hombres) a lo que se ha llamado generosidad y caridad (que no ha debido existir desde que no debe existir la necesidad ya que de antiguo se hizo ley la beneficencia).
El trabajo, virtud que no es bien apreciada, sino cuando la producción económica, robustecida por la inteligencia y la probidad, la consolidan en el bienestar social.
Oigamos a un profesor de filosofía:
“Los pueblos salvajes y guerreros han considerado el trabajo como indigno de la virilidad y propio únicamente de mujeres y esclavos”
En los pueblos aventureros y agiotistas, son también desdeñados los esfuerzos útiles de las clases productoras, manufactureras y comerciales.
Pero hoy está demostrado que, la vida social no evoluciona sino merced a la actividad productora del hombre, encaminada a llenar las necesidades presentes y futuras; es decir, el ahorro que es una virtud necesaria y previsora que se deriva del trabajo.
Pero éste, el trabajo, no debe ser individual: de modo que se impone la ayuda mutua o concurrencia de la mano de obra y de los medios acumulados (capital e intelectualidad); además, el trabajo no debe ser estacionario y su evolución progresiva; la rivalidad y la libre competencia obrarán como gran estimulante.
Finalmente debemos mencionar un hábito individual, pero que suele generalizarse con detrimento de los deberes que nos impone la virtud del trabajo: nos referimos a la ociosidad en cualquiera de sus formas conocidas, con los nombres de pereza, indolencia y negligencia.
Más que el enervamiento físico, biológico y psicológico del perezoso, debe tomarse en cuenta la suma de actividad útil que sustrae de la masa social, sobre la que pesan todas sus necesidades personales. Así, el rico holgazán, es tan vituperable como el avaro o el pródigo, por su exceso de refinado egoísmo.
Muy bien: pero nosotros que somos más contundentes decimos que: “El que consume sin producir, es un ladrón de la masa productora”. Así se entiende mejor y dejamos acusados a la justicia, a todos esos que hemos calificado en verdadera filosofía.
Si se hubiera de hacer un proceso a cada uno, pasaría como en los tribunales de la inquisición en España, cuando se autorizó a que juzgasen a los confesores, corruptores de mujeres casadas, viudas, doncellas y mancebos, que tantos fueron los enjuiciados, que no hubo bastantes jueces ni tiempo para todos. Requiérase esa declaración judicial en los archivos de Sevilla y Madrid y verán que así está escrito.
Pero ahora hay un juez solo y le va a sobrar tiempo para juzgar a todos los corruptores holgazanes; y ese juez es la conciencia popular productora que ya empezó y que no serán capaces los parásitos de revocar la sentencia moral que se impone, que es muy sencilla. El que no trabaja no como ni cabe en el pueblo trabajador. He ahí la verdadera Ética imponiéndose a la Estética.
Nosotros en nuestro amor, justicia y sinceridad les aconsejamos a nuestros acusados con hábito, uniforme y sin ellos, que no se dejen enjuiciar; que se hagan pueblo productor de cosas útiles a la vida y… ¡hay tantas!
Libro: Filosofía Austera Racional
Autor: Joaquín Trincado
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