De las tribus a la sociedad actual
- EMEDELACU

- 5 mar
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Os remito en primer término, al “Buscando a Dios y asiento del Dios Amor”[1] (1), porque allí está estudiado cuánto debería decir en este capítulo, pues me fue necesario examinarlo para encontrar el asiento del Dios Amor, y tendréis las bases de consideración más preliminares y verídicas de cuanto en la historia se ha dicho.
Además está contenido en los capítulos anteriores y habéis visto la aparición del hombre; conocéis por buena historia de los últimos tiempos los progresos realizados desde que el hombre apareció en la tierra, hasta el progreso máximo que tenemos cuando se celebra el juicio de mayoría; y por el “Libro rojo” (que también imprimiremos) os daréis cuenta del terrible trabajo y las tremendas luchas sostenidas por el tribunal, desde el juicio hasta recibir el “Electro Magno”, día en que se celebra la implantación de la comuna.
Pero por eso, no he de dejar de anotar aquí lo más trascendental de los hechos, como fundamento de autos de juicio sumarísimo, para que el hijo de la comuna, conociéndose a sí mismo, ahonde en la verdad de los hechos hasta su comprensión, porque es su deber conocerlo todo en sabiduría, aun siendo hechos penados, de los cuales él mismo fue autor y actor, juez y sentenciado.
Veamos, pues, cómo, luego de salir de las bolsitas los primeros hombres, en su inocencia, eran poco más que autómatas, hasta que su desarrollo en la primera generación, el instinto y la ley les llevó a encontrarse machos y hembras y multiplicarse rápidamente, porque desconocían la maldad; se juntaban para satisfacer la ley de la carne, que era llamada por el instinto animal y no conocían si eran hermanos consanguíneos, ni hijos y madres, o padres e hijas.
Mas tan pronto nació (por la amistad originada en el goce de la materia y la reunión por la ayuda de unos y otros) la afinidad consanguínea, surgió la camaradería y esto entabló lazos de familia y se constituyó la tribu con un jefe, bien que fuera el más fuerte o el más experto. Fue el primer progreso y le fue útil al hombre.
Pero como de la reunión se hacía más difícil la vida porque consumían todo lo que les era cercano, esto les obligaba a emigrar (cada vez que en un sitio no tenían lo necesario) a otro lugar, hasta que llegaron a encontrar otra tribu que ellos ignoraban y empezó el recelo y se apretaba más cada una de las tribus, temerosa de la otra. Esto les obligaba a unos y otros a estudiar y se tomaban los sonidos, señales y costumbres.
Aun no podían saber que aquello era un progreso más. Plantaban árboles que les daban frutos y que la misma naturaleza les enseñó. Pero esa labor encerraba otro mayor secreto que el del fruto: la estabilidad de la tribu, por el beneficio y el cariño del hombre a las obras de sus manos.
Las necesidades de su organismo (que pedía alimento casi en los mismos momentos cada día) les enseñaron a distribuir el tiempo. Sus dolores y sus heridas, ya por la caza, ya por comer de la fruta de un árbol dañino, les obligaron a encontrar remedios, y esos mismos dolores y el miedo ante la fiera de la que sucumbían en la lucha, les llevaron a la religión; es decir, a la evocación de algo que presentían y no descifraban, pero que les daba consuelo.
Esto sólo era en cada tribu, según era su poco progreso y en general conservaban los cadáveres de sus mayores valerosos, porque les ayudaron o enseñaron. Esto ignoraban que fuese sentimiento y menos pudieron pensar que aquella adoración se convertiría más tarde en su desgracia. Pero era que el espíritu los llevaba a iniciarlos en la lucha, para adquirir fortaleza.
Mas ya en la tribu se hicieron imágenes de los que un día adoraban en sus cadáveres sin que les asustara el hedor, hasta que empezaron a meterlos en pozos; luego en los troncos huecos de los árboles, y al fin, serían hechos sepulcros, aunque fueran de piedras y tierra y ramas de árboles y serían éstos los primeros templos que en la necesidad de adorar lo que presentían levantarían los hombres, aun sin tener ellos cabaña donde guarecerse.
Estos primeros templos eran custodiados por toda la tribu y lo mismo sucedía en la vecina; pero una y otra crecían rápidamente y tenían que dividirse y marchar a ocupar nuevo territorio y surgió un nuevo templo, llegando entonces los disgustos demostrados en sus alaridos, por causa de si una tribu progresaba más en sus cultivos o cazaba más o mejoraba en su musculatura y sus hembras eran más bellas. Aquello no sabían que era antagonismo; pero por esto empezaron a odiarse y al fin, llegaron a la lucha y se mataron y se comieron.
