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Joaquín Trincado

Desde el hundimiento de la Atlántida hasta la venida de Adán y Eva

  • Foto del escritor: EMEDELACU
    EMEDELACU
  • 5 mar
  • 6 Min. de lectura

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Ha desaparecido la mitad de la humanidad; los poco que de aquellos valles se salvaron, tienen ascendientes en Europa, Asia y América, país este último, que atrás dejé descripto.

           

Como sólo en signos y jeroglíficos se apuntaban los hechos, pocas generaciones bastaban para el olvido; pero por entonces se empezó a escribir en la China e India, un algo, poquísimo, pero algo se podría encontrar si nosotros lo necesitáramos; pero la historia de la tierra es escrita en los mundos mayores y en el archivo de Sion depositada y el misionero de allí la copia.

           

Ya, después de esa hecatombe, vuelven a encarnar en la tierra hermanos de los mismos mundos que antes llegaron a saciar sus instintos, y ahora vuelven a, pagar sus tributos, porque ya se hicieron hábiles en los progresos de los mundos y traen conocimientos, letras, más artes y más moral. Pero todo cede en el hombre antes que la pasión de la carne; y como en la ignorancia el miedo prima, y sobre la ignorancia y pasiones de aquellos hombres estaba la superstición, creada, sostenida y consagrada por los sacerdotes hasta tenerla como cosa invencible el guerrero, los sacerdotes del Krisna aprovecharon para sí en las prédicas de la potencia de su dios; pero del temor y la superstición creció un algo el trabajo; menguó la guerra por unos pocos siglos, pero se extremó el culto y hasta se hicieron himnos y cantos. Pero las castas sacerdotales, no renunciaban a la contribución de las doncellas y es natural que reinara siempre el descontento y al fin se reencendiera el odio y se trabasen luego las luchas más sanguinarias y más, cuando el sacerdote se sobrepuso de hecho y derecho al guerrero. Y como bajo el sacerdote, o su ídolo, estaba la mayoría, se hacía necesaria la emigración y buscar apoyo, aunque fuese siendo un tiempo esclavo de otro sacerdote y llevarían entonces la guerra de uno a otro pueblo, para lo que se le daba alguna más libertad al pueblo. Esto era la anarquía que resultaba necesaria para abatir el despotismo sacerdotal; pero éste, entonces, antes de perder sus derechos abrogados por la astucia y la fuerza bruta, como llegaban nuevos conocimientos y éstos ya eran un tanto morales y de paz, ideó (por necesidad de vida) la unión de poderes en la división de cargos, en los que el sacerdote absorbió la parte moral o doctrinal y el guerrero el sostenimiento del orden. Este es el momento más tremendo de la tierra, porque el guerrero auxilia al sacerdote y éste a aquél. Ahora el pueblo es esclavo vil de los dos, los que con toda injusticia lo dominaron y aun llega a nuestros días bien marcado aquel despotismo fiero, a pesar de haberlo combatido los misioneros, 57 siglos.

           

Había (podría decir) cuatro tronos o pontificados, siendo el primero el de la China, el segundo el de la India, el tercero en Persia y el cuarto en Egipto. Y aunque todos tenían la misma trinidad o el Krisna, adoraba infinidad de dioses cada trono, los que eran causa de nuevas divisiones y formación de nuevas sectas, y llegó a ser raro, que hubiera dos ciudades bajo el mismo ídolo, aunque tenían todos por divinidad mayor al Krisna, nacido por la unión de Fulo y Peris.

           

Claro está, que cuantos más tronos hay, el despotismo es mayor y la justicia nula; y si agregamos que ninguno de esos déspotas renunciaba al derecho establecido de la contribución de las doncellas, comprenderéis, que la corrupción, en breve tiempo, llegaría al colmo. El asesinato entre los magnates, era comida ordinaria; entre el pueblo, el derecho era del más bárbaro y la esclavitud, la más espantosa. Esta era la moralidad en todo aquel vasto territorio (que es la mitad de la tierra) cuando llegó una nueva generación que los sacó a todos del poco juicio o ninguno que tenían y quedaron todos como hipnotizados, ante esa nueva generación.