Entonces crecían sus ofrecimientos y peticiones a sus antiguos en sus imágenes de barro informe y se acecharon y los vencidos quisieron vengarse y no perdonaron medio y ofrecían a sus ya ídolos, lo que del enemigo trajeron. De este modo nacen los sacerdotes, que pronto gustaron de verse encargados por la tribu de custodiar sus ídolos, y como esto les eliminaba de las contiendas y del trabajo, pronto se formó la casta sacerdotal, que en el no tener nada que hacer para la vida, ideaba hoy un culto, mañana una nueva ceremonia y pronto las victorias de unos sobre otros, fueron atribuidas al ídolo, que después sería Dios por los cuentos tradicionales. Quedaba así encendida la guerra de tribu a tribu, de aquello que había empezado por ser solo como un recuerdo, una gratitud de familia al padre de la tribu y acaba por convertirse en religión e idolatría, sin poder entrañar el hombre, que pronto se vería aún más ciego, por lo mayor saña con que cada vez se acometerían al nombre de su ya Dios, que había encarnado en la casta sacerdotal que le hacía ver al vencido, un disgusto de su Dios. No lo había adorado; no le había hecho ofrecimientos; estaba disgustado y aun se iría de ellos a la otra tribu más valerosa, porque sacrificaba, adoraba más a su Dios. El vencedor también arengaba a los suyos, porque la victoria era de su Dios invencible, que pedía el aniquilamiento de la otra tribu y la esclavitud de todos sus individuos. Así se vio la tierra manchada en sangre y aun sin ningún adelanto en artes, industrias, ni agricultura. Pero habían conocido todos sus territorios y formado tribus poderosas, tanto más, cuanto más fieros eran sus combatientes y más astutos sus sacerdotes. Y… ya habían pasado alrededor de 20 millones de siglos desde la aparición del hombre.
Claro está que no pasaba en balde el tiempo, pues la naturaleza seguía su curso de enseñanza y el hombre, aunque fiera, ya sabía vivir en grandes agrupaciones; pero aun la tierra era muy pródiga en su vegetación; y como por razón del clima se establecían en los países más propicios y donde más le brindaba la naturaleza, ya habían aprendido a levantar chozas y formaban los poblados y esto les haría aprender a reproducir las frutas y hierbas que consumían y el grueso de aquellas hordas se radicó con largos dominios en lo que hoy son los mares Atlántico y Mediterráneo, al norte del ecuador y en la hoy China e Indias Orientales, sobre el ecuador, quedando en Sud África y en el Occidente, pequeñas tribus que, ya porque eran terrenos más accidentados, ya porque eran espíritus más pacíficos y un tanto más adelantados, por poder de la ley, se habían radicado y vegetaban en afinidad, más silenciosamente. Pero también tenían adoraciones (si cabe más humanas) aunque imperaba el sacrificio, no de vencidos, sino como constitución, hasta que allí y en Oriente, como en todas partes, empezaron a descender para tomar carne, espíritus voluntarios de estudio, por amor o por justicia, de los mundos cercanos, o sea del sistema solar y empezaron a refinarse más en el predominio y también en el vicio, porque el tiempo les sobraba al guerrero y al sacerdote, porque los que encarnaban de otros mundos ya les traían conocimientos de sus mundos, (sobre todo de Marte y Venus), de su temperamento y grados, aunque más adelantados. Aquel adelanto en el conocimiento de la materia (porque ellos tampoco conocían aún al creador, pues como la tierra, eran mundos de expiación con el progreso que registramos en la China hace setenta u ochenta siglos) aquel adelanto fue aprovechado por los sacerdotes, para su supremacía. Pero ya sonaban los nombres de Marte, Venus y otros que empezaron a ser dioses de fastuosidad y esto fue mayormente en los dominios del ecuador al norte.
En los dominios orientales, fueron más felices; pero esto lo debemos ver en la justicia de la ley, que a cada uno da lo que puede llevar y serían de mejor temperamento, o más progresistas, puesto que allí recibieron las visitas de mundos mayores como Saturno y Júpiter y hasta del Sol, por lo que supieron letras y artes antes que todos los otros; progresaron en la agricultura y pudieron mantener a raya a los atlánticos que se entregaban al boato y al vicio más terrible y tenían que huir aquellos que en su razón empezaban a hacerse alguna luz; pero caían en la esclavitud, tan pronto pasaban donde se adoraba otro dios.
Ya había grandes ciudades y el hombre había dominado todo el reino animal y algo había hecho. Dejemos a los que viven en los dos valles más ricos de la tierra (el Atlántico y el Mediterráneo) porque éstos, no nos darán la satisfacción de verlos progresar en lo moral, aunque mucho en lo material, para satisfacer la concupiscencia, de cuya memoria, aun nos llegó mucho.