           

Antes habían tenido unos pocos siglos de calma y se habían multiplicado prodigiosamente y poblado todos los territorios bajo el miedo y la impresión de lo que habían presenciado muchos y contado a todos: el hundimiento de la Atlántida y el Mediterráneo. Pero aquello lo olvidaron pronto, porque ellos no serían castigados, puesto que tenían al dios poderoso y se satisfacían todos sus caprichos en los sacerdotes, bastando que éstos dijeran que todos los hombres tenían que ser sacrificados a fuego lento, o cualquier otra barbaridad, para que se les viese cumplir con fanatismo, o ir a aniquilar tal ciudad y saquearla, trayendo esclavos a los hombres y custodiadas a sus doncellas y, cuidando que ni aun el general guerrero violase una virgen, porque entonces se enojaría su dios. Esa presa era muy codiciada por los dioses y se les ofrecía con todo respeto, violándola los sacerdotes al pie del altar; y casi ni aun hoy ha cambiado la fórmula, salvo en la apariencia y la hipocresía de las religiones: o, al contrario, se hacen célibes en la católica, pero no se hacen una operación quirúrgica con la cual cumplirían (al menos materialmente) para evitar el escándalo, porque, es lógico quitar la causa si se quieren quitar los efectos. Volvamos atrás: a ese momento en que salen de juicio aquellos hombres tan cumplidos con sus dioses y tan descorteses con los padres que engendran hijas para el sacrificio y mancebos para la guerra y en pago ellos son esclavos y valen menos que un animal; pues no pocas veces se daba su cuerpo en alimento a las fieras.

           

Treinta siglos después de la hecatombe de la Atlántida, sufría su juicio de mayoría Neptuno, cuyo nombre era un dios ya en la guerra y aun después, en la más cantada civilización, le hicieron grandes templos; y era que, como habían encarnado en la tierra muchos espíritus de aquel mundo, como prueba y para saciar sus pasiones, éstos habían dejado los nombres de muchas cosas de su mundo, y su nombre y toda novedad, eran para aquellos niños grandes un juguete y se divertían en él, hasta que se cansaban.

           

Pues bien; aquel mundo, Neptuno, celebra su juicio de mayoría: hay un grupo (la mayoría sacerdotes y los demás supremáticos) que no quiere acatar la igualdad de la ley de amor y, ese grupo de tres mil quinientos millones, tiene que ser expulsado de aquella sociedad, (lo mismo que los que ahora son expulsados de la tierra también sacerdotes, supremáticos y parásitos) y aquellos de Neptuno, caen sobre la tierra, que para ellos que conocían progreso era una cama mullida y suave, como una zarzamora; y en verdad que no les supo buena esa seda, porque su "¡ay!" llegó muy lejos y fueron luego contestados; pero, aunque ayudados, todavía están en la tierra y sois muchos de los que leéis estas verdades, en aquel archivo tomadas.

           

Como ellos eran sabios (aunque fuera en lo material), habían ya oído, quisieran o no, las verdades que aquí vuelven a ver en este libro, el Código y filosofía; en Neptuno, ya habían disfrutado del palacio y de los progresos del fin del sexto día, vapor, gas, electricidad, trenes, coches, teléfonos, telégrafos, etc., etc.; y sido en los cuerpos, arrogantes y delicadas y bellas sus mujeres; cuando se encontraron acá bellezas semejantes al chimpancé y ojos rojos por la sangre que bebían, claro está que no se iban a conformar con tal belleza (que no era la del chimpancé a que aludí, sino en comparación de la que ellos perdían en Neptuno, porque entonces ya había hermosuras en las mujeres de la tierra, pero no bellezas).

           

No querían conformarse, pero tampoco podían, porque la ley los mandaba como semilla mejor, para probar, luego, en una investigación, si podía la tierra ser jardín, ya que sólo árboles de bosque habían dado en tantos millones de siglos.

           

Así es que ya, en la primera generación, al ver a los niños que nacen más bellos, se espantan los barbudos y tiemblan las mujeres ante sus hijas bellas y no las conocen. Pero los de aquella generación se unen y empiezan a dar otros hijos aún más bellos y acrecientan los conocimientos, domestican los ganados, convierten en letras sus jeroglíficos y se escribe ya el Sánscrito. En tres generaciones, han encarnado en la tierra todos aquellos tres mil quinientos millones de espíritus desterrados; pero aunque luchan, no han podido abatir la fiereza de los primitivos, qué aún se hacían más refinados en el odio y se formaban dos bandos terribles, en los que llevarían la peor parte los venidos de Neptuno, que en su sufrimiento, pidieron misericordia al juez y tribunal que los sentenció; el padre los oyó y ordenó una investigación a la tierra, (como queda atrás estudiado) y desciende una familia voluntaria, cuyas cabezas fueron Adán y Eva con 27 más, entre los que venía el investigador, legislador y juez, por un deber y mandato.


Libro: Conócete a ti mismo

Autor: Joaquín Trincado

 
 
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