¿Es menos viciosa la otra gran familia del Oriente? No, pues tiene la misma concupiscencia; pero se sujeta un tanto más al trabajo y por esto se hace más pacífica y duran mucho más tiempo sus adoraciones, si bárbaras, un poco más racionales, por aquello de que la generalidad se dedica al trabajo, ya porque fuese más costosa la producción, (que doblegaba un poco más al hombre al trabajo) ya porque fuesen en verdad los espíritus más progresistas y primeros que vimos hacerse luz en los mundos anteriores y también porque, por este motivo, pudieron recibir a los instructores de mundos mayores. Es el caso, que la justicia de la ley, de allí esperaba la rehabilitación de esta humanidad y luego veremos que la justicia no se equivoca.
Pero, ¿cuál es el adelanto de aquellos habitantes del Oriente sobre los del Norte? Estos tienen mucho más adelanto material, porque se lo da hecho la naturaleza en sus riquezas; y sabed, que el oro, ya se conocía y se fabricaba con primores y vestigios que guarda el fondo del Atlántico y Mediterráneo. Pero todo esto les dio una interminable bacanal, de lo que, en la "Filosofía enciclopédica" (cuando se imprimirá)[2] (1) encontraréis un comentario de un registro hecho por el tribunal, en desdoblamiento, guiado por el hermano Amor, maestro de la naturaleza. Allí imperó por su voluptuosidad la famosa diosa Venus, nombre dejado por hermanos de aquel mundo que en misión vinieron a la tierra a aquellos continentes, como otros muchos nombres que los primitivos hicieron dioses.
Los otros, los habitantes de Oriente, tenían los mismos vicios, mucho más moderados, porque gustaron más del trabajo y con él ensanchaban sus horizontes; porque el trabajo tiene grandes atractivos y para ellos era gran cosa hacerse con sus manos y de buenos metales sus idolillos representantes de las fuerzas de los dioses grandes: Apolo, Júpiter y otros. Y como les habían llegado palabras de ciencia y nombres de astros, sus sacerdotes, ahí encontraban materia de dominio con menos guerras y ensanchaban por toda el Asia sus dominios.
Pero he ahí que aquello era dormir para el espíritu. No había más que guerras de esclavitud; y si esto había permitido mucha tranquilidad y holganza a los que a costa del trabajo ajeno vivían, llegaría el momento del descontento. Había un guerrero, que, hastiado de los sacerdotes, levantó a los esclavos (claro que, para servirse de ellos, pero será una lección) y al nombre de Peris (que no sé por qué en la literatura de hoy representa oro y no puede ser más significativo, porque hoy es el único dios que la tierra adora); pero, sea justicia, sea providencial, lo cierto es que, al nombre de Peris, se desgajó un rico gajo del árbol de Oriente y de ahí, el que hasta nosotros llegue con el nombre de "Reino de Persia". País del lujo, de las bellas artes y del boato, pero foco de industria y de mayor libertad, aunque esclavo; pero con el culto a Peris, mucho más moral que los otros, parece que va buscando algo más; pues su riqueza, su holganza y su extensión no le bastan y, sirviendo de muralla al Extremo Oriente, pero recibiendo sus adelantos morales, Peris pasó al hoy Egipto y recorriendo la Arabia, dominaba fácilmente, porque llevaba mucho progreso material; eran los adelantados que primero pidieron clemencia en el mundo primitivo; y en el hasta hoy Egipto, asentó un trono que sería la llave verdadera más tarde, para empezar la civilización. Los hombres, como hombres, eran bárbaros; pero el espíritu trabajaba y hace trabajar a los cuerpos, que ya se saciarán y la hartura los corregirá. Sigámoslos.
Aquí el dios Peris, se va a encontrar con un terrible rival; aquí se va a encontrar con Fulo, fundador de la religión fúlica viejísima ya en aquella fecha (que hace ahora cerca de cinco millones de siglos y ya no tenían entonces memoria los fúlicos de su antigüedad) y Fulo, era sin disputa superior a Peris, a Apolo, a Júpiter y a todos los de tantas religiones juntas porque, Fulo es el fuego; pero aquí, la única autoridad era el sacerdote; la corrupción era espantosa y la ignorancia extrema.
Aquel fuego, no servía más que para alumbrar el sacrificio de las doncellas y quemar los cuerpos de los mancebos. En esto, aventaja Fulo a Peris; pero es que el espíritu va uniendo potencias y aquí se van a unir las dos más potentes en lo material: el dios oro y el dios fuego; el uno todo lo consume y el otro todo lo domina en lo material.
Pero, Peris lleva conocimiento de la primera literatura; en tablillas de oro y grabados, en jeroglíficos, los primeros pensamientos, claro que bárbaros, porque, aunque eran pensamientos, y nombre que habían sido traídos por los espíritus que habían encarnado en la China e India, de los varios mundos vecinos de nuestro sistema solar, que si aún no eran mundos de luz, eran ya adelantados y venían por dos causas, obedeciendo a la justicia; unos, para saciarse de sus apetitos, y otros, para escarmiento; pero unos y otros, para traer a sus hermanos terrenales los rudimentos de aprovechar los productos de la naturaleza, cuyos gérmenes se habían dado a la tierra en aquel largo viaje de gestación; cumplían así dos fines: el de maestros y apagar en sus almas los instintos que en sus mundos ya eran faltas y en la tierra aun no eran tales, porque, si eran infantes muy viejos y barbudos, eran niños que tenían latentes los hábitos de tres mundos sin conciencia; y en tanto el alma no se sacia de los instintos de que es depositaria, no pueden esos instintos doblegarse y pasar a ser conciencia en el alma. Necesitan saciarse, hartarse, y sólo esto los corrige.
¿Porqué, como venían esos hermanos llenos de instintos sin dominar; no venían los de principios morales, honrados y aun sabios?, preguntaréis. Recordad, que los extremos o polos opuestos, al juntarse, hacen una explosión que disyunta por la fusión y se carboniza, perdiendo el camino porque funde los cables y aún puede quemar el dínamo si no tiene intermedia una resistencia equilibrada; y sabéis que la resistencia entre el espíritu y el cuerpo es el alma y en los hombres de la tierra, el alma, no estaba equilibrada, porque no estaba harta; no había dominado aún los instintos; no tenía conciencia y no podía recibir más que la instrucción material de instructores imperfectos, aprendices, o estudiantes adelantados, que saben la cartilla. El lenguaje del maestro, no lo entenderían. Si no entendéis vosotros la prosa, ¿cómo entenderéis la poesía?... Por eso no podían venir maestros, sino instructores, aprendices que enseñarían lo que sabían, al propio tiempo que ellos se saciarían de lo que en sus mundos no podían saciarse, porque ya era escándalo allí, donde ya habían sido dominados los instintos por la mayoría; y como habían pasado a sus conciencias, se habían legislado y cometían falta los que a ello faltaban y la justicia dispone y autoriza en libertad, para que cada uno trabaje en la parcela donde le conviene. Los espíritus maestros, aconsejan a sus hermanos retrasados que vayan una temporada entre familias donde no pueden escandalizar, sino que ellos se escandalizan, porque los instintos y pasiones que vienen a saciar y dominar ya los traen un tanto resquebrajados por el ejemplo de sus maestros; y como encuentran y saben que aquella acción, en su mundo está ya moralizada y donde vinieron está en el desenfreno, es natural que se sacien muy pronto y aun se hastíen y recordarán en seguida la placidez con que es tomado aquello en su mundo, porque es tomado en medida: por tanto éstos, tienen que dar los primeros síntomas de moralización, porque saciaron allí sus instintos que es el pago que la ley les exige, porque, nada de balde tomamos o consumimos.
Es en esta forma como llegan las primeras notas del progreso de un mundo a otro y como nos llegó a la tierra la noción de las primeras ideas de progreso; y con los escarmientos que la estupidez ocasiona, nacerá la primera conciencia; pero jamás ocurrirá, sin que las pasiones se hayan saciado; antes, toda pretensión es inútil; y como no hay que perder de vista, que el hombre en los mundos de expiación, lleva en su alma para dominar los instintos de tres mundos anteriores y los instintos, vivos (como entre los tres) del mundo tierra, que para vosotros era de expiación, era lo mismo que juntar el nitro con el fósforo, o querer apagar éste, al contacto del aire que no se apagará mientras no se haya consumido toda su esencia.
Hecha esta prehistoria y las notas últimas, voy a tener que entrar por puntos, en materia tan interesante; y porque nos vamos acercando a los hechos en la historia del progreso.
Ahora, ya se han impreso el 1° y 2° tomos de la “Filosofía Enciclopédica Universal”, “Voz del Espiritismo”
[1] “Buscando a Dios y asiento del Dios Amor” aún no lo hemos impreso y es necesario. Veremos de hacerlo pronto si tenemos medios. Pero ved si algunos tenéis ese deber y cumplidlo.
[2] Ahora, ya se han impreso el 1° y 2° tomos de la “Filosofía Enciclopédica Universal”, “Voz del Espiritismo”
Libro: Conócete a ti mismo
Autor: Joaquín Trincado
